El miércoles 24 de abril, Pedro Sánchez publicó una carta a la ciudadanía en X (ex Twitter) para explicar que cancelaría su agenda y se tomaría cinco días para reflexionar sobre su futuro político.
Para justificar este anuncio sorpresa, el presidente socialista dijo que se había sentido profundamente afectado por los ataques de la derecha y la extrema derecha contra su esposa Begoña Gómez, acusada de tráfico de influencias.
Aunque Sánchez anunció finalmente el lunes por la mañana que se mantenía en el poder, pocos minutos antes de pronunciarse, nadie sabía cuál sería su decisión. ¿Había dudas reales, o era sólo otro movimiento táctico del presidente español?
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Lluís Bassets
Pedro Sánchez decidió abrir la puerta a un cambio en la presidencia del Gobierno, pero la ha cerrado tras 5 días de pausa, meditación y ausencia. Pudo dimitir y pasar el testigo a otro socialista que obtuviera la investidura de la actual mayoría parlamentaria. Pudo anunciar que se sometería a una votación de confianza, una especie de reinvestidura y en caso de no obtenerla ir a elecciones cuanto antes —hubieran sido de nuevo en pleno verano—. Pudo incluso presentar un programa de regeneración y descrispación, con ofertas de acuerdos a la oposición. No ha hecho nada de todo esto y sólo ha mostrado sucesivamente su fragilidad y su dureza, apoyándose en la política de las emociones, la personalización y la polarización.
Institucionalmente no es una salida precisamente positiva y renovadora, puesto que deteriora la calidad de la política en vez de fortalecerla. A pesar de todo, el balón rueda y no hay que dar nada por perdido, sobre todo si alguien aprende la lección y evita responder con la misma moneda. Yo lo dudo, porque todos, mayoría de gobierno y oposición, parecen atrapados en la misma trampa populista.
Daniel Bernabé
Las series de televisión son capaces de atraer la atención de un numeroso público porque manejan con soltura una narrativa donde se unen los sentimientos compartidos y la intriga. Pedro Sánchez ha logrado en cinco días de silencio algo muy similar: aglutinar a sus simpatizantes y señalar un punto y aparte en el ponzoñoso clima de desestabilización llevado a cabo por una derecha que ha dejado de ser conservadora para volverse disruptiva.
Vivimos una época acelerada donde quien sabe manejar la excepcionalidad es quien gana en el plano corto. Sin embargo, la regeneración democrática propuesta por el presidente en su discurso va a requerir de algo más que del manejo del relato. En primer lugar para impulsar la renovación del órgano de gobierno de los jueces, secuestrado desde hace cinco años por un PP que incumple la Constitución. En segundo, en cómo enunciar medidas que protejan la libertad de expresión y la independencia periodística del fango de las mentiras en que ha sido sumida.
Este conflicto, entre quienes desean ampliar la democracia española y quienes buscan su involución reaccionaria pasa por estas estaciones. Pero, por necesidad, necesita enfrentar un cambio de modelo que privilegie a la economía productiva sobre la especulativa, algo en lo que el Gobierno de coalición ha sido pionero al adelantar, en energía y protección del empleo, iniciativas que ahora se reclaman para toda Europa.
Ruth Ferrero
Los acontecimientos de los últimos días en España son la confluencia de, al menos, dos circunstancias. La primera, el clima de la intensa polarización por la que transita el país desde hace meses y que es azuzada por bulos y noticias falsas. La segunda, el hiperliderazgo de Pedro Sánchez que se ha manifestado con toda su crudeza.
La polarización provoca que la opinión pública, que la ciudadanía busque sesgos de confirmación y busque aquellas noticias y medios que se la puedan proporcionar, esto también genera la necesidad de dar crédito a información que apoye sus creencias sin reparar en la fiabilidad de esta. En este contexto determinados modelos de negocio son utilizados por fuerzas políticas que se ven favorecidas lo que hace que se entre en un bucle infinito que se retroalimenta.
