El 28 de septiembre de 2025, la República de Moldavia acudió a las urnas en un contexto de polarización sin precedentes que trasciende con creces el marco de unas simples elecciones legislativas. Algo más de 1,6 millones de votantes participaron en las elecciones, lo que supone una participación del 52%, y dieron una escasa mayoría de escaños al partido presidencial.

No obstante, este último reunió a casi uno de cada dos votantes al término de las elecciones, una cifra notable y cercana al resultado de las anteriores elecciones legislativas de julio de 2021. 

Si se tiene en cuenta la oferta política, estas elecciones cristalizan el principal enfrentamiento geopolítico de la Europa contemporánea: por un lado, la Unión Europea y sus valores democráticos; por otro, Rusia y su estrategia de desestabilización híbrida. Para este pequeño país de 2,6 millones de habitantes, encajonado entre la Ucrania en guerra y la frontera oriental de la Unión, lo que estaba en juego era existencial.

Desde que obtuvo el estatus de candidato a la adhesión a la Unión Europea en junio de 2022, Moldavia se ha convertido en un laboratorio de nuevas formas de confrontación entre potencias rivales. Moscú despliega allí un sofisticado arsenal de influencia: desinformación masiva, corrupción electoral a gran escala, formación paramilitar de agitadores, manipulación energética. Por su parte, la Unión Europea responde con un apoyo diplomático y financiero sin precedentes, lo que convierte a Moldavia en una prueba crucial para su política de ampliación.

Así, estas elecciones han trascendido la dimensión nacional para convertirse en un indicador de los profundos cambios que se están produciendo en el orden geopolítico europeo. Se produce en un contexto en el que las técnicas de injerencia se sofistican —desde las redes sociales potenciadas con inteligencia artificial hasta las operaciones de formación militar en Serbia— y en el que las democracias europeas experimentan con nuevos mecanismos de protección, que van desde la exclusión de partidos por financiación ilegal hasta sanciones específicas contra las redes de influencia.

Para la presidenta proeuropea Maia Sandu, que calificó estas elecciones como «las más importantes de la historia» del país, la batalla se libró en varios frentes simultáneamente. Frente a una oposición prorrusa movilizada y financiada por circuitos ocultos, el Partido Acción y Solidaridad (PAS) apostó por una estrategia de aislamiento arriesgada, pero finalmente ganadora, rechazando cualquier alianza preelectoral en favor de una movilización total del electorado proeuropeo.

Una democracia en tensión entre las aspiraciones europeas y las resistencias internas

Estas elecciones se celebraron en un contexto de polarización política sin precedentes en Moldavia. Maia Sandu, en un discurso marcial pronunciado unos días antes de las elecciones, hizo un llamamiento para repeler a los «traidores» y los «ladrones». Por su parte, el principal bloque de la oposición, el Bloque de Patriotas, no dudó en llamar a sus seguidores a manifestarse para impedir cualquier fraude electoral.

Las elecciones se celebraron según el sistema de representación proporcional a una vuelta, con umbrales electorales diferenciados: 2% para los candidatos independientes, 5% para los partidos políticos y 7% para los bloques electorales (compuestos por varios partidos). Esta arquitectura institucional, concebida para favorecer el pluralismo, revela hoy toda la complejidad del fragmentado panorama político moldavo.

La campaña electoral cristalizó la oposición frontal entre dos visiones irreconciliables del futuro de Moldavia. Por un lado, el Partido Acción y Solidaridad (PAS) de la presidenta Maia Sandu defendió una agenda proeuropea, portadora de reformas democráticas y de la adhesión a la Unión Europea. Por otro lado, la oposición prorrusa, compuesta por comunistas y socialistas, y por partidos satélites agrupados en el Bloque Electoral Popular (BEP), aboga por un acercamiento a Moscú. La oposición prorrusa intentó, sin éxito, aprovechar el cansancio social y económico de una población que se enfrenta a reformas exigentes, lo que puso de manifiesto las tensiones entre las aspiraciones europeas y las difíciles realidades económicas cotidianas.

Sin embargo, esta bipolarización no oculta por completo la fragmentación real del panorama político. Formaciones como Alternativa, bloque liderado por el alcalde de Chisinau, Ion Ceban, el partido político Democratia acasa («democracia en casa», PPDA) de Vasile Costiuc o Nuestro Partido de Renato Usatii, encarnan posiciones intermedias o populistas que complican la lectura puramente geopolítica de los comicios.

