Yaroslav Trofimov

Europa ya está inmersa en una guerra: la más sangrienta desde la Segunda Guerra Mundial, con casi tres años de combates a gran escala en Ucrania, donde cientos de miles de personas han muerto o han quedado mutiladas, millones han sido desplazadas y ciudades enteras han quedado reducidas a escombros.

A pesar de ello, mucha gente en Europa Occidental no se considera en guerra. Por eso, antes de hablar de ganar una guerra, debemos reconocer que estamos en guerra.

Estaba mirando los resultados de una reciente encuesta de Gallup en Europa, en la que se preguntaba a la gente si defendería a su país en caso de que fuera atacado: el 29% de los españoles, el 23% de los alemanes y sólo el 14% de los italianos dijeron que lucharían por su país. Este estado de ánimo está muy extendido por toda Europa, motivado por ilusiones: muchos esperan que el conflicto en el Este pueda resolverse de algún modo, que Putin pueda apaciguarse con una concesión o dos sobre Ucrania. Pero está claro que eso no va a suceder, ya que los funcionarios rusos han declarado muchas veces que sus ambiciones son mucho mayores. Su objetivo es remodelar la arquitectura de seguridad europea y hacer retroceder la expansión de la OTAN.

Los contribuyentes europeos son reacios, con razón, a financiar un gasto mucho mayor en su propia defensa o en apoyo a Ucrania.

La ayuda militar total de Alemania a Ucrania, entregada y prometida, asciende a unos 28 mil millones de euros a lo largo de tres años, aunque gran parte de ella aún no se ha desembolsado. Aunque se trata de una gran suma, equivale a unos dos euros por alemán y por semana. Es una suma modesta para evitar que la guerra se extienda aún más.

Señor ministro, Ucrania, como muchos otros países, no estaba preparada para la guerra. Si hubiera preguntado a los ucranianos hace 15 años, no era un país de guerreros dispuestos a luchar. El ejército ucraniano apenas existía en 2014. ¿Cómo se ha producido esta transformación? ¿Qué lecciones puede aprender el resto de Europa de la notable capacidad de Ucrania para movilizarse y luchar contra un poderoso adversario?

Sergii Marchenko

Permítame comenzar compartiendo con usted mi experiencia personal.

El 24 de febrero de 2022, había planeado ir a nadar. Incluso había preparado mi equipo. Como la mayoría de la gente, no esperaba un gran ataque en territorio ucraniano. Como miembro del gobierno y del Consejo de Seguridad Nacional, era muy consciente de los riesgos potenciales. Sin embargo, aún nos resistíamos a aceptar plenamente que pudiera ocurrir. Por eso es tan difícil predecir o prepararse para el estallido de una guerra.

Hoy, después de más de mil días de conflicto —1.061 días para ser exactos— tenemos una clara comprensión de lo que está ocurriendo y de cómo afrontarlo. Una de las lecciones más importantes que hemos aprendido es que debemos estar decididos a seguir luchando hasta el final. Tenemos que aceptar la brutal realidad de que podríamos estar solos en esta guerra. Aunque agradecemos el apoyo de nuestros socios, en última instancia son los ucranianos los únicos que luchan contra Rusia y, por extensión, contra otras naciones ahora implicadas en el conflicto; no las nombraré, pero ya saben a quiénes me refiero. Es nuestra responsabilidad colectiva encontrar la manera de seguir resistiendo a Rusia.

Así pues, la primera lección es que debemos mantener nuestra determinación.

La segunda lección es que esto no es un sprint, sino un maratón: debemos prepararnos para una lucha de largo aliento. Si estamos preparados para librar una larga batalla, significa que estamos bien equipados y que pensamos a largo plazo. Debemos evitar crearnos expectativas poco realistas, pensando por ejemplo que la guerra terminará el mes que viene o el año que viene. No hay soluciones rápidas ni mágicas.

El 24 de febrero de 2022, había planeado ir a nadar.

Sergii Marchenko

Por eso, cuando nos preguntan «¿Qué harán en 2025?», respondemos: «Seguiremos luchando». Nuestro mensaje a todos nuestros socios es que apoyar a Ucrania vale la pena porque no tenemos más remedio que continuar. Tenemos que prepararnos para una guerra larga. Sin duda deberíamos haber empezado a prepararnos para ella en 2020, pero hoy estamos plenamente comprometidos con ella. A pesar de la pérdida de territorio, la muerte de civiles y el agotamiento de nuestro ejército, debemos centrarnos en una estrategia a largo plazo para lograr una victoria justa para Ucrania.