En cuanto al hiperliderazgo de Pedro Sánchez ha quedado patente al mostrar ante los suyos que el único actor político relevante en la escena política española es él mismo. La debilidad del Partido Socialista se ha mostrado en toda su crudeza cuando pensó que se quedaban sin líder. Esto ha sido aprovechado por Pedro Sánchez para el momento populista que nos ha ofrecido, la alternativa entre el yo o el caos, en este caso, entre la defensa de la democracia o las derivas autoritarias.
El resultado de la conjunción de ambas dinámicas no puede ser otro que una mayor polarización que haga avanzar al PSOE en apoyo electoral a costa de otras fuerzas del espectro ideológico de las izquierdas en lo que queda de ciclo electoral. En el siguiente, ya será otro cantar.
Steven Forti
Todo depende de cómo contestamos a la pregunta de por qué Sánchez escribió la carta a la ciudadanía. Aquí creo que está el quid de la cuestión. Desde mi punto de vista, Sánchez, si bien sinceramente afectado por la campaña de acoso y derribo que viene sufriendo desde su llegada a la Moncloa, ha querido lanzar un grito de alarma: no sobre su persona y su gobierno, sino sobre el estado de salud de nuestras democracias, cada vez más resquebrajadas y rotas, asaltadas por una derecha radicalizada y antidemocrática que, junto a medios afines y una parte de la judicatura politizada, ha traspasado cualquier línea roja y utiliza cualquier medio para derrocar un gobierno elegido democráticamente. Esto no pasa solo en España: lo hemos visto en muchas latitudes ya, desde Brasil a Portugal, pasando por Estados Unidos. El grito de alarma de Sánchez es, pues, un mensaje internacional.
Aunque imprevista hasta el último minuto, la decisión de Sánchez ha puesto esta cuestión en el centro del debate público con la voluntad de concienciar a la ciudadanía, haciendo lo que un tiempo se llamaba pedagogía democrática. El mensaje es doble: primero, paremos máquinas y reflexionemos conjuntamente antes de caer en el abismo; segundo, solo una sociedad movilizada y consciente de lo que se está jugando puede salvar a la democracia y regenerarla. Si contestamos de esta forma a esta primera pregunta, la respuesta a la otra pregunta es lógica, teniendo en cuenta la movilización de parte de la sociedad española en los últimos días. Sánchez no podía dimitir: solo podía seguir en el gobierno y dar esta batalla. Su decisión ha sido, pues, consecuente con su grito de alarma. Ahora tocará a la sociedad española, es decir a cada uno de nosotros y de nosotras, sacar las conclusiones de todo esto, es decir tomar conciencia de la crisis profunda que están viviendo nuestras democracias y aportar nuestro granito de arena, movilizándonos y participando en un proyecto de regeneración democrática en que nadie debería quedar excluido.
Daniel Gascón
La maniobra ha permitido a Sánchez distraer la atención y quizá ganar algo del voto a su izquierda —de Podemos y Sumar—, pero ha sido un espectáculo ridículo e impropio de una democracia avanzada como la española. El caso ha sido personalista, polarizador, con un discurso victimista contra los medios y contra los jueces. El presidente ha pasado por encima de los canales institucionales y ha reducido su partido a una especie de órgano únicamente encargado de aplaudir. Sus problemas, dice, son culpa de la oposición, que funde en derecha y ultraderecha. La operación tenía un componente de chantaje sentimental y creaba un marco plebiscitario. Todos esos son recursos típicos del populismo. La actitud de algunos de sus ministros no ha hecho más que reforzar ese estilo: se hablaba de buenos y malos, por ejemplo.