Más allá de las divisiones partidistas, las elecciones de 2025 ponen de relieve las profundas divisiones que atraviesan la sociedad moldava. Las regiones autónomas de Gagauzia y la cuestión sin resolver de Transnistria constituyen retos identitarios cruciales, en los que la población local expresa su reticencia ante el proyecto europeo, como se vio en el referéndum de octubre de 2024 sobre la inclusión de la referencia a la integración europea en la Constitución. Así, sólo el 3,19% de los gagauzos votaron al partido presidencial, prefiriendo al Bloque de Patriotas con un 82,35%. En cuanto a Transnistria, las doce mesas electorales dieron una mayoría al Bloque de Patriotas (51,02%), pero una proporción significativa votó al PAS (29,89%).

Las divisiones entre lo urbano y lo rural y entre generaciones amplifican estas tensiones. Mientras que Chișinău y los centros urbanos se inclinan mayoritariamente hacia Europa, las zonas rurales moldavas siguen estando influenciadas por un clero ortodoxo activo y apegadas a los lazos históricos con Rusia. Si bien es en la capital donde el Bloque Alternativa del alcalde de la ciudad obtuvo sus mejores resultados, con algo menos del 15%, es el PAS el que se lleva la mayoría de los votos. Por último, el contexto electoral de 2025 se caracteriza por una desconfianza generalizada hacia las élites políticas tradicionales. Esta desconfianza, alimentada por décadas de corrupción e inestabilidad gubernamental, debilita las alianzas partidistas y genera una movilización electoral especialmente volátil. Esta inestabilidad democrática explica en parte el surgimiento de formaciones populistas y antisistema, que aprovechan la frustración popular ante las promesas incumplidas de los partidos establecidos.

Una mujer sale de una cabina electoral durante las elecciones legislativas, en Chisinau, Moldavia, el domingo 28 de septiembre de 2025.

Reformas electorales para hacer frente a los intentos de desestabilización

A raíz de las elecciones de 2024 y teniendo en cuenta los retos que plantea garantizar la integridad de las elecciones, las autoridades moldavas han emprendido un amplio programa de reformas electorales. Así, la Ley n.º 100, de 13 de junio de 2025, reforzó significativamente la lucha contra la corrupción electoral, estableciendo sanciones más severas contra la compra de votos y la financiación oculta de campañas. Paralelamente, se han endurecido los requisitos de integridad para los candidatos, con verificaciones más estrictas de sus declaraciones patrimoniales y sus antecedentes penales. Estas medidas tienen por objeto restablecer la confianza de los ciudadanos en el proceso democrático. Por último, también se han adaptado las modalidades de votación para tener en cuenta la realidad migratoria moldava.

La decisión más emblemática de esta ofensiva reformista es la exclusión de las elecciones del bloque «Victoria» del oligarca exiliado Ilan Shor por financiación ilegal, una decisión que se inscribe en un contexto más amplio de lucha contra la injerencia rusa. Esta exclusión tiene su eco internacional en la iniciativa del Consejo de la Unión Europea, que el 15 de julio de 2025 incluyó a siete personas y tres entidades en la lista por acciones desestabilizadoras de la República de Moldavia. Esta coordinación entre la justicia moldava y las sanciones europeas es prueba de un enfoque integrado de la lucha contra la injerencia, que transforma la exclusión electoral en una herramienta geopolítica de protección democrática. Según las autoridades electorales, el partido utilizó recursos financieros no declarados y se sospecha que pagó a los votantes para influir en el resultado de las elecciones, lo que ilustra la persistencia de los intentos de eludir las normas democráticas.

La sucesiva exclusión de formaciones prorrusas continuó hasta los últimos días de la campaña. De hecho, dos días antes de la celebración de las elecciones, la prohibición de dos partidos prorrusos, Moldova mare («Gran Moldavia») y el de Irina Vlah («Corazón de Moldavia», miembro del Bloque de Patriotas) suscitó las críticas de la oposición. Paradójicamente, la exclusión de las formaciones prorrusas corre el riesgo de acentuar la radicalización de la oposición y alimentar las acusaciones de deriva autoritaria. Esta dinámica podría debilitar la legitimidad democrática de las elecciones.

