Europa nos protege. Porque, en un mundo violento, tenemos el privilegio y la suerte de vivir en un espacio político cuyos valores fundacionales son el diálogo, la paz y la fuerza de la ley, y no la ley del más fuerte. Europa es insustituible. Incluso los que la critican deben reconocer que es el único refugio en los momentos más dramáticos. Europa es una construcción frágil. Basta con que uno de los 27 miembros decida interferir para que todo se complique, hasta llegar a la parálisis política. Por ello, Europa debe cambiar y adecuarse a su misión histórica y a las expectativas de sus ciudadanos. Sobre todo, debe liberarse del dominio del derecho de veto, que ahoga sus aspiraciones. Debe reforzarse en su dimensión social. Debe alcanzar por fin la mayoría de edad en los ámbitos de la energía, la seguridad y la política exterior.

La amenaza de Putin es el Leviatán que nos obliga a dar este salto definitivo y a demostrar que, precisamente en un mundo de violencia, podemos prosperar y ser protagonistas gracias a la fuerza de nuestros valores. Sólo queda una tarea: completar el viaje que iniciamos hace 65 años. Por primera vez podemos hacerlo, nunca hemos estado tan cerca del giro federal. En Italia, la confianza en la Unión Europea, después del 24 de febrero, ha vuelto a su nivel más alto en 10 años. Y en toda Europa, al ver amenazados sus valores, los ciudadanos decidieron defenderlos con convicción. Millones de personas salieron a la calle. Comprendieron que llegó el momento de unidad. Hay, efectivamente, un salto, un impulso a favor del proyecto europeo.

Todo ello en un momento en el que dos visiones antinómicas de las relaciones internacionales se enfrentan en la tragedia ucraniana. La Unión Europea tiene la ambición de ser una potencia de valores: proyecta intereses y valores no por la fuerza, sino por las normas, la paz, la cultura, un modo de vida y un modelo de desarrollo únicos. Del otro lado, está Putin, que opone la fuerza de la ley a la ley de la fuerza con un claro mensaje al mundo: no hay lugar para modelos alternativos al suyo, una mezcla de nueva política de poder y viejo imperialismo.

Putin nunca ha ocultado su repulsión por el europeísmo: para él, la Unión Europea no es una gran potencia. Piensa a través de la lente del siglo XX y, de ese siglo, toma prestadas las ambiciones aún frustradas de una Rusia que aspiraba a ser policía y hegemón del orden de seguridad del Viejo Continente.

Defender el modelo europeo frente a Putin es sobre todo dejar claro que ser una potencia de valores no es una ambición de idealistas o de almas nobles. Nos debemos esta defensa a nosotros mismos y a los que siguen mirando a Europa con esperanza. A los ucranianos que resisten y luchan por su dignidad e independencia, pero también por la libertad europea. No podemos dejarlos solos, y no puede ni podrá haber un justo medio.

La Unión necesita una doctrina estratégica que dé fuerza a nuestros principios.

enrico letta

Para ser una potencia de valores, capaz de defender la paz, la Unión necesita instrumentos a la altura de los desafíos actuales y una doctrina estratégica que dé fuerza a nuestros principios. Hoy se dan todas las condiciones para llevar el proceso de integración europea a un nivel superior. De la guerra y la pandemia deben surgir las «siete uniones». Siete uniones que tienen raíces lejanas, pero que han cobrado gran actualidad en este periodo de crisis.

1.

En primer lugar, la unión en política exterior. La reacción fue inmediata. En respuesta a la invasión de Ucrania, la Unión demostró una fuerza nunca antes vista en ese ámbito. En pocas horas se acordaron sanciones de una intensidad y alcance sin precedentes. Igualmente inédita fue la unidad europea: unanimidad en los procedimientos y también en la condena política. Se trata de una postura inédita, revolucionaria en comparación con el pasado, cuando los intereses divergentes sobre Rusia acababan dividiendo a los países de la Unión. Las sanciones funcionan y hacen daño, a pesar de las amenazas y los intentos por eludirlas.