La sobrerreacción del presidente del gobierno ante la discutible apertura de diligencias sobre la actividad de su esposa ha servido para dar una imagen de frivolidad en España y en el extranjero, y ha otorgado una publicidad involuntaria a los problemas de su mujer. Buscó un baño de masas y fue poca gente a apoyarlo. En parte, la jugada teatral se debe a la cercanía de las elecciones catalanas y a las dificultades que afronta, entre las que se encuentran la fragilidad parlamentaria con una coalición destituyente, malos resultados electorales, la controvertida ley de Amnistía y problemas de corrupción en el partido. La retórica del enfrentamiento y los ataques a la justicia o los medios (aunque, por supuesto, hay jueces que prevarican y hay medios que publican falsedades) son preocupantes e irresponsables.
Ramón González Férriz
Para mantener cohesionada una coalición parlamentaria muy dispar, y para mantener movilizados a sus electores, Pedro Sánchez ha venido impulsando medidas que generan un profundo rechazo en la derecha y hacen que adopte una retórica de oposición más belicosa. Ha trasladado el cadáver de Francisco Franco de su tumba en un monumento nacional, ha capturado de manera partidista algunas instituciones teóricamente neutrales como el Centro de Investigaciones Sociológicas, en los últimos tiempos ha sustituido ministros de carácter tecnocrático por otros conocidos por su beligerancia partidista, y ha impulsado el indulto de los independentistas catalanes encarcelados, un cambio del código penal en su favor y, más tarde, la amnistía total, una medida que utilizó para ahondar en la brecha existente entre, según su retórica, los demócratas y una oposición de ultras.
Su desaparición durante cinco días con la excusa de reflexionar sobre su deseo de seguir siendo presidente fue otro truco para obligar a sus seguidores, y al resto de partidos de la coalición, a posicionarse sobre los dos temas que ahora cree que pueden generar una nueva y provechosa guerra con la oposición: la agresividad de algunos medios conservadores y la supuesta parcialidad antigubernamental del poder judicial. Son dos temas que obsesionan a una parte de la izquierda y que, sin duda, la movilizarán en las próximas elecciones catalanas y europeas. Sin embargo, es posible que esta vez el presidente haya ido demasiado lejos: el gesto fue teatral, ofensivo para sus compañeros de partido y de coalición —que no estaban informados de sus intenciones—, utilizó a su propia familia con fines tácticos y exigió una adhesión emocional ajena, hasta ahora, a la tradición política española moderna. Incluso los medios más afines al Gobierno están perplejos por este aparatoso movimiento. También alguien tan versado como él en las tácticas de polarización puede, en ocasiones, confiar demasiado en su capacidad para generar adhesiones.
Cristina Monge
La decisión de Pedro Sánchez de permanecer al frente de la presidencia del gobierno de España tras la carta publicada en Twitter la pasada semana no se entiende si no va acompañada de un programa de medidas ambicioso de regeneración democrática. El propio Presidente ha anunciado un punto y aparte que sitúa en una iniciativa de defensa de las democracias. Nos falta por saber quién y cómo va a articular ese plan y, al menos, sus líneas estratégicas.
Si la carta del miércoles destilaba emociones y dolor personal, el discurso tras cinco días de reflexión ha sido netamente político: un diagnóstico de algunos de los desafíos que tienen hoy las democracias y el anuncio de un proceso que conduzca a decidir «qué tipo de sociedad queremos» y el «rechazo colectivo, sereno, democrático» frente a la desinformación.
Cristina Narbona
Pedro Sánchez decidió hacer visible su vivencia ante la opinión pública, denunciando la perversión del debate político a causa del uso de la desinformación y de la difamación como armas para deslegitimar a gobernantes legítimos; y creo que ha sido un gran acierto mantener en suspenso su eventual dimisión durante cinco días.
Nos consta que este breve lapso de tiempo ha generado una reacción social muy positiva, en defensa de la regeneración de las instituciones democráticas, amenazadas en España y en muchos otros países.
