La guerra santa de Putin
A través de la voz del Patriarca Kirill, Putin se proyecta hacia una guerra del fin del mundo. Así es como la Iglesia Ortodoxa Rusa justifica la invasión de Ucrania.
- Autor
- Jean-Benoît Poulle •
- Trad.
- Ana Inés Fernández •
- Portada
- © AP PHOTO/ALEXANDER ZEMLIANICHENKO
Mientras que el análisis geopolítico y las decisiones políticas de Vladimir Putin parecen estar cada vez más mezcladas con motivos religiosos y mesiánicos que ven la guerra en Ucrania como la última vía hacia la salvación de Rusia (sobre el texto de Surkov de «¿Qué nos importa el mundo si Rusia ya no existe en él?»), el discurso desarrollado por la Iglesia Ortodoxa Rusa para justificar la guerra y el posicionamiento de Putin debe leerse con atención.
Ayer, 6 de marzo de 2022, domingo de San Juan, domingo del exilio adánico («domingo del perdón»), el patriarca Kirill de Moscú y de toda Rusia celebró la Divina Liturgia en la catedral de Cristo Salvador de Moscú. Al final del servicio, el primado de la Iglesia Ortodoxa Rusa pronunció un encendido sermón en el que justificó las causas de la guerra, respaldando el discurso de Putin sobre Ucrania.
Ese discurso —que traducimos por primera vez y comentamos aquí línea por línea— está marcado por el tono apocalíptico («Lo que ocurre hoy… no es sólo político… Se trata de la Salvación del hombre, del lugar que ocupará a la derecha o a la izquierda de Dios Salvador, que viene al mundo como Juez y Creador de la creación»).
Esto no sorprende a quienes han seguido de cerca la evolución de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que desde hace varios años se presenta como la máxima defensora de la moral social y los valores tradicionales rusos en el contexto de la «guerra cultural» dirigida por un Occidente «decadente». Cabe señalar que la Iglesia Ortodoxa Rusa y las burocracias de seguridad (FSB) son las únicas instituciones centrales importantes que sobrevivieron el derrumbe del sistema comunista y se insertaron orgánicamente en el régimen de Putin.
El argumento principal del sermón de Kirill sirve para justificar la invasión rusa de Ucrania, ya que Occidente pone a prueba las leyes naturales de Dios: «Hoy hay una prueba de lealtad a ese poder [occidental], una especie de pase hacia ese mundo ‘feliz’, un mundo de consumo excesivo, un mundo de aparente ‘libertad’. ¿Saben en qué consiste esta prueba? La prueba es muy sencilla y al mismo tiempo aterradora: se trata de un desfile del orgullo gay”. En este sentido, la palabra bíblica paradójicamente consagrada al «perdón» sirve para justificar la guerra en la tradición bizantina del cesaropapismo: «Y así hoy, en este domingo del perdón, yo, por un lado, como su pastor, los invito a perdonar los pecados y las ofensas, incluso cuando es muy difícil hacerlo, cuando la gente está peleando entre sí. Pero el perdón sin justicia es una rendición y una debilidad. El perdón debe, pues, ir acompañado del derecho indispensable a estar del lado de la luz, del lado de la verdad de Dios, del lado de los mandamientos divinos, del lado de lo que nos revela la luz de Cristo, de su Palabra, de su Evangelio, de sus mayores alianzas entregadas al género humano”.
Con este discurso nos enfrentamos a una visión del mundo que va mucho más allá del relato político y de la definición de una narrativa a la que estamos acostumbrados en nuestros espacios políticos. De hecho, y esto es lo que hace urgente la lectura de este texto, desde la invención de la bomba atómica quizás nunca hemos vivido el momento más intenso de la teología-política: una potencia nuclear comprometida en una «guerra santa».
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
A todos ustedes, mis queridos Señores, Padres, Hermanos y Hermanas, los felicito de corazón en este domingo, el domingo del perdón, último domingo antes del comienzo de la Cuadragésima, la gran Cuaresma.
