Tengo mucho que agradecer por el apoyo y la solidaridad que recibí de tantos amigos y compañeros en Francia, a lo largo del período en que fui objeto de una implacable persecución judicial, política y mediática en mi país 1. Y como ya lo dije, reafirmo una vez más que estos homenajes no me pertenecen a título personal, sino que pertenecen al sufrido y valiente pueblo brasileño, por su lucha permanente por un país y un mundo más justo, menos desigual y más democrático.
La solidaridad con los perseguidos del mundo es una de las tradiciones más admirables del pueblo de París; una tradición que, afortunadamente, persiste en estos tiempos en los que el odio y la intolerancia se extienden. Agradezco especialmente al Comité Lula Libre de Francia, el apoyo que he recibido de compañeros como François Hollande y Jean-Luc Mélenchon, al Consejo de París y la alcaldesa Anne Hidalgo, por mi nombramiento como Ciudadano de Honor de París. Fueron gestos generosos que rompieron el muro de silencio sobre nuestra resistencia en Brasil.
Fueron cinco años de lucha por la verdad y la justicia, hasta que el Tribunal Supremo de Brasil acabó por demostrar la sospecha y la parcialidad del juez que me condenó sin pruebas y sin motivo, como habían denunciado desde el principio mis incansables abogados Cristiano Zanin y Valeska Teixeira Martins.
Siempre entendí que al condenarme, encarcelarme de manera ilegal e intentar proscribirme, se pretendía destruir el proyecto de un país más justo, soberano, comprometido con la sostenibilidad ambiental e integrado democráticamente en el mundo, ese país que los gobiernos del Partido de los Trabajadores representaban y siguen representando en Brasil.
Nuestra victoria en la dura batalla por el restablecimiento de mi inocencia y mis derechos políticos forma parte de la lucha más amplia del pueblo brasileño y de quienes defienden la libertad y la democracia a lo largo y ancho del mundo. Si ganamos, es porque nunca estuve solo. Los 580 días y noches que pasé en la cárcel fueron también 580 días y noches en los que, del otro lado, afuera, bajo el sol o la lluvia, compañeros que ni siquiera conocía personalmente estaban en permanente y solidaria vigilia.
Después de diez años de retroceso
Cuando estuve en Francia, en septiembre de 2011, el mundo aún sufría los impactos de la gran crisis del capitalismo de 2008, resultado de la especulación financiera desenfrenada y descontrolada.
La advertencia sobre los efectos nocivos del calentamiento global ya formaba parte de la agenda. Debatimos sobre la necesidad de reforzar las organizaciones multilaterales y de actuar de forma coordinada por la paz, contra la desigualdad, la miseria y el hambre en el mundo.
Diez años después, los retos fundamentales de la humanidad siguen siendo los mismos. La urgencia de hacerles frente es cada vez mayor; una urgencia agravada por una pandemia que sigue devastando especialmente a las poblaciones de los países más pobres, además de aquellos cuyos gobiernos han negado la Ciencia o, peor aún, han invertido en la muerte, como ha ocurrido en Brasil.
Es duro, pero necesario, admitir que en la última década el mundo ha retrocedido.
No hay manera de explicar a las generaciones futuras que en nuestros tiempos el 1% de la humanidad posee casi la mitad de la riqueza del planeta, mientras 800 millones de personas pasan hambre. O explicar que unos pocos privilegiados viajan al espacio por capricho de un multimillonario, mientras millones de familias no tienen ni siquiera un lugar donde vivir.
No hay justificación para no haber gravado las transacciones financieras mundiales y creado fondos para el desarrollo y la lucha contra la pobreza.
Una razón para la esperanza
Es ante estos desafíos que se me invita a hablar del papel de Brasil en el futuro próximo. A pesar de la gravísima situación y de todos los retrocesos que se han impuesto al país y al pueblo brasileño en los últimos años, quiero traer una palabra de esperanza.
Es inevitable comparar la posición que Brasil había alcanzado en las relaciones internacionales con el aislamiento en el que se encuentra hoy. Esto no es casualidad. Es el resultado de una disputa por el poder que extrapoló los límites de la Constitución y el respeto a la democracia, hasta culminar en el golpe del impeachment sin delito de la presidenta Dilma Rousseff en 2016, y todo lo que vino después.
