Jean-Marie Le Pen llevaba varios años en silencio. Escondido en su casa de Rueil-Malmaison, seguía recibiendo algunas visitas: su familia y sus últimos fieles seguidores. Sin embargo, había dejado de hablar públicamente. El último episodio de su diario —los vídeos que publicaba en Internet para dar sus análisis de la actualidad, a menudo salpicados de comentarios racistas o antisemitas— fue el 18 de julio de 2019.

Debilitado y envejecido, el histórico presidente del Frente Nacional se había reconciliado con su hija Marine, que le había expulsado del partido en 2015 tras otro arrebato negacionista. Este acercamiento daba la impresión de que había optado por no obstaculizar más las ambiciones de su heredera, recordando sin rodeos lo que había sido el crisol ideológico del Reagrupamiento Nacional. 

Sin embargo, el 28 de septiembre de 2024, poco más de tres meses antes de su muerte, era filmado en compañía de miembros de Blood and Honour, una red europea de promoción de la música neonazi. Vestido con un cuello de tortuga rojo, el anciano, alegre, entona una canción lasciva antes de escuchar una oda a su gloria compuesta por algunos de los cabezas rapadas. Y no importa que sus abogados dijeran que estaba demasiado enfermo para comparecer en el juicio entablado contra él y un gran número de ejecutivos de RN en el caso de los asistentes parlamentarios del Frente Nacional en el Parlamento Europeo. Cualesquiera que fueran los riesgos para él, su familia o su partido político, Jean-Marie Le Pen era incapaz de permanecer en silencio. Hasta el final, quiso hacer oír su voz y demostrar que era el gran hombre de la extrema derecha —de todas las extremas derechas—.

En el momento de su muerte, esta constancia militante, de casi tres cuartos de siglo, sobresalía. Más militante que ideológico, era la esencia de Jean-Marie Le Pen. Aunque siempre fue de extrema derecha, nunca fue un doctrinario. No deja un legado teórico coherente o estructurado. Lejos de ser una debilidad, su plasticidad ideológica le permitió perdurar y, poco a poco, dominar a su familia política: a lo largo de su carrera, supo navegar por las múltiples tendencias que han conformado la nebulosa de la extrema derecha desde los años cincuenta hasta nuestros días. Identitarios, nacionalistas, católicos tradicionales, neopaganos, nostálgicos de la Argelia francesa y fascistas, Jean-Marie Le Pen supo apelar a todas estas corrientes, sin dejarse nunca confinar por ninguna de ellas, convencido de ser la única encarnación de lo que él llamaba el «campo nacional». Desde este punto de vista, es una auténtica encrucijada para el movimiento de la anti-Ilustración, que no se desarmó en el siglo XX. 1 Pero la historia de un movimiento político nunca puede reducirse a un solo hombre. Y, sin embargo, su figura no es menos esencial para comprender el fenómeno, dado hasta qué punto ha dejado su huella en la evolución de la extrema derecha en Francia.

La constancia define su vida política, al igual que su brutalidad. Verbal o física, la violencia estuvo omnipresente en la trayectoria de un hombre que la consideraba una herramienta legítima para imponerse, impresionar o vengarse de sus adversarios. En el momento de su muerte, hay que tener cuidado de no dejarse llevar por el folclore del «Menhir», apodo que le dieron partidarios, adversarios y comentaristas. El recuerdo de su labia o de su manera de convertir la política en un espectáculo podría acabar creando una imagen retrospectiva que ocultara la brutalidad de sus ideas y métodos. En un momento en que el Reagrupamiento Nacional se encuentra en las puertas del poder, algunos pueden tener la tentación de desdemonizar la memoria del hombre que dirigió el partido durante casi cuarenta años. Nunca debemos olvidar que, para él, la violencia no era sólo un efecto estilístico, sino un principio de acción. 

Pero Jean-Marie Le Pen no era sólo un bruto. Era también un estratega formidable, un ambicioso implacable que se convirtió en el líder del primer partido de extrema derecha que se afianzó de forma duradera en Francia después de la Segunda Guerra Mundial. 

Con él muere el último diputado de la Cuarta República. Pero, sobre todo, muere un antimonumento de la Quinta República. Un antimonumento, porque su longevidad le otorga un lugar especial en la historia de un régimen en el que siempre se definió por sus rechazos y su odio. Rechazo del General de Gaulle, al que consideraba un traidor a todos los ideales que decía defender. Rechazo de toda idea de progreso democrático o social. Rechazo del liberalismo político, al que prefería un populismo carismático que le hubiera convertido en la única voz de la nación. Odio a los extranjeros, a los judíos, a las élites, a la izquierda, siempre reducida al espectro del comunismo, pero también de la integración europea. Estos rechazos y odios dieron lugar a una nostalgia militante del imperio colonial, cuyo final nunca aceptó; de Vichy, que nunca dejó de rehabilitar, al tiempo que no dejaba de rodearse de hombres que habían dedicado su vida a ese régimen y a su memoria; y, por último, de una Francia con un pasado idealizado, blanca, católica y patriarcal. 

Era también el hombre de una convicción obsesiva: la unión de la extrema derecha no era más que la condición previa de una amplia unión de las derechas, que pasaría necesariamente por la liquidación del legado gaullista. Para lograrlo, realizó una serie de provocaciones y retrocesos brutales, sobre todo en materia económica. Pero aunque el Frente Nacional dio pasos de gigante bajo su liderazgo —desde la marginalidad absoluta de la vida política francesa hasta la segunda vuelta de las elecciones presidenciales—, no había logrado este objetivo en el momento en que cedió el testigo a su hija Marine. 

En el momento de su muerte, se plantea la cuestión de su legado político. En un momento en el que el partido obtuvo más de diez millones de votos en las dos vueltas de las elecciones legislativas de 2024. Comprender sus contornos es volver a contar una parte importante de la historia de la extrema derecha en Francia, pero también en Europa Occidental. Pero tras su muerte, ¿Jean-Marie Le Pen también forma parte de su futuro?

De Bretaña a Assas: mitos y realidades de una educación nacionalista

«Mi padre era pescador y también mi abuelo, que a los veinte años había combatido en la campaña de Madagascar, en el océano Índico. Cuando tuve edad para coger un libro del estante superior del aparador que mi padre utilizaba como biblioteca, leí Pêcheur d’Islande. Loti estaba al lado de Hugo y Alexandre Dumas, los novelistas del pueblo». 2

En todos sus textos autobiográficos, así como en sus entrevistas, Jean-Marie Le Pen recuerda incansablemente esta ascendencia. La idea, por supuesto, era presentarse como hijo del pueblo, heredero de tradiciones populares y oficios rudos. El título del primer volumen de sus memorias, Fils de la nation (“Hijo de la nación”), es una ilustración directa de ello, subrayando las duras condiciones de vida de los pescadores y, por extensión, su afiliación a la Francia obrera. 

En realidad, Jean Le Pen (1901-1942) era un pequeño empresario que poseía su propio arrastrero. También fue concejal y presidente de la sección local de la UNC [Unión Nacional de Combatientes de la Primera Guerra Mundial], una asociación de veteranos con una tendencia más bien derechista. La familia pertenecía a la clase media baja, y se animó a Jean-Marie Le Pen a continuar su educación hasta el bachillerato. 

Pero evocar esta ascendencia tenía también una función política, enraizando su historia personal en un territorio: Bretaña. En sus memorias, su infancia está indisolublemente ligada a esta región, al océano, donde su padre murió en 1942 al recoger una mina alemana en una de sus redes de pesca, pero también a una educación enmarcada por dos polos: la iglesia y la escuela. 3 La Bretaña que describe no es sólo un lugar, sino un símbolo: el de un mundo antiguo, preservado de los efectos nocivos de la modernidad, donde la jerarquía social, el trabajo duro y los valores conservadores aún tenían su lugar. 

Jean-Marie Le Pen tenía catorce años cuando murió su padre. Las circunstancias de su muerte le convirtieron en «pupilo de la nación». Si la situación financiera de la familia se deterioraba, este estatus le garantizaba el pago de los gastos básicos de su educación. En cuanto a la educación, aunque la familia era católica, no había una línea clara entre la educación laica y la religiosa: Jean-Marie Le Pen asistió a la escuela local, el (jesuita) Collège Saint-François-Xavier en Vannes, y luego a varios liceos en Bretaña y Saint-Germain-en-Laye, donde aprobó el bachillerato en 1947. En varias ocasiones describió las lecturas que realizó durante su infancia y adolescencia. Bajo la Tercera República, los clásicos eran muy leídos por los lectores de clase media: los poetas románticos, novelistas como Balzac y Stendhal y «sobre todo Alejandro Dumas». 4 También decía que le encantaban las historias de aventuras coloniales o aeronáuticas: Mermoz y Brazza formaban parte de su panteón, y la idea de un imperio francés parece haberle atraído muy pronto. Desde sus primeras lecturas, parece haber estado influido por las obras protagonizadas por el arquetipo del héroe carismático nacido en la literatura popular de mediados del siglo XIX: es porque el lector no se parece a los protagonistas cuyas aventuras descubre que se entusiasma. 5 Por último, no hace ninguna referencia a la literatura contrarrevolucionaria, abundante en las bibliotecas parroquiales y de las escuelas libres de la época, ni a la historiografía capetiana, corriente próxima a la Action française que triunfó en la editorial Fayard en el periodo de entreguerras. A excepción de un comentario sobre el desembarco del ejército emigrado en Quiberon en 1795, que se saldó con la ejecución de los prisioneros, Le Pen no estaba realmente influido por la cultura contrarrevolucionaria del Oeste. 

Al final de la guerra, Jean-Marie Le Pen parece haber querido alistarse en las Forces françaises de l’intérieur, pero fue rechazado debido a su joven edad. Aunque es difícil saber cómo vivió realmente el final del conflicto, en sus memorias este momento se convierte en la ocasión de una larga digresión. Denuncia con vehemencia la purga, que en su opinión fue llevada a cabo únicamente por los comunistas, con la complicidad de los gaullistas, y hace una vibrante apología de la política del mariscal Pétain. En su opinión, el régimen de Vichy, legal y legítimo, sirvió de «escudo» para proteger a la comunidad nacional. Acusa a De Gaulle de haber orquestado la humillación de Pétain después de la guerra para establecer su propia grandeza. Este revisionismo petainista, combinado con un antigaullismo obsesivo, ilustra cómo Le Pen, como memorialista, se mantuvo fiel a las batallas ideológicas de toda su vida. Sin embargo, es poco probable que sus posiciones políticas fueran tan claras en aquella época, cuando sólo tenía 16 años. Él mismo admite que consideró brevemente la posibilidad de afiliarse al Partido Comunista. 

En 1948 se matriculó en la Facultad de Derecho de París. Para completar sus estudios, tuvo que realizar trabajos ocasionales, que alimentarían su leyenda de auténtico tribuno del pueblo, título del segundo volumen de sus Memorias. Sobre todo, Jean-Marie Le Pen encontró una salida y una verdadera vocación en las actividades extraacadémicas. 6 En 1949, se convirtió en presidente de la Asociación Corporativa de Estudiantes de Derecho (la «Corpo»  de droit), destinada a apoyar y representar a los estudiantes de derecho. Esta organización no era políticamente neutral. Se fundó en 1909 tras una gran movilización de estudiantes de Derecho contra Charles Lyon-Caen, decano de la Facultad. Este movimiento fue rápidamente captado y dirigido por Action Française, que odiaba al «decano judío». 7 La Corpo quedó marcada por este compromiso inicial y permaneció próxima al movimiento monárquico hasta la Segunda Guerra Mundial. Unos años después del final del conflicto, esta herencia sigue muy viva. Fue aquí donde se afirmó el anticomunismo de Jean-Marie Le Pen, uno de los rasgos más marcados de su perfil político. Fue también a través de este grupo como empezó a relacionarse con los estudiantes maurrasianos —sin adherirse nunca al monarquismo—. 8 Sin embargo, dos cosas destacan en su temprana vida social política. En primer lugar, en un momento en que la derecha estaba muy debilitada en la incipiente IV República, Jean-Marie Le Pen se orientó muy pronto hacia sus márgenes más radicales. Por otra parte, comprendió muy pronto que el anticomunismo era un punto de acuerdo ideológico para todas las derechas, una vía posible para sacar a sus franjas más extremas del aislamiento en el que se habían visto sumidas. 