Los analistas coinciden en que el PIB de Rusia caerá drásticamente en 2022, hasta un -10% e incluso un -12% según las últimas previsiones. Las sanciones funcionan porque la comunidad internacional ha actuado de forma concertada, empezando por los Estados miembros de la UE y sus socios transatlánticos. La congelación de las reservas del Banco Central de Rusia, un plan ideado por Mario Draghi junto con Janet Yellen, fue eficaz precisamente porque implicaba a una gran parte del sistema financiero mundial.

La Unión debe aprovechar esta lección si quiere defender sus valores y su papel. Con la misma unidad, ahora debe tomar medidas para proteger nuestras economías, compensando a los hogares y a las empresas por las consecuencias de las sanciones y protegiéndolos lo más posible de la inflación. Pero, sobre todo, debe garantizar que la respuesta unida e inmediata de los últimos meses sea la norma, no la excepción.

2.

La segunda unión es la que se extiende a nuestros vecinos. También en este caso se ha tomado conciencia de la necesidad de dar una señal política a los países que desean ingresar a la Unión. Para Ucrania, Moldavia y Georgia, «ser Europa» es literalmente una cuestión de vida o muerte.

No podemos repetir el error cometido después de 1989. En aquella época, los países del antiguo bloque soviético se vieron obligados a permanecer en la sala de espera durante quince o dieciocho años antes de ingresar a la Unión Europea. Todo ello a pesar de la rápida entrada de Alemania Oriental al proceso de reunificación. Ese limbo infinito alimentó una frustración que persiste hasta hoy y que se traduce en desconfianza e incomprensión. Es la misma insatisfacción mezclada con impaciencia que sentimos en los Balcanes occidentales, una zona estratégica especialmente para Italia.

Más aún, en esta fase de inestabilidad, no cumplir con las expectativas conlleva el riesgo de producir un efecto búmeran. Acoger hoy para integrar mañana es una prioridad geopolítica para la Unión. Es impensable (y contraproducente) cerrar las puertas a quienes aspiran a la democracia europea y rechazan los modelos autocráticos.

Acoger hoy para integrar mañana es una prioridad geopolítica para la Unión.

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Necesitamos construir una Confederación Europea, una especie de anillo más amplio que mantenga unidos a los 27 Estados miembros de la UE y a los países candidatos. La Unión Europea seguiría su curso ordinario, pero a su lado se añadiría un lugar políticamente muy visible para hacer crecer la identidad europea de los que quieran adherirse.

Una confederación que no sustituya al proceso formal de adhesión —que continuaría en paralelo— pero que pueda ofrecer una alternativa válida a la rigidez del actual sistema binario de «dentro o fuera». Sin diluir los requisitos de la pertenencia plena a la Unión, la Confederación debe ofrecer lugares y momentos para compartir las grandes decisiones estratégicas de Europa, empezando por la política exterior, la defensa de la paz y el fomento de la lucha contra el cambio climático. Me imagino cumbres europeas en las que el primer día nos reunamos a nivel de la UE, y el segundo, a nivel federal.

3.

En cuanto a la acogida, la tercera unión en la que hay signos de cambio de ritmo es la de las políticas comunes de asilo. No hace falta recordar los grandes fracasos de los últimos años: la inmigración es el gran agujero negro de Europa. En parte por la asimetría geográfica: desde hace más de una década vivimos un enfrentamiento entre los países mediterráneos, que han estado en la primera línea para acoger inmigrantes y reclaman un enfoque europeo del fenómeno migratorio, y Europa Central, hostil a cualquier opción de solidaridad entre Estados.

La crisis ucraniana dio un giro al escenario. En pocos días, Polonia se convirtió en el segundo país del mundo que más refugiados acoge. En el mismo periodo de tiempo, se alcanzó la unanimidad para activar por primera vez la Directiva de Protección Temporal de la UE, un instrumento introducido en 2001 pero que nunca se utilizó debido a los vetos nacionales.

Se trata de un paso histórico: la Directiva garantiza el derecho a permanecer durante al menos un año en la Unión a los ciudadanos que huyen de Ucrania, sin tener que entrar en el laberinto de los procedimientos de asilo exigidos tras 90 días de estancia.