El objetivo no disimulado del golpe fue revertir el proyecto de un país soberano, centrado en el desarrollo económico, social y ambientalmente sostenible, con creación de empleo y distribución de la renta para la inmensa mayoría históricamente excluida.
Aumentamos significativamente la inversión pública en políticas sociales y de infraestructura para el crecimiento, reduciendo y controlando la inflación y la deuda pública. Brasil se convirtió en la sexta economía del mundo. En 12 años, creamos 20 millones de empleos formales, aumentamos el salario mínimo en un 74% y, gracias a un conjunto de programas, con el Bolsa Família como el más conocido, sacamos a 36 millones de personas de la pobreza. En 2012, Brasil fue eliminado del Mapa del Hambre de la ONU.
Creamos 18 universidades, con 178 nuevos campus y 422 escuelas técnicas en todo el país. El Estado creó y comenzó a garantizar el crédito educativo, amplió la oferta de plazas y reservó cupos para estudiantes negros, indígenas y de escuelas públicas en las universidades. La matriculación en la enseñanza superior pasó de 3,5 millones a 8 millones y, por primera vez, los negros, mulatos e hijos de trabajadores se convirtieron en mayoría en las universidades públicas de Brasil.
De este modo, redujimos la desigualdad y, al mismo tiempo, profundizamos la democracia.
Suelo decir que todo esto ocurrió porque, también por primera vez, pusimos a los pobres y a los trabajadores en el presupuesto federal, el Orçamento da União, demostrando que no constituyen el problema, sino la solución para el país.
El proceso de destrucción nacional
Transformaciones de esta magnitud parecen intolerables para unas élites forjadas en un proceso histórico marcado por la apropiación violenta de la tierra y las riquezas naturales, por el genocidio de los indígenas y por más de tres siglos de esclavitud de los pueblos africanos.
Habíamos interrumpido un ciclo de políticas económicas neoliberales, de contracción del Estado y de privatización sin criterio. Fuimos contra poderosos intereses económicos, financieros y geopolíticos dentro y fuera de Brasil. Fue para interrumpir ese proyecto de país soberano y reanudar el ciclo neoliberal que mintieron al país hasta conducir a un gobierno autoritario y oscurantista a la presidencia de la República.
En realidad, el proceso de destrucción nacional en curso en Brasil solo podría ser dirigido por un gobierno antidemocrático, en un país envenenado por la industria de las fake news y en el que la oposición está excluida de los debates en los principales medios de comunicación.
Han destruido cadenas económicas esenciales: los sectores de ingeniería, petróleo y gas, y están destruyendo la mayor empresa del pueblo brasileño, Petrobras. Han erosionado las finanzas públicas y, a contracorriente de sus promesas, han minado la confianza de los inversores. Han transformado Brasil en una economía en la que solo obtienen beneficios los especuladores y los oportunistas.
El resultado es que en tan solo cinco años los trabajadores han perdido derechos fundamentales, el desempleo y el coste de la vida se han disparado, los programas sociales se han abandonado o interrumpido, incluyendo el de Bolsa Família. El hambre forma parte una vez más de la vida cotidiana de las familias.
El gobierno desmantela políticas públicas exitosas y persigue a científicos, artistas, profesores y líderes sociales; fomenta la destrucción de los bosques y la minería ilegal.
Este gobierno colocó a Brasil de espaldas hacia el mundo y es el pueblo el que más sufre por ello.
Por todo ello, una nueva inserción de Brasil en el escenario mundial pasa necesariamente por la reconstrucción del país, en un proceso de elecciones democráticas y verdaderamente libres, sin fake news, a diferencia de lo ocurrido en 2018.
Brasil en el mundo: tras el aislamiento, ¿el regreso al primer plano?
El aislamiento político y diplomático de Brasil es perjudicial no solo para nuestro país, sino para la comunidad de naciones. Me atrevo a decir que nuestra participación activa en los principales foros mundiales es muy escasa para el mundo.
Brasil es mucho más que un inmenso territorio, un gran mercado y una economía que hasta hace poco era uno de los mayores destinos de la inversión productiva. Brasil son 213 millones de seres humanos, de los más diversos orígenes, con capacidad de trabajar, aprender, enseñar y soñar. Un país defensor del diálogo, con una tradición de convivencia pacífica y respeto a la autodeterminación de los pueblos.
