Desde la aceleración reaccionaria en los Estados Unidos de Trump hasta el ascenso del revisionismo de la AfD en Alemania, respaldada por Elon Musk, la extrema derecha está en marcha. La Historia nunca se repite, pero siempre nos beneficiamos de estudiarla, y de estudiar a estas figuras intelectuales que vivieron en «un mundo grande y terrible» (Antonio Gramsci), a menudo arriesgando sus vidas, construyendo obras que todavía pueden iluminarnos. Para recibir nuevos episodios de esta serie por correo electrónico, suscríbete aquí
Pocas obras han sido tan controvertidas en su época como las de Hannah Arendt, antes de suscitar un furor que se explica, al menos en Francia, por el fin del paréntesis marxista en las ciencias sociales y la necesidad de repensar la naturaleza política de la historia, sin olvidar el papel desempeñado por el psicoanálisis, el feminismo y el judaísmo.
Una de las paradojas reside en el contraste entre el lugar destacado que se concede a Arendt en el debate público desde los años ochenta y las críticas que recibe su descripción del totalitarismo, en particular en los análisis más recientes del nacionalsocialismo. El progreso de la historiografía es una de las explicaciones. Un nivel de análisis más profundo reside en la dificultad de la obra, la idea de que el filósofo tiene el deseo, si no de oscurecer la realidad, al menos de «espesarla», y el cuestionamiento filosófico al que conduce.
Un libro oscuro
Los orígenes del totalitarismo 1 es un libro oscuro. Recordarán la observación de Aron en un artículo sobre él en 1954, mucho antes de que el libro se tradujera al francés en tres volúmenes a finales de la década de 1960, aunque ya había aparecido en Alemania en 1955: «El libro de Hannah Arendt es un libro importante. A pesar de sus defectos, a veces irritantes, el lector, incluso aquel con mala voluntad, se siente poco a poco cautivado por la fuerza y la sutileza de ciertos análisis». 2 Los comentarios de Aron son numerosos: el libro no hace honor a su título; está mal escrito y lleno de aproximaciones históricas. Sin embargo, la importancia del libro fue tal que volvió a él en 1965 en su curso Democracia y totalitarismo. En estas palabras, parece que nos enteramos más de la dificultad de los comentaristas para entrar en el argumento de la obra y de su propia estructura.
¿Cómo hemos leído Los orígenes del totalitarismo?
El libro, publicado en 1951, es en realidad una recopilación de tres obras escritas entre 1945 y 1949. Las dos primeras fueron escritas entre 1944 y 1947 y el último volumen, dedicado al totalitarismo y que contiene la comparación nazismo-estalinismo, data de 1948-1949. Es este volumen el que confiere al volumen su unidad a posteriori, sensación reforzada por la adición, en la segunda edición de 1958, de una sección final titulada «Ideología y terror: un nuevo tipo de régimen».
Los orígenes es un libro denso. Los pocos indicios que dan los esbozos preparatorios muestran que en un momento dado se habló de llamar al libro Los elementos de la vergüenza: antisemitismo, imperialismo, racismo, y luego Los tres pilares del infierno o, finalmente, tan solo Historia del totalitarismo. En cuanto al método, la propia Arendt reconoció –en respuesta a las críticas del filósofo Eric Voegelin– que fue sobre todo la emoción, palpable en todo el libro, la que guió su redacción.Arendt no prologó su libro con ninguna introducción metodológica. Peor aún, la segunda edición suprimió definitivamente el prefacio contenido en la primera, que había arrojado luz sobre una serie de conceptos centrales para su análisis: comprensión y causalidad, el mundo ficticio y el mal absoluto, y la idea de que el totalitarismo había destruido la esencia del hombre. Por último, en 1966, en una tercera edición, Arendt añadió un prefacio al principio del volumen sobre el totalitarismo, en el que se limitaba a exponer las principales preguntas: ¿Qué ocurrió? ¿Por qué ocurrió? ¿Cómo fue posible?; sin más comentarios.
