Si todo fuera normal, las discusiones sobre la Ley de Finanzas ocuparían los próximos meses del debate público en Italia. Pero este año, con la economía italiana viendo cómo su PIB se contrae en el segundo trimestre y sus perspectivas de crecimiento revisadas a la baja por la Comisión Europea, el Ejecutivo tiene que recurrir al marketing político e intentar hablar de algo completamente distinto. Mientras las elecciones europeas de junio de 2024 contribuyen a distraer la atención, el ministro de Economía, Giancarlo Giorgetti (Lega), no oculta sus preocupaciones: «Vamos a presentar una ley de finanzas prudente que tenga en cuenta las reglas de las finanzas públicas», declaró, invitando a los aliados del Gobierno a no exagerar en sus exigencias.
¿Por qué tanta prudencia? Entre otras cosas porque la factura que hay que pagar por las decisiones tomadas por el Gobierno anterior ya es pesada: el «Superbonus 110%» introducido en mayo de 2020 como parte del «decreto del plan de recuperación», por ejemplo, reembolsaba íntegramente el gasto de los hogares en renovación energética, remunerando su inversión a un tipo del 10%.
La medida ha sido revisada por el Gobierno de Meloni, pero sus efectos lastrarán las cuentas públicas en unos 100.000 millones a lo largo de esta legislatura. En este contexto, la tarea de Giorgetti es doblemente delicada. Además de su perfil técnico -es licenciado en Economía por la prestigiosa Universidad Bocconi-, el Ministro tiene un papel político que desempeñar.
Diputado desde 1996, ha presidido la Comisión de Presupuestos de la Cámara, cargo que le ha permitido conocer a todos los actores institucionales del ámbito económico y financiero. Gracias a ello, conoció a Mario Draghi mucho antes de que este se convirtiera en Presidente del Consejo, desarrollando una sólida relación, incluso personal, con el antiguo Presidente del BCE. Ahora, en el Ministerio de Economía, es responsable de la credibilidad financiera del país más endeudado de Europa después de Grecia, en un contexto de ralentización del crecimiento y subida de los tipos de interés. Al mismo tiempo, es vicesecretario de Matteo Salvini, líder de la Lega y ministro de Infraestructuras y Movilidad Sostenible, en plena campaña electoral para las europeas de 2024, como demuestran sus incesantes exabruptos contra el propio Gobierno del que forma parte, por la gestión de los flujos migratorios.
Este doble papel, entre la tecnocracia y la política, alimenta la narrativa de un moderado, capaz de contrarrestar los exabruptos de Meloni y Salvini, ahora en abierta competencia con Fratelli d’Italia.
Giorgetti, apreciado por sus competencias técnicas y políticas y su reserva, intenta encarnar este papel: incluso concede entrevistas y reúne a periodistas para explicar su línea de política económica. Pero, ¿es realmente su línea? Es difícil saberlo. En cualquier caso, la opinión pública no parece creer que tenga lo que hace falta para ocupar plenamente una posición de liderazgo.
Aunque se ha hablado de él como alternativa a Salvini, en más de una ocasión -como recientemente con el impuesto sobre los beneficios bancarios anunciado en agosto, una medida que Giorgetti había negado dos meses antes- ha tenido que plegarse a las necesidades tácticas del momento. Este comportamiento no es compatible con un futuro como líder político, y tal vez presagie una cierta capitulación cuando el debate sobre el proyecto de ley de finanzas entre en pleno apogeo y las exigencias de ir más allá de las normas acordadas con la Unión Europea se hagan más acuciantes.
Muchos creen que es la única persona que puede frenar la matriz populista y soberanista del Gobierno. En esto encarna un papel matricial: la piedra angular del gobierno tecnosoberanista. Pero su figura no parece capaz de cristalizar, por utilizar la expresión de un antiguo director del gabinete de Mario Draghi en nuestras páginas, «un liderazgo que atraviese el desierto«.