Si nos permitimos creer que ciertos líderes políticos de Europa o Estados Unidos encontrarán una solución fácil, nos equivocamos: no existe tal plan. Cualquier estrategia de éxito debe basarse en una Ucrania fuerte, capaz de defenderse a largo plazo, no sólo durante un año.

Para ilustrar nuestro compromiso, ya preparamos nuestro presupuesto para 2025, que incluye un importante gasto militar. Tenemos previsto destinar más de 50 mil millones de euros a defensa: es la mitad de nuestro presupuesto total. Este presupuesto está respaldado por préstamos de nuestros socios, que han sido cruciales. Estos fondos nos dan la certeza de que, a pesar de las decisiones políticas o los desafíos, somos capaces de librar esta guerra hasta 2025.

Creo que es un buen mensaje para nuestros socios: ahora no es el momento de dudar, sino de encontrar la manera de aumentar el apoyo a Ucrania.

Anna Colin Lebedev, como alguien que ha estudiado la reacción de la sociedad ucraniana a esta guerra, ¿cómo cree que están reaccionando las sociedades europeas? ¿Qué cree que pasaría en Francia, Italia y otros países si fueran atacados dentro de uno, dos o cinco años?

Anna Colin Lebedev

Llevo estudiando la dinámica de la resistencia en Ucrania desde 2014, porque es importante recordar que la guerra no empezó en 2022, sino en 2014. A lo largo de los años, la sociedad ucraniana ha cambiado y se ha adaptado. Una de las preguntas que me hago es cómo un civil normal, que nunca imaginó tomar las armas ni hacer otra cosa que vivir una vida normal, se ve involucrado en una lucha así.

Actualmente nos encontramos en una encrucijada similar en Europa. Puede que aún no sea 2022, pero estamos en algún punto entre 2014 y 2022. Las empresas europeas ya se enfrentan a ataques no militares de Rusia, al igual que Ucrania en 2014. Entonces, ¿qué lecciones podemos aprender de la respuesta ucraniana?

Una de las características sorprendentes de la sociedad ucraniana es la importancia de los movimientos populares: los ucranianos se han autoorganizado para defender su país de una forma que va más allá de la acción militar tradicional. No se trata sólo de luchar por el propio país, como generalmente se entiende. La lucha puede adoptar muchas formas. Para muchos ucranianos, significa alistarse en el ejército, apoyarlo con donaciones o participar en actividades que suelen considerarse deberes militares. Por ejemplo, evacuar combatientes del frente, adquirir material para el ejército, construir drones y ayudar a las familias de combatientes o soldados heridos. Esta vasta red de civiles ha demostrado ser increíblemente poderosa a la hora de apoyar el esfuerzo bélico.

Cuando la gente se pregunta si este ejemplo podría sernos útil, yo me hago la siguiente pregunta: ¿estamos preparados para ello? ¿Están nuestros Estados preparados para permitir que la sociedad civil intervenga y desempeñe un papel en la defensa nacional?

Resulta paradójico, pero una de las razones por las que los ciudadanos ucranianos se han mostrado tan activos en la defensa de su país desde 2014 es su percepción de la debilidad de su Estado. En 2014, Ucrania atravesaba una gran crisis política y el ejército no estaba en plenas capacidades: los civiles comprendieron que, si no intervenían, el país corría el riesgo de perder la guerra rápidamente.

Resulta paradójico, pero una de las razones por las que los ciudadanos ucranianos se han mostrado tan activos en la defensa de su país desde 2014 es su percepción de la debilidad de su Estado.

Anna Colin Lebedev

A menudo asociamos los Estados débiles con la incapacidad de movilizar a los ciudadanos: en Ucrania ha ocurrido lo contrario. Debido a la debilidad del Estado, la responsabilidad por la defensa del país se ha extendido más allá de la mera participación política o la expectativa de apoyo estatal: se ha convertido en un deber cívico. La gente se implicó activamente en diversas actividades, incluida la lucha en batallones de voluntarios que no estaban dirigidos oficialmente por el Estado, pero que desempeñaron un papel crucial. Estos grupos a menudo complementaban o incluso sustituían al Estado en determinadas regiones.