Pero la Corpo no era sólo un lugar de formación política. A través de este compromiso, descubre y desarrolla algunos puntos fuertes. Mientras Le Pen fracasaba en su intento de convertirse en abogado, la Corpo le ofrecía una primera etapa en la que afirmar su gusto por la oratoria y la provocación. En este entorno, aprendió a reunir, controlar y movilizar grupos, a actuar como portavoz y a dar un alcance colectivo a sus ambiciones personales. En resumen, la Corpo fue la primera experiencia de militancia de Jean-Marie Le Pen. También por eso adquirió tanta importancia retrospectiva en sus relatos autobiográficos. 

En 1953, obtiene por fin el título de abogado, tras haber repetido varios años. Unas semanas más tarde, se alista en los paracaidistas.

Una entrada en el mundo: el Imperio y la política

A lo largo de toda su carrera, Jean-Marie Le Pen fue un firme defensor del Imperio francés, ensalzando su supuesta misión civilizadora y denunciando con virulencia a quienes consideraba responsables de su abandono: los comunistas, los socialistas y los gaullistas. Este discurso, omnipresente en su retórica, hundía sus raíces en una profunda fascinación por la grandeza pasada de la Francia colonial. Al terminar sus estudios, cuando la guerra de Indochina se presentaba como un baluarte contra la expansión del comunismo, decidió alistarse en los paracaidistas, una elección que combinaba un fuerte sentido patriótico con el gusto por la aventura militar. En 1954 se embarcó hacia Asia, pero llegó demasiado tarde para participar en las batallas decisivas, sobre todo en Dien Bien Phû. En Indochina, Jean-Marie Le Pen se parece un poco a Fabrice en Waterloo en La cartuja de Parma de Stendhal: es el espectador impotente de un Imperio que se tambalea. 

Sin embargo, estos pocos meses de contacto con Indochina y lo que quedaba del Imperio francés le fascinaron. Descubrió un mundo que para él encarnaba la grandeza y el orden colonial que veneraba, al tiempo que estaba convencido de haber comprendido las causas de su hundimiento, que atribuyó a la difusión de las ideas comunistas y a las renuncias de una metrópoli indiferente. La caída de Indochina, que vivió como una humillación personal, dejó en él una impresión duradera. Reforzó su convicción de que había que luchar con la máxima energía contra cualquier nuevo retroceso, dondequiera que se produjera. Preservar lo que quedaba del Imperio exigiría tanto la guerra como la política. 

De regreso a Francia, se acercó inicialmente al Centro Nacional de Independientes y Campesinos (CNIP) —el punto de encuentro de la derecha no gaullista bajo la Tercera República— antes de pasar al movimiento poujadista, entonces en plena expansión. Este movimiento político surgió en julio de 1953 en Saint-Céré, en el departamento del Lot, a raíz de una revuelta de comerciantes y artesanos contra las inspecciones fiscales. Iniciado por Pierre Poujade, comerciante de papel y librero, el movimiento se organizó rápidamente en torno a la Unión de Defensa de Comerciantes y Artesanos (UDCA), sindicato creado en noviembre de 1953. Limitado inicialmente al suroeste de Francia, se extiende progresivamente a una veintena de departamentos en 1954, y a toda Francia en 1955. Gracias a una oposición espectacular a las inspecciones fiscales y a una organización metódica por parte de los comités locales, cantonales y departamentales, la UDCA creó una amplia red de militantes, que en 1955 contaba con casi 360.000 afiliados. 9 El poujadismo se basaba en un programa antifiscal y corporativista, que movilizaba sobre todo a los pequeños comerciantes y artesanos que sufrían las consecuencias del declive económico y social de la posguerra. Siguiendo los pasos de las derechas contestatarias de la Tercera República, expresaba la nostalgia de una Francia tradicional y rural y el rechazo de las élites corruptas. 

Poujade se había convertido en una figura nacional cuando Le Pen, que entonces tenía 27 años, le conoció. Su perfil de antiguo paracaidista dio credenciales nacionalistas y patrióticas al movimiento, permitiéndole ampliar su plataforma política para incluir la defensa del Imperio. Las elecciones legislativas de enero de 1956, convocadas tras la disolución de la Asamblea Nacional, proporcionaron una inesperada salida a este encuentro. Durante su campaña, Le Pen adoptó un tono marcial y se presentó como un nacionalista rabioso, como demuestra la grabación más antigua disponible de su carrera política: «Franceses y francesas menores de 30 años, me dirijo a vosotros (…) Uniéndonos, podremos echar a todos los dirigentes corruptos e incapaces. Fraternalmente unidos, votad el 2 de enero por las listas presentadas por el movimiento Poujade». 10 En enero de 1956, Jean-Marie Le Pen fue elegido diputado, uno de los más jóvenes de la legislatura. También se consolidó como una de las figuras más destacadas del movimiento, tras haber apoyado a varios candidatos en las provincias. 

Unas semanas después de su elección, el 6 de febrero, Guy Mollet, nuevo Presidente del Consejo, fue muy mal recibido por la población europea de Argel. A medida que se intensificaba el conflicto argelino, siguió poniendo a prueba sus dotes oratorias defendiendo incansablemente la causa del Imperio. Retomó la retórica antisemita y conspirativa de Poujade, que desde el principio había denunciado a las élites políticas serviles a las finanzas internacionales y a los intereses apátridas. Ahora también se les acusaba de vender las colonias. 11 A Pierre Mendès-France, por ejemplo, que puso fin a la guerra de Indochina, se le recordaban constantemente sus orígenes judíos: en Marsella, el 26 de junio de 1956, Le Pen proclamó: «La palabra imperio todavía tiene un significado para la gente de bien y yo le digo a Mendès France que no hay que vender un país como se venden alfombras». Este discurso, que asociaba el abandono del Imperio a una traición nacional orquestada por las élites cosmopolitas, se convirtió en uno de los pilares de su retórica. 

Pero el paso de Jean-Marie Le Pen por el movimiento poujadista fue efímero. Rápidamente empezó a distanciarse del fundador del movimiento, separándose en 1957 y acercándose de nuevo al CNIP. Sobre todo, en octubre de 1956, Le Pen obtuvo permiso para abandonar la Asamblea durante seis meses para unirse a su unidad en Argelia: el primer regimiento de paracaidistas extranjeros (REP), donde sirvió como teniente. Con ella participó en la intervención conjunta de Francia, Gran Bretaña e Israel en Suez. La decisión de los dirigentes franco-británicos de abandonar sus posiciones bajo la presión de Estados Unidos y la Unión Soviética le pareció una nueva renuncia. Luego llegó a Argel, donde su regimiento fue desplegado en el marco de la enorme represión dirigida por el general Massu. Este periodo marcó un verdadero punto de inflexión en el uso de la tortura en Argelia. Si bien este fenómeno siempre había formado parte del orden colonial, la intensificación de la lucha contra el FLN y la creciente extensión de los poderes del ejército hicieron que pasara a formar parte del sistema. 12

Como oficial de inteligencia, Jean-Marie Le Pen torturó a personas en Argelia. Ya en 1962, el historiador Pierre Vidal-Naquet, utilizando informes policiales, estableció que Le Pen había participado personalmente en actos de tortura. 13 Estas acusaciones fueron confirmadas inicialmente por el propio Le Pen. En una entrevista concedida a Combat en noviembre de 1962, declaró abiertamente: «Torturábamos porque había que hacerlo». Incluso acusó a quienes se negaron a hacerlo de ser responsables de las muertes que podrían haber evitado. Con el tiempo, sin embargo, dio marcha atrás, negando que los métodos utilizados en las unidades que dirigía pudieran asimilarse a la tortura y afirmando que había dicho «nosotros» para hablar en nombre del ejército francés. Con el paso de los años, a medida que se acumulaban los testimonios de víctimas y testigos, Le Pen cambió de estrategia y denunció un complot político, calificando las acusaciones de maniobras orquestadas por sus adversarios. 14

A su regreso a la Francia metropolitana, Jean-Marie Le Pen recuperó su escaño en la Asamblea Nacional, donde dio todo su apoyo a la represión en Argelia. En 1957, cofundó el Frente Nacional de los Combatientes (FNC) —imponiendo el nombre de «Frente nacional»— y adoptó un emblema inspirado en el primer REP. Adquirió cierta notoriedad gracias a su regreso al ejército, su intransigencia nacionalista y su sentido del insulto y la provocación. El 11 de febrero de 1958, durante un debate sobre el bombardeo de Sakiet Sidi Youssef, pueblo tunecino presentado como campo de entrenamiento del FLN, volvió a atacar a Pierre Mendès-France: «Señor Mendès France, cristaliza sobre su personaje un cierto número de repulsiones patrióticas, casi físicas». Desde la campaña legislativa de 1956, Jean-Marie Le Pen dominaba a la perfección los códigos de la retórica antisemita.  

Mientras la guerra de Argelia amenazaba con extenderse a la Francia continental, la IV República se derrumbaba. 15 Inicialmente prudente, se abstuvo de votar a favor de los plenos poderes de De Gaulle y adoptó una postura de espera. Tras el hundimiento del poujadismo, es reelegido diputado por París en 1958, como miembro del CNIP. La evolución del General de Gaulle hacia una política de autodeterminación de Argelia le hizo cambiar de bando. Jean-Marie Le Pen fue uno de los más ardientes defensores de la Argelia francesa en la Asamblea Nacional. Se puso públicamente del lado de la OEA y apoyó a figuras como Pierre Lagaillarde, instigador de la «semana de las barricadas». Él mismo no entra en la ilegalidad, una peculiaridad de su carrera en una época en la que muchos grupos de extrema derecha acabaron favoreciendo la lucha violenta clandestina. 

La defensa radical de la Argelia francesa y su corolario, el antigaullismo, dejaron una huella indeleble en los compromisos políticos posteriores de Jean-Marie Le Pen, constituyendo uno de sus principales principios rectores —al que pronto añadió su apología del petainismo—. Esta estrategia le costó electoralmente. En 1962, tras la disolución decidida por De Gaulle, fue derrotado en París por un gaullista, René Capitant. De forma más general, la lucha por la Argelia francesa, marcada por la estrategia de terror desplegada por la OAS, marginó a los movimientos y figuras de extrema derecha que estaban plenamente comprometidos con esta lucha. Entre los gaullistas, reactivó el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial para aislar políticamente a los nostálgicos de Vichy y del Imperio. Éstos fueron los que Jean-Marie Le Pen se propuso unir a partir de los años setenta.

Aunque no abandonó la política, diversificó sus actividades y fundó la Société d’études et de relations publiques (Serp), a la que describió como «una editorial de discos educativos». Entre sus socios se encontraba el antiguo oficial de las Waffen SS Léon Gaultier. El catálogo de la empresa, que incluía canciones del Tercer Reich, le valió varias condenas, especialmente por publicar discos que reproducían una declaración de Jean-Marie Bastien-Thiry, ejecutado en 1963 por intentar asesinar a de Gaulle en Petit Clamart, o que elogiaban al mariscal Pétain. En 1962 también se publicó una grabación de Jean-Louis Tixier-Vignancour 16 defendiendo al general Salan. 17 

Diputado de la Tercera República, el General Salan había votado a favor de la plenitud de poderes del Mariscal Pétain, antes de convertirse en Subsecretario General de Información del Estado francés en el gobierno de Vichy hasta la primavera de 1941. Tras ser detenido por Vichy y luego por los alemanes, se trasladó a Argel y se incorporó al cuerpo expedicionario francés en Italia, de donde fue llamado por el Comité Francés de Liberación Nacional antes de ser encarcelado. Tras la guerra, fue inhabilitado por sus acciones al inicio de la Ocupación. Como abogado, defendió a Céline, cuya amnistía obtuvo en 1951, antes de volver a la política. Al igual que Jean-Marie Le Pen, fue elegido en 1956, pero como no inscrito. Derrotado en 1958, dos años más tarde funda con Jean-Marie Le Pen el Front national pour l’Algérie française (Frente Nacional por la Argelia Francesa), movimiento disuelto por el Consejo de Ministros en diciembre de 1960. 