Más allá de las espectaculares exclusiones, la reforma de 2025 establece requisitos más estrictos de integridad para los candidatos. Estas nuevas disposiciones imponen verificaciones exhaustivas de las declaraciones patrimoniales, las fuentes de financiación y los antecedentes penales de los candidatos. El objetivo es prevenir la infiltración de actores comprometidos con intereses extranjeros o actividades ilegales. Estas medidas preventivas van acompañadas de un endurecimiento de las sanciones en caso de violación de las normas de financiación electoral. La Ley n.º 100, de 13 de junio de 2025, mencionada anteriormente, establece un arsenal represivo disuasorio, con multas sustanciales y prohibiciones de elegibilidad para los infractores. Este enfoque penal de la integridad electoral tiene por objeto aumentar el coste del incumplimiento de las normas democráticas.

La adaptación de las modalidades de voto constituye otro aspecto crucial de esta reforma. El control reforzado del voto de la diáspora responde a una doble exigencia: garantizar el ejercicio democrático de los moldavos residentes en el extranjero y prevenir al mismo tiempo las manipulaciones electorales. Esta población, tradicionalmente proeuropea, representa un reto electoral importante que requiere procedimientos seguros. No obstante, cabe señalar que, a pesar de la multiplicación de los colegios electorales en 41 países (301, de los cuales 75 en Italia, 36 en Alemania y 26 en Francia), Rusia, cuyo electorado es menos favorable al partido en el poder, sólo ha acogido dos colegios electorales a pesar de contar con una diáspora numerosa (estimada en 300.000 personas), lo que plantea dudas sobre la equidad de la votación en este aspecto. 

La estrategia ganadora del «espléndido aislamiento» del PAS

Seguro de su fuerza y de la imagen de su presidenta, el Partido Acción y Solidaridad adoptó una estrategia de aislamiento voluntario que constituía una apuesta de alto riesgo sobre su capacidad de movilización electoral. A pesar de las solicitudes para formar alianzas preelectorales, el PAS optó por mantener su estrategia solitaria, rechazando a todos los demás partidos, considerados prorrusos.

Esta postura de aislamiento estratégico se basó en varios cálculos políticos. Por un lado, permitía al PAS preservar la pureza de su mensaje proeuropeo sin diluir su programa, evitando compromisos que pudieran empañar su imagen de partido reformista íntegro. Por otro lado, tenía como objetivo maximizar la movilización del electorado proeuropeo presentando las elecciones como una elección binaria entre el proyecto europeo y las fuerzas de la oposición. Al rechazar cualquier alianza preelectoral, el PAS se privaba de posibles socios naturales para la formación de una mayoría gubernamental, especialmente en un contexto en el que las encuestas sugerían una erosión de su apoyo electoral.

La presidenta Maia Sandu apostó por la capacidad del PAS para reproducir la dinámica de movilización que le había permitido obtener el 52,8% de los votos y 63 diputados en julio de 2021. Esta estrategia se basaba en la hipótesis de que la polarización geopolítica exacerbada por la guerra en Ucrania reforzaría la cohesión del electorado proeuropeo en torno al partido gubernamental. En un sistema parlamentario en el que la formación de coaliciones suele ser la norma, el aislamiento voluntario del PAS resultó, contra todo pronóstico, rentable. Sin duda, la dramatización de los retos también contribuyó en gran medida a ello. 

Soldados esperan frente a un colegio electoral para votar en las elecciones legislativas, en Chisinau, Moldavia, el domingo 28 de septiembre de 2025.

Entre pragmatismo y polarización: las contradicciones de la renovación política moldava

Estas elecciones revelaron una transformación estructural del panorama político moldavo, marcada por la erosión de los puntos de referencia tradicionales y la aparición de nuevas configuraciones partidistas.