Hoy en día, aunque el Estado ucraniano sea mucho más fuerte, sigue funcionando la misma dinámica, en la que los civiles desempeñan un papel considerable. La pregunta es: ¿estarían dispuestos nuestros Estados a permitir que los ciudadanos se organizaran para defender el país, sobre todo en respuesta a amenazas no militares como las que afrontamos actualmente?

¿Estaríamos dispuestos, por ejemplo, a que la gente se autoformara para la guerra? Es lo que están haciendo los ucranianos a través de ONG o escuelas de autoformación. ¿Qué esperan nuestras sociedades del Estado? En muchas de nuestras sociedades, esperamos que el Estado nos defienda.

Si surgieran iniciativas autónomas, creo que nuestros Estados se sentirían amenazados por la iniciativa. Por eso nos quejamos de que los ciudadanos no estén preparados para combatir, pero deberíamos preguntarnos antes, basándonos en las lecciones de Ucrania: ¿estamos preparados para que nuestras sociedades estén listas para el combate?

Pierre Heilbronn, ¿qué lecciones cree que pueden extraer los países europeos de la guerra de Ucrania? ¿Qué lecciones podemos extraer sobre cómo deben evolucionar nuestras sociedades en respuesta a estos desafíos?

Pierre Heilbronn

Me gustaría empezar retomando el tema donde lo dejó Anna sobre el papel de los Estados, especialmente en lo que se refiere a Europa.

El proyecto europeo siempre se ha basado en la idea de limitar el poder de los Estados porque, históricamente, los Estados han estado en el origen de las guerras en el continente. Se trataba de crear un marco en el que los vínculos económicos entre agentes privados contribuyeran a reducir las agresiones y la competencia entre Estados. Este sistema implica una soberanía compartida en materia económica, que se refleja en mecanismos como los poderes exclusivos de la Comisión Europea y el voto por mayoría cualificada en el Consejo. Pero esta idea de soberanía compartida no se aplica al poder militar, donde las decisiones deben tomarse siempre por unanimidad. Este es un ámbito en el que la integración europea se ha quedado rezagada.

Esta distinción es importante si tenemos en cuenta las limitaciones de Europa frente a las guerras y sus consecuencias, dados los orígenes de la propia Unión.

La percepción de las amenazas ha cambiado considerablemente en los dos últimos años. ¿Es la guerra de Ucrania una amenaza existencial para muchos países? Aún queda mucho por hacer en materia de sensibilización. La situación es muy diferente de la percepción del Covid-19, por ejemplo. Durante la crisis financiera de 2008, los líderes europeos debatieron la posibilidad de un mecanismo europeo de financiación compartida, pero hizo falta un shock universalmente reconocido como una grave amenaza para catalizar la acción: la amenaza de muerte que afectó a los individuos durante la pandemia.

También me gustaría hacer eco de la observación del presidente Macron sobre no fijar líneas rojas a la hora de intervenir sobre el terreno. Se trata de tomar conciencia de que nos enfrentamos a algo serio, algo que no es ni remoto ni abstracto para países como Francia, Alemania, España y otros.

En cuanto a la autocrítica de Europa, es cierto que hemos sido demasiado lentos y demasiado pequeños en nuestras respuestas, al igual que lo fuimos durante la crisis financiera. Sin embargo, no debemos olvidar que se ha hecho mucho. Europa ha sido el mayor apoyo de Ucrania, con 65 mil millones de euros en ayuda civil y 45 mil millones en ayuda militar.

Como ha dicho el presidente Macron, los pequeños esfuerzos tienen menos probabilidades de éxito que los grandes y mejor coordinados: tenemos retos por delante, y uno de ellos es la necesidad de centrarnos en las narrativas. Los europeos no suelen compartir pesadillas ni sueños, y son estas experiencias compartidas las que movilizan a la gente. También significa trabajar a nivel local.

Europa ha sido el mayor apoyo de Ucrania, con 65 mil millones de euros en ayuda civil y 45 mil millones en ayuda militar.

Pierre Heilbronn

En Francia, hemos trabajado para abrir mandatos a fin de que la Agencia Francesa de Desarrollo pueda ofrecer préstamos soberanos a los municipios ucranianos. En mi opinión, es esencial no limitar la cooperación a las relaciones de Estado a Estado, sino implicar también al nivel local.