La lucha sin cuartel por la defensa del Imperio unió a los dos hombres y, en 1964, Jean-Marie Le Pen se convirtió en jefe de los Comités Tixier-Vignancour, cuya ambición era unir a todos los derechistas antigaullistas. Antiguos poujadistas y partidarios de la Argelia francesa formaban el grueso de este movimiento, en el que Le Pen desempeñó un papel central. En marzo de 1965, las listas patrocinadas por Tixier-Vignancour obtuvieron casi el 9% de los votos en París, lo que se interpretó como una señal de reivindicación política. En otoño, Le Pen se convirtió en su director de campaña durante las elecciones presidenciales. Fue una experiencia memorable, pero frustrante, ya que su candidatura sólo quedó cuarta y obtuvo un decepcionante 5,2% de los votos emitidos, en comparación con sus ambiciones declaradas. Sus resultados fueron especialmente buenos en París, donde existía una tradición nacionalista que se remontaba a la crisis de los Boulangistes y al caso Dreyfus, y sobre todo en el sureste de Francia, donde vivía la gran mayoría de los repatriados argelinos. 18 Aunque la capital dejó de ser una zona importante en los años 80, cuando empezó a disminuir la cuota de voto burgués del FN, el Sur siguió siendo un bastión que se adaptó a los cambios del partido, al tiempo que permitía medir la persistencia de las motivaciones xenófobas a la hora de determinar el voto de los electores al partido de extrema derecha. 19

La decisión de Jean-Louis Tixier-Vignancour de pedir el voto para François Mitterrand en la segunda vuelta de las elecciones de 1965 fue vista como una traición por Jean-Marie Le Pen, que además estaba convencido de que habría obtenido mejores resultados si hubiera sido el candidato. Sin embargo, esta primera experiencia nacional marcó un hito en su carrera. Además de permitirle poner a prueba sus dotes organizativas a gran escala, le permitió reunir un gran fichero de entre 100.000 y 200.000 nombres, formado por simpatizantes de los Comités Tixier. 

Tras la campaña, Jean-Marie Le Pen estaba más convencido que nunca de que era necesario fundar un gran movimiento capaz de unificar todas las tendencias de la extrema derecha, y que él dirigiría. Paradójicamente, no fue él quien inició el proyecto que, en 1972, desembocó en la fundación de un pequeño partido: el Frente Nacional.

Jean-Marie Le Pen en una reunión del Frente Nacional el 7 de noviembre de 1972 en la Maison de la Mutualité de París. © Cotte/SIPA

Fundar un partido

Desde la Tercera República, ningún movimiento o partido había conseguido dejar una huella duradera en la extrema derecha de la política francesa. Los legitimistas, que representaban casi un tercio de los diputados de la Asamblea Nacional de 1871, se marchitaron rápidamente, incapaces de mantener una influencia significativa. Las Ligas de los años treinta, aunque espectaculares, se hundieron bajo el peso de sus divisiones y la represión gubernamental. Incluso Action Française, que sigue siendo uno de los principales referentes ideológicos de la extrema derecha, se ha negado casi siempre a presentarse a las elecciones, con excepción de las de 1920 y 1924, y se limita a desempeñar un papel doctrinario. En cambio, con el Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen logró una hazaña sin precedentes en la historia de la extrema derecha francesa: ha perdurado. 

Esto no era en absoluto evidente. En los años 50, mientras Jean-Marie Le Pen iniciaba su carrera política en el Parlamento, moviéndose entre la derecha y la extrema derecha, varias formaciones de extrema derecha se mantenían alejadas de la arena parlamentaria. Estos nacionalistas revolucionarios defienden la herencia del fascismo, pero la violencia de estos grupos y las rencillas ideológicas entre sus miembros hacen que esta nebulosa sea extremadamente inestable. 

En 1969 se funda el más importante de estos grupos neofascistas, Ordre nouveau (ON), que experimenta una importante transformación estratégica: sin abandonar los principios del nacionalismo revolucionario, su objetivo es llegar a un amplio público de la sociedad francesa, apoyándose sobre todo en el anticomunismo y la lucha contra las organizaciones de izquierda. 20 Deseosos de crear un escaparate electoral respetable, los ejecutivos de ON decidieron crear una organización separada para llevar sus reivindicaciones a las urnas. Eligieron a Jean-Marie Le Pen para presidir el nuevo partido, pero no sin vacilaciones y tensiones. En un principio se ofreció la presidencia a Dominique Venner, pero declinó. François Brigneau, antiguo miliciano próximo a Le Pen, propuso su nombre, convencido de que su experiencia política y su imagen moderada podían ser ventajas. Sin embargo, los ejecutivos de la Ordre nouveau se mostraron escépticos, juzgando a Le Pen anticuado, demasiado reaccionario y encerrado en la nostalgia de la Argelia francesa. Pero al final, los argumentos de Brigneau dieron en el clavo: su perfil político y su experiencia, combinados con su respeto por las instituciones y su desconfianza hacia la ilegalidad, podrían servir a la estrategia de un partido «atrapalotodo», capaz de atraer a votantes desilusionados con la derecha tradicional. 21

Desde su fundación, el Frente Nacional estuvo marcado por fuertes tensiones internas. Los miembros de ON, aunque integrados en gran número en la nueva estructura, no pudieron imponer sus ideas revolucionarias frente a la línea de Le Pen, que pretendía orientar el partido hacia un programa populista y nacionalista que combinara conservadurismo social, anticomunismo y antielitismo. El Frente Nacional también se mostró prudente a la hora de abordar la cuestión de la inmigración, un tema muy querido por ON, pero todavía marginal en el debate político de la época. Las elecciones legislativas de 1973 fueron su primera prueba electoral. A pesar de la movilización de sus militantes, el partido obtuvo unos resultados irrisorios, con sólo el 1,32% de los votos nacionales. Esta derrota electoral exacerbó las divisiones internas. Los militantes de ON, frustrados por el fracaso y el control de Le Pen, organizaron un virulento mitin antiinmigración en junio de 1973. Este acontecimiento, marcado por violentos enfrentamientos con la extrema izquierda, provocó la disolución de Ordre nouveau por parte del gobierno. Jean-Marie Le Pen se convirtió en el único líder del Frente Nacional, pero esta victoria tuvo un alto precio: estaba a la cabeza de un partido que tenía todas las papeletas para convertirse en una cáscara vacía. Una vez más, las fuerzas de extrema derecha no habían logrado unirse. 

Mientras que los antiguos miembros de ON, reunidos en el Parti des forces nouvelles, dieron su apoyo militante a la campaña de Valéry Giscard d’Estaing, que les aportó inmediatamente importantes fondos, Jean-Marie Le Pen se dedicó a reconstruir el Frente Nacional, etapa decisiva en el imaginario del partido y en el establecimiento de una identidad casi total entre éste y su presidente. A escala nacional, el Frente Nacional sentó las bases de su futura organización. Victor Barthélemy, antiguo lugarteniente de Jacques Doriot y experimentado operativo, desempeñó un papel central en esta transformación. Basándose en su experiencia previa en el Partido Comunista (PCF) y el Partido Popular Francés —un partido fascista dirigido por Jacques Doriot que estuvo activo a finales de los años 30 y durante la Segunda Guerra Mundial— ideó una estructura piramidal y jerárquica inspirada en los métodos del PCF. Creó federaciones departamentales, secciones locales y comisiones, al tiempo que iniciaba asociaciones que prefiguraban círculos profesionales y reforzaban la red territorial del FN. A pesar de la escasa asistencia a las reuniones locales en la primavera de 1974, este trabajo fundamental contribuyó a atraer simpatizantes y a sentar las bases de una presencia duradera. Al mismo tiempo, Jean-Marie Le Pen intenta establecer relaciones con partidos nacionalistas extranjeros, en particular el MSI en Italia y movimientos en Bélgica, reforzando las ambiciones internacionales del partido. 22

En este contexto de reorganización interna, la candidatura de Jean-Marie Le Pen a las elecciones presidenciales de 1974 representó un gran desafío. El partido, aún frágil, no estaba preparado para unas elecciones de tal envergadura, pero Le Pen las vio como una oportunidad vital para elevar el perfil de su partido. A pesar de los limitados recursos financieros, un equipo pequeño y el apoyo militante de organizaciones externas como Militant, Le Pen lanzó su campaña con una doble prioridad: darse a conocer y recaudar fondos. Fue entonces cuando empezó a dejar su impronta en la opinión pública con un objeto que llevó hasta los años 80: su parche en el ojo izquierdo. 23 Aunque lo había perdido a causa de una catarata traumática, este artefacto es objeto de numerosas leyendas frontistas: Jean-Marie Le Pen afirma haberlo perdido en una pelea a finales de los años 50, lo que da crédito a la imagen del líder duro, siempre dispuesto a dar un puñetazo, eco de la algarabía estudiantil que forma parte del imaginario militante de la extrema derecha. 

Las elecciones presidenciales fueron un rotundo fracaso. Con sólo el 0,74% de los votos emitidos, quedó en séptimo lugar, muy por detrás de los principales candidatos, pero también de figuras emergentes como Arlette Laguiller y René Dumont. El contexto electoral, marcado por una fuerte polarización entre François Mitterrand y los representantes de la mayoría saliente, marginó a los «pequeños candidatos». Le Pen, a pesar de llevar una campaña con escasos recursos financieros y una pequeña red de activistas, esperaba no obstante superar el umbral del 5% necesario para garantizar el reembolso de los gastos de campaña y dar visibilidad a su partido. Pero su estrategia, basada en la denuncia del sistema y en una retórica populista, no consiguió movilizar a un electorado de derechas dividido entre Valéry Giscard d’Estaing, Jacques Chaban-Delmas y Jean Royer, que captó la mayor parte del voto católico conservador y tradicionalista. A pesar de ello, la campaña fue un hito importante en el desarrollo político de Jean-Marie Le Pen. Le permitió ganar su primera visibilidad en la escena nacional y sentar las bases de una estrategia a largo plazo para anclar su partido en el panorama político. A pesar del fracaso inmediato, se afirmó como el rostro de la extrema derecha francesa, mientras que el PFN pagó rápidamente su falta de encarnación. 24

Con esta primera experiencia de las elecciones presidenciales, Jean-Marie Le Pen se convirtió en una figura clave del partido, pero no estaba ni mucho menos solo. Victor Barthélemy, François Duprat y Jean-François Chiappe, a veces llamados los «mosqueteros» del FN, desempeñan un papel esencial en la larga historia de los «números dos» que han hecho la historia del movimiento. 25 Victor Barthélemy prosiguió su labor organizativa, mientras que Duprat, ideólogo grafómano que fue de los primeros en difundir las teorías negacionistas, desarrolló la síntesis entre las distintas sensibilidades nacionalistas que se convirtió en la seña de identidad del partido. 26 Por último, Jean-François Chiappe, un monárquico estrechamente vinculado a los círculos conservadores, se esforzó por dar al partido una fachada respetable, en particular haciendo hincapié en su anticomunismo. Al mismo tiempo, el Frente Nacional se esforzó por integrar diversas corrientes de extrema derecha, incluidos elementos controvertidos como los nacionalistas-revolucionarios y los solidaristas —que afirmaban rechazar tanto el comunismo como el capitalismo—, para compensar la debilidad numérica y financiera del partido. Entre ellos estaba Jean-Pierre Stirbois, antiguo solidarista, que se convirtió en Secretario General del partido en 1981 y contribuyó a sus primeros éxitos electorales. 