Tenemos mucho que aportar en cuestiones como la lucha contra la pobreza y el hambre; el diálogo político; la construcción de la paz; el equilibrio geopolítico del mundo; la democratización de las relaciones financieras y comerciales entre países; y la lucha contra la emergencia climática. Tenemos mucho que aportar a la seguridad alimentaria del planeta, la economía mundial, la cultura, la ciencia y la tecnología.
Como el pueblo brasileño vuelve a decidir el rumbo del país, estoy seguro de que actuaremos con firmeza en el conjunto de las iniciativas para superar la indecente desigualdad entre países, y para garantizar la seguridad ambiental del planeta. Esta es nuestra vocación y era la práctica que nos guiaba cuando gobernábamos.
Recuerdo que fuimos a la Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático en Copenhague, allá por 2009, donde presentamos el objetivo voluntario de reducir las emisiones de CO2 en un 39% para 2020, compromiso que fue transformado en ley por el Congreso Nacional. Aquella actitud nos dio legitimidad para convocar a los grandes países a la mesa, lanzando allí las semillas de lo que sería el Acuerdo Climático de París de 2015.
Nuestra credibilidad se vio respaldada por la reducción del 75% de la tasa de deforestación, el nivel más bajo alcanzado hasta entonces. Nuestro gobierno fue responsable del 74% de las unidades de conservación forestal y medioambiental creadas en el mundo en ese periodo. Presenté esos datos en Sciences Po, en 2011 y, a pesar de todos los contratiempos, es lo que realmente representa el compromiso del pueblo brasileño con el planeta en el que vivimos.
Somos plenamente conscientes de la necesidad de preservar la Amazonia, por una razón muy sencilla y poco extendida: en ella viven más de 25 millones de brasileños y brasileñas, incluido pueblos indígenas, poblaciones ribereñas, pescadores y extractivistas. Nadie tiene más interés en preservar la selva, sana y en pie, que quienes viven de ella, en necesario equilibrio.
Hemos delimitado más de 50 millones de áreas de protección forestal en nuestros gobiernos, para que puedan convivir los indígenas, los quilombolas y las poblaciones locales en armonía con la naturaleza. Fomentamos la investigación científica y el uso sostenible de los recursos amazónicos en beneficio de la humanidad.
Los que destruyen, degradan, incendian y deforestan son invasores que, durante nuestro periodo, venían siendo cada vez más reprimidos por la ley y por el Estado, pero bajo el actual gobierno se les ha dado un salvoconducto para cometer sus delitos.
Somos nosotros los más radicalmente interesados en mantener vivo ese patrimonio natural, sin renunciar a nuestra soberanía ni a nuestra responsabilidad intransferible. Fue así como obtuvimos, por ejemplo, el apoyo financiero de Alemania y Noruega para crear el Fondo Amazonia, que lamentablemente fue convertido en algo inviable por el actual gobierno de Brasil.
La importancia de la integración regional en un mundo multipolar
Fue para abrirnos al mundo, de manera soberana y solidaria, que nos comprometimos con la integración latinoamericana comenzando por América del Sur. Fortalecimos el Mercosur, creamos Unasur, el Instituto Sudamericano de Gobierno en Salud, el Consejo de Defensa Sudamericano y luego la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la CELAC.
No es insignificante, teniendo en cuenta la historia, que hayamos establecido en América Latina y el Caribe un foro político y diplomático autónomo de Estados Unidos.
En mi opinión, el avance de la integración regional permitirá que nuestros países contribuyan eficazmente a un diálogo global más democrático. Por eso también innovamos con la creación del Foro Trilateral IBSA, con India y Sudáfrica, y del BRICS, que incluye a Rusia y China.
Ampliamos el comercio y las relaciones con la Unión Europea y avanzamos en la asociación estratégica y de defensa con Francia. Cooperamos con los países africanos, establecimos un nuevo diálogo con los países árabes y con China, sin perjuicio de las relaciones comerciales y diplomáticas que teníamos con otros países.
Fueron avances importantes, en el marco de una visión de un mundo multipolar, cuyas consecuencias prácticas contribuyeron a la defensa de unas relaciones económicas y políticas más equilibradas entre los países. La necesidad de reforzar o renovar el sistema multilateral, haciéndolo más eficaz mediante su democratización, es una cuestión dramáticamente urgente para el mundo.
Reformar el sistema multilateral
Nunca he estado satisfecho con que los países ricos no siguieran las resoluciones del G20 en las reuniones de Londres y Pittsburgh en 2009.