A menudo se ha dicho que Los orígenes son dos libros en uno. Dos libros con diferentes estructuras y, sobre todo, diferentes formas de escribir, superpuestos el uno sobre el otro, lo que dificulta la comprensión de lo que se dice. No sólo no se enlazan, sino que no hay un hilo conductor, nada que pueda ser una historia del Estado-nación o un estudio del papel de las masas en la democracia, que explique el conjunto. Hannah Arendt mezcla dos disciplinas: la historia en los dos primeros libros y la filosofía en el último. Se superpone así un nivel de discurso que articula una búsqueda de las causas más o menos remotas de los acontecimientos del periodo de entreguerras y del ascenso al poder de los regímenes totalitarios, y un enfoque fenomenológico de la experiencia totalitaria y de los campos de concentración.
Una de las explicaciones que se han dado a esta heterogeneidad es la de work in progress, la evolución del proyecto a medida que se iba escribiendo. Otros han llegado a cuestionar la existencia misma de una estructura. Una de las críticas más agudas la hace Paul Ricœur en su Prefacio al libro posterior de Arendt, La condición del hombre moderno. 3 Destaca los continuos saltos entre «la contingencia del acontecimiento» y «la irrupción del concepto», la oposición entre un enfoque fenomenológico que pretende demostrar que «los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados» y una formalización que insiste en la idea del terror como esencia. Ricœur sugiere que Arendt en realidad quería demostrar nuestra incapacidad para dar cuenta de lo sucedido. Arendt construye, en efecto, un enigma, y en este punto estaremos de acuerdo con Ricoeur siempre que consideremos que no se trata de una aporía sino de un ejercicio de pensamiento. En la gradación del análisis del totalitarismo, la interpretación se sitúa por debajo de la comprensión. Por una parte, porque corre el riesgo de debilitar el carácter sorprendente y escandaloso de la simple enunciación de los hechos mismos; por otra, porque también corre el riesgo de conducir a una forma degradada de moral, en la medida en que el totalitarismo ha destruido los fundamentos de una moral común.
Una hermenéutica singular
Una de las hipótesis que pueden formularse sobre Los orígenes es la idea de una complejidad deliberada, del recurso a una hermenéutica singular que indica una posición filosófica destinada a impedir cualquier interpretación unívoca del totalitarismo. Arendt afirma la necesidad de reflexionar sobre el estatuto del conocimiento aplicado al totalitarismo y la misión del historiador. El trasfondo es el de una comprensión que se nutre del registro de una fenomenología existencial.
En realidad, Arendt juega a dos bandas. Por un lado, hace más compleja y opaca la realidad histórica, colocando a su lector en la posición inicial de no comprender el totalitarismo; por otro, define una noción de comprensión que sólo a ella pertenece y que va más allá de la explicación y la interpretación. Los orígenes es precisamente el lugar de esta doble operación.
La primera subraya la dimensión primordialmente hermenéutica de su demostración. Toma prestado de los principios de la hermenéutica moderna, fundada a principios del siglo XIX por Friedrich Schleiermacher, pero también de la escritura de los campos, la escritura de la oscuridad que se encuentra en Paul Celan y Primo Levi. Esta última idea está sugerida por un paralelismo entre el libro y los artículos que Arendt escribió en los años cuarenta, cercanos al análisis periodístico pero perfectamente claros.
Es cierto que Arendt nunca experimentó el horror de los campos, aparte de un breve –pero aún así demasiado largo– periodo en un campo de internamiento en Gurs en 1940. Sin embargo, los campos ocupan un lugar central en el análisis del último volumen de su definición del totalitarismo. Esto queda meridianamente claro si comparamos su análisis con el de Aron, por ejemplo. Más que las instituciones, son las personas las que están en el centro de la dinámica descrita por Arendt, o más bien el movimiento que se produce a medida que son borradas gradualmente.
Lo ocurrido en los campos hace imposible volver a las formas anteriores de escritura y pensamiento. Por lo tanto, no se pueden dar explicaciones con las formas y el lenguaje tradicionales. Hay que inventar otra cosa. ¿Cómo podemos dar testimonio de lo que no hemos vivido? ¿Cómo hacer oír el sufrimiento sin traicionarlo? Lo que significa también sin darle un sentido. Cualquier intento de análisis debe comenzar por confrontar al lector con un principio de no comprensión, un principio que el lenguaje lleva consigo y que debe convertir a través de un proceso de oscurecimiento y reconstrucción. Arendt no hace otra cosa cuando se pregunta qué significa «comprender» el totalitarismo al tratar de describir el proceso de su formación.