Aunque las arcas del partido estaban vacías, Jean-Marie Le Pen recibió una gran herencia en 1976: Hubert Lambert, un activista de extrema derecha de familia industrial, le convirtió en su único heredero. Recibió una fortuna estimada en 30 millones de francos, así como prestigiosas propiedades, incluida una mansión en Saint-Cloud, el Domaine de Montretout, que se convertiría tanto en su hogar familiar como en la sede del partido.

El legado de Lambert se convirtió rápidamente en una fuente de tensiones en el seno del Frente Nacional. Algunos militantes consideran que este considerable legado debería haber beneficiado directamente al partido. Jean-Marie Le Pen, por el contrario, afirma que la herencia es personal, fruto de un vínculo de confianza y amistad entre él y Lambert. También es una señal de que, para Le Pen, el partido es una prolongación de sí mismo. En cualquier caso, a partir de ese momento era un hombre rico, lo que le daba una nueva libertad en sus actividades políticas. 

Unos meses después de este legado, el atentado con bomba perpetrado en el piso de Le Pen la noche del 30 de octubre de 1976 estuvo probablemente relacionado con esta herencia. Aunque un comité antifascista desconocido reivindicó la autoría del acto, es probable que lo organizara uno de los primos de Hubert Lambert. El suceso, ocurrido la noche del cuarto congreso del Frente Nacional, causó conmoción en los medios de comunicación, poniendo por primera vez al partido y a su presidente en el punto de mira. Aunque el atentado no causó víctimas, atrajo la atención sobre Jean-Marie Le Pen y su movimiento, que aprovecharon los focos para reforzar su legitimidad denunciando un clima de violencia política y tratando de movilizar a una derecha conservadora preocupada por los excesos de la izquierda. Dos años más tarde, François Duprat murió en una explosión de coche.  Este caso, aún sin resolver, dio al partido de extrema derecha su primer mártir: cada año, el 18 de marzo, Jean-Marie Le Pen rendía homenaje a esta primera figura del Frente Nacional. 

Sin Duprat, Jean-Pierre Stirbois se impone progresivamente como número dos del partido, decidido a dotar al Frente Nacional de una verdadera base popular.

«Detalles» que no lo son 

Los años 80 fueron paradójicos para Jean-Marie Le Pen. Por un lado, el Frente Nacional obtiene sus primeros éxitos electorales, validando las opciones estratégicas tomadas desde los años setenta. Al mismo tiempo, la radicalidad del partido y de su líder pasó a primer plano. En otras palabras, el resurgimiento mediático y político de la extrema derecha en Francia vino acompañado de un aislamiento político total. 

El contexto político de los años ochenta desempeñó un papel decisivo en el ascenso del partido de extrema derecha. La elección de François Mitterrand en 1981, seguida de la formación de un gobierno que incluía ministros comunistas, polarizó fuertemente el debate público. En respuesta, Jean-Marie Le Pen posicionó al Frente Nacional como un partido de «resistencia» a la izquierda. Además del anticomunismo, explotó temas como la inmigración, presentada como una amenaza para la identidad nacional, y la inseguridad, que se convirtió en caballo de batalla electoral.

Las divisiones en el seno de la derecha tradicional, exacerbadas por la rivalidad entre Valéry Giscard d’Estaing y Jacques Chirac, también abrieron espacio político al FN. Estas tensiones impidieron un frente unido contra la extrema derecha y ofrecieron a Le Pen la oportunidad de captar a un sector del electorado decepcionado por la derecha tradicional. A principios de la década, el Presidente del Frente Nacional y su entorno también consideraron que la presidencia de François Mitterrand era una oportunidad para lanzar una dinámica común entre las oposiciones, como preludio de una forma de unión de las derechas. En julio de 1982, escribió a Jacques Chirac y a Jean Lecanuet proponiéndoles una alianza. 

Este intento de desdemonización del partido —estrategia consustancial a la creación de un partido de extrema derecha, cuyo objetivo es existir electoralmente— 27 fue posible gracias a la actividad de Jean-Pierre Stirbois, convertido en «número dos» del partido tras la muerte de François Duprat en 1978. Con él, el Frente Nacional inició una transformación crucial. En particular, se dedicó a eliminar a los elementos más radicales, los nacionalistas-revolucionarios y los neonazis, que consideraba perjudiciales para la credibilidad del partido. 28 Esta purga, llevada a cabo entre 1981 y 1988, permitió al movimiento reposicionarse como organización política capaz de competir seriamente en las elecciones. 

Al no haber conseguido los quinientos padrinos necesarios, Jean-Marie Le Pen no pudo presentarse a las elecciones presidenciales de 1981, y el partido obtuvo unos resultados irrisorios en las siguientes elecciones legislativas. Las elecciones cantonales del año siguiente brindaron la oportunidad de presentar un gran número de candidatos y reforzar las federaciones locales en un momento en que el partido sólo contaba con 1.500 militantes. 29 Pero fueron las elecciones municipales de Dreux, en 1983, las que constituyeron el verdadero punto de inflexión política, además de dar al Frente Nacional su primera gran exposición mediática: con más del 16% de los votos, la lista encabezada por Jean-Pierre Stirbois se fusionó con la del RPR y la UDF, logrando así una victoria simbólica. La alianza fue bien acogida por los dirigentes de los dos grandes partidos de derechas, que vieron en ella una forma de arrebatar la ciudad a la izquierda. 

Este éxito contribuyó a la emergencia pública del partido y de su presidente. En 1982, Jean-Marie Le Pen, que se había quejado en una carta a François Mitterrand de que el Frente Nacional no recibía cobertura mediática, obtuvo un mayor seguimiento por parte de los periodistas. 30 Para seguir esta tendencia, se propuso transformar su apariencia. Uno de los primeros pasos de esta metamorfosis fue el abandono de su emblemática venda negra, que, aunque identificable en los medios de comunicación, mantenía la imagen de un político marginal nostálgico de la vieja derecha facciosa. Como símbolo de este cambio, encargó una hagiografía titulada Le Pen sin venda, escrita por Jean Marcilly, para reforzar esta nueva imagen. A partir de 1984, se unió a él Lorrain de Saint-Affrique, antiguo miembro del gabinete de prensa de Valéry Giscard d’Estaing cuando estaba en el Elíseo, que se convirtió en su asesor de comunicación. 

El 13 de febrero de 1984, Jean-Marie Le Pen obtuvo su primer triunfo mediático. Tras un largo debate interno, el programa político de televisión L’Heure de vérité, emitido en Antenne 2, decidió invitar al Presidente del Frente Nacional. 31 A pesar de la evidente hostilidad de los periodistas, aprovechó el formato del programa para posicionarse como el mejor baluarte contra un gobierno al que calificó de «destructor de la nación». Ante las críticas de los periodistas a sus posiciones radicales, se presentó como el defensor del «sentido común» con una famosa frase: «Me gusta más mi hija que mi sobrina, mi sobrina que mi prima, mi prima que mi vecino». Frente a la deriva marxista de la izquierda, afirmaba su apego a los valores tradicionales. Sobre todo, se presentó como el único político que adoptaba una política verdaderamente de derechas, acusando sobre todo a Valéry Giscard d’Estaing de haber seguido una política socialista. No dudó en utilizar la provocación controlada para polarizar al público, por ejemplo hablando del descenso de la natalidad como consecuencia de la «inmigración de sustitución». 

Esa noche, Le Pen dio un golpe maestro: transformó las críticas y los ataques en un argumento de legitimidad, al tiempo que se presentaba como el representante de todas las tradiciones de la extrema derecha —es decir, la auténtica derecha a sus ojos—, desde Vichy hasta la OAS, pasando por los colaboracionistas. Cuando se le reprocha la presencia de antiguos SS o colaboracionistas en las filas del FN, defiende la libertad intelectual que concede a los militantes de su partido, al tiempo que se declara partidario de la «reconciliación nacional». Acusado de haber torturado en Argelia, no niega nada y afirma esencialmente que obedecía órdenes. El punto culminante del programa llegó cuando se levantó para guardar un minuto de silencio «en memoria de los millones de muertos en el Gulag», gesto preparado de antemano con sus asesores de comunicación. Esta provocación sirvió para consolidar su imagen de único verdadero opositor a la izquierda.  

Ese programa lo cambió todo. Al día siguiente, las oficinas del Frente Nacional se vieron inundadas de simpatizantes que querían afiliarse al partido. Esta ola de entusiasmo, amplificada por la cobertura mediática masiva que siguió al programa, marcó un punto de inflexión en la historia del Frente Nacional. La operación mediática contribuyó a estructurar el partido, atrayendo no sólo a militantes sino también a cuadros de la derecha clásica, decepcionados por sus propias formaciones políticas y seducidos por el estilo de Jean-Marie Le Pen, que combinaba reivindicaciones antielitistas, provocaciones e intransigencia anticomunista. 

Este avance se confirmó en las elecciones europeas de 1984, cuando el FN obtuvo el 11% de los votos bajo el lema «Frente Nacional de Oposición por una Europa de las Naciones». Este éxito validó una estrategia que consistía en lanzar una amplia red difuminando la marca FN, percibida como demasiado sulfurosa, para atraer a un electorado más diverso. En las elecciones legislativas de 1986, el Frente Nacional logró un avance espectacular, eligiendo 35 diputados y aprovechando la introducción de la representación proporcional por departamentos. Jean-Marie Le Pen es elegido en París. A su alrededor, la gran mayoría del grupo, en el que sólo había una mujer, Yann Piat, estaba formada por diputados de las regiones de Île-de-France y del Sureste. La lista de los elegidos confirma la estrategia de apertura del partido, ya que un tercio de los elegidos son reclutas muy recientes, a menudo procedentes de la derecha tradicional, que no ha estado exenta de tensiones en el seno del Frente Nacional, ya que algunos militantes antiguos sienten que el partido ha carecido de reconocimiento. 32 Durante la legislatura, el grupo se vio atrapado entre aspiraciones contrapuestas. Por un lado, la singularidad del partido tenía que estar marcada por la provocación, y debía aprovechar la cohabitación para denunciar la connivencia entre la izquierda y la derecha gobernante: es lo que hizo Jean-Marie Le Pen cuando defendió el aislamiento de los seropositivos, a los que calificó de «sidaïques». Por otra parte, se trata de proseguir la desdemonización del partido. 

El éxito del Frente Nacional y el nuevo perfil mediático de Jean-Marie Le Pen favorecieron también un acercamiento al Club de l’Horloge, fundado en 1974. Inicialmente miembro de la nebulosa de la Nouvelle Droite (Nueva Derecha), que pretende refundar la derecha radical europea a partir de conceptos como el etnodiferencialismo y la crítica al universalismo, se fue distanciando de ella y acercando a la derecha gobernante, con la que defiende una forma de nacionalismo liberal, marcada por un virulento anticomunismo y la afirmación de la superioridad cultural de Occidente. Convencidos durante mucho tiempo de que el Frente Nacional no era más que un «fogonazo electoral», los miembros del Club empezaron a acercarse al partido en 1984. Fueron ellos quienes, a partir de 1985, contribuyeron a introducir uno de los principales ejes programáticos del Frente Nacional: la preferencia nacional. 33 También fue el Club de l’Horloge el que contribuyó a la aparición de un polo nacional-liberal en el seno del partido. 34 Esto llevó a Jean-Marie Le Pen a presentarse como el «Reagan francés», combinando el anticomunismo que le definía desde los años 50 con una línea favorable a las empresas y a la clase media. 

