Las democracias liberales se enfrentan actualmente a una ola de desconfianza popular, tanto en su capacidad para actuar en nombre de la mayoría de los ciudadanos como en su capacidad para resolver las múltiples crisis que amenazan nuestro futuro. Esta situación amenaza con conducirnos a un mundo de peligrosas políticas populistas, que explotan la ira de la gente sin abordar los verdaderos problemas, ya sea el cambio climático, las desigualdades insostenibles o los grandes conflictos mundiales. Para evitar graves daños a la humanidad y al planeta, necesitamos atajar urgentemente las causas profundas del malestar de los ciudadanos.

Ahora disponemos de innumerables elementos que demuestran que esta desconfianza no sólo está motivada, sino en gran medida, por la sensación de una pérdida real —o percibida— de control sobre el destino individual de cada uno de nosotros, así como sobre el curso de las transformaciones sociales.

Este sentimiento de impotencia ha sido desencadenado por los choques asociados a la globalización y los avances tecnológicos, que ahora se ven amplificados por el cambio climático, la inteligencia artificial y la inflación. Además, décadas de gestión insatisfactoria de la globalización, de excesiva confianza en la autorregulación de los mercados y de austeridad han minado la capacidad de los gobiernos para responder eficazmente a este tipo de crisis.

Para recuperar la confianza de los ciudadanos, hay que reconstruir esas capacidades. No pretendemos tener respuestas definitivas. Sin embargo, sí nos parece crucial repensar o reforzar nuestras políticas a partir de ciertas lecciones básicas que pueden extraerse de las causas de esta desconfianza. Estas lecciones sugieren:

  • Reorientar nuestras políticas e instituciones hacia la creación de una prosperidad compartida y empleos seguros y de calidad, en lugar de centrarse principalmente en la eficiencia económica;
  • Desarrollar políticas industriales que respondan de forma proactiva a las inminentes convulsiones regionales, apoyando a las nuevas industrias y orientando la innovación hacia la creación de riqueza para el mayor número de personas;
  • Velar por que la estrategia industrial no consista tanto en conceder subvenciones y préstamos a los sectores para mantenerlos como en ayudarles a invertir e innovar con vistas a alcanzar objetivos como el de «emisiones netas cero»;
  • Concebir una forma más sana de globalización que concilie los beneficios del libre comercio con la necesidad de proteger a las personas vulnerables y coordinar las políticas climáticas, dejando al mismo tiempo a los gobiernos el control de sus intereses estratégicos esenciales;
  • Corregir las desigualdades de renta y patrimonio, que aumentan como consecuencia de la herencia y la mecánica de los mercados financieros, ya sea reforzando el poder de los salarios bajos, gravando adecuadamente las rentas y la riqueza elevadas, o garantizando condiciones de partida menos desiguales mediante instrumentos como la herencia social (un capital inicial para cada joven);
  • Replantear las políticas climáticas combinando una tarificación razonable del carbono con fuertes incentivos positivos para reducir las emisiones de carbono e inversiones ambiciosas en infraestructuras; garantizar que los países en desarrollo dispongan de los recursos financieros y tecnológicos necesarios para participar en la transición climática y en las medidas de mitigación y adaptación, sin comprometer sus perspectivas de crecimiento;
  • En general, establecer un nuevo equilibrio entre los mercados y la acción pública colectiva, evitando la austeridad autodestructiva e invirtiendo en un Estado innovador y eficiente;
  • Reducir el poder de mercado en los mercados altamente concentrados.

Vivimos un periodo crítico. Los mercados por sí solos no detendrán el cambio climático ni reducirán las desigualdades en la distribución de la riqueza. La política del goteo ha fracasado. Ahora tenemos que elegir entre un repliegue proteccionista, fuente de conflictos, o un nuevo arsenal de políticas que respondan a las preocupaciones de las poblaciones. Existe un conjunto de investigaciones innovadoras sobre cómo diseñar nuevas políticas industriales, empleos de calidad, una mejor gobernanza mundial y políticas climáticas modernas para todos. Ahora es esencial profundizar en este trabajo y ponerlo en práctica. Lo que hace falta es un nuevo consenso político que aborde las causas profundas de la desconfianza de las poblaciones, en lugar de limitarse a tratar los síntomas o caer en la trampa de los populistas que dicen tener respuestas sencillas.

Dado que el riesgo de conflicto armado en el mundo ha aumentado como consecuencia de intereses geopolíticos divergentes, las democracias liberales tendrán que demostrar primero su capacidad tanto para defender sus valores como para desactivar la confrontación directa, con el fin de allanar el camino hacia una paz duradera y aliviar las tensiones entre Estados Unidos y China.

Todo esfuerzo por devolver a los ciudadanos y a sus gobiernos el control a largo plazo puede aumentar no sólo el bienestar del mayor número posible de personas, sino también la confianza en la capacidad de nuestras sociedades para resolver las crisis y garantizar un futuro mejor. Sólo poniendo en marcha un proyecto al servicio de los ciudadanos será posible reconquistarlos.

No hay tiempo que perder.