Después de la Acrópolis de Andrea Marcolongo, Los Ángeles de Alain Mabanckou y la Provenza de Carlo Rovelli, esta subida de los «treinta y dos escalones» hasta la terraza de la Casa Malaparte abre un nuevo episodio de nuestra serie de verano «Gran Tour».
¿Cómo llegó a querer redescubrir la Casa Malaparte?
El hilo conductor no es el de Ariadna, sino el de Virginia. Desde hace tiempo, he estado interesado en la familia Agnelli, primera dinastía industrial de Italia desde hace casi un siglo, con la historia de Fiat, fundada en Turín en 1899. Virginia Agnelli, la madre de Gianni Agnelli (el emblemático jefe de Fiat), fue, también, el único gran amor documentado de Curzio Malaparte. Mi punto de partida fue un episodio seminal: el despido de Curzio Malaparte por el fundador de Fiat, el senador Giovanni Agnelli, de la dirección de «La Stampa«, el principal diario de Turín, debido a serias diferencias de opinión. Un capitalista visionario de la época despidió a un joven escritor talentoso y prometedor como a un lacayo, pero con un gran cheque. Irónicamente, su nuera mantuvo un apasionado romance con el mismo Malaparte durante varios años (entre 1935 y 1945), tras la muerte accidental del hijo heredero del senador, Edoardo. Este tumultuoso asunto, digno de un guion cinematográfico, me hizo querer saber más sobre esta escritora aventurera que se formó como periodista. Aunque Virginia nunca se alojó en la Casa Malaparte, ya que murió en un trágico y misterioso accidente de tránsito en 1945, podemos suponer que su espíritu sigue rondando este monumento que Malaparte tanto deseaba. Tampoco es casualidad que Malaparte eligiera la isla, que siempre ha sido un popular destino literario, desde el «Gran Tour» de artistas del siglo XVIII.
Malaparte, oriundo de las colinas toscanas, era, también, un hombre de mar y, más concretamente, de islas, que frecuentaba asiduamente (en particular, Lipari y Capri).
Malaparte fue, ante todo, un gran viajero que recorrió el mundo como corresponsal de guerra, a veces, enviado a Etiopía, a veces, a Europa Central. Hasta la mitad de su vida, después de este periodo de viajes por todas partes, fue cuando las islas se convirtieron, realmente, en parte de su vida. Al principio, fue una limitación impuesta por el arresto domiciliario. En la época en la que publicó su Technique du coup d’état, tras pasar una o dos noches en prisión en Roma, fue condenado a arresto domiciliario en Lipari. Durante esta estancia forzosa, realizó su primera visita al archipiélago de las Eolias, al norte de Sicilia. Fue una experiencia importante para forjar su relación con el paisaje insular. Se vio condenado a una estancia forzosa en la ciudad de Lipari, que no era el destino más desagradable, sobre todo, porque tenía libertad para moverse y conversar con la población local. Sin embargo, para un hombre acostumbrado a espacios grandes y a la movilidad, esto no deja de ser una limitación: el confinamiento en un sólo lugar le pesa. Lipari iba a ser su primer contacto con el mar, con la isla y con los perros. Aquí, adoptó su primer perro, Febo, que desempeñaría un papel fundamental en su vida. Sobre todo, aquí fue donde vio una pequeña iglesia, de antaño sinagoga, con su característica escalera de caracol, que lo inspiró para construir su casa de Capri.
A diferencia de Lipari, donde desembarcó bajo coacción, Capri fue una isla elegida por Malaparte.
El vínculo de Malaparte con Capri está ligado, en primer lugar, con su relación con Nápoles, donde permaneció varios meses y que le sirvió de escenario para su libro La peau, que narra la liberación de la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial. La elección de Capri estuvo ligada con Galeazzo Ciano, yerno de Mussolini, con quien Malaparte mantenía una gran amistad y que poseía una casa en la isla, al igual que su amigo Orfeo Tamburi. Más que Capri, en general, el emplazamiento de Capo Masullo fue lo que encantó a Malaparte. No se sentía muy cómodo en la pequeña ciudad de Capri y prefería este cabo aislado frente al mar. Como escribió su biógrafo, Maurizio Serra, Malaparte lo veía como el lugar ideal para aislarse y recibir más atención. Era una especie de exhibicionismo a la inversa: se apartaba para hacerse notar.
¿Qué hace tan excepcional a este Capo Masullo que Malaparte eligió para construir su casa?
Es un espolón rocoso a unos sesenta metros de altura sobre el nivel del mar, en un extremo de la isla, salvaje y de difícil acceso por un sendero empinado. El emplazamiento está orientado al sur, con Sicilia a lo lejos, entre la costa amalfitana que se divisa a lo lejos y los Faraglioni, las tres rocas escultóricas y deshabitadas que le dan identidad a Capri.