Se trata de una fiesta específica de los ortodoxos: el domingo del perdón, que conmemora la expulsión de Adán y Eva del Paraíso (Génesis, 3, 22-24: es, pues, el recuerdo del pecado original, pero también de la promesa de la Redención), es el último antes del paso de la Pequeña Cuaresma (equivalente a lo que antes se llamaba Septuagésima en la Iglesia católica latina) a la Gran Cuaresma, los 40 días antes de la Pascua, en los que el ayuno es mucho más estricto, con una dieta totalmente vegetariana. Es, por supuesto, un momento de intensificación de los esfuerzos espirituales.
Muchos seguidores consideran que la Cuaresma es una primavera espiritual. Coincide con la primavera real y, al mismo tiempo, la consciencia de la Iglesia la considera una primavera espiritual. ¿Y qué es la primavera? La primavera es el renacimiento de la vida, la renovación, la nueva fuerza. Sabemos que es en primavera cuando la poderosa savia brota a tres, cuatro o cinco metros de altura y da vida al árbol. Es realmente un asombroso milagro de Dios, un milagro de la vida. La primavera es el renacimiento de la vida, un gran símbolo de la vida. Y por eso no es casualidad que la principal fiesta de la primavera sea la Pascua del Señor, que también es un signo, una prenda, un símbolo de la vida eterna. Y creemos que esto es así, y esto significa que toda la fe cristiana, que compartimos con ustedes, es la fe que afirma la vida, que está en contra de la muerte, de la destrucción, la que afirma la necesidad de seguir las leyes de Dios para vivir, para no perecer en este mundo ni en el otro.
Las analogías presentadas aquí entre la primavera, el renacimiento y la resurrección son verdaderos tópicos teológicos que uno esperaría ver en una homilía; pero más sutilmente, con la instalación de la oposición entre la «fe que afirma la vida» y la muerte, Kirill se sitúa ya en el terreno de los valores que «defienden la vida» frente a las fuerzas de la decadencia asociadas a Occidente.
Pero sabemos que esta primavera se ve ensombrecida por graves acontecimientos relacionados con el deterioro de la situación política en el Donbas, casi el inicio de las hostilidades. Me gustaría decir algo al respecto.
Esta es una característica llamativa del sermón: nunca se menciona a Ucrania como tal, siempre es el «Donbas» el objeto de la preocupación del patriarca. Pero sabemos que el conflicto va mucho más allá de esta región separatista. Pero la contrainformación rusa tiene todo el interés en volver constantemente al origen del conflicto, como para mostrar mejor a los responsables.
Desde hace ocho años se ha intentado destruir lo que existe en el Donbas.
Se trata de una reiteración palabra por palabra de un tema importante de la propaganda del Kremlin: la guerra comenzó realmente en 2014, cuando Ucrania intentó reducir militarmente a las repúblicas separatistas de Donetsk y Luhansk bombardeándolas. Se trata de una visión que pasa por alto el origen de la creación de esas repúblicas al presentarlas como realidades autónomas y subsistentes, como si no tuvieran su origen en el territorio ucraniano y su separatismo no fuera provocado por el Kremlin como respuesta a la revolución de Maidán.
Y en el Donbas hay un rechazo, un rechazo fundamental a los llamados valores que proponen hoy los que dicen ser líderes mundiales. Hoy, hay una prueba de lealtad a ese poder, una especie de pase a ese mundo «feliz», un mundo de consumo excesivo, un mundo de aparente «libertad». ¿Sabe en qué consiste esta prueba? La prueba es muy sencilla y al mismo tiempo aterradora: se trata de un desfile del orgullo gay. La exigencia de muchos países de organizar un desfile del orgullo gay es una prueba de lealtad a ese mundo tan poderoso; y sabemos que si las personas o los países rechazan esas exigencias, no forman parte de ese mundo, se convierten en forasteros.