Sin embargo, el Frente Nacional no consiguió normalizarse del todo. En primer lugar, la vida privada de Jean-Marie Le Pen fue un obstáculo para la imagen de respetabilidad que intentaba proyectar. En 1984, su esposa, Pierrette Le Pen, le abandonó por Jean Marcilly, su propio biógrafo. Tres años más tarde, al término de un litigio sobre la pensión alimenticia —que Le Pen se había negado a pagar antes de aconsejar a su ex mujer que «se dedicara a las tareas domésticas»—, ella provocó un sonado escándalo al posar en Playboy disfrazada de criada, mientras le acusaba en otras entrevistas de poseer cuentas bancarias en Suiza… 35

Pero este vodevil no fue nada comparado con la tormenta que levantó Jean-Marie Le Pen cuando, el 13 de septiembre de 1987, describió las cámaras de gas de la Segunda Guerra Mundial como «un detalle de la historia» en una entrevista con el  Grand Jury RTL-Le Monde. Pocos meses después de que concluyera el juicio de Klaus Barbie, este comentario causó inmediatamente indignación. A corto plazo, minó cualquier posibilidad de unir a la Derecha. Pero, sobre todo, expuso al gran público las profundas raíces del antisemitismo en la cultura del Frente Nacional. De hecho, a finales de la década de 1980, la negación del Holocausto se había convertido en uno de los pilares ideológicos del partido. 36 En los años setenta, François Duprat había desempeñado un papel clave en la difusión de estas ideas dentro de un partido en el que el antisemitismo era moneda corriente. Una década antes del caso de los «detalles», el funeral de Duprat, verdadero homenaje ideológico organizado bajo la dirección de Jean-Marie Le Pen, reveló la profundidad de la orientación negacionista del partido. En Le National, el periódico oficial del partido, un homenaje anónimo elogiaba su papel de «proveedor de la verdad histórica», denunciando las «mentiras alimentarias» de la historia oficial y fustigando a un «lobby» acusado de intentar sofocar esta «Verdad». 37

En la década de 1980, el antisemitismo también pasó a formar parte de la estrategia de comunicación y los temas de campaña del partido. Figuras como el ensayista Bernard Antony, que encarnaba la línea católica tradicionalista, amplificaron el tema de la «conspiración judía» en medios de extrema derecha como Présent. Acusaba a los judíos de controlar los medios de comunicación y las instituciones políticas francesas, al tiempo que rehabilitaba al régimen de Vichy y a Xavier Vallat, que había ocupado el cargo de Comisario General de Asuntos Judíos entre 1941 y 1942. Al igual que Vallat, el antisemitismo del partido no le impidió presentarse como defensor de los derechos del Estado de Israel, en particular en el Parlamento Europeo, al que el Frente Nacional se incorporó en 1984. 38

La rehabilitación de Vallat fue acompañada de una retórica que invertía los papeles de víctimas y verdugos: Simone Veil, antigua deportada y ministra impulsora de la ley sobre el aborto, fue presentada como la instigadora de un «genocidio» contra el pueblo francés, comparado con la Solución Final. La banalización de la colaboración también fue evidente en los actos públicos organizados por el partido. En 1982, en la segunda edición del festival Bleu-Blanc-Rouge, creado en 1981 como contrapunto al festival Humanité, el callejón central recibió el nombre del mariscal Pétain, mientras se vendían libros que negaban el Holocausto: 39 el antigaullismo, el antisemitismo y la nostalgia de Vichy estaban más que nunca en el corazón de la cultura del Frente. Lejos de distanciarse de estas prácticas, Jean-Marie Le Pen, al ser interrogado al respecto, se limitó a declarar que no era «ni fascista, ni racista, ni de extrema derecha», absteniéndose al mismo tiempo de condenar estas manifestaciones explícitas de ideología antisemita. En resumen, el episodio del «detalle» no fue un error de comunicación —una «salida de tono»— sino una muestra de que el antisemitismo es una seña de identidad del Frente Nacional y de su Presidente. A veces se sugiere que esta declaración sobre los «detalles» fue un acto deliberado de Jean-Marie Le Pen para reforzar la imagen demonizada del Frente Nacional, con la idea subyacente de que no quería el poder. Esto es absurdo. 

El comentario sobre el «detalle» no es un sabotaje deliberado, sino la revelación de una profunda contradicción en Jean-Marie Le Pen. Por un lado, su ascenso se basaba en alianzas tácticas con la derecha tradicional; por otro, seguía apegado a una identidad política fundada en el radicalismo de sus ideas, heredadas de la extrema derecha francesa, y en una asumida inclinación a la provocación.

Discurso de Jean-Marie Le Pen en el Congreso del Frente Nacional en Tours en 2011. © Chamussy/SIPA

De tercer hombre a segunda vuelta

En los años 90, el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen se impuso como tercera fuerza en el panorama político francés, a pesar de su persistente aislamiento en la escena institucional. Este éxito se basó en una hábil estrategia de radicalización ideológica y modernización organizativa, que permitió al partido captar a un electorado cada vez más numeroso. Al tiempo que consolidaba una base de activistas leales a través de temas identitarios y soberanistas, Jean-Marie Le Pen moduló su discurso para atraer a segmentos más amplios de la población, con el objetivo de establecerse como el tercer hombre de la política francesa. Pero este anticomunista de toda la vida también tuvo que lidiar con el colapso de la Unión Soviética, que le obligó a adaptar una serie de ejes programáticos, transformando en parte la visión del mundo y de Europa del Frente Nacional. No obstante, el antisemitismo y el nacionalismo intransigente siguieron siendo pilares ideológicos del movimiento. 

De hecho, la declaración sobre los detalles estuvo lejos de ser un episodio aislado. En los meses siguientes, Jean-Marie Le Pen y su entorno multiplicaron sus declaraciones antisemitas, hasta el punto de denunciar una «internacional judía» en 1989. El objetivo del Frente Nacional era claro: «sacudir la memoria colectiva y rehabilitar el nacionalismo francés y sus valores». 40

Esta estrategia aisló al partido, pero no impidió que Jean-Marie Le Pen quedara cuarto en las elecciones presidenciales de 1988, con el 14,39% de los votos, muy por delante del PCF, en quinto lugar, cuyo declive electoral fue una característica clave de las elecciones. Pocos días después de la primera vuelta electoral, el 1 de mayo, organizó un mitin en la plaza de la Ópera de París para celebrar Juana de Arco, al que asistieron casi treinta mil personas. 41 La memoria joánica, parte de la cultura política de monárquicos y católicos integristas en particular, había sido cooptada por el Frente Nacional desde 1979, y fue en 1988 cuando el 1 de mayo se estableció como celebración anual para el partido, una forma de rechazar el Día del Trabajo. 

Antes de que Jean-Marie Le Pen hablara el 1 de mayo, el periodo entre las dos elecciones estuvo marcado por su encuentro secreto con Jacques Chirac. El entorno de Chirac, consciente de que no tenía ninguna posibilidad de ganar a Mitterrand sin un desplazamiento masivo de votos del Frente Nacional hacia su candidatura, había aceptado en principio este encuentro, propuesto por Charles Pasqua. Esta reunión habría visto a un nervioso Chirac pedir a Le Pen un apoyo implícito, sin por ello otorgarle la más mínima concesión política, lo que complicaba cualquier discusión. La cuestión del apoyo dividió a los dirigentes del partido: Jean-Pierre Stirbois y algunos solidaristas eran partidarios de pedir el voto para Mitterrand. Se trataba de un auténtico giro de 180 grados por parte de quien siempre había defendido las alianzas con la UDF y el RPR, y fue visto como un signo de contestación por parte del número dos del partido. 42

Finalmente, el 1 de mayo, Jean-Marie Le Pen hizo un llamamiento a sus votantes: «No, no, no, ni un voto a François Mitterrand», al tiempo que invitaba a los que querían evitar el socialismo a apoyar al «candidato residual» si éste hacía un gesto hacia ellos. Esta declaración no impidió la derrota de Jacques Chirac. Las elecciones legislativas que siguieron a las presidenciales de 1988 marcaron el retorno al voto mayoritario, poniendo fin a la representación proporcional. Ante unas elecciones triangulares en las que se presentaban candidatos del Frente Nacional, los partidos tradicionales de derechas adoptaron actitudes divergentes. La UDF estaba dividida: por un lado, Jean-Claude Gaudin concluyó acuerdos de retirada local con el FN, mientras que Simone Veil declaraba sin ambigüedad que «entre un Frente Nacional y un socialista, [ella] votaría a un socialista». En el RPR, Charles Pasqua justificó estas alianzas subrayando las «preocupaciones» y los «valores» compartidos por la derecha y la extrema derecha. La segunda vuelta no fue menos debacle para el Frente Nacional, que redujo su representación parlamentaria a un solo diputado e inauguró una larga tradición de fracasos en las elecciones legislativas. 

Los intentos de Jean-Pierre Stirbois de movilizar al Buró Político para que apoyara la candidatura de Mitterrand significaron un deterioro de su relación con Le Pen. De hecho, su posición estaba amenazada desde hacía tiempo por el ascenso de Bruno Mégret. Miembro del Club de l’Horloge, Mégret fue elegido diputado por Isère en 1986 con el apoyo del Frente Nacional, donde se impuso rápidamente como un destacado organizador. En octubre de 1988, es nombrado delegado general del partido, donde se encarga de la formación, la comunicación, la investigación y los actos. Al mes siguiente, la muerte accidental de Stirbois en un accidente de coche le allanó el camino para convertirse en el número dos del partido. 

Bruno Mégret inicia la profesionalización del movimiento al tiempo que lanza una ambiciosa revisión doctrinal. Su objetivo era transformar el Frente Nacionall en un movimiento estructurado e ideológicamente modernizado, capaz de atraer a un electorado más amplio y de preparar el terreno para una posible participación en el gobierno. Se rodeó de ejecutivos e intelectuales próximos a la Nueva Derecha, como Jean-Yves Le Gallou, Yvan Blot y Pierre Vial, confirmando el auge de esta corriente desde mediados de los años ochenta. Estas figuras, procedentes de un movimiento elitista basado en el etnodiferencialismo, aportan conocimientos técnicos y un vocabulario tecnocrático. Bajo su impulso, publicaciones como Identité, lanzada por Mégret un mes después de la caída del Muro de Berlín, difundieron un discurso renovado en el que los conceptos de la Nueva Derecha ocupaban un lugar destacado. A partir de entonces, la línea ideológica del Frente enfrentó a los partidarios de la «identidad» con los del «nuevo orden mundial», un «globalismo» visto como sinónimo de «cosmopolitismo». 43 La «preferencia nacional», teorizada por Le Gallou en 1985, se convirtió en piedra angular del programa, aunque se eufemizó para ganar en aceptabilidad política. 44

El final de la Guerra Fría desempeñó aquí un papel central. El anticomunismo, que había estructurado gran parte del discurso del FN y de sus predecesores, perdió su relevancia tras la caída del Muro de Berlín. En este contexto, Mégret y sus aliados trataron de redefinir una división más actual: la existente entre los defensores de la «identidad» y los promotores del «globalismo», que asociaron con el capitalismo globalizado y el cosmopolitismo. Esta nueva división dota al Frente Nacional de un nuevo vocabulario ideológico, adaptado a un mundo unipolar en el que la confrontación Este-Oeste entre el mundo comunista y el capitalista daría paso a una oposición Norte-Sur y a divisiones civilizatorias. Justifica ciertos virajes ideológicos: en 1990, Jean-Marie Le Pen denunció la intervención de la coalición dirigida por Estados Unidos para defender Kuwait atacado por Irak, defendiendo una solución árabe que excluyera toda intervención occidental. Al hacerlo, rompía conscientemente con la postura atlantista del partido durante la Guerra Fría, pero también con la lógica de defensa absoluta de Israel que había prevalecido en el Parlamento Europeo en los años ochenta. Estados Unidos y el Estado hebreo se presentaban a partir de ese momento como agentes del globalismo que amenazaban las identidades nacionales. 

En las elecciones europeas de 1989, el Frente Nacional confirmó sus buenos resultados de 1984 al quedar tercero. Y, de hecho, junto con las elecciones presidenciales, los sondeos continentales se convirtieron en aquellos en los que Jean-Marie Le Pen y su partido obtuvieron los mejores resultados. Esto resulta bastante paradójico si tenemos en cuenta la evolución de la doctrina europea del partido. De una posición inicialmente favorable a una integración europea moderada y confederal en los años ochenta, el FN dio un giro radical para convertirse en uno de los principales opositores al proyecto europeo en los años noventa.