Más allá de la frustración por lo que se dejó de hacer, me preocupa que la comunidad internacional haya hecho tan poco para evitar otra crisis a una escala aún mayor. El sistema financiero globalmente integrado ejerce su poder de forma instantánea sobre la vida de 7.800 millones de personas.
¿Tendremos que esperar hasta la próxima crisis para volver a hablar de la necesidad de una gobernanza mundial democrática? ¿Hasta cuándo la codicia de los ricos, el aislacionismo de los gobiernos y el individualismo prevalecerán sobre los intereses del planeta y de la humanidad?
Estamos hablando de la responsabilidad de los Estados nacionales y de la recuperación del papel de la Política, en su sentido más elevado, para afrontar juntos y de forma coordinada el reto de la desigualdad.
El atraso, la pobreza y el hambre no son mandamientos divinos. Son el resultado de lo que hacemos o dejamos de hacer en este mundo.
La experiencia me ha demostrado que para enfrentar la desigualdad en un país, el rol del Estado es central para recaudar y distribuir, para planificar y ejecutar políticas públicas integrales, para garantizar los derechos de los más débiles. Estas funciones ejerce el Estado cuando se gobierna democráticamente, coexistiendo con la energía de una sociedad libre: partidos, movimientos, prensa, universidades e individuos.
La desigualdad entre pueblos y países tampoco nació con la humanidad. Es el resultado de procesos históricos que han privilegiado a algunos en detrimento de muchos, en un círculo vicioso, hasta llegar al punto en que nos encontramos.
Es cierto que no tenemos respuestas preparadas a estas preguntas, pero es aún más cierto que solo empeorarán si permanecemos quietos y todo sigue como está.
Debemos buscar esos caminos en un diálogo democrático, sincero y con sentido de la justicia, al que Brasil tendrá mucho que aportar, en cuanto vuelva a ser un país soberano.
El mundo sigue viviendo la gran crisis provocada por la pandemia. Como ocurrió tras otras grandes crisis, es necesario reconstruir las instituciones internacionales sobre nuevas bases. No podemos seguir rigiéndonos por el sistema creado tras la Segunda Guerra Mundial. Es urgente convocar una conferencia mundial, con representación de todos los Estados y la participación de la sociedad civil, para definir una nueva gobernanza mundial que sea justa y representativa.
En este planeta que compartimos, el futuro de la humanidad debe construirse con diálogo y no con autoritarismo, con paz y no con violencia; con más libros y no con más armas; con más escuelas y menos cárceles. Con más verdades y menos mentiras. Con más respeto por la naturaleza, para asegurar el agua, el aire y la vida para nuestros hijos y nietos. Con más acogida y solidaridad, y menos exclusión. Con más amor y menos odio.
La posición de Brasil ante la rivalidad entre Estados Unidos y China
No puedo hablar en nombre de Brasil: no soy autoridad brasileña. Lo que puedo decir es lo que pienso. Hemos conversado con algunos compañeros para que no nos enfrentemos a una segunda Guerra Fría, luego de la primera Guerra Fría entre el capitalismo y el comunismo, entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Ahora es la revolución tecnológica la que marca la disputa entre Estados Unidos y China. No tenemos por qué aceptarlo. Y es por eso que tenemos que tratar de perfeccionar nuestro trabajo en América del Sur, en América Latina, mejorando nuestras relaciones y tratando de establecer un acuerdo con la Unión Europea.
Esto es lo que puedo decir. Tuve un encuentro con el compañero Olaf Scholz, que será el futuro Canciller de Alemania, para conversar un poco sobre el futuro de un acuerdo entre América Latina y la Unión Europea. Me encontré con el Presidente Macron y conversé sobre este mismo asunto, porque sé cuál es el papel de Francia y sé cuál es el papel de Brasil. Después conversé con el Primer Ministro de España e incluso con otras personas. La razón es que nosotros tenemos una pequeña divergencia. Nosotros, en América del Sur y en América Latina, queremos desarrollarnos desde el punto de vista industrial, para que podamos exportar productos manufacturados de mayor valor agregado. Históricamente, nosotros exportamos soja, harina de soja, aceite de soja, de maíz y minerales de hierro. Para que se hagan una idea, hace treinta años, 30% de la economía brasileña era industrial. Hoy es apenas el 11%. Tendremos entonces que hacer un esfuerzo inmenso, inconmensurable, extraordinario para volver a industrializar el país. Nosotros también queremos producir productos con valor agregado.