Esto es mucho, pero no es suficiente. Europa ha gestionado bien la emergencia, ahora debe dar una respuesta estructural a la gestión de los flujos migratorios. Tampoco es un reto fácil. Varios países ya están planteando objeciones basadas en la diferente naturaleza de las personas que llegan del Este y las que cruzan el Mediterráneo. Objeciones política y éticamente inaceptables. Rechazarlas y encontrar un acuerdo que concilie solidaridad y oportunidades es una prueba de la madurez de Europa como comunidad de valores.

4.

Cuarto gran capítulo: la unión de la energía. La guerra en Ucrania ha cambiado la agenda política, colocando el tema de la dependencia de los combustibles fósiles importados en el primer lugar de la lista. Hoy, el gas y el petróleo nos exponen a una doble vulnerabilidad: geopolítica y climática. Geopolítica, porque el territorio de la Unión está prácticamente desprovisto de depósitos de combustibles fósiles: sólo alberga el 0.2% de las reservas mundiales de gas natural y el 0.1% de las de petróleo. Climática, porque el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas nos recuerda que «sin reducciones inmediatas y profundas de las emisiones en todos los sectores, limitar el calentamiento global a 1.5° está fuera de nuestro alcance» y que, por tanto, es necesaria una «reducción sustancial del uso de combustibles fósiles».

Ante esta doble vulnerabilidad, sólo hay una solución: acelerar la producción de energía limpia. Esto no puede hacerse sin la dimensión europea de una política energética común. El plan REPowerEU es un paso en la dirección correcta, pero ahora es necesaria una mayor integración en las principales dimensiones de la unión de la energía: un suministro común, un almacenamiento compartido, una integración de las redes y proyectos de inversión coordinados.

Este último punto, en particular, es crucial para lograr el objetivo principal: multiplicar nuestra capacidad de producción de energía a partir de fuentes renovables, para combinar —por fin— la sustentabilidad y la soberanía energética (es decir, la autonomía), al tiempo que nos liberamos de la dependencia de los combustibles fósiles y de la necesidad de importar productos energéticos. Pero esta transición sólo será efectiva si es justa. Todas estas acciones deben formar parte de la solidaridad europea y caracterizarse por la equidad. Equidad social dentro de los países, para evitar el efecto “chaleco amarillo” y garantizar una transición justa. Y equidad también entre los Estados, porque en el camino hacia la unión de la energía hay que prever mecanismos de compensación entre países para evitar que se amplíen, en lugar de reducirse, las divergencias económicas en el mercado único, como siempre nos recuerda Paolo Gentiloni.

Todas estas acciones deben formar parte de la solidaridad europea y caracterizarse por la equidad. Equidad social dentro de los países, para evitar el efecto “chaleco amarillo” y garantizar una transición justa.

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5.

De la seguridad energética a la seguridad militar: la quinta unión es la de la defensa. Escuchando el debate italiano en los medios de comunicación, esto casi parece una intuición de última hora, una novedad. De hecho, sabemos que se habla de defensa europea desde los albores del proyecto de integración. En 1954, tras el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa, una idea de base federal para resolver la cuestión europea, se presentó una propuesta más funcionalista que dio lugar al nacimiento de la Comunidad Europea en 1957. Desde entonces, nunca ha habido un debate serio sobre la defensa común, al menos hasta la elección de Donald Trump.

La paradoja de la falta de integración en materia de defensa queda confirmada por las cifras: si se suman, el gasto militar de los 27 Estados de la UE es casi cuatro veces superior al de la «superpotencia militar» que es Rusia. Sin embargo, esto no se traduce en una capacidad de defensa adecuada. De hecho, la falta de sinergias conduce a ineficiencias y redundancias, nunca tan insostenibles como hoy. Los nuevos esfuerzos en materia de seguridad y de defensa que ya acordaron los Estados europeos deben ir acompañados de la construcción de una gobernanza de inspiración federal, retomando la idea de la Comunidad Europea de Defensa.