Ciertamente, el Bloque de Patriotas, compuesto por el Partido Socialista del expresidente Igor Dodon (2016-2020), el Partido Comunista de otro expresidente, Vladimir Voronin (2001-2009), y el Partido por el Futuro de Moldavia de Vasile Tarlev (ex primer ministro de 2001 a 2008), sigue siendo un referente político sólido. A pesar de los ajustes impuestos por la Comisión Electoral Central (exclusión de 26 candidatos vinculados a «Corazón de Moldavia» de Irina Vlah), el bloque respetó las cuotas de género y pudo mantener su participación. Bajo el lema «¡Creemos en Moldavia!», el BEP se ha afirmado como el principal polo prorruso y soberanista, en oposición frontal al Partido Acción y Solidaridad (PAS) en el poder, proeuropeo. La noche de las elecciones, Vlad Batrîncea, diputado socialista y candidato del BEP, acusó al PAS de intimidar a la población e impedir que los ciudadanos votaran. En este contexto, el BEP se posicionó como víctima de obstáculos y defensor de la unidad nacional, tratando de encarnar la oposición popular frente al poder proeuropeo.

La aparición del Bloque Alternativa, una nueva formación fundada el 31 de enero de 2025 y liderada por figuras destacadas como el alcalde de Chișinău, Ion Ceban, el exfiscal general Alexandre Stoianoglo y el ex primer ministro Ion Chicu, ilustra esta recomposición. Esta formación política encarna un intento de superar la polarización geopolítica posicionándose como «ni-ni » (ni Rusia, ni Occidente), aprovechando el cansancio de un electorado fatigado por la confrontación ideológica permanente. Esta postura «posideológica» responde a una demanda social real, como lo demuestran las encuestas que indican que una parte significativa de los votantes moldavos da prioridad a las preocupaciones socioeconómicas frente a las cuestiones geopolíticas. Sin embargo, esta estrategia de superar la polarización sufrió un importante revés diplomático el 9 de julio de 2025, cuando a Ion Ceban se le prohibió el acceso a Rumanía y al espacio Schengen por razones de seguridad nacional.

Otro partido que entró en el Parlamento fue el Partidul Nostru, liderado por Renato Usatîi, que se presentó como una formación populista y antisistema, con el objetivo de captar el voto de protesta. Con un discurso crítico hacia la corrupción de las élites y las divisiones geopolíticas tradicionales, Usatîi se posicionó como una alternativa «ni del Este ni del Oeste», centrada en la justicia social y la proximidad con los ciudadanos. Durante la campaña de septiembre de 2025, el PN intentó movilizar a su electorado urbano y joven, apoyándose en el carisma de su líder y en un estilo directo, a veces provocador. En cuanto al último partido en entrar en el Parlamento, Democrația Acasă, dirigido por Vasile Costiuc, es una pequeña formación política que se presenta como antisistema y contestataria, y que busca encarnar la voz de los olvidados del sistema. Su retórica destaca la defensa del ciudadano de a pie, el rechazo a la corrupción y la desconfianza hacia las grandes coaliciones dominantes, ya sean proeuropeas o prorrusas. Durante la campaña de septiembre de 2025, DA intentó hacerse un hueco en un panorama dominado por el duelo entre el PAS y el Bloque de los Patriotas, adoptando un discurso contundente y multiplicando las intervenciones mediáticas de Costiuc, conocido por su estilo directo y su gusto por la polémica.

Esta recomposición partidista se articula con divisiones territoriales que fraccionan el espacio nacional moldavo según líneas geopolíticas e identitarias. La geografía electoral moldava opone tradicionalmente Chișinău y los centros urbanos, mayoritariamente proeuropeos, a las zonas rurales y las regiones periféricas, más receptivas a los mensajes antioccidentales. La superposición de divisiones —urbanas/rurales, etnolingüísticas, generacionales— crea un complejo mosaico de identidades y pertenencias que complica la formación de mayorías estables y coherentes. También explica por qué ningún partido logra imponerse de manera hegemónica en todo el territorio nacional, lo que alimenta la fragmentación política y la inestabilidad gubernamental crónica.

Desinformación e hibridación del escrutinio

La campaña de desinformación orquestada por Rusia, de una magnitud sin precedentes en Moldavia, fue uno de los retos de la campaña. Moscú intensificó su ataque híbrido contra Moldavia antes de las elecciones legislativas, movilizando un sofisticado arsenal digital para desestabilizar el proceso democrático. Según el primer ministro Dorin Recean, las autoridades moldavas han sido objeto de más de 1.000 ciberataques desde principios de año y han logrado eliminar 100.000 cuentas falsas de TikTok que difundían desinformación. Esta guerra informativa se basa en una estrategia multiplataforma especialmente eficaz.