Cuando participó por primera vez en las elecciones europeas de 1984, el Frente Nacional adoptó una posición que seguía siendo ampliamente favorable a cierta forma de integración europea. Los discursos destacaban la necesidad de solidaridad entre las naciones europeas frente a las amenazas exteriores, en particular de la Unión Soviética, y mencionaban planes para una defensa común, una moneda única y controles fronterizos más estrictos. Europa se concebía entonces como un espacio de civilización unido por su identidad cristiana y su oposición al comunismo, en una visión atlantista y confederal.

Sin embargo, esta visión cambió rápidamente. Entre 1984 y 1989, el FN inició un importante cambio doctrinal, pasando de un apoyo prudente a una oposición creciente a la integración europea. Este giro está vinculado a varios factores: la profundización del proceso de integración, sobre todo con el Acta Única Europea y los inicios del Tratado de Maastricht, y la llegada de cuadros que impulsan una crítica soberanista y anti-Bruselas. En esta nueva fase, la crítica del Frente a Europa se basaba en temas soberanistas e identitarios. Las instituciones europeas, percibidas como burocráticas y tecnocráticas, fueron comparadas con la URSS, haciéndose eco de las denuncias de la centralización autoritaria soviética, prefigurando la retórica de Viktor Orbán en la década de 2010. Este paralelismo se amplificó en el contexto de la lucha contra el Tratado de Maastricht durante la campaña del referéndum de 1992, que se describió como el «suicidio organizado» de los Estados nación. Jean-Marie Le Pen utilizó entonces un lenguaje provocador, denunciando una Europa de «federalistas» y «maastrichistas», al tiempo que insistía en el papel de los «banqueros sin Estado» en la promoción de esta integración. 45 Al denunciar a la Unión Europea como agente de destrucción económica —el mercado único haría aumentar el desempleo— y de destrucción de identidad —fomentaría la inmigración masiva— en Francia, Jean-Marie Le Pen intenta también posicionarse en la escena política nacional como alternativa al consenso proeuropeo dominante en el seno de los grandes partidos, en particular el RPR y el PS. 46

Sin embargo, esta estrategia no es suficiente. En primer lugar, el Frente Nacional no es el único partido con un discurso eurófobo: en las elecciones europeas de 1994, por ejemplo, la lista encabezada por Philippe de Villiers quedó tercera, por delante de la lista liderada por Jean-Marie Le Pen. Sobre todo, el Frente Nacional no se benefició del auge continental de la extrema derecha: en Italia en 1994 y en Austria en 2000, partidos pertenecientes a esta nebulosa participaron en coaliciones gubernamentales. Por el contrario, el Frente Nacional sigue siendo un «paria político importante»: 47 tiene mucho peso, pero permanece completamente marginado por los demás partidos. Esto es algo que Bruno Mégret no está dispuesto a aceptar, hasta el punto de desafiar directamente la autoridad de Jean-Marie Le Pen. 

En las elecciones presidenciales, Jean-Marie Le Pen obtuvo el 15,3% de los votos, ligeramente más que en 1988, pero muy por debajo de sus expectativas. Por primera vez, se impuso entre los trabajadores y los desempleados, mientras que Robert Hue, el candidato del Partido Comunista, no alcanzó el 9% de los votos. Este voto obrero-izquierdista, como dice Nonna Mayer, refleja una ruptura social y un rechazo creciente de los partidos tradicionales entre los sectores económicamente más vulnerables de la clase trabajadora. 48 En cambio, Jean-Marie Le Pen no consiguió atraer a una parte suficientemente importante del electorado de derechas como para abrir nuevos caminos. En resumen, a pesar de una campaña a gran escala, marcada por una impresionante caravana y espectaculares mítines, Jean-Marie Le Pen se estaba estancando, sobre todo porque parecía alejarse de los militantes de un partido que había sido considerablemente reorganizado por Bruno Mégret. 

Esta ruptura entre el Frente Nacional y su presidente se hizo patente durante las elecciones municipales de 1995, que fueron un verdadero éxito. Con más de 2000 concejales, el partido triplicó los resultados de 1989 y ganó tres grandes ciudades: Toulon, Orange y Marignane. Estas victorias simbólicas permitieron al FN consolidar su imagen de partido capaz de gobernar y aplicar sus ideas a nivel local. La gestión de las colectividades locales se convirtió en un escaparate de la doctrina del FN, que combinaba bajadas de impuestos, aumento de la seguridad y promoción de la «preferencia nacional». Este primer «frontismo municipal», 49 que prefiguraba el de los años 2010, estuvo marcado por varios escándalos, especialmente en Vitrolles, donde Catherine Mégret ganó la alcaldía en 1997. 

Estos éxitos locales pusieron de manifiesto un desfase entre las aspiraciones del partido y la estrategia de Jean-Marie Le Pen. Mientras que las ejecutivas y los concejales del partido veían estas victorias como un paso decisivo en la «conquista de responsabilidades de gobierno», el presidente del partido parecía restarles importancia. Algunos testigos hablan incluso de su hostilidad hacia los éxitos locales, percibidos como un poder que se le escapa. 50 Las tensiones entre Jean-Marie Le Pen y Bruno Mégret se exacerbaron. Mégret defendía un enfoque de «aparato» destinado a consolidar el arraigo local y ampliar las alianzas, aun a costa de cierta autonomía de los cargos electos y ejecutivos locales. Por otra parte, Jean-Marie Le Pen, fiel a su visión centralizadora y carismática del poder, temía perder el control frente al creciente poder de los notables del partido. El nombramiento de Bruno Gollnisch como Secretario General en octubre de 1995 pretendía contrarrestar la influencia de Mégret, pero la influencia de Jean-Marie Le Pen se tambaleaba. 

Gollnisch parecía oponerse a toda la estrategia seguida por Bruno Mégret desde finales de los años ochenta. En particular, se negó a aceptar cualquier forma de eufemismo, adoptando una línea y una retórica radicales, como si quisiera recordar las raíces ideológicas del Frente Nacional, al tiempo que reafirmaba que él era el único responsable de marcar su dirección política. El 1 de mayo de 1996 profetizó una «guerra civil» provocada por la «inmigración masiva» en Francia. En septiembre del mismo año, en la universidad de verano del Frente Nacional, se le pidió que respondiera a una declaración de Bruno Mégret sobre la «superioridad de la civilización francesa y europea». Jean-Marie Le Pen respondió: «Creo en la desigualdad de las razas, sí, por supuesto, toda la historia demuestra que no tienen la misma capacidad ni el mismo nivel de evolución histórica». 51 Este exabrupto, digno de los grupúsculos más radicales de extrema derecha, provocó un escándalo, mientras Le Pen recibía los elogios de Pierre Sidos, antiguo miliciano y fundador de la Œuvre française, movimiento neofascista conocido por su violencia.

Al año siguiente, la violencia de Jean-Marie Le Pen proporcionó a Bruno Mégret una excusa para precipitar un enfrentamiento. El presidente del partido acudió a apoyar a su hija Marie-Caroline, que hacía campaña en Mantes-la-Jolie, y se enfrentó físicamente a los miembros de un mitin anti-FN, entre los que se encontraba el alcalde de Mantes-la-Ville. Aunque él estaba encantado —el vídeo de la pelea le muestra exclamando: «¡Ah, esto me hace sentir más joven!»—, 52 los demás ejecutivos del partido estaban horrorizados. Mientras el Frente Nacional intentaba normalizarse desde hacía casi una década, su presidente seguía comportándose como si participaba en una riña al frente de la Corpo de droit… Pero fueron las consecuencias del acontecimiento las que encendieron los ánimos. Mientras la violencia de Jean-Marie Le Pen le amenazaba con la inelegibilidad, que le impediría encabezar la lista del Frente Nacional en las elecciones europeas, éste proponía que su esposa, Jany Le Pen, le sustituyera, lo que lógicamente fue percibido por Bruno Mégret como una humillación pública. 

Los dos hombres se enfrentaron en 1998. En septiembre, una reunión del buró político confirmó a Jean-Marie Le Pen que una gran parte de los dirigentes del Frente Nacional estaban a favor de Bruno Mégret, cuando se dio cuenta de que no tenía mayoría para excluirle. El otoño estuvo marcado por un enfrentamiento interno que culminó el 11 de diciembre con la suspensión del Delegado General y de sus allegados, Jean-Yves Le Gallou, Philippe Olivier, Franck Timmermans y Serge Martinez, a los que comparó con un «puñado de tenientes felones y pequeños oficiales» en un famoso discurso en Metz. Al precipitar el enfrentamiento, Jean-Marie Le Pen incitó a sus adversarios a tomar represalias: organizaron un Consejo Nacional extraordinario, al que asistieron más de la mitad de los delegados, que decidieron convocar un congreso extraordinario. Esta decisión fue apoyada por 62 federaciones de 95, 150 consejeros regionales de 280 y más de 17.300 afiliados. Más de un tercio de los militantes y dos tercios de los dirigentes se unieron a los partidarios de Bruno Mégret. 53 A todos los niveles, el partido estaba desorganizado: las secciones locales se dividieron, mientras que la familia Le Pen se desgarró, con Marie-Caroline, la hija mayor, apoyando a los oponentes de su padre. La división también supuso un desastre financiero para el partido. Valérie Igounet pone el ejemplo de la sección de la 15ª circunscripción de Bouches du Rhône, que contaba con 203 miembros antes de la escisión, 112 unos meses más tarde y sólo 35 en 2000. 54

No obstante, el tribunal reconoce que el título, el logotipo y las siglas del Frente Nacional siguen siendo propiedad de Jean-Marie Le Pen, que conserva así el control de los símbolos del partido de extrema derecha que más ha marcado la vida política francesa desde 1945. La situación no era menos grave. Las elecciones europeas de la primavera de 1999 fueron un desastre: la lista encabezada por Jean-Marie Le Pen quedó octava. Dos listas soberanistas quedaron por delante de él: las de Charles Pasqua y Jean Saint-Josse, que encabeza Chasse, pêche, nature et traditions (Caza, pesca, naturaleza y tradiciones). El único consuelo para Jean-Marie Le Pen es que quedó por delante de Bruno Mégret, que superó el umbral del 5% necesario para obtener un escaño en el Parlamento. 

El camino hacia las elecciones presidenciales de 2002 actuó como motor esencial para la reconstrucción de un Frente Nacional que ahora era inseparable de la figura de su líder. La preparación de las elecciones presidenciales, con su ardua búsqueda para reunir los patrocinios necesarios, permitió movilizar a los militantes y recrear una dinámica interna. Este proceso pone de relieve la importancia de la «desagregación» del FN, visible en la centralidad de Le Pen y sus allegados en la comunicación y la imagen de la campaña. Tras la radicalización retórica e ideológica de Le Pen a mediados de los noventa, cuyo objetivo era contrarrestar a Mégret, ahora se esfuerza por presentar una imagen moderada, recordando por ejemplo sus compromisos de juventud con el CNIP y refiriéndose irónicamente a Antoine Pinay como un «peligroso terrorista». 55 Estas iniciativas tenían como objetivo no sólo atraer a nuevos electores, sino también reafirmar la existencia del FN en el tablero político tras la marginación política que siguió a la crisis. 