La casa que Malaparte se hizo construir fue obra de tres hombres: el arquitecto Adalberto Libera, el maestro de obras Adolfo Amitrano y el propio Malaparte, que estaba decidido a dejar su marca. ¿Cómo se repartieron las tareas?
La Casa Malaparte es una casa de culto que intriga y fascina a arquitectos de todo el mundo. Sin embargo, el papel del arquitecto Adalberto Libera, un arquitecto racionalista en boga, en los años 30, que trabajó mucho para el fascismo, fue muy limitado, pues sólo se encargó del boceto original. Malaparte no tardó en apropiarse del proyecto y discutió, por carta, con Libera, que nunca llegó a pisar Capri. Malaparte recurrió, entonces, a su albañil de Capri, Amitrano.
Malaparte reivindicó la autoría de esta Casa, por así decirlo, cuando la describió como una «casa como yo». Usted la llama «autorretrato de piedra». ¿Qué tiene esta casa de parecida con Malaparte?
Malaparte se puso manos a la obra y quiso diseñar su casa hasta el más mínimo detalle, hasta los dibujos de las baldosas, confiados a Alberto Savinio, hermano de De Chirico, y el mobiliario (una mesa, un banco, una consola, etcétera). De hecho, la casa es un buen reflejo de su personalidad ambivalente, apegada tanto al aislamiento como al exhibicionismo. Con frecuencia, se percibe a Malaparte como un dandi, pero, también, era un solitario amante de la naturaleza. En esta casa, encontramos las contradicciones de las que estaba imbuido, ya que es, a la vez, austera, monástica y, con su vasto salón-atrio, espectacular. Este salón, con sus grandes ventanales, ofrece una sucesión de vistas increíbles del paisaje circundante. Estamos absolutamente deslumbrados por este juego entre el exterior y el interior, muy similar a la obra de Malaparte, en la que se exponen tanto los acontecimientos de su tiempo como su visión de los mismos. El gusto de Malaparte por la puesta en escena explica por qué la casa resultó ser una localización cinematográfica por excelencia. Es un decorado dentro del decorado.
En cierto modo, esta casa refleja las ambigüedades de la fascinante obra de Malaparte, que, principalmente, en Kaputt y La Peau, oscila constantemente entre Malraux y Blaise Cendrars, entre aventurero y reportero, entre poesía y documental, entre ficción y ensayo…
Escribe que, cuando entró a la casa por primera vez, lo invadió una «mezcla de alegría y decepción». ¿Por qué?
Aparte de la gran sala principal, la casa tiene un aire, más bien, espartano, ya sea el minúsculo comedor que parece un camarote de barco o el estudio de Malaparte, que ofrece una vista sublime del mar abierto, pero es muy estrecho. Las proporciones de la casa sugieren que no es, necesariamente, un hogar para una familia o, al menos, no para varias personas. Es un refugio para una persona o una pareja y, así, vivía Malaparte allí. No es una casa festiva que desprenda alegría de vivir, sino, más bien, un lugar austero y propicio para la meditación… y eso es lo más inquietante.
La característica más famosa de esta casa es su exterior: la famosa escalera.
Estos 32 escalones son la característica más innovadora e intrigante del edificio. Es lo que le da ese aspecto de templo totémico azteca. Es más, fue el elemento de ruptura con el arquitecto. En el boceto de Libera, había un vomitorium, una abertura en la escalera por la que se entraba a la casa. Por consejo del albañil, que temía problemas de inundaciones, Malaparte decidió suprimir esta entrada, de modo que se accede a la casa por una pequeña puerta lateral. Malaparte aborrecía la arquitectura amanerada, neoclásica y muy burguesa de Capri, en particular, las columnatas, como las de la Casa Lysis. Contrapuso este modelo inspirándose en la escalera de una pequeña iglesia que había descubierto durante su arresto domiciliario en Lipari.
Hoy, esta escalera y esta casa están, indisolublemente, unidas a una película, Le mépris, de Jean-Luc Godard, que transformó profundamente nuestra relación con el lugar.
En primer lugar, la película de Godard es una adaptación de la novela de Moravia, que había sido ayudante de Malaparte. En su novela, Moravia identifica la casa sin nombrarla ni localizarla, pero entendemos que se trata de la Casa Malaparte. Godard rodó, allí, la tercera parte de Le Mépris, que se convirtió en la parte más emblemática de la película porque es la más dramática y porque vemos, por primera vez, esta casa, que, hasta entonces, había permanecido en secreto. La película revela la casa para el gran público. Los talentos combinados de Godard, de Michel Piccoli y de Brigitte Bardot le dieron un protagonismo excepcional. Después de Godard, Liliana Cavani, también, rodó varias escenas en la casa para su adaptación de La peau (en 1981) con el gran Marcello Mastroianni en el papel de Malaparte.