«Comprender» el totalitarismo
¿Cómo podemos dar cuenta del totalitarismo, cómo podemos describir la cadena de acontecimientos políticos e institucionales que tuvieron lugar entre 1922 y 1945 dando cuenta de la posibilidad misma de que ocurrieran, y recrear las condiciones de una experiencia mental que proteja contra la posibilidad de que los mismos acontecimientos vuelvan a ocurrir en el futuro? Hannah Arendt da un giro respecto a la práctica tradicional de historiadores y politólogos, que justifica por el carácter inédito de lo que allí ocurrió.
En lo que respecta a la ciencia política, Arendt, una de las primeras, insiste en la falta de coherencia del poder, la anarquía organizativa reflejada en la competencia entre administraciones, en particular dentro del régimen nazi. El nazismo y el estalinismo funcionaban según una regla de revolución permanente, basada en el principio de incertidumbre en el que se sumían las poblaciones y que el terror sostenía. El resultado fue la adopción de normas cada vez más estrictas de selección racial. Es imposible dar cuenta de ello mediante una tipología tradicional de regímenes políticos. La descalificación de la explicación histórica es aún más radical. Arendt da decididamente la espalda a la Historia. No hay nada en esta disciplina que nos permita comprender adecuadamente el fenómeno totalitario, en la medida en que ninguna de las categorías que hemos heredado se adecua a su naturaleza. Sólo a través de su práctica brilla la originalidad del totalitarismo. Por eso le parece esencial introducir rupturas en el análisis, allí donde los historiadores ven generalmente continuidades. El único momento en que Arendt recurre a la causalidad en Los orígenes es el surgimiento del imperialismo, iluminado a partir de sus causas económicas y sociales.
Entender los orígenes del totalitarismo no significa, por tanto, buscar las causas que llevaron al poder a los regímenes totalitarios en los distintos países europeos, sino identificar los elementos que «cristalizarían» de esta forma en el curso de la historia. «Elementos» y “cristalización” van en contra de la idea de causalidad determinista y apuntan hacia una causalidad reflexiva.
Los tres elementos que cristalizan en el totalitarismo son el antisemitismo, el imperialismo y el racismo. En sí mismos, no tienen nada de totalitarios. Es su unión lo que ha creado las condiciones de posibilidad. «Los componentes del totalitarismo constituyen sus orígenes, siempre que por «orígenes» no entendamos «causas». (…) Por sí mismos, los elementos no pueden causar nada. Sólo se convierten en orígenes de los acontecimientos si, y sólo si, cristalizan de repente en formas fijas y definidas». 4 Lejos del determinismo histórico, la cristalización es una manifestación de la vida. Estos elementos tampoco desaparecieron cuando cristalizaron. Si el totalitarismo ha sido derrotado, nada impide la reaparición de una nueva forma de totalitarismo en el futuro como resultado de una cristalización similar. La causalidad aplicable a la historia es, por tanto, reflexiva e incluso contrafactual. En este caso, es posible imaginar que uno o varios acontecimientos habrían sucedido en lugar de lo que ocurrió. Pero una vez ocurrido, el acontecimiento es irrevocable. La tarea del historiador no consiste en descubrir las causalidades del pasado, sino en interpretar la novedad que perfora el tejido de la historia, en analizar la nueva estructura que emerge.
La comprensión de Arendt se refiere, por tanto, a una postura filosófica. En un artículo de 1953 titulado «Comprensión y política», casi contemporáneo a la publicación de Los orígenes, Arendt volvió sobre esta última y la contrapuso al conocimiento científico: es «una actividad interminable, que nos permite, mediante continuas modificaciones y ajustes, llegar a un acuerdo con la realidad, reconciliarnos con ella y esforzarnos por sentirnos en casa en el mundo». No puede conducir a resultados unívocos. 5 Aquí entran en juego dos procesos: el rechazo de la explicación, que descalifica el objeto mismo de la disciplina histórica, y el deseo de reconciliación con el mundo, que apunta a la noción de perdón. De este proceso de reconciliación depende la progresión en la composición de Los orígenes. Abre la idea de una causalidad de la resistencia.