Creo en particular que Brasil tiene que conversar muy seriamente con China y que Brasil tiene que conversar muy seriamente con Estados Unidos. No creo que Brasil tenga que estar a un lado. Tiene que pesar por los dos lados. Brasil no es un país que tenga una cultura anti-americana, ni que la quiera tener. Queremos que también nos permitan ser grandes y fuertes, que nos permitan entrar en el juego. Ahora, cuando a Brasil le pasan la bola, la patea y sale corriendo.
Brasil son 500 años de espera. Hace 500 años que estamos esperando crecer, que pretendemos desarrollarnos. Y aún nunca hemos llegado allí donde queremos llegar. Hay cosas entonces que no podemos aceptar. Creo que Brasil cuenta con una autoridad moral ahora que tendrá un Presidente democrático, una persona civilizada. Brasil se sentará con la UE, como nos hemos sentado muchas veces, y se sentará con India y China. En su momento, participé en muchas reuniones de la Organización Mundial del Comercio. Mucha gente conversaba con cierto nerviosismo conmigo cuando reconocí a China como economía de mercado. Y reconocí a China como economía de mercado porque quería que China estuviera dentro de la OMC. Era muy difícil hacer una reunión de la OMC con China fuera. Tenía que estar dentro para que pudiéramos negociar. Ese es el tipo de trabajo que Brasil puede hacer. Creo que ahora que Brasil regresará a la normalidad democrática, la normalidad ética, la normalidad de la civilización, podrá tener un peso en las discusiones y ayudar a encontrar salidas. Creo con toda humildad que, en este instante, Europa precisa de Brasil como sostén para llegar a un acuerdo y para que tengamos un bloque más fuerte. El mundo está compuesto de bloques. Nos tenemos que juntar para tener mayor fuerza y hacer que la economía mundial sea más solidaria.
Las prioridades de un eventual gobierno Lula
A veces me encuentro frustrado porque Dios quiso que yo participara del momento más excepcional en términos de democracia y de inclusión social en América Latina. Fue un momento muy importante: Michelle Bachelet en Chile, Cristina Kirchner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador, Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia.
Se suele hablar de Evo Morales como si fuese un cualquiera. Evo Morales fue un Presidente indígena, el que más políticas de inclusión social ha promovido en Bolivia. Gracias a él, Bolivia tiene hoy más reservas internacionales que el equivalente a su PIB. Es cierto: él quiso ser Presidente otra vez. Yo sinceramente estaba en contra. En un sistema presidencial, uno no puede tener cuatro mandatos. Algo que no es así parlamentarismo, donde uno puede tener 50. Merkel acaba de terminar 16 años de gestión, Miterrand ha tenido 15, Tony Blair 12, Margaret Tatcher 16. En la democracia presidencialista, eso no se puede.
Nuestra relación con Perú era muy buena. Perú tiene un problema fantástico: durante todo el gobierno de Toledo y todo el gobierno de Alán García, la economía peruana crecía a un ritmo de 7% anual. Sin embargo, no había ni una mejora en la calidad de vida del pueblo. No sé por qué no se hacían políticas sociales.
Sinceramente creo que viví un momento excepcional. Las personas hablan mucho de Chávez. Chávez era una de las personas más extraordinarias que conocí. A veces no concordábamos con él. Le decíamos que no peleara tanto, que se quedara quieto. A veces peleaba de más, pero era un ser humano extraordinario. Si se encontraran con Chávez y tuvieran media hora de conversación con él, se irían encantados.
Teníamos también a Uribe, Presidente colombiano de derecha. Tenía una relación muy buena, muy civilizada con nosotros, muy respetuosa. Brasil tenía relación con Guyana, con Nicaragua, con Cuba, con Costa Rica. Visitamos todos los países más de una vez. Visitamos casi 30 países africanos. Abrimos una universidad en Mozambique. Abrimos una fábrica en Mozambique para producir remedios contra el HIV para toda África, que creo que ya cerró. Llevamos a Embrapa a Ghana porque imaginábamos que la sabana africana tenía la misma capacidad productiva que el cerrado brasilero. Todo eso acabó. Y todo eso puede volver si el pueblo así lo desea.
Notas al pie
- Este texto es una traducción del discurso del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva en Sciences Po Paris y moderado por Gaspard Estrada (director ejecutivo del OPALC), el 16 de noviembre de 2021.