Otra área importante es la creación de incentivos para apoyar el esfuerzo bélico. Aunque se han hecho progresos, aún no estamos fuera de peligro. Tenemos el instrumento de la Acción de Resiliencia Económica (ERA), que proporciona préstamos para fines específicos. Deberíamos utilizarlo para animar a los productores europeos a aumentar su producción ofreciéndoles mayor visibilidad y seguridad de financiación. También deberíamos utilizarlo para fomentar la producción conjunta entre empresas de defensa europeas y ucranianas. La financiación sigue siendo una cuestión crucial.

En cuanto a las narrativas, es importante subrayar que la batalla no está perdida y que hay buenos ejemplos de éxito. En la República Checa, por ejemplo, una gran campaña ha permitido presentar a los refugiados como activos para la economía checa, y no simplemente como un costo. El resultado ha sido un apoyo mucho mayor a Ucrania.

Aunque Europa es cada vez más consciente de la importancia de la guerra en Ucrania, la mayoría de los europeos todavía no se ve a sí misma en guerra, y técnicamente no lo está. La vida cotidiana de franceses, alemanes e italianos no ha cambiado significativamente. Mientras tanto, el presidente Putin sigue presentando el conflicto como una guerra entre Rusia y Occidente. Aunque no se haya producido ninguna acción militar directa en territorio de la OTAN, la naturaleza de la guerra ha cambiado: asistimos a un aumento de la guerra híbrida: actos de sabotaje, injerencia electoral, ciberataques e intentos por influir en las sociedades occidentales desde dentro.

Ian Garner, como historiador especializado en Rusia, ¿hasta qué punto es crucial para Europa tener en cuenta este tipo de hostilidad de la zona gris? Y, lo que es más importante, ¿hasta qué punto están preparados los europeos para hacer frente a esta creciente amenaza?

Ian Garner

Europa está preparada al 0%.

Creo que hoy estamos peor preparados que hace dos años.

Rusia es muy clara en su discurso: se ve a sí misma en una lucha existencial con Occidente, una batalla por la supervivencia. Que esta narrativa sea cierta o no es irrelevante: lo que cuenta es la historia que Rusia cuenta.

A nivel nacional, ha conseguido vender la idea de que, si no lucha, si no destruye Ucrania de la forma más brutal y criminal posible —mediante asesinatos, violaciones, deportación de niños y devastación de ciudades como Marioupol— no podrá regenerarse. Esto se remonta a la pérdida de identidad de Rusia como potencia imperial después de 1991. El Estado afirma que Rusia ha sido humillada por Occidente: Polonia ha entrado en la Unión Europea, Estonia ha conseguido su libertad y se dice que Estados Unidos ha debilitado constantemente la posición de Rusia. Aunque creo que Rusia ha salido de la Guerra Fría mejor de lo que piensa, este sentimiento de pérdida está muy arraigado.

Europa está preparada al 0%.

Ian Garner

Un Estado le dice a su pueblo: «Luchamos o seremos destruidos». Es un mensaje poderoso, aún más convincente gracias a las redes sociales, que promueven fantasías dramáticas y capitalistas: videos épicos que muestran cómo Mariupol será espectacularmente reconstruida, por ejemplo. Por supuesto, esto no es más que propaganda. En realidad, los esfuerzos de reconstrucción son mínimos: sólo unos cuantos bloques de apartamentos construidos a toda prisa. Pero la narrativa persiste. Para el ruso promedio, ser testigo de la destrucción de Ucrania es algo que sólo puede ayudar.

Pero, ¿qué narrativa tenemos en Europa y Norteamérica para convencer a la gente de que estamos en este tipo de conflicto? Los ataques híbridos rusos —especialmente los realizados a través de las redes sociales— están diseñados para amplificar las divisiones sociales. ¿Qué narrativas podemos utilizar para responder, y cómo podemos desarrollarlas?

Yo diría que la respuesta está más allá del Estado-nación. El hecho de que en Italia sólo el 14% de la población esté dispuesta a defender al país debería hacernos tomar conciencia de que la sociedad quizá se esté aglutinando cada vez más en torno a ideas posnacionales. Muchos italianos de derecha podrían sentirse más cercanos a los partidarios de Donald Trump en Estados Unidos, de Viktor Orbán en Hungría o incluso de los movimientos políticos rusos que prometen fuerza, masculinidad y una identidad nacional regenerada. Pueden sentir que tienen más en común con estas figuras que con sus vecinos liberales que votan por la izquierda.