El camino para llegar a ello es el que sugiere Romano Prodi. Se trata de un pacto entre Alemania, Francia, Italia y España. Si los cuatro mayores países europeos no se deciden a avanzar en esta dirección, será imposible conseguirlo. Y si no lo hacemos, continuará la tensión sobre las relaciones transatlánticas y el papel de la OTAN. Las contradicciones entre el «reparto de la carga» que exige Estados Unidos a sus socios europeos en términos de gasto en defensa y el legítimo deseo de los europeos de desarrollar su autonomía estratégica continuarán. La unión de la defensa es la elección que debemos tomar con determinación. Es la única manera de construir una síntesis eficaz entre la necesidad de protección y la necesidad de desarrollar nuestra identidad como potencia de valores.

Sin embargo, el modelo europeo no sólo debe defenderse de los enemigos «externos». Los hay feroces dentro de nuestras propias democracias. Los antídotos se encuentran, en particular, en las dos últimas uniones: la sexta y la séptima.

6.

La sexta unión es la unión de la Europa social. En los últimos años, populistas y conservadores han llegado a amenazar abiertamente las piedras angulares de la democracia y el Estado de derecho. Para responder a esta amenaza interna, es necesario reforzar la Europa social continuando el camino iniciado el pasado mes de mayo con la Cumbre de Oporto, empezando por los esfuerzos para ampliar y estructurar «Sure», el plan europeo contra el desempleo.

Nunca antes había existido un vínculo tan indisociable entre la democracia y el modelo social europeo. En tiempos de grandes transiciones, una democracia que funcione tiene una fuerte dimensión social: es el espacio de redistribución, solidaridad y protección de los derechos. Como recordó Jacques Delors en 2016: «Si la política europea pone en peligro la cohesión y sacrifica las normas sociales, no hay forma de que el proyecto europeo obtenga el apoyo de los ciudadanos europeos».

7.

Por la misma razón, ya no es posible aplazar la construcción de una unión sanitaria —la séptima— que garantice a todos los ciudadanos europeos los mismos estándares de atención y bienestar, y que trascienda las diferencias territoriales que siguen siendo escandalosas incluso sólo dentro de Italia. Ursula Von Der Leyen ha expresado públicamente su esperanza de que éste sea uno de los resultados de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, ese gran proceso de democracia participativa que, durante casi un año, ha involucrado a los ciudadanos, los interlocutores sociales, la sociedad civil y las instituciones en un debate transparente e inclusivo. La Conferencia representa una gran oportunidad para dar un nuevo impulso al camino de la integración europea, por primera vez sobre la base de indicaciones que son la expresión de reflexiones y debates entre los ciudadanos, que han ido más allá de los instrumentos clásicos de participación de la democracia representativa. Pero esta oportunidad corre el riesgo de desperdiciarse si no hay una clara voluntad política de tomarse en serio sus conclusiones, con un compromiso concreto de llevarlas a cabo.

La Conferencia representa una gran oportunidad para dar un nuevo impulso al camino de la integración europea, por primera vez sobre la base de indicaciones que son la expresión de reflexiones y debates entre los ciudadanos.

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Por supuesto, estas siete uniones no pueden prescindir de una revisión de la gobernanza económica europea. La prórroga de la suspensión del Pacto de Estabilidad —que, en este contexto de guerra, debería anunciarse cuanto antes— no puede servir de excusa para volver a posponer un debate tan serio. La reforma del Pacto de Estabilidad es indispensable y debería haberse realizado hace tiempo. La publicación el 4 de abril de un documento conjunto de España y los Países Bajos demuestra que el debate está abierto y permite la posibilidad de alianzas sin precedentes. Italia debe desempeñar un papel de liderazgo, porque se trata de una partida estratégica para nuestra economía, que, más que otras, no puede permitirse una tercera recesión en diez años. Debe ser capaz de aportar una contribución decisiva, como lo ha hecho para la construcción de NextGenerationUE y como debe hacerlo ahora para su aplicación efectiva. El Pacto de Estabilidad debe convertirse en el Pacto de Sustentabilidad, que posibilitará estructuralmente las inversiones públicas necesarias para la transición ecológica y la reactivación de una economía sustentable, de acuerdo con la estrategia de NextGenerationUE. En este nuevo marco, las normas de reducción de la deuda deben adaptarse al contexto de cada país, como también indicaron España y los Países Bajos, para no ahogar el crecimiento ni repetir los errores del pasado.