Una lectura filosófica de Los orígenes
Comprender, dice Arendt, evocando la antigua plegaria del rey Salomón en la que pedía a Dios que le concediera un “corazón inteligente”, es por tanto una “empresa extraña”. 6 Esta apelación al corazón humano se refiere, de hecho, al diálogo infinito que cada uno de nosotros mantiene consigo mismo en la idea de la presencia de los demás, que ella describe en otro lugar como «imaginación», no en el sentido de una ficción, sino como el poder que poseemos en determinados momentos de nuestra existencia para establecer la distancia adecuada con respecto a las cosas. «Sólo somos contemporáneos de lo que nuestro entendimiento logra captar». 7 Habitar el mundo es, por tanto, comprenderlo. Por tanto, la relevancia de la interpretación de Arendt sobre el totalitarismo se encuentra menos en la exactitud histórica que en la refundación de una filosofía política.
Relevancia filosófica
En la medida en que Hannah Arendt demuestra que los elementos que permiten el surgimiento de un régimen totalitario están presentes en otras épocas históricas y bajo otros regímenes, pero que es el régimen totalitario el que los inviste de un nuevo significado, es necesario que defina, al margen de un enfoque tipológico, lo que constituye su esencia.
El carácter inédito del totalitarismo reside en la relación que establece con el hombre, en la forma en que no sólo lo destruye físicamente sino que también lo aniquila moralmente, hasta el punto de que podríamos llegar a una situación en la que la existencia humana ya no encontraría razón de ser sobre la tierra. La radicalidad del totalitarismo se deriva del hecho de que destruye tanto la capacidad de acción del hombre como su capacidad de pensar. En este sentido, no marca una regresión hacia la tiranía, como tampoco constituye un régimen stricto sensu. Lo impensable reside en la extraña dialéctica por la que la despolitización de la sociedad conduce a la aniquilación de la naturaleza misma de la política. El totalitarismo nos invita así a penetrar en la esencia misma de la política y a repensar las formas de poder susceptibles de escapar a la lógica de la dominación, que hace añicos las expresiones espontáneas de la acción común.
Arendt aplica al totalitarismo –y sobre todo al nazismo– el esquema de Montesquieu según el cual las sociedades humanas perduran gracias tanto a sus leyes como a su moral. Mientras que los regímenes totalitarios parecen actuar de forma totalmente arbitraria, trastocando los fundamentos de las leyes naturales, Arendt demuestra, por el contrario, que responden a una ley cuyo objetivo, lejos de garantizar la estabilidad de un orden civil y político, es perturbarlo permanentemente. La consiguiente desestructuración del orden colectivo e individual hace que el mundo sea a la vez incomprensible y aterrador. Esto nos recuerda el ensayo de Arendt sobre El castillo de Kafka, del que concluye que «K es constantemente acusado de ser inútil, indeseable». 8
Aquí es donde entra en juego la ideología. Garantiza que la ley y su carácter dominante se renueven constantemente. Es a través de la ideología como se elimina al hombre. Lo sorprendente del totalitarismo es su voluntad de crear un hombre nuevo, es decir, de eliminar al individuo en beneficio de la especie. Es en este vínculo entre el derecho y la destrucción de la humanidad donde reside la singularidad del análisis de Arendt sobre la ideología en comparación con el desarrollado en la misma época por Voegelin o Aron. Si Arendt rechaza el sintagma de «religiones seculares» para designar el dominio sobre las mentes que ejercen los totalitarismos, es porque, según ella, su objetivo es la destrucción de los cuerpos y no la conquista de las mentes. La teología trata al hombre como espíritu, mientras que el totalitarismo lo reduce a la condición de cuerpo. Leer el totalitarismo en términos de conceptos como secularización o religión sería reducirlos a su funcionalidad e ignorar su contenido. Además, esta identificación implica las nociones de autoridad y libertad que iban a constituir el núcleo del pensamiento de Arendt a partir de los años sesenta.