Desde el principio, el Patriarca Kirill sitúa el conflicto en el terreno de los valores morales, reduciéndolo a un enfrentamiento entre un Occidente decadente y una Rusia portadora de los valores tradicionales. No importa que el tema de los derechos de las minorías sexuales no tenga absolutamente nada que ver con la guerra del Donbas ni con la invasión de Ucrania, pero le permite a Kirill darle un sentido para los rusos ortodoxos de a pie, muy conservadores en cuestiones sociales. También hay tintes conspirativos en la referencia al «mundo muy poderoso», donde presenta al mundo occidental como uniforme en el tema (aunque tampoco es fácil organizar un orgullo gay en la Polonia oriental…). Así, queda invertido el terreno civilizatorio.
Pero sabemos lo que es ese pecado, promovido por las llamadas marchas del orgullo. Es un pecado condenado por la Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Y Dios, al condenar el pecado, no condena al pecador. Sólo lo llama al arrepentimiento, pero de ninguna manera hace del pecado una norma de vida, una variante del comportamiento humano —respetada y tolerada— por el hombre pecador y su conducta.
Si la humanidad acepta que el pecado no es una violación de la ley de Dios, si la humanidad acepta que el pecado es una variación del comportamiento humano, entonces la civilización humana terminará ahí. Y se supone que los desfiles del orgullo gay demuestran que el pecado es una variante del comportamiento humano. Por eso, para entrar al club de esos países, hay que organizar un desfile del orgullo gay. No hay que hacer una declaración política de «estamos con ustedes», ni firmar acuerdos, sino organizar un desfile del orgullo gay. Sabemos cómo la gente se resiste a estas demandas y cómo esta resistencia es reprimida por la fuerza. Así que se trata de imponer por la fuerza el pecado que es condenado por la ley de Dios, es decir, imponer por la fuerza a la gente la negación de Dios y de su verdad.
En estos dos párrafos, Kirill regresa al terreno religioso, recordando las dos condenas bíblicas explícitas de la homosexualidad (Levítico, 20:13, y Romanos, 24:32). Aquí apela a la voluntad de los fieles ortodoxos de evitar el pecado y su promoción en forma de una movilización política y bélica. El discurso del Orgullo Gay como un acto de lealtad al mundo occidental no tiene obviamente ningún fundamento real, pero tiene resonancias en las críticas rusas a la decadencia: pensemos en el discurso de Aleksandr Solzhenitsyn en Harvard en 1978.
Por lo tanto, lo que ocurre hoy en el ámbito de las relaciones internacionales no es sólo político. Se trata de algo más, algo mucho más importante que la política. Se trata de la Salvación del hombre, del lugar que ocupará a la derecha o a la izquierda de Dios Salvador, que viene al mundo como Juez y Creador de la creación. Muchos hoy en día, por debilidad, estupidez, ignorancia, y la mayoría de las veces porque no quieren resistir, se van allí, al lado izquierdo. Y todo lo que tiene que ver con la justificación del pecado condenado en la Biblia es hoy la prueba de nuestra fidelidad al Señor, de nuestra capacidad de confesar la fe en nuestro Salvador.
Al igual que monseñor Vigano, Kirill mundaniza y politiza aquí realidades que son ante todo espirituales: al identificar la guerra latente entre Rusia y Occidente con el enfrentamiento del Bien y del Mal, no deja ninguna solución alternativa a los fieles de la ortodoxia, y parece estarles diciendo a todos los ortodoxos del mundo que deben elegir el lado de Rusia bajo pena de condena eterna (que es lo que significa «ir a la izquierda del Salvador», cf. Mateo, 25, 33). La prueba de la lealtad política se equipara a la prueba de la tentación espiritual.
Todo lo que digo tiene más que un simple significado teórico y más que un simple significado espiritual. Hoy en día hay una verdadera guerra sobre este tema. ¿Quién denuncia hoy a Ucrania, tras ocho años de represión y exterminio de la población del Donbas, ocho años de sufrimiento? El mundo entero calla, ¿qué significa eso?