Esta batalla informativa se ha enriquecido con una dimensión geopolítica inesperada con las posiciones adoptadas por figuras emblemáticas de la tecnología mundial. El mismo día de las elecciones legislativas, Pavel Durov, fundador de Telegram, publicó una declaración explosiva en la que acusaba a los servicios secretos franceses de haber intentado, hace un año, obligarle a censurar canales moldavos y transnistrios en su plataforma antes de las elecciones presidenciales. Esta revelación provocó inmediatamente la reacción de Elon Musk, propietario de X (antes Twitter), que simplemente respondió «Wow» al mensaje de Durov, amplificando así el alcance mediático de estas acusaciones. Esta intervención de Musk, figura controvertida pero influyente del mundo tecnológico, ilustra cómo los retos moldavos resuenan ahora en las esferas tecnológicas internacionales, transformando las plataformas digitales en auténticos campos de batalla geopolíticos.

Con motivo de estas elecciones, se puede hablar de un «escrutinio híbrido», en el que los retos nacionales se disuelven en un enfrentamiento geopolítico directo entre potencias rivales. Moldavia se convierte así en un «laboratorio regional» de la relación de fuerzas entre la Unión Europea y Rusia, transformando la expresión democrática en un teatro de operaciones geoestratégicas.

El arsenal ruso de influencia electoral alcanzó en 2025 un grado de sofisticación inédito, combinando guerra informativa, corrupción sistémica y preparación de acciones violentas. A menos de una semana de las elecciones se produjo una presunta operación de injerencia rusa. Moldavos entrenados en Serbia debían llevar a cabo acciones y manifestaciones violentas tras la votación, lo que provocó la detención de 74 personas. Las autoridades moldavas incautaron armas y dinero en efectivo, lo que demuestra la dimensión paramilitar de esta injerencia. Las actividades llevadas a cabo en Serbia fueron coordinadas por un hombre que se presentaba en nombre de un servicio especial de la Federación de Rusia, lo que oficializaba de facto la implicación directa de los servicios rusos en la desestabilización electoral moldava.

Más allá de las operaciones directas, la estrategia rusa se basa en el concepto de «control reflexivo», una técnica de manipulación psicológica destinada a empujar al adversario hacia reacciones que sirvan indirectamente a los objetivos de Moscú. Este enfoque consiste en crear situaciones en las que las autoridades moldavas y europeas se vean obligadas a adoptar medidas de seguridad que puedan presentarse como antidemocráticas. Así, la detención masiva de activistas prorrusos, el refuerzo de los controles en los colegios electorales y las restricciones en determinadas plataformas digitales son elementos que la propaganda rusa puede aprovechar para denunciar una «deriva autoritaria» del Gobierno proeuropeo. Esta estrategia convierte cada medida de protección democrática en un argumento de desestabilización, atrapando a las autoridades en un dilema de seguridad permanente.

Emmanuel Macron, Donald Trusk y Friedrich Merz en Chisinau el 27 de agosto de 2025.

El laboratorio moldavo o la democracia en Europa

Más allá de los retos nacionales moldavos, que permiten a Maia Sandu continuar con su agenda de reformas y seguir avanzando hacia la integración europea de Moldavia, estas elecciones presagian los retos democráticos a los que se enfrentará Europa en los próximos años. La hibridación de las campañas electorales, la sofisticación de las técnicas de influencia extranjera y la polarización geopolítica de los debates internos son fenómenos que pueden extenderse a otras democracias europeas. La dimensión regional de este desafío se ha manifestado en las preocupaciones expresadas en Kiev por el resultado de las elecciones, mientras que el expresidente rumano Traian Băsescu evocaba el espectro de un «Kaliningrado del Sur» dotado de una base militar en caso de victoria de las fuerzas prorrusas. Esta retórica alarmista vino acompañada de referencias a manifestaciones violentas por parte del think tank ISW, rompiendo con la tradición moldava de transiciones pacíficas del poder.

Por lo tanto, lo que está en juego en estas elecciones del 28 de septiembre de 2025 va más allá de la simple soberanía moldava y cuestiona el futuro mismo de la autonomía democrática europea frente a las estrategias de influencia de las potencias rivales.