El hecho de que en Italia sólo el 14% de la población esté dispuesta a defender al país debería hacernos tomar conciencia de que la sociedad quizá se esté aglutinando cada vez más en torno a ideas posnacionales.

Ian Garner

Para remediarlo, necesitamos desarrollar narrativas que resuenen con el sentimiento de identificación de la gente, convenciéndola de que tiene una razón justa para luchar. La gente no irá a la guerra por la Unión Europea: por muy importante que sea, la Unión se percibe como una institución burocrática y distante, lo que no resulta inspirador en estos momentos. Rusia lo ha entendido y está explotando estas divisiones y amplificándolas sin descanso. Al mismo tiempo, está intensificando el uso de la violencia física.

Usted ha dicho que la guerra no parece afectar a países como Francia o Alemania. Pero sí los está afectando. Con el auge de las redes sociales, la gente participa constantemente en una retórica divisoria que alimenta el odio hacia sus vecinos. La influencia de Rusia es evidente en estos espacios digitales y crea un ambiente polarizado. Pero las cosas no sólo ocurren en internet: la vida ordinaria empieza a sentir sus efectos. Usted puede ser objeto de un ciberataque en el trabajo, o su vida cotidiana puede verse interrumpida por incidentes como incendios provocados, sabotajes o un ataque a las cadenas de suministro.

Sin embargo, no le decimos a la gente que esto es la guerra. Lo presentamos como algo periférico, como si Rusia sólo estuviera implicada en los márgenes. En realidad, está teniendo un profundo impacto en nuestras sociedades.

Es una guerra muy extraña en la que una de las partes ha movilizado plenamente su economía, la ha puesto en pie de guerra y se ha comprometido abiertamente en un conflicto con Occidente, mientras que en Europa seguimos fingiendo que no pasa nada. Esto es especialmente evidente en términos económicos: hace tres años que empezó la guerra en Ucrania, pero el complejo militar-industrial de Estados Unidos y Europa aún no ha conseguido aumentar la producción de proyectiles de artillería… Señor ministro, ¿cómo podemos ayudar a colmar la brecha en la capacidad militar de Ucrania?

Sergii Marchenko

Nos hemos dado cuenta de que los principales motores del crecimiento económico en Ucrania son el consumo privado y la inversión pública en diversos sectores.

En estos momentos, el sector de la defensa es nuestra máxima prioridad, porque no se trata sólo de sobrevivir, sino también de crear nuevas oportunidades de crecimiento.

Nuestro potencial de crecimiento industrial, sobre todo en el sector de la defensa, ha cambiado radicalmente desde el comienzo de la guerra, especialmente en el último año. Recuerdo muy claramente que a principios de este año nos dimos cuenta de que no habría presupuesto adicional de Estados Unidos entre octubre de 2023 y abril de 2024. Solo recibíamos una ayuda mínima en especie de dicho país y, desde el primer trimestre de este año, nos dimos cuenta de que Ucrania tendría que tomar medidas adicionales. Dados nuestros limitados recursos, no tuvimos más remedio que empezar a producir nuestra propia munición, en particular proyectiles de artillería de 155 mm, porque nos hacían falta y estábamos desesperados.

Otro punto crítico es la naturaleza de la guerra moderna.

Ya no se trata de batallas tradicionales. Los tanques no son tan eficaces en esta guerra: sólo pueden utilizarse como plataformas de artillería, e incluso los tanques modernos, como los Abrams que recibimos, son vulnerables a los drones. También lo hemos visto con los blindados rusos. La guerra moderna implica batallas de trincheras, que recuerdan a la Primera Guerra Mundial, con tropas que luchan en pequeñas franjas de territorio, pero con el apoyo de la artillería y los drones. La clave de la guerra actual es el progreso tecnológico, especialmente en el campo de la guerra electromagnética. El país que sea más capaz de aprovechar la tecnología moderna para neutralizar los drones enemigos y controlar el campo de batalla tendrá una ventaja significativa: en los últimos seis meses, la principal petición del Ministerio de Defensa ha sido la adquisición de nuevos drones. Ha solicitado al Ministerio de Finanzas fondos adicionales para comprarlos, ya que los drones se han convertido en el principal objetivo. Los misiles siguen siendo importantes: ya hemos conseguido lanzar misiles de crucero ucranianos y nos estamos preparando para lanzar nuestros propios misiles balísticos.