Preocupación por los demás
Está claro que el planteamiento de Arendt no pretendía en modo alguno convertir el totalitarismo en el concepto sintético y englobante que los historiadores han llegado a considerar con razón. Más bien se refiere a una actitud de pensamiento que indica, en el acto de «comprender», tanto un conocimiento basado en lo singular como una presencia en el mundo inscrita en la idea de compartirlo. Por tanto, debemos leer Los orígenes como un deseo de refundar una filosofía política en la que el totalitarismo sea a la vez la fuente del mandato y el instrumento.
Hannah Arendt ya se había abierto a ello en una carta a Mary Underwood del 14 de septiembre de 1946, que expone el proyecto de Los orígenes: «Detrás del antisemitismo, la cuestión judía; detrás del declive del Estado-nación, el problema no resuelto de la nueva organización de los pueblos; detrás del racismo, el problema no resuelto de un nuevo concepto de humanidad; detrás de la expansión por la expansión, el problema no resuelto de la organización de un mundo que se reduce constantemente y que nos vemos obligados a compartir con pueblos cuyas historias y tradiciones no pertenecen al mundo occidental». 9 Ahora debemos reflexionar sobre la idea de naturaleza humana.
El totalitarismo es ante todo una experiencia, caracterizada por el despliegue de un mal que parece escapar a toda inteligibilidad, a pesar de la utilización de métodos científicos como el exterminio. La mayoría de las veces es bajo el disfraz de la racionalidad, llevada al extremo, cuando se produce el desplazamiento hacia lo irracional. Lo impensable toma entonces la forma de la transgresión de los límites de la razón hipertrofiada, que la experiencia totalitaria radicaliza hasta desembocar en un sistema generador de caos. En este sentido, lo impensable marca la desaparición de la capacidad de pensar. Algunos, como Adorno y Horkheimer, lo vieron como el origen del advenimiento de la racionalidad fría en lugar de la razón kantiana, garante del universalismo y de la autonomía individual.
Sin embargo, no es la razón lo que Arendt cuestiona, sino los efectos de su aniquilación en los individuos. Lo aborda a través de un estudio fenomenológico de los lazos sociales que constituyen la base del mundo común y de las consecuencias de su desaparición. «Los movimientos totalitarios necesitaban menos la ausencia de una estructura de masas que las condiciones específicas de una masa atomizada e individualizada». Aquí es donde el nazismo y el bolchevismo pueden compararse, aunque surgieran en circunstancias muy diferentes. «Para transformar la dictadura revolucionaria de Lenin en un régimen totalitario, Stalin se vio obligado primero a crear artificialmente la sociedad atomizada que las circunstancias históricas ya habían preparado en Alemania para los nazis». Czesław Miłosz también describiría este proceso en Pensamiento cautivo en 1954. Adherirse al nuevo orden totalitario no significa necesariamente ser «creyente», sino sólo que se cede a las «nuevas costumbres», 10 incluidas las más brutales, como el hecho de que a determinados ciudadanos se les asigne el lugar en el que deben vivir en razón de su nacionalidad, religión o lengua, esas nuevas reglas que hacen que, cuando se pisa un cadáver, uno acabe por ni siquiera escandalizarse por ello. Adherirse significa practicar el ketman, esa reserva mental que te permite adherirte aparentemente a la visión de los vencedores mientras enmascaras tus propias opiniones.
El capítulo final de Los orígenes describe las distintas versiones de la imposibilidad de estar en el mundo provocada por el terror que ejercen los regímenes totalitarios. El terror de los regímenes totalitarios destruye cualquier posibilidad de formar parte del mundo, de encontrar el propio lugar en él. Mientras que el aislamiento pretotalitario todavía deja intactas las relaciones de la esfera privada, la desolación característica de los regímenes totalitarios no deja ninguna forma de seguridad. Proclama la superfluidad de las masas y de los propios individuos. Rompe toda forma de apego y confianza. «Por una parte, la coacción del terror total, que en su círculo de hierro comprime a las masas de hombres aislados y los mantiene en un mundo que se ha convertido para ellos en un desierto; por otra, la fuerza autovinculante de la deducción lógica, que prepara a cada individuo en su aislamiento desolado contra todos los demás: ambas se corresponden y se necesitan para poner en marcha el movimiento regido por el terror, y para mantenerlo». 11 La experiencia totalitaria es, pues, una experiencia de desolación, cuya lógica coloca a los individuos a merced de un poder cuyo único objetivo es colocarlos en una situación suicida. El resultado es una disociación entre totalitarismo y poder, que Arendt define como un esfuerzo organizado por los hombres y que los une. Contrariamente a los análisis habituales, en su opinión el totalitarismo es un régimen en el que el poder está ausente.