En la noche del 21 de abril de 2002, Jean-Marie Le Pen alcanzó la segunda vuelta electoral, desencadenando uno de los mayores terremotos de la historia de la Quinta República. Gracias a una buena campaña, el Presidente del Frente Nacional obtuvo trescientos mil votos más que en 1995, pero se benefició sobre todo de la altísima tasa de abstención y del gran número de candidatos (dieciséis en total) y, en particular, del reparto del voto de izquierdas entre ocho candidatos. Con excepción de Bruno Mégret, que se alineó con su antiguo enemigo, y de Arlette Laguiller, que se negó a dar instrucciones, todos los candidatos derrotados se apresuraron a pedir el voto en segunda vuelta para Jacques Chirac, una calificación que sacudió a la sociedad francesa. Las manifestaciones contra la extrema derecha se multiplicaron entre las dos vueltas, mientras numerosas personalidades de los medios de comunicación se posicionaban públicamente contra Jean-Marie Le Pen. Jacques Chirac se negó a debatir con su oponente, como era habitual. Y luego, mientras que su campaña en la primera vuelta había intentado proyectar una imagen de moderación, en la segunda volvió a las grandes líneas del programa del Frente Nacional: prometió cinco referendos sobre inmigración, pena de muerte, fiscalidad, estatuto de la familia y defensa de la vida. También quiere consagrar la preferencia nacional en la Constitución. 

El 5 de mayo de 2002, Jean-Marie Le Pen aumentó ligeramente su resultado de la primera vuelta, superando la barrera de los cinco millones de votos, pero fue aplastado por Jacques Chirac. Este resultado puede considerarse a tres niveles. En primer lugar, marcó la continua marginación del Frente Nacional, señal de que el partido de extrema derecha y su presidente seguían luchando contra el recuerdo de Vichy acumulado desde los años setenta. 56 A pesar de ello, por primera vez, los militantes del Frente se dieron cuenta de que un día podrían llegar al poder: este hecho no carece de importancia para la historia del Frente Nacional en el siglo XXI. Al final, la campaña de Le Pen entre las dos vueltzs fue juzgada un desastre por sus fieles seguidores. Dentro del partido, fue su hija, Marine, quien impresionó con su pugnacidad en televisión. 57

El ocaso del diablo

Durante mucho tiempo, la llegada de Jean-Marie Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones se consideró un triunfo sin futuro. Los años 2000 fueron tanto más difíciles para el Frente Nacional cuanto que empezó a plantearse la cuestión de la sucesión de Jean-Marie Le Pen, revelando verdaderos desacuerdos estratégicos.

En las elecciones legislativas que siguieron a las presidenciales de 2002, el Frente Nacional sólo consiguió algo menos de 3 millones de votos en la primera vuelta. Este resultado ilustraba las continuas limitaciones del Frente Nacional, que sólo conseguía resultados significativos en un puñado de elecciones. En los años siguientes, Jean-Marie Le Pen tuvo dificultades para adoptar una estrategia clara, mientras que Nicolas Sarkozy, Ministro del Interior, retomó temas que atraían al electorado del Frente Nacional: la lucha contra la delincuencia, la afirmación de una fuerte identidad nacional y el respeto de la autoridad del Estado. En noviembre de 2023, el debate entre ambos en el programa 100 minutos para convencer fue sintomático de las nuevas dificultades de Jean-Marie Le Pen para hacer frente al estilo ofensivo de Nicolas Sarkozy. 

Las elecciones regionales de 2004 ilustran estas nuevas dificultades. Con un 14,7% de los votos en la primera vuelta, el FN mejoró sus resultados en algunas regiones, pero retrocedió en otros bastiones como la región PACA. En París, Marine Le Pen, cabeza de lista por la región de Île-de-France, obtuvo un resultado modesto, inferior al de las elecciones de 1998. A nivel europeo, el FN consigue mantener su representación con 7 diputados electos, pero su implantación local sigue siendo frágil: no gana ni un solo ayuntamiento de más de 3.500 habitantes y obtiene pocos concejales generales.

Unas semanas después de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002, Jean-Marie Le Pen cumplió setenta y cuatro años. La cuestión de la sucesión se hizo cada vez más acuciante. Surgieron dos figuras: Marine Le Pen y Bruno Gollnisch. Las diferencias internas empezaron a cristalizar en 2005, sobre todo en torno a la memoria de la Segunda Guerra Mundial y la negación del marco histórico. En enero, Jean-Marie Le Pen provocó un escándalo con una entrevista que concedió al semanario Rivarol, bastión de la negación del Holocausto y del petainismo, en la que restó importancia a los horrores de la Ocupación alemana, comentarios por los que fue condenado a tres meses de prisión con suspensión de pena y multado con 10.000 euros en 2009 por negar un crimen contra la humanidad. Unos meses antes, Bruno Gollnisch había hecho comentarios negacionistas, lo que provocó su suspensión de la universidad. Estos dos casos provocaron una crisis en el seno del partido. Marine Le Pen y su entorno vieron estas posiciones como una bofetada en la cara, que arruinaba sus esfuerzos por normalizar el partido. El recuerdo de la colaboración y el antirrepublicanismo de la extrema derecha tradicional se consideraron obstáculos para el crecimiento electoral del Frente Nacional. 

En 2006, el congreso del FN, previsto inicialmente para designar a un sucesor, fue aplazado, lo que supuso una bofetada para Bruno Gollnisch, que esperaba ser presentado como sucesor de Jean-Marie Le Pen. Para sorpresa de todos, Le Pen anunció su candidatura a las elecciones presidenciales de 2007, con Marine Le Pen como directora de campaña. Fue una auténtica bofetada para Bruno Gollnisch, que se convirtió en el último de los «candidatos número dos» del partido marginado por Jean-Marie Le Pen. Dejó de lado a otros veteranos del partido, como Jacques Bompard, expulsado del Buró Político en 2005 y que abandonó el Frente Nacional en diciembre. 

La campaña presidencial de 2007 se abrió con un discurso inesperado: Jean-Marie Le Pen eligió Valmy para lanzar su candidatura el 20 de septiembre de 2006, aniversario de la batalla. Ante las cámaras, proclamó su compromiso con los valores republicanos y tendió la mano a los franceses de origen extranjero. Esta postura, inédita para el Frente Nacional, lleva el sello de Marine Le Pen. Es el síntoma de un nuevo esfuerzo de desdemonización, centrado en la asimilación y el patriotismo republicano. Esta elección suscitó inmediatamente tensiones internas: los dirigentes históricos, como Carl Lang y Bruno Gollnisch, consideraron que exaltar una batalla simbólica de memoria republicana era contrario a toda la historia del partido, heredero en particular de todos los movimientos que, en los siglos XIX y XX, lucharon contra la Revolución Francesa y sus herederos. 

El resto de la campaña acentuó estas tensiones. Marine Le Pen modificó el programa del partido en cuestiones históricas como el aborto. Sin embargo, estos intentos de modernización fueron acompañados de iniciativas caóticas y a menudo contradictorias, que ilustran la ausencia de una estrategia coherente. La llegada de Alain Soral al comité central, y su influencia en el discurso social y republicano, difuminaron aún más las líneas. En particular, Soral aboga por estrechar los lazos con los jóvenes de origen inmigrante, un tema que divide al electorado tradicional del FN. 

Dos acontecimientos clave de la campaña fueron la visita de Dieudonné al partido Bleu-Blanc-Rouge en noviembre de 2006, que causó una sonora polémica. El cómico, que en 2005 había calificado la Shoah de «pornografía conmemorativa», fue recibido por Le Pen ante las cámaras. Marine Le Pen, ferviente opositora a la visita, se escondió para evitar que se la asociara con el acto. Pero el momento más desconcertante de la campaña, en términos de la historia de Jean-Marie Le Pen, se produjo a principios de abril de 2007, cuando visitó el dalle d’Argenteuil, un barrio simbólico de los suburbios franceses, donde pronunció un inesperado discurso asimilacionista, describiendo a los hijos de los inmigrantes como «ramas del árbol francés». Esta iniciativa, orquestada sin consultar a Marine Le Pen, indignó a los militantes tradicionales. Al igual que la invitación de Dieudonné, también da la impresión de que Marine Le Pen perdió completamente el control de la campaña de su padre. 

La aparente confusión de Jean-Marie Le Pen abre un bulevar a Nicolas Sarkozy. El candidato de la UMP está siendo asesorado por Patrick Buisson, que está convencido de que la unión de las derechas —que llegaría hasta la extrema derecha— sólo puede conseguirla la derecha tradicional. Sarkozy captó los temas que había encarnado Jean-Marie Le Pen desde los años 80: orden, identidad nacional y trabajo. Mientras Le Pen intenta un torpe reenfoque, Sarkozy encarna una derecha firme pero respetable. Esta estrategia, unida a una campaña eficaz, redujo considerablemente el espacio del FN. El 22 de abril de 2007, Jean-Marie Le Pen obtuvo el 10,44% de los votos, casi un millón menos que en 2002. Las elecciones legislativas que siguieron, con un resultado en primera vuelta del 4,3%, agravaron la crisis al privar al partido de recursos financieros vitales.

En medio de este desastre, Marine Le Pen consiguió limitar los daños. En Hénin-Beaumont, Pas-de-Calais, fue la única candidata del partido que se clasificó para la segunda vuelta de las elecciones legislativas. Aunque fue derrotada, atrajo una gran atención mediática. En las elecciones europeas de 2009, volvió a obtener el mejor resultado para el Frente Nacional en la circunscripción del Noroeste. 

Dos años más tarde, Marine Le Pen sucedió a su padre en el XIV Congreso del Frente Nacional en Tours. Este último fue nombrado presidente de honor. Este relevo se produjo tras años de rivalidad con Bruno Gollnisch, partidario de la línea histórica, que abogaba por regresar a los fundamentos ideológicos del movimiento. Aunque Marine Le Pen se ha posicionado como la encarnación de la renovación y la desdemonización, su victoria es el resultado de una preparación metódica. Desde el congreso de Burdeos de 2007, en el que consolidó su control sobre el aparato del partido, Marine no ha dejado de aumentar su influencia, desbancando poco a poco a sus rivales internos. En el Congreso de Tours, ganó por un amplio margen, gozando del apoyo de la mayoría de los afiliados y de un aparato del partido reorganizado a su favor. Aunque la victoria de su hija se interpretó como un signo de ruptura con el antisemitismo del partido, Jean-Marie Le Pen no pudo resistirse a una última provocación. El día anterior, un periodista había sido expulsado de una fiesta reservada a los delegados, un incidente sobre el que el nuevo presidente de honor bromeó ante la prensa: «La persona en cuestión pensó que podía decir que había sido expulsada porque era judía», sonrió Le Pen. «No se le notaba en la tarjeta, ni en la nariz, si me atrevo a decir».

La renovación que pretende encarnar Marine Le Pen es ante todo una cuestión de exhibición. Aunque sigue rodeada de figuras controvertidas de la derecha radical, como Frédéric Chatillon y Philippe Péninque, la nueva presidenta impone ahora discreción a sus tropas. Pocos meses después de su nombramiento, Alexandre Gabriac, consejero regional de Ródano-Alpes y miembro de la Œuvre française, fue expulsado del partido tras publicarse en la prensa una foto suya haciendo el saludo hitleriano delante de una bandera con la suástica. Cuando compareció ante el comité disciplinario, Jean-Marie Le Pen suplicó clemencia. 

La realidad es que la estrategia de desdemonización preconizada por Marine Le Pen —que consiste sobre todo en evitar el escándalo— chocó pronto con las obsesiones de su padre. El 2 de abril de 2015, tras una serie de polémicas declaraciones, Jean-Marie Le Pen reafirmó que las cámaras de gas eran un «detalle de la historia» y se negó a condenar al mariscal Pétain. Estas declaraciones llevaron a Marine Le Pen a establecer un procedimiento disciplinario. Suspendido de militancia en mayo de 2015, Jean-Marie Le Pen fue convocado a comparecer ante el comité ejecutivo del partido en agosto, que aprobó su exclusión por mayoría. En 2018, se suprimió la presidencia de honor. Ese mismo año, el partido cambió su nombre por el de Reagrupamiento Nacional. En 2019, abandonó el Parlamento Europeo, no sin haber dejado tras de sí una serie de causas judiciales. Esto marcó el final de la carrera política de Jean-Marie Le Pen, con los Comités Jeanne, el partido creado en 2016, sin influencia real. 