El país que sea más capaz de aprovechar la tecnología moderna para neutralizar los drones enemigos y controlar el campo de batalla tendrá una ventaja significativa.

Sergii Marchenko

Sabemos que Rusia tiene ventaja en capacidad de misiles y que puede atacar fácilmente nuestras infraestructuras energéticas, incluidos los transformadores y la red eléctrica. Para resistir y contrarrestar esta amenaza, debemos desarrollar capacidades similares: no hay otra forma de disuadir a Rusia. Si nos perciben como débiles e incapaces de proteger nuestras infraestructuras críticas, escalarán rápidamente. Es sólo cuestión de tiempo que logren sus objetivos. Así que tenemos que demostrar nuestra voluntad y capacidad de protegernos.

Las exportaciones de petróleo son el motor de la maquinaria bélica rusa. Sin los ingresos de estas exportaciones, Rusia no podría seguir reclutando y produciendo armas. Sin embargo, hasta ahora Ucrania no ha tocado ninguna de las exportaciones de petróleo de Rusia, a pesar de que están muy cerca, en el Mar Negro. ¿A qué se debe esto?

Hemos atacado sus refinerías con éxito este año. En cuanto a los ataques a la flota petrolera, ése podría ser otro objetivo, pero existe un consenso mundial más amplio de que no debemos alterar el equilibrio entre los países que han acordado límites a los precios del petróleo, garantizando que los precios no caigan por debajo o suban por encima de ciertos niveles. Se trata de un compromiso que debemos tener en cuenta.

Lo que está diciendo, en esencia, es que la guerra es existencial para Ucrania… ¿pero sólo mientras los precios del petróleo se mantengan estables?

Permítame responderle con una cita: «Algunos ven el oso en el bosque. Para algunos, el oso es fácil de ver; para otros, es invisible. Algunos dicen que el oso es manso; otros, que es peligroso. Puesto que nadie puede estar seguro de tener razón, ¿no es más inteligente ser tan fuerte como el oso, si es que en verdad es un oso?».

Está tomada de la campaña presidencial de Ronald Reagan en 1984.

A pesar de la creciente inestabilidad política en el continente, especialmente en Francia y Europa, ¿cómo podemos garantizar que la defensa de la Unión se convierta en una cuestión clave?

Pierre Heilbronn

Cada vez somos más conscientes de que se trata de una cuestión crucial, pero es cierto que la situación varía de un país a otro. El apoyo a Ucrania es mucho mayor en Francia que en Italia, por ejemplo, o en otros países. Naturalmente, el apoyo también es mayor en los países vecinos de Rusia. Pero lo que hay que hacer ahora es crear la infraestructura necesaria y tomarse en serio las cuestiones de defensa.

Si Estados Unidos dejara de suministrar ciertos equipos, ello tendría graves consecuencias. Europa necesita planificar estos escenarios.

Pierre Heilbronn

Vengo de un país con una larga tradición de inversión en defensa, aunque a menudo haya actuado en solitario. Durante décadas fuimos una de las pocas naciones que se adhirieron a las directrices de inversión de la OTAN, aunque esto ha disminuido un poco desde el final de la Guerra Fría.

Los avances son lentos, pero el panorama está cambiando. Uno de los principales problemas es la falta de una planificación coordinada que integre los recursos financieros y de defensa. Cada Estado miembro tiende a actuar de forma aislada y, aunque la Comisión Europea y el alto representante tienen un papel esencial, el planteamiento está aún en pañales. Es esencial determinar cómo identificar las lagunas en las necesidades de Ucrania y cómo colmarlas coordinándose con otros productores europeos y mundiales.

Para esta planificación resulta fundamental conocer la dependencia de Ucrania de suministros vitales como las municiones en los próximos meses. Si Estados Unidos dejara de suministrar ciertos equipos, ello tendría graves consecuencias. Europa necesita planificar estos escenarios.

