Su última novela se desarrolla en las décadas críticas que conducen a 2050, el año que la humanidad se ha fijado para cumplir los objetivos del Acuerdo de París. La ambientación es mucho más inmediata que en otras de sus novelas, como 2312 y New York 2140; ¿llegó la era de la ciencia ficción?
Creo que sí, pero hace tiempo que lo pienso, desde luego desde el año 2000. Las fechas futuras que aparecen en mi ficción no indican realmente un cambio de perspectiva. Pero parte de mi proyecto ha sido fijar las fechas de mis ficciones futuras cada vez más cerca de nuestro presente. Lo hago en parte porque el ritmo del cambio se ha acelerado y hemos llegado a puntos de inflexión cruciales, ecológica y socialmente hablando. Parece muy claro que lo que la humanidad haga en los años veinte de este siglo tendrá una influencia desmesurada en el futuro. Si no ponemos en marcha cambios importantes, provocaremos una extinción masiva de la que no se recuperarán las generaciones futuras. Si cambiamos con la suficiente rapidez, podemos marcar el rumbo de un futuro humano justo y sustentable en una biósfera sana. Esos futuros son radicalmente diferentes, y no existe un término medio fácilmente habitable. Si quieres escribir sobre el presente, el tema se impone como la historia de nuestro tiempo, incluso para los escritores de ciencia ficción. Si, como a mí, te gusta ambientar las historias en futuros diferentes, todas nos llevan a la próxima década como momento crucial.
El Acuerdo de París es un tema central en The Ministry for the Future. A lo largo de la novela, el acuerdo se aplica de forma desordenada: los países negocian sus compromisos climáticos, no declaran todas sus emisiones y escatiman cuando pueden. Sin embargo, el acuerdo va guiando progresivamente al mundo hacia un futuro más habitable. ¿Esto demuestra la necesidad de una gobernanza mundial, aunque sea imperfecta, para avanzar en la lucha contra el cambio climático?
La crisis climática es global y afecta a la biósfera de la Tierra en su conjunto. Pero vivimos en un sistema de Estados-nación en el que cada uno establece sus propias reglas. El paradigma de este sistema es el de la ventaja comparativa y el juego político de suma cero. Incluso cuando no están en guerra, las naciones se ven como competidoras, por lo que los intereses nacionales tienen prioridad sobre las preocupaciones globales.
Un problema global como el cambio climático es, por tanto, un obstáculo para el sistema westfaliano del Estado-nación. Estamos en una versión diferente del dilema del prisionero, en el que tienes una oportunidad de salir si confías en tu compañero de celda y sabes que él confía en ti, lo cual es muy difícil. Es más fácil perseguir tus propios intereses y esperar que eso no acabe arruinando a ambas partes. Dicho esto, los tratados internacionales como el Acuerdo de París son lo mejor que podemos esperar. Para que sean eficaces, las soluciones al cambio climático se deben buscar entre todas las naciones en conjunto. Fue la conciencia de nuestro destino común lo que dio origen a este acuerdo. Ahora debemos estar a la altura de las circunstancias. No será fácil.
Su novela trata el tema del clima como algo fundamentalmente geopolítico. Desde las tensiones entre Estados Unidos y China hasta las desigualdades en el acceso a las vacunas entre el Norte y el Sur, ¿qué lectura hace de la política mundial actual?
La mayoría de las tensiones están relacionadas con la idea de que mi país va mejor si el tuyo va peor. Si a ti te va mejor, es una amenaza para mí. Nada de esto se aplica al cambio climático. Pero en un mundo capitalista, la pregunta fundamental sigue siendo: ¿cómo podemos obtener ganancias? Esta cuestión se reduce a la competencia. Se puede ganar dinero si se reacciona al cambio climático más rápido que las industrias de otras naciones. Es una especie de imperativo doble que debemos evitar que se convierta en una restricción doble.
Si la carrera por las ganancias y la ventaja comparativa se alineara con la carrera por la descarbonización de nuestra civilización, podría considerarse incluso