Es difícil no sentirse agotado al final de esta odisea por la historia de la extrema derecha francesa, desde los años cincuenta hasta nuestros días. En torno a Jean-Marie Le Pen se despliega una galería de retratos —milicianos, SS, nostálgicos del orden colonial— que relatan la letanía de derrotas sufridas por la extrema derecha en el siglo XX. Pero esta historia es también la de una convicción firmemente arraigada de que sus luchas aún tienen futuro si saben adaptarse a las preocupaciones de los tiempos, como ilustran los numerosos reveses y cambios de rumbo que han marcado su vida pública. 

La muerte de Jean-Marie Le Pen plantea inevitablemente la cuestión de lo que queda de esta larguísima carrera política. Con el advenimiento de Marine Le Pen y, con esta última, de Jordan Bardella, su estilo beligerante y sus obsesivas referencias a la Colaboración y a la Guerra de Argelia parecen ya superados, aunque su impronta aún pueda sentirse en la cultura contemporánea de la extrema derecha: en 2022, Éric Zemmour no dejó de rehabilitar las políticas del gobierno de Vichy; en 2024, algunos candidatos designados por Reagrupamiento Nacional para la campaña de las elecciones legislativas hicieron declaraciones antisemitas. 

El legado de Jean-Marie Le Pen es doble. Por un lado, pesa mucho en la incapacidad de Reagrupamiento Nacional para llegar al poder, aunque la extrema derecha ha llegado al poder, sola o en coalición, en muchos países europeos. Su crecimiento constante no cambia el hecho de que el partido tiene dificultades para forjar verdaderas alianzas y, sobre todo, sigue siendo rechazado por una parte importante de la población, como lo demuestra la segunda vuelta de las elecciones legislativas de 2024. Pero Jean-Marie Le Pen también ha encontrado auténticos sucesores políticos en Marine Le Pen y Jordan Bardella. Tienen la misma flexibilidad ideológica, lo que les hace capaces de navegar por todas las tendencias de la extrema derecha. Pero si bien han heredado una base y una etiqueta políticas, a lo que hay que añadir un apellido que tiene mucho peso en la extrema derecha para Marine Le Pen, su vacuidad les diferencia del primer presidente del Frente Nacional. La fuerza de Jordan Bardella reside precisamente en este defecto, que lo llevó a ser objeto de burlas cuando se publicó su autobiografía. 58 Donde Jean-Marie Le Pen encarnaba una extrema derecha saturada de mitos y odios —desde los sueños imperiales a las fantasías de Vichy y una fijación morbosa por la Segunda Guerra Mundial— Marine Le Pen y su mano derecha, consciente o inconscientemente, se despojaron de ellos. Salvo una xenofobia que reconfiguran según la campaña, están desprovistos de referencias. Por eso se han convertido en una pantalla en la que una mayoría de franceses podría acabar proyectando sus aspiraciones… y sus rechazos.

Será entonces cuando los herederos de Jean-Marie Le Pen lleguen al poder.  

Notas al pie
  1. Zeev Sternhell, Les anti-Lumières :  une tradition du XVIIIe siècle à la guerre froide, París, Gallimard, (2006) 2010.
  2. Jean-Marie Le Pen, Les Français d’abord, Paris, Carrère-Lafon, 1984, p. 32.
  3. Jean-Marie Le Pen, Fils du peuple, París, Éditions Muller, 2018, p. 43-50.
  4. Jean-Marie Le Pen, idem, p. 55.
  5. Umberto Eco, De superman au surhomme, traducido del italiano al francés por Myriem Bouzaher, París, Grasset, 1993, p. 23.
  6. Jacques Le Bohec, Sociologie du phénomène Le Pen, París, La Découverte, 2005, p. 40.
  7. Antonin Dubois, Organiser les étudiants Socio-histoire d’un groupe social (Allemagne et France, 1880-1914),París, Éditions du Croquant, 2021, p. 344-346.
  8. Humberto Cucchetti, «“L’Action française contre l’Europe” : Militantisme royaliste, circulations politico-intellectuelles et fabrique du souverainisme français», Politique européenne, 2014, n° 43, pp. 176-180.
  9. Romain Souillac, Le mouvement Poujade. De la défense professionnelle au populisme nationaliste (1953-1962), París, Presses de Sciences Po, 2007. pp. 31-48.
  10. Guillaume Perrault, « Jean-Marie Le Pen, la première victoire du para » Le Figaro, 5 août 2014.
  11. Romain Souillac, Le mouvement Poujade… op. cit. pp. 215-228.
  12. Raphaëlle Branche, La torture et l’armée pendant la guerre d’Algérie, 1954-1962, París, Gallimard, 2001.
  13. Pierre Vidal-Naquet, «Le Pen : député tortionnaire», Vérité Liberté, n° 20,‎ juin-juillet 1962.
  14. Cf. Fabrice Riceputi, Le Pen et la torture  : Alger, 1957, l’histoire contre l’oubli, París, Le Passager clandestin, 2024.
  15. Grey Anderson, La guerre civile en France, 1958-1962. Du coup d’État gaulliste à la fin de l’OAS, París, La Fabrique, 2018.
  16. Jonathan Thomas, «Jean-Marie Le Pen et la SERP : le disque de musique au service d’une pratique politique», Volume !, 2017, 14/1, p. 2017, pp. 85-101.
  17. Raoul Salan (1899-1984) fue un militar francés. Dirigió las tropas francesas en Argelia de 1956 a 1958. En 1961, dirigió el golpe de Estado de los generales para impedir que De Gaulle concediera la autodeterminación a Argelia. Al fracasar el intento, se convirtió en jefe de la Organización Secreta del Ejército. En 1962 fue condenado a cadena perpetua. Fue indultado en 1968.
  18. Emmanuelle Comtat, Les pieds-noirs et la politique. Quarante ans après le retour, París, Presses de Sciences Po, 2009, p. 248-249.
  19. Félicien Faury, Des électeurs ordinaires, París, Le Seuil, 2024.
  20. Nicolas Lebourg, «Ordre Nouveau, fin des illusions droitières et matrice activiste du premier Front National.», Studia Historica. Historia Contemporánea, n° 30, 2013, pp. 205–230.
  21. Nicolas Lebourg, Jonathan Preda, Joseph Beauregard, Aux Racines du FN. L’Histoire du mouvement Ordre Nouveau, París, Fondation Jean Jaurès, Paris, 2014, pp. 87-88.
  22. Valérie Igounet, Pauline Picco, «Histoire du logo de deux “partis frères” entre France et Italie (1972-2016)», Histoire@Politique, n° 29, 2016. p.220-235.
  23. Jean-Michel Normand, «Le bandeau de Jean-Marie Le Pen, poudre aux yeux pour campagne électorale», Le Monde, 16 de agosto de 2022.
  24. Jean-Étienne Dubois, «Jean-Marie Le Pen en 1974 ou les déboires électoraux du Front national à ses débuts», Histoire Politique [En ligne], n°44, 2021. (Consultado el 20 de julio de 2023).
  25. Valérie Igounet, Le Front national de 1972 à nos jours : le parti, les hommes, les idées, Paris, Le Seuil, 2014,p. 78-82. Cf. también: Joseph Beauregard, Nicolas Lebourg, Dans l’ombre des Le Pen. Une histoire des numéros 2 du FN, París, Nouveau Monde Éditions, 2012.
  26. Nicolas Lebourg, Joseph Beauregard, François Duprat : L’Homme qui inventa le Front national, París, Éditions Denoël, 2012.
  27. Alexandre Dézé, «La “dédiabolisation” . Une nouvelle stratégie ?», en Sylvain Crépon, Alexandre Dézé, Nonna Mayer, Les faux-semblants du Front national, París, Presses de Sciences Po, 2015. pp. 25-50.
  28. Jean-Yves Camus, «Le Front national, Israël et les juifs», Fragments sur les Temps présents, 16 de julio de 2014.
  29. Mathias Bernard, Les années Mitterrand, París, Belin, 2015, p. 259.
  30. Valérie Igounet, Le Front national… op. cit… p. 132.
  31. L’Heure de vérité, 13 de febrero de 1984.
  32. Guy Birenbaum, «Le Front national à l’Assemblée (1986-1988). Respect et subversion de la règle du jeu parlementaire.», Politix, vol. 5, n°20, 1992, p. 106.
  33. Philippe Lamy, «Le Club de l’Horloge (1974 -2002). Évolution et mutation d’un laboratoire idéologique.» Tesis doctoral, Université Paris VIII, 2016, pp. 379-412.
  34. Pierre-André Taguieff, Sur la Nouvelle droite :  jalons d’une analyse critique, Paris, Descartes et Cie, 1994, p. 53.
  35. Marine Turchi, «L’argent du Front national et des le Pen : une famille aux affaires», Pouvoirs, n° 157, 2016, pp. 31-47.
  36. Valérie Igounet, Le Négationnisme en France, París, Presses universitaires de France, 2024, p. 72.
  37. Valérie Igounet, «Le Front national et le Rassemblement national face à l’antisémitisme», en Alexandre Bande, Pierre-Jérôme Biscarat, Rudy Reichstadt, Histoire politique de l’antisémitisme en France, París, Robert Laffont, 2024, p. 56.
  38. Laurent Joly, Xavier Vallat (1891-1972) : du nationalisme chrétien à l’antisémitisme d’État, París, Grasset, 2001.
  39. Gilles Richard, Histoire des droites en France, París, Perrin, 2023 (2017), p. 549.
  40. Valérie Igounet, Le Négationnisme… op. cit. p. 74.
  41. Arthur Berdah, «De Jean-Marie à Marine Le Pen, ces 1er Mai qui ont fait l’histoire du FN», Le Figaro, 30 de abril de 2015.
  42. Valérie Igounet, Le Front national… op. cit… p. 201.
  43. Nicolas Lebourg, «Les dimensions internationales du Front national», Pouvoirs, 2016, n° 157, 2016, p.106.
  44. Jean-Yves Camus, «Le Front National et la nouvelle droite», en Sylvain Crépon, Alexandre Dézé, Nonna Mayer, Les faux-semblants… op. cit. p.105-111.
  45. Emmanuelle Reungoat, «Le Front National et l’Union européenne : La radicalisation comme continuité», en Sylvain Crépon, Alexandre Dézé, Nonna Mayer, Les faux-semblants… op. cit. p.230.
  46. Emmanuelle Reungoat, «Mobiliser l’Europe dans la compétition nationale : la fabrique de l’européanisation du Front national», Politique européenne, 2014, n° 43, 2014, p.120-162.
  47. Cas Mudde, The ideology of the extreme right, Manchester, Manchester University Press, 2002, p. 6.
  48. Nonna Mayer, Ces Français qui votent FN, París, Flammarion, 2002 (1999).
  49. Félicien Faury, «Extrême droite partisane et rôles municipaux : Le travail de représentation d’élus municipaux du Front National», Pôle Sud, 2021, n° 54, 2021, pp.139-153.
  50. Valérie Igounet, Le Front national… op. cit… p. 269-271.
  51. Dominique Albertini, David Doucet, Histoire du Front national, París, Tallandier, 2014, p. 198.
  52. Martin Fort, «“Rouquin ! Pédé !” : les conséquences inattendues de la bagarre de Jean-Marie Le Pen filmée en 1997», La revue des médias, 24 de septiembre de 2023.
  53. Valérie Igounet, Le Front national… op. cit… p. 323.
  54. Valérie Igounet, Le Front national… op. cit… p. 353.
  55. Mathias Bernard, «Le Pen, un provocateur en politique (1984-2002)», Vingtième Siècle. Revue d’histoire, 2007, n° 93, 2007. p. 44.
  56. Henry Rousso, Le syndrome de Vichy  : de 1944 à nos jours, París, Seuil, 1990 (1987).
  57. Dominique Albertini, David Doucet, Histoire du Front national… op. cit. p. 252-259.
  58. Jordan Bardella, Ce que je cherche, Paris, Fayard, 2024.