En todos estos ámbitos, Europa intenta dar respuestas a la altura de los tiempos. La actual arquitectura institucional de la Unión ya permite avanzar hacia una acción más coordinada e incisiva. Pero esto no es suficiente: lo que se necesita es un salto, una visión. En efecto, existen límites para seguir avanzando en la integración europea en el marco de los tratados vigentes. Todo esto se puede resumir en una palabra: «unanimidad». Son los vetos nacionales los que no permiten que la Unión Europea sea aún más eficaz en su acción.

Basta un ejemplo para darse cuenta de lo absurdo de la situación: en 2020, tras el fraude electoral en Bielorrusia y la violenta represión de las manifestaciones, la Comisión Europea anunció inmediatamente un paquete de sanciones que, sin embargo, permaneció bloqueado durante más de un mes por el único voto en contra de Chipre. Es difícil no pensar que este retraso fue una de las señales que empujaron a Putin a arriesgarlo todo, convencido de que la Unión ni siquiera sería capaz de reaccionar en caso de una invasión a gran escala.

El derecho de veto es quizá uno de los aspectos más paradójicos de la Unión: es el principal elemento de debilidad europea, pero también el más utilizado por algunos dirigentes nacionales para sentirse ilusoriamente fuertes. Por ejemplo, el primer ministro húngaro Orbán, al ser reelegido, utilizó la legitimidad popular para defender el veto; no para usarlo en un asunto específico, sino para presentar una amenaza mayor: la de utilizarlo sistemáticamente. La unanimidad siempre ha sido el mayor obstáculo para la integración europea. Lo hemos visto desde la época de Margaret Thatcher, cuyo legado europeo es muy pesado. Al poner límites, frenos y obstáculos constantemente, hizo de la Unión Europea una construcción asimétrica, muy avanzada en términos de integración económica, pero muy débil en los frentes de la integración política y la protección social. Hoy seguimos pagando esos daños.

El derecho de veto es quizá uno de los aspectos más paradójicos de la Unión: es el principal elemento de debilidad europea, pero también el más utilizado por algunos dirigentes nacionales para sentirse ilusoriamente fuertes.

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Sin un salto institucional, la Unión no será una verdadera potencia de valores en el mundo de hoy y, sobre todo, de mañana. Modificar los tratados no puede seguir siendo un tabú, sino que debe convertirse en una batalla política concreta.

Hoy, cuando todo el mundo parece dispuesto a sacrificar el posicionamiento táctico en nombre de las urgencias y los intereses superiores, se ha abierto una ventana de oportunidad. Ha llegado el momento de lanzar una nueva Convención Europea, bajo la estela de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, que finaliza dentro de un mes, el 9 de mayo. La Convención es la consecuencia natural de la Conferencia: partir de las propuestas de los ciudadanos, debatidas con las instituciones y los interlocutores sociales, para llegar a una reforma de los Tratados. Este sería el primer gran ejemplo del potencial de la democracia en el tercer milenio. Esta continuidad natural también la sugieren los macrotemas abordados por la Conferencia sobre el Futuro de Europa, que coinciden en gran medida con las exigencias mencionadas. Y también sería una bonita manera de rendir homenaje a la memoria de David Sassoli, que fue uno de los más apasionados seguidores de la Conferencia. La Convención encuentra así su legitimidad y su fuerza en los propios principios de nuestro modelo democrático.

Necesitamos un momento «fuerte» como el de la Convención porque igual de fuertes son los trastornos del último mes. Una «revisión» de la estructura institucional de la Unión no basta. Además de las políticas, lo que se necesita sobre todo es la política. En otras palabras, los instrumentos deben ir acompañados de una doctrina europea, de una visión ambiciosa, si realmente queremos transformar la Unión en una potencia de valores. Por lo tanto se requieren alma y desarmador juntos, también en la UE, para defender nuestro papel en el mundo, proteger a las personas y fortalecer nuestras democracias.