En Le Mépris de Godard, la casa aparece bastante decrépita. Aunque, hoy, está en mejores condiciones, permanece fuera del mapa turístico porque no está abierta a visitantes. ¿Para qué y para quién se utiliza y cuál podría ser su futuro?
El hecho de que la Casa Malaparte no sea accesible al público refuerza, innegablemente, el misterio que la rodea. Esta estrategia fue adoptada por los herederos, que asumieron la responsabilidad del mantenimiento de la casa para preservar su secreto y privacidad. Los herederos de Malaparte –sus hermanas y sobrinos, ya que no tenía hijos– emprendieron acciones legales para anular el testamento en el que Malaparte decía que quería donarle su casa a la República Popular de China para que la utilizaran como residencia de artistas. En la actualidad, los herederos de Malaparte, su sobrino y su familia, sólo visitan la casa muy de vez en cuando y no han modificado su interior. Todo el mobiliario que diseñó Malaparte sigue allí, a excepción de una magnífica escultura de madera de Pericle Fazzini que representa cuerpos desnudos torturados, una especie de resumen de la obra de Malaparte, que fue repatriada a Florencia por razones de conservación. La casa es, ahora, propiedad de los herederos de Malaparte, tras haber sido gestionada por una fundación italiana. Se alquila para eventos exclusivos, en particular, para la galería de arte Gagosian, para visitas privadas (Cy Twombly, Rudolf Stingel, etcétera) y para algunos rodajes comerciales para marcas de lujo. De esta manera, se financia el mantenimiento de esta casa en el mar, que requiere trabajos regulares. Para el futuro, podríamos imaginar la creación de una fundación de utilidad pública siguiendo el modelo de la creada para perpetuar la Vittoriale de Gabriele d’Annunzio, a orillas del lago de Garda. Sin embargo, el precio por pagar sería abrirla al público, lo que significaría que la casa perdería parte de su misterio. Sería el fin de Le Mépris.
Aparte de su casa, ¿qué nos queda de Malaparte en la memoria, tanto en Italia como en el extranjero?
Curiosamente, fuera del círculo de los malapartianos acérrimos, su aura se ha resentido un poco en Italia. Sin duda, el trauma del fascismo y sus cambios graduales han dañado su reputación. Es menos «identificable» que Alberto Moravia o que Pier Paolo Pasolini, cuya carrera como poeta y cineasta aún vive en la mente de todos. Por lo tanto, es difícil hablar de un legado intelectual, aunque sus dos grandes obras, Kaputt y La Peau, aún sean obras literarias de gran importancia. Malaparte es, ante todo, un escritor-aventurero, más cercano a un Blaise Cendrars que a un Louis-Ferdinand Céline. No obstante, también, era un dandi romántico, lleno de contradicciones, fascinado por Francia y Proust, que mantenía una relación complicada con su propio país. Su casa de Capri es un reflejo perfecto de su ambivalencia. Intriga y fascina. Como en el caso de Malaparte, su paternidad es complicada. Sencilla en apariencia, encierra rincones secretos, como el dormitorio de la «Favorite», con su baño barroco y el estudio del «amo» con vistas al mar. Al igual que su creador, que se reapropió, en gran parte, del boceto del arquitecto Adalberto Libera, es, ante todo, un decorado exterior majestuoso, con un interior complejo y compartimentado. Esto no quiere decir que Malaparte sea un ególatra, encaprichado consigo mismo, pero es un perpetuo preocupado, torturado por el trauma de la guerra y por su profunda búsqueda de identidad.
¿Se merece su fama de veleta o de camaleón?
La ironía es que él mismo le puso de título «Monsieur Caméléon» a un panfleto sobre Mussolini, publicado, por primera vez, como volante, cosa que le valió la ira del régimen. La cuestión de su largo coqueteo con el fascismo es compleja. Sin embargo, duró algo más de diez años, de 1922 a 1931. Su orgullo era tal que nunca hizo ningún «mea culpa» real al considerar que era el fascismo «revolucionario» original lo que había desviado Mussolini. Por mi parte, no pretendo resolver la cuestión de Malaparte, tarea a la que se han dedicado dos excelentes biografías, la de Bruno Giordano Guerri, en Italia, y la de Maurizio Serra, en Francia. Mi impresión es que Malaparte pasó toda su vida intentando borrar un error de juventud que lo obsesionaba. No cabe duda de que ingresó al Partido Fascista en 1922, a su regreso de Varsovia, y de que militó en él menos de diez años. Sin embargo, también era un fascista «como ningún otro», un fascista sindicalista, cercano al pueblo, y, muy pronto, combatió «desde adentro» el aparato del régimen hasta romper, oficialmente, con el partido en 1931. Llegó a publicar Technique du Coup d’État, que le valió el arresto domiciliario en Lipari, al que le siguieron Muss e Il Grande Imbecille, en 1943. A pesar de su reputación de «camaleón», Malaparte rompió, claramente, con Mussolini más de diez años antes de la caída del dictador.