También tenemos que asegurarnos de que las industrias de defensa europeas conocen la financiación disponible, pues ya existen préstamos para cubrir las carencias financieras de Ucrania para 2025. El verdadero reto no es sólo la financiación, sino la capacidad de planificar, programar e integrar los esfuerzos entre los Estados europeos y sus industrias.

Esto no significa que debamos confiar únicamente en las industrias europeas. Como usted ha mencionado, iniciativas como la de Dinamarca y Noruega son cruciales. Aunque no es una solución completa, demuestra que la combinación del acceso al capital para las industrias de defensa ucranianas y la capacidad de planificación europea puede permitirnos responder eficazmente a los retos de producción a los que nos enfrentamos. La escala, la rapidez y la coordinación de los esfuerzos serán esenciales para avanzar.

Me gustaría retomar un comentario del ministro Marcinko sobre la naturaleza cambiante de la guerra en Ucrania. Señaló que los tanques han quedado obsoletos en gran medida. Lo que vemos hoy es que en realidad sólo hay dos ejércitos en el mundo —el ruso y el ucraniano— que tienen la capacidad y la experiencia necesarias para librar una guerra moderna. Los ejércitos occidentales, incluido el estadounidense, no se han enfrentado a un competidor desde la Guerra de Corea.

¿Qué cree que han aprendido los ejércitos occidentales del conflicto de Ucrania? ¿Hasta qué punto necesitan aprender todavía y hasta qué punto se toman en serio estas lecciones?

Ian Garner

Puedo hablar desde mi experiencia en Canadá, donde trabajo estrechamente con personal militar, incluyendo profesores del Royal Military College y del Canadian Forces College de Toronto. En el entorno militar canadiense existe una clara comprensión de que hay que aprender las lecciones de los conflictos recientes. Sin embargo, no existe absolutamente ningún apoyo político para dotar a los militares de los recursos necesarios para aplicar estas lecciones. Dado el compromiso de Canadá con la OTAN, esta falta de apoyo es probablemente un problema común en toda Europa.

Sin un cambio en la percepción pública —que reconozca que no estamos en un mundo posterior a la Guerra Fría, sino en un mundo en el que la guerra y el caos se están convirtiendo en la norma— hay pocas posibilidades de que las cosas cambien realmente.

Ian Garner

El gobierno de Justin Trudeau se ha fijado el objetivo de alcanzar el 2% del PIB en gastos de defensa para mediados de la década de 2030. Por desgracia, es probable que Trudeau pierda las próximas elecciones y su sucesor, el líder conservador Pierre Poilievre, muestra poco interés en aumentar el gasto en defensa. No hay voluntad política nacional de reconocer la situación actual como una guerra, lo que está dificultando la capacidad del ejército para prepararse y adaptarse.

El ejército canadiense se está trasladando a los países bálticos y reforzando sus alianzas allí, pero sin el presupuesto y los recursos necesarios para invertir en áreas críticas como los drones o para participar en tácticas de guerra modernas como la ciberguerra o la guerra híbrida, se trata de una tarea casi imposible. Las raíces de este problema se encuentran en el dinero, la voluntad política y la falta de apoyo público. Sin un cambio en la percepción pública —que reconozca que no estamos en un mundo posterior a la Guerra Fría, sino en un mundo en el que la guerra y el caos se están convirtiendo en la norma— hay pocas posibilidades de que las cosas cambien realmente.

Este problema no es exclusivo de Canadá. Muchos países europeos, incluido el Reino Unido, se enfrentan a retos similares. A pesar de toda la retórica sobre plantar cara a Rusia, el ejército británico está reduciendo sus capacidades globales en términos reales. ¿Cómo cree que se puede convencer a las empresas europeas? ¿Qué debería hacerse para transmitir el mensaje?

Anna Colin Lebedev

Permítame destilar un poco de optimismo: una sociedad que no está preparada para la guerra puede adaptarse y prepararse con bastante rapidez.

Ucrania es un ejemplo sorprendente de ello.

El ministro Marchenko empezó diciendo que la noche del 23 de febrero de 2022 no esperaba que al día siguiente se produjera una invasión a gran escala. Sin embargo, cuando fue necesario, Ucrania fue capaz de movilizar sus recursos intelectuales, institucionales y financieros para responder con eficacia.