Para ella, volver a situar a las personas en el centro de la filosofía y de la acción política es la única manera de impedir la aparición de nuevos totalitarismos. Comprender significa pasar al lado del sentimiento y de la acción. Porque no fueron las ideas las que llevaron al triunfo del totalitarismo, sino las acciones. «La terrible originalidad del totalitarismo no reside en el hecho de que una nueva «idea» haya venido al mundo, sino en el hecho de que las propias acciones que ha inspirado constituyen una ruptura con todas nuestras tradiciones: estas acciones han destrozado claramente nuestras categorías políticas, así como nuestros criterios de juicio moral». 12 Por tanto, es mediante la puesta en práctica de diversas acciones en el ámbito público como debemos protegernos de un posible retorno a la violencia. El objetivo de estas acciones es crear un mundo común, permitir que las personas experimenten los diferentes estados de su naturaleza sin aislarse de los demás y remitiéndose a un significado común.
Esto invierte el sentido que debe darse a la política. Esta es sin duda la razón por la que la educación y la cultura adquirieron un papel central en la obra de Arendt en los años sesenta, en la medida en que constituyen el suelo de esta comunidad humana. La reflexión sobre el totalitarismo es una reflexión sobre el hombre: ésta es la principal verdad que un enfoque histórico podría llevarnos a pasar por alto. Pensar sólo en términos de historia nos lleva a pensar en términos limitados de supervivencia; tratar de comprender la práctica totalitaria, es decir, la aparición de acciones totalitarias en un mundo que no era totalitario, nos lleva a examinar en nosotros mismos cómo llegaron a ser estas acciones. Así, la «comprensión», el centro del análisis, se convierte ante todo en una comprensión de nosotros mismos. Esto no basta para impulsar la lucha contra el totalitarismo, pero es la única manera de darle el sentido que necesita para triunfar. Esto nos lleva de nuevo al lenguaje. Vivir en casa, vivir en la propia casa, es vivir en la propia lengua. Ejercer violencia contra las personas es ejercer violencia contra las palabras privándolas de aquellas a través de las cuales forjan un hogar, una identidad concreta. Esta es la principal lección que ha aprendido del totalitarismo, y explica su crítica a la noción de derechos humanos, que en su opinión es demasiado abstracta y carente de contenido. El ser humano no debe concebirse como una referencia universal, sino como algo con un contenido concreto.
Notas al pie
- En adelante Los Orígenes.
- Raymond Aron , «L’Essence du totalitarisme», Commentaire, 2005/4, nº 112, pp. 943-954, p. 943.
- Paul Ricoeur, «Préface à Condition de l’homme moderne» [1983], Lectures I. Autour du politique, París, Editions du Seuil, 2014, p. 43-66.
- Hannah Arendt, La Nature du totalitarisme, París, Payot, «Bibliothèque philosophique Payot», 1990, p. 73.
- Ibid, p. 33.
- Ibid, p. 65.
- Ibid, p. 66.
- Hannah Arendt, La tradition cachée, París, Éditions Payot, p. 210.
- Hannah Arendt, Les Origines du totalitarisme, París, Gallimard, «Quarto», 2002, pp. 179-838. Citado en el prefacio de la obra por P. Bouretz, pp. 143-175, p. 143.
- Czesław Miłosz, La Pensée captive, París, Gallimard, «Folio», 1988, p. 51.
- Hannah Arendt, Les Origines du totalitarisme, op. cit. p. 831.
- Hannah Arendt, Les Origines du totalitarisme, op. cit. p. 36.