Se trata de un argumento clásico de la propaganda del Kremlin, que se indigna por el doble rasero de la indignación mediática en el tratamiento de la guerra entre Ucrania y Donbas, que dice que ha sido «pasada por alto en silencio», y de la invasión de Ucrania, al enmascarar la diferencia de intensidad de lo que se vive: Ucrania nunca ha pretendido «exterminar» a la población del Donbas. Kirill se alinea así con el vocabulario de Putin.
Pero sabemos que nuestros hermanos y hermanas sufren de verdad; además, pueden sufrir por su fidelidad a la Iglesia. Por eso hoy, en este domingo del perdón, yo, por un lado, como su pastor, los invito a perdonar los pecados y las ofensas, incluso cuando es muy difícil hacerlo, cuando la gente está peleando entre sí. Pero el perdón sin justicia es una rendición y una debilidad. El perdón debe, pues, ir acompañado del derecho indispensable a estar del lado de la luz, del lado de la verdad de Dios, del lado de los mandamientos divinos, del lado de lo que nos revela la luz de Cristo, de su Palabra, de su Evangelio, de sus mayores alianzas entregadas al género humano.
En este párrafo, Kirill parece hacer un tímido llamado al apaciguamiento evocando el «perdón», el tema litúrgico del día, pero pronto retoma la palabra con la mención de la justicia, y el llamado a «situarse en el lado de la luz», que es, por tanto, un estímulo vacío para continuar la lucha, ya que se está en el lado correcto. Llama la atención que la frase sobre el «perdón sin justicia» podría aplicarse muy bien para alentar la resistencia del pueblo ucraniano…
Dicho esto, estamos inmersos en una lucha que no tiene un significado físico, sino metafísico. Yo sé que, por desgracia, los ortodoxos, los creyentes, al elegir en esta guerra el camino de la menor resistencia, no reflexionan sobre todo lo que estamos reflexionando hoy, sino que siguen obedientemente el camino que les indican los poderes en turno.
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No estamos condenando a nadie, no estamos invitando a nadie a subir a la cruz, simplemente nos estamos diciendo a nosotros mismos: seremos fieles a la palabra de Dios, seremos fieles a su ley, seremos fieles a la ley del amor y de la justicia, y si vemos violaciones de esta ley, no apoyaremos a los que la destruyen, a los que borran la línea entre la santidad y el pecado, y mucho menos, a los que promueven el pecado como modelo o como patrón de comportamiento humano.
También en este caso, la réplica es sorprendente: Kirill critica una actitud que bien podría aplicarse a sí mismo, dada su notoria cercanía con el Kremlin, así como la de su predecesor Alexis.
Hoy, nuestros hermanos del Donbas, los ortodoxos, están sufriendo y no podemos abandonarlos, sobre todo en la oración. Debemos rezar para que el Señor les ayude a conservar su fe ortodoxa y a no sucumbir a las tentaciones. Al mismo tiempo, debemos rezar para que la paz vuelva cuanto antes, para que la sangre de nuestros hermanos y hermanas deje de correr, para que el Señor conceda la gracia a la tierra del Donbas, que lleva ocho años de sufrimiento y lleva la dolorosa huella del pecado y el odio humanos.
Kirill parece decir que sólo los separatistas del Donbas (y quizá por extensión, los ucranianos prorrusos) son «hermanos ortodoxos»; se olvida de todos los ortodoxos de Ucrania, incluido el amplísimo número de fieles del patriarcado de Moscú, que están bajo su jurisdicción. De este modo, parece designar a una gran parte de su propio rebaño como el enemigo que debe ser eliminado, bastante inaudito para un líder espiritual…
Al entrar en el tiempo de Cuaresma, tratemos de perdonar a todo mundo. ¿Qué es el perdón? Cuando pides perdón a alguien que ha infringido la ley o te ha herido injustamente, no estás justificando su comportamiento, sino que simplemente dejas de odiarlo. Deja de ser tu enemigo, lo que significa que, con tu perdón, lo entregas al juicio de Dios. Este es el verdadero significado del perdón mutuo por nuestros pecados y errores. Perdonamos, renunciamos al odio y al espíritu de venganza, pero no podemos borrar la culpa humana en el cielo; por eso, con nuestro perdón, ponemos a los que cometen faltas en manos de Dios, para que el juicio y la misericordia de Dios se ejerzan sobre ellos. Para que nuestra actitud cristiana ante los pecados, agravios y ofensas de los hombres no sea la causa de su ruina, sino que se cumpla el justo juicio de Dios sobre todos, incluso sobre aquellos que asumen la más pesada responsabilidad, ensanchando la brecha entre hermanos, llenándola de odio, malicia y muerte.