Por supuesto, esperemos que nunca tengamos que enfrentarnos a una invasión masiva de nuestros propios territorios. Pero antes de que eso ocurra, ¿qué podemos hacer? Creo que tenemos que fomentar debates significativos, no sólo desarrollar narrativas. Estos debates deben basarse en la experiencia ucraniana. ¿Por qué? Porque Ucrania tiene muchas similitudes con las sociedades europeas: es un país urbanizado, muy culto, con un sistema democrático, valores liberales y una población que valora la realización personal.

Una sociedad que no está preparada para la guerra puede adaptarse y prepararse con bastante rapidez.

Anna Colin Lebedev

Cuando una sociedad así, tan parecida a la nuestra, se enfrenta a la guerra, podemos aprender mucho de su forma de adaptarse y de los retos a los que se enfrenta: se habla mucho, por ejemplo, de la necesidad de que el ejército ucraniano movilice combatientes. Este es un excelente punto de partida para debatir el papel de los civiles en la defensa de su sociedad. Puede que la idea del soldado ciudadano no corresponda con la identidad contemporánea de los ciudadanos ucranianos o europeos, que valoran su autonomía y no se ven a sí mismos como soldados de primera línea, pero vale la pena explorar cómo está evolucionando la situación.

Ucrania se ha adaptado a esta situación de forma creativa. Tenemos que ir más allá del estrecho enfoque de los medios de comunicación, que a menudo reducen el conflicto a movimientos en primera línea que no resuenan entre el público en general. Es importante dar un significado real a la conversación. Tenemos que explorar lo que significa para cada ciudadano —en función de su posición social, sus capacidades y su sentido del deber— participar en la defensa de su sociedad. Recientemente escribí un documento para el Grand Continent sobre esta cuestión y es el momento adecuado para estas conversaciones. Aún tenemos tiempo para prepararnos, pero el momento de iniciar estos debates es ahora.

Europa reconoce cada vez más –al menos en las conversaciones que mantenemos aquí– que vivimos más en una época de preguerra que en la posguerra que durante tanto tiempo hemos dado por sentada. En retrospectiva y con su propia experiencia, ¿qué consejos daría a los ciudadanos europeos y a los responsables políticos para prepararse para un futuro incierto y potencialmente inestable?

Sergii Marchenko

Para dar consejos útiles, primero hay que ganarse el privilegio de hacerlo. No creo que en Ucrania nos hayamos ganado aún ese derecho, ni siquiera con las lecciones que hemos aprendido: todavía estamos en medio de nuestra lucha.

Aún queda mucho por hacer para reforzar nuestras capacidades gubernamentales: se trata de una vulnerabilidad crítica. Como bien ha señalado Anna Colin Lebedev, empezamos con un Estado débil, carente de la fuerza institucional necesaria para desempeñar plenamente las funciones esenciales del Estado. Así que nosotros también tenemos mucho que aprender de Europa a la hora de fortificar nuestro país y fortalecer nuestras instituciones democráticas.

La resiliencia empieza en la mente, no sólo en el campo de batalla.

Sergii Marchenko

Cuando se plantea un intercambio de experiencias entre sociedades, el primer paso es la aceptación mutua.

Tenemos que reconocer que no se trata sólo de una narrativa confinada a los medios de comunicación, sino de una guerra muy real y muy inmediata. Dicho esto, no estoy sugiriendo una especie de «mentalidad de campamento» militarizada, ni una campaña de preparación. Personalmente, como ministro, no estoy preparado para el combate: no me he entrenado para luchar o matar, y espero sinceramente no encontrarme nunca en una situación en la que tenga que hacerlo. Se trata de un estado de ánimo humano natural: la mayoría de la gente no desea convertirse en combatiente. Sólo una pequeña parte de la sociedad está preparada para luchar. Pero lo cierto es que hay que prepararse mentalmente. Esto significa estar preparado para enfrentarse a la realidad de la guerra y reexaminar nuestras actitudes cotidianas —hacia nuestros vecinos, hacia otros países— y preguntarnos qué podemos hacer colectivamente para responder a tales conflictos y prevenirlos. La solución no reside únicamente en la fuerza física, sino también en la resistencia intelectual y emocional.

Europa tiene muchas mentes brillantes que podrían ayudarnos a encontrar respuestas. Por eso estoy aquí: para explorar soluciones no sólo para ganar la guerra, sino para lograr una paz duradera. La resiliencia empieza en la mente, no sólo en el campo de batalla.