Este refuerzo no puede separarse de unas normas más eficaces para salvaguardar nuestros valores dentro de la propia Unión. No podemos ser una potencia de valores si no somos coherentes con ellos: hay que introducir mecanismos para bloquear y sancionar eficazmente a los países miembros que los cuestionen, y extender a todos los fondos europeos el criterio de condicionalidad introducido por la NextGenerationUE, que asocia la asignación eficiente de los recursos con el respeto de los principios del Estado de derecho.

Una «revisión» de la estructura institucional de la Unión no basta. Además de las políticas, lo que se necesita sobre todo es la política.

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Pero el alma también nos obliga a hacer preguntas incómodas. Los valores europeos de la democracia y la apertura no sólo se ven atacados por las ambiciones de Putin, sino también por las tendencias políticas, demográficas y económicas a las que hay que hacer frente. ¿Cómo responder al ascenso de los regímenes autocráticos, que en los últimos años han vuelto a superar en número a las democracias? ¿Sobre qué base estamos dispuestos a enfrentarnos a ellos? ¿Y cuál es la línea que no debemos cruzar si no queremos traicionar nuestros valores? Ni el aislacionismo ni el cinismo son compatibles con la identidad europea: necesitamos una respuesta nueva y distintiva.

¿Y qué respuesta podemos dar a la difusión de modelos económicos que desafían las reglas del multilateralismo económico? La Organización Mundial del Comercio nació en un momento en el que más del 60% del PIB mundial era generado por economías abiertas de corte occidental, pero los cálculos de Bloomberg nos dicen que en 2050 ese porcentaje se reducirá a sólo el 26%. ¿Estamos preparados para defender un modelo económico abierto, sin caer en la ingenuidad que en los últimos años nos ha expuesto a la competencia desleal del modelo chino de subvenciones públicas y bajos estándares sociales y medioambientales? ¿Cómo pretendemos implicar a nuestros socios en el diseño de una nueva globalización que por fin dé prioridad a la justicia social y a la sustentabilidad?

De la respuesta a estas preguntas depende la defensa de la paz y de nuestro modelo europeo.

La Convención Europea es el mejor lugar para tratar esta cuestión y, de este modo, dotar por fin a la Unión Europea de nuevos instrumentos que estén a la altura de los retos mundiales y de nuestros valores. Hoy tenemos la oportunidad de escribir una nueva página en el camino de la integración europea. Tenemos el deber de hacer realidad estas siete uniones. Lo haremos proponiendo a la familia progresista europea que ésta sea nuestra misión común.

Italia, al igual que los demás Estados europeos, debe ser plenamente consciente de un cambio de época que exige decisiones valientes si queremos seguir existiendo y ser influyentes en el mundo del mañana. Cuando comenzó la integración europea, el mundo era pequeño, con menos de tres mil millones de habitantes. En la actualidad, ya hay ocho. Los europeos éramos quinientos millones de tres mil, y hoy somos los mismos quinientos millones pero de ocho mil. En ese pequeño mundo, éramos grandes países. Tanto Italia como Francia o Alemania. Hoy pasamos de ser países grandes en un mundo pequeño a ser países mucho más pequeños en un mundo grande. Para ser influyentes y poder protegernos en el gran mundo actual, debemos optar por unirnos. Sólo así mañana seremos lo suficientemente grandes, juntos, para ser tan influyentes como lo fueron los países europeos por separado en el siglo pasado. Si seguimos las sirenas de los soberanistas y nacionalistas, si no nos unimos de una vez por todas, si no completamos estas siete uniones, tendremos un futuro de países pequeños e intrascendentes, obligados a ponernos bajo la protección de otros para sobrevivir. La guerra de Putin ha eliminado todas las dudas y coartadas. Debemos elegir nuestro futuro y el de nuestros hijos. Ahora.

Créditos
Este texto del Presidente del Instituto Jacques Delors fue publicado por primera vez en Il Foglio en italiano.