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Abandonar Ucrania a la Rusia de Putin y Taiwán a la China de Xi sin pestañear podría ser la estrategia de Washington.

Para los estrategas trumpistas, el mundo nunca ha sido tan seguro —excepto alrededor de Estados Unidos—.

En un documento de unas cuarenta páginas que traducimos y comentamos por primera vez en su totalidad, dos autores cercanos al Pentágono de Trump articulan una doctrina que pretende influir en el posicionamiento de Estados Unidos: desde Corea hasta Ucrania, pasando por Taiwán, recomiendan retirarse de casi todos los frentes.

¿Es la Fed el último bastión contra la destrucción del Estado de derecho en Estados Unidos?

La teoría del ejecutivo unitario desplegada por la administración de Trump busca recuperar el control sobre las agencias, cuya independencia garantiza, sin embargo, su eficacia.

La Unión propone otro modelo. Para Daniel Segoin, la responsabilidad ante el juez del Banco Central Europeo es un medio para preservar tanto su legitimidad política como la estabilidad monetaria y el atractivo económico.

Desde hace unos diez años, Maya Kandel sigue a los intelectuales del movimiento nacional-conservador que se han adherido y luego teorizado a posteriori el trumpismo.

Desde el Claremont Institute en 2016 hasta Curtis Yarvin en la actualidad, pasando por el Proyecto 2025 de la Heritage Foundation, nos ayuda a trazar las grandes líneas de esta historia y a identificar a sus protagonistas.

Hacer una arqueología de esta coalición ideológica permite comprender por qué ahora somos un objetivo: «la Unión es una gran potencia que molesta a los trumpistas».

«Existe una economía basada en la estafa y el fraude profundamente arraigada en Estados Unidos».

¿Y si en realidad fuera muy fácil entender qué es lo que mantiene a Trump en el poder?

Según Henry Farrell, más que una coherencia ideológica entre facciones heterogéneas, son las ambiciones individuales, el oportunismo a corto plazo, el nepotismo o el miedo al rey-presidente lo que guía a los principales protagonistas de la escena trumpista.

Esa es también la clave para doblegarlos.

El proyecto que nos llega desde el otro lado del Atlántico nos deja estupefactos.

Pretende transformar la democracia estadounidense en una especie de monarquía extraña, controlada por los señores de la tecnología y una nueva dinastía.

El hecho de que este proyecto nos parezca totalmente irracional no impide que exista —aunque es difícil de describir, es necesario comprenderlo—.

Para orientarnos en el espacio fugaz, filiforme y desorganizado de esta contrarrevolución, publicamos hoy el primer Atlas del pensamiento neorreaccionario.

Donald Trump, a quien el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ya llama «papá», busca transformar la sociedad y la política estadounidenses en un proyecto radical: primero la monarquía —luego el imperio—.

Pero la trayectoria que quiere imponer a Estados Unidos y Europa no es irresistible.

Para el historiador Gary Gerstle, en ausencia de una política económica clara, el proyecto revolucionario trumpista podría derrumbarse bajo el peso de sus profundas contradicciones.

Por primera vez, un estudio científico ha intentado medir el impacto del uso repetido de ChatGPT en el cerebro.

Los resultados —publicados en un preprint por el MIT Media— marcarían una clara tendencia: trabajar con modelos de lenguaje de IA provocaría una pérdida de control cognitivo y modificaría el comportamiento.

Más preocupante aún: los usuarios integrarían pasivamente los sesgos algorítmicos de los diseñadores de LLM.

Resumimos las principales conclusiones de un estudio que tiene el mérito de abrir el debate sobre una nueva frontera geopolítica —nuestro cerebro—.

«Estamos construyendo un cerebro para el mundo».

«ChatGPT ya es más potente que cualquier ser humano que haya existido jamás».

«Que nuestro camino hacia la superinteligencia sea fluido, exponencial y sin contratiempos».

Traducimos y comentamos las predicciones del fundador de OpenAI —el último texto de Sam Altman escrito sin la ayuda de ChatGPT—.