Tres generaciones de mujeres bajo el mismo techo
La bajamar es una novela habitada por personajes anegados por el pasado y a la vez incapaces de embarcarse en el presente. Si el pasado los acosa de manera más o menos consciente es porque ha descubierto que la vida no es más que enfrentar el vacío de lo consuetudinario.
La bajamar es la segunda novela de la española Aroa Moreno Durán (1981), quien anteriormente ya había publicado poemarios y biografías. La novela se abre con un evento que va a marcar el resto del relato; dicho de otra manera, constituye una especie de forado por el que irremediablemente se deslizan tres generaciones de mujeres, una tras otra. Todo comienza con una madre y su niño pequeño en un pueblito vasco de comienzos de siglo XX. La corriente de un río desfila cerca, agitada, abrupta y mortal cuando otro chico empuja al niño pequeño que no sabe nadar. Después, la tragedia: “A la bajamar, sobre el fondo de cieno, boca abajo y con las manos abiertas sobre el suelo negro, el niño pequeño quedó al descubierto”. En Light in August (1932), William Faulkner pone en boca de uno de sus personajes que más peligrosos que los vivos son los muertos, “porque de los muertos no se puede escapar, de los muertos que yacen tranquilamente en alguna parte y que no tratan de retenerlo”. Resulta que esa muerte del niño, inesperada y doblemente contada en la novela, al comienzo y al final, no solo marca el destino de su madre, quien lo vio expirar en sus brazos, sino que el duelo se heredará a su hija y luego a su nieta y también su bisnieta. Porque, ya lo sabemos, de los muertos no se puede escapar.
Como dije, antes que nada, se trata de la historia de tres generaciones de mujeres —Ruth; Adriana, su hija; y Adirane, la nieta— que vuelven a ser reunidas por la necesidad que tiene Adirane de conocer el pasado familiar. De repente tres generaciones que sobrevivieron al bombardeo de Guernica, y décadas después, al enfrentamiento entre el ETA y las fuerzas del orden son reunidas de nuevo bajo el mismo techo. En otras palabras, un siglo de violencia irracional, destructora y en el que las principales víctimas fueron los sobrevivientes, familias que perdieron padres, hijos y nietos, está a punto de ser nombrado, convertido en historia en los relatos femeninos. ¿Y de qué manera expresar la pérdida cuando la Historia ha introducido su filo en la intimidad de las familias? Uno de los mayores desafíos a la hora de contar el drama familiar era no caer en la trampa de lo documental o sucumbir al facilismo de “ficción sin ficción” tan corriente en nuestro tiempo. La autora, por su parte, plantea un relato en el que las tres mujeres suceden sus voces, testimonios en medio de la incomprensión, verdades irreductibles que se ven relativizadas cada vez que cambia la narradora, como si solamente se pudiera acceder al drama por medio de la acumulación y nunca en el entendimiento entre los personajes. Felizmente, poco a poco, la sucesión de voces termina cristalizando en el encuentro, cierta forma de complicidad que no llega a ser, pero que de todos modos permite la empatía entre mujeres que antes se odiaron demasiado precisamente porque nunca se habían escuchado, porque el silencio del dolor había suplantado cualquier expresión de afecto.
Creo que la mayor calidad del libro es su fraseo nervioso y escueto que permite un acercamiento elíptico a lo contado sin que por eso resulte frío. Por el contrario, la autora consigue dar forma a un relato contado por sus tres protagonistas, lleno de intensidad por lo descarnado de la experiencia, pero sobre todo por lo que provoca en el lector. De pronto, el lector se descubre a sí mismo conmovido por los acontecimientos familiares que se le van descubriendo, acontecimientos escondidos, silenciados, durante mucho tiempo. Es precisamente ese silencio el que la autora sabe dar forma por medio de las palabras, dosificando la información, callando cuando se debe, generando una atmósfera de tensión y malentendidos permanentes y, por eso mismo, muchas veces nociva, irrespirable en la diminuta casa. Por lo general cuando alguien que viene de la poesía escribe narrativa enfatiza en las imágenes, descuidando lo puramente narrativo, cuando no subraya en exceso las emociones. Al venir de la poesía, el mérito de Moreno Durán es doble por lo logrado en capacidad de persuasión y verosimilitud de su ficción y también por la atención que presta a su lenguaje, el cual no chirría en ningún momento, ni cede al facilismo que descuida la buena construcción de una historia.
Por la temática y la cercanía en la aparición es inevitable no pensar en Patria (2016) de Fernando Aramburú. Pero allí donde Aramburú se concentra en una reconciliación imposible, la de dos amigas, dos familias, enfrentadas por la política que ha parasitado cualquier posibilidad de amistad y amor, Moreno Durán inquiere en la verdad que aparece, casi sin querer, para aclarar el presente, entregarle una nueva cualidad, hacerlo menos vano. Si al comienzo de la novela Adirane regresa de Madrid al pueblo para entrevistarse con su abuela Esther y conocer la vida familiar; poco a poco, descubrimos que hay algo más, que en Madrid se ha visto enfrentada con una vida conyugal complicada, una existencia que se le hace cada vez más vacía. Así, descubrir los vínculos familiares bajo una nueva luz no solo la lleva a retomar el contacto con su madre sino también a pensar en su propia situación. Por otro lado, si bien en Patria se interrogaba la figura del padre, en Bajamar los padres se encuentran casi del todo ausentes como si el hecho de no formar parte de la constelación familiar, porque fueron asesinados u otra razón, empujara a las mujeres a avanzar con sus medios. Más aún, como si esas ausencias, por contraste, permitieran mostrar el arrojo de las mujeres a la hora de enfrentar la batalla cotidiana, además de la historia nacional.
Bajamar es una novela habitada por personajes anegados por el pasado y a la vez incapaces de embarcarse en el presente. Si el pasado los acosa de manera más o menos consciente es porque ha descubierto que la vida no es más que enfrentar el vacío de lo consuetudinario. Eso explica, por ejemplo, que Adirane decida interrogar la memoria familiar, la de su madre y su abuela, una memoria que también es la de un país. En un momento como el actual, cuando la literatura cuestiona el pasado de sociedades demasiado golpeadas por la guerra y los conflictos internos, la novela de Aroa Moreno Durán no solo va en el sentido de la corriente, sino que la enriquece de manera tumultuosa y ondulante. El verdadero relato de la familia emerge al final y con la bajamar, junto con las reconciliaciones, los sinceramientos y uno que otro cadáver. Y esos muertos de los cuales terminan liberándose en cierto sentido las mujeres de la novela, esos muertos más peligrosos que los vivos, es cierto, pero por fin de regreso en la historia familiar.