Y como él mismo ha dicho, ha decidido finalmente mantenerse al frente del gobierno para liderar esa reacción, con la necesaria implicación de la sociedad, en particular de los demás partidos políticos, de los medios de comunicación y de los creadores de opinión, de los integrantes de la administración de justicia… Estoy segura de que su determinación facilitará la adopción de medidas y de compromisos, cada vez más imprescindibles, para evitar la deriva populista.
Toni Roldán Monés
En mi opinión, existe un elemento de origen claramente emocional e intuitivo: un presidente honestamente afectado por el procesamiento judicial de su esposa. La reacción es claramente impulsiva y mal calculada. Sánchez parecía esperar un efecto shock de empatía generalizada del pueblo con su dolor y una súbita toma de conciencia colectiva de los profundos males de la democracia española y de la condición de víctima de esos males del propio presidente. Sin embargo, lo que ha percibido la mayoría de la ciudadanía ha sido un gigante ejercicio de egocentrismo irresponsable, desconectado de la realidad. Resulta absolutamente incomprensible parar el país durante cinco días, para no hacer, ni decir, absolutamente nada.
El objetivo que sí ha logrado el presidente ha sido el de profundizar en las trincheras de la polarización: uniendo a su propia tribu frente a la gran amenaza externa (la oposición), generar más rechazo y odio en los de la tribu opuesta (que también se beneficia de esta estrategia polarizante) y dificultar aún más la existencia de espacios moderados, inteligentes, no partidistas de crítica constructiva en el debate público. En el camino, creo que la democracia se hace un poco más pobre, con la continuada deshumanización del rival político y con ataques deliberados a contrapoderes fundamentales.
Lilith Verstrynge
La carta a la ciudadanía del Presidente del Gobierno provocó un auténtico desconcierto nacional durante cinco días. Probablemente, nunca conoceremos sus verdaderas motivaciones. Es indiferente. Lo esencial no es si Sánchez se rompió y necesitaba parar o si era una estrategia maquiavélica, sino los efectos políticos que ha producido. En cualquier caso, consiguió abrir una gran conversación nacional alrededor de sí mismo y el interrogante de quién gobernaría tras su dimisión. Toda España pendiente de si Pedro Sanchez era un hombre profundamente enamorado, que se retiraba de la vida pública, o un nuevo Presidente del Gobierno, que resistía y decidía combatir el lawfare y la manipulación mediática que tanto él como su mujer han sufrido en primera persona. Sin duda, parte del éxito de su estrategia se debió a que nadie, salvo el propio Sánchez, sabía cuál era el desenlace de ese trance.
Más allá de sus motivaciones, su gesto ha tenido dos efectos políticos inmediatos: de un lado, ha contribuido a romper el cerco que las derechas estaban estableciendo alrededor del Presidente como un líder frío y sin sentimientos, esto es, cierta humanización de Pedro Sánchez. De otro lado, ha dejado en una situación aún más complicada al espacio de la izquierda. Un presidente de una coalición de izquierdas, víctima de una persecución judicial o/y mediática, promovida por la derecha y la extrema derecha. Un presidente, que representa la posibilidad de que «la izquierda tenga derecho a gobernar». Un cierre emocional alrededor de su figura dificulta las próximas convocatorias electorales para el espacio electoral a su izquierda.
Una vez más, Sanchez ha generado en el pueblo progresista un estado de shock, por el cual se han imaginado y temido una España sin él. Y no hay que menospreciar, más allá de las racionalizaciones a posteriori, la sucesión de emociones. En el corto plazo, cierre de filas emocional; en el horizonte, por primera vez se visualiza la necesidad categórica de un relevo.
Para acabar, una comparación histórica entre dos países vecinos, con tanta cercanía y, a veces, tanta distancia —España y Francia—. En 1969 De Gaulle convocó un referéndum sobre la organización territorial y el Senado y, tras perderlo, dejó de ser Presidente. La impugnación de la ciudadanía en una cuestión menor conllevó su dimisión. Lo político era personal. Hoy Sánchez escribe su último capítulo del manual de resistencia bajo la convicción de que lo personal es político.