Que el Señor misericordioso ejecute su justo juicio sobre todos nosotros. Y por miedo a que tras ese juicio nos encontremos a la izquierda del Salvador que vino al mundo, debemos arrepentirnos de nuestros propios pecados. Abordar nuestra vida con un análisis muy profundo y desapasionado, preguntarnos qué es bueno y qué es malo, y de ninguna manera justificarnos diciendo: «Tuve una discusión con tal o cual, porque el otro estaba equivocado». Ése es un argumento falso, es un enfoque equivocado. Siempre te debes preguntar ante Dios: “Señor, ¿qué he hecho mal?” Y si Dios nos ayuda a tomar conciencia de nuestra propia iniquidad, debemos arrepentirnos de esa iniquidad.
En los párrafos anteriores, Kirill vuelve por fin a una concepción más espiritual de su papel, predicando en última instancia sobre el tema del día, y explicando así la noción, central para todos los cristianos, del Perdón, seguida de un llamado a practicarlo en la vida cotidiana, y a practicar el examen de consciencia. Todo esto es tradicional en un sermón de (pre)Cuaresma, y el de Kirill sería bastante normal si se hubiera ceñido a esa parte. Sin embargo, la mención de que el perdón significa también la entrega del pecador al «justo juicio de Dios» sigue teniendo un tono amenazante, sobre todo cuando el patriarca lo invoca sobre los que «ensanchan la brecha entre hermanos». Se trata de una referencia a la Iglesia Ortodoxa Ucraniana del patriarcado de Kiev y a su líder, el arzobispo metropolitano Epifanio, a quien se acusa de haber dividido al mundo ortodoxo al separarse de Moscú; Kirill quizá extienda este reproche al patriarca de Constantinopla, que ha reconocido a la Iglesia Ucraniana Autocéfala.
Hoy, en el domingo del perdón, debemos realizar la hazaña de renunciar a nuestros propios pecados e injusticias, la hazaña de ponernos en manos de Dios y el acto más importante: perdonar a quienes nos han ofendido.
Que el Señor nos ayude a todos a vivir los días de Cuaresma de manera que podamos entrar con dignidad en la alegría de la Resurrección de Cristo. Y recemos para que todos los que luchan hoy, que derraman sangre, que sufren, entren también en esta alegría de la Resurrección en paz y tranquilidad. ¿Qué alegría hay si unos están en paz y otros en el poder del mal y en el dolor de las luchas internas?
En conclusión, la orden de rezar por los que luchan (por un solo bando, por supuesto, los soldados rusos), está ahí para esconder el hecho de que no hay ningún llamado a la paz ni a la reconciliación en esta homilía, aunque suceda en el domingo del perdón. Sin embargo, los miembros ucranianos y rusos de su propio clero han pedido en numerosas ocasiones al patriarca Kirill, si no que se pronuncie contra un conflicto fratricida, al menos que rece por el apaciguamiento; el propio representante del Patriarcado de Moscú en Ucrania, el metropolitano Onufre, ha condenado la invasión. Aunque deliberadamente envuelta en términos generales y en un tono espiritual, esta homilía representa en última instancia una clara alineación con la retórica del Kremlin, como en los días de la Unión Soviética.
Que el Señor nos ayude a todos a entrar en el camino de la Santa Cuaresma de tal manera, y no de otra, que pueda salvar nuestras almas y promover la multiplicación del bien en nuestro mundo pecador y a menudo terriblemente equivocado, para que la verdad de Dios reine y gobierne sobre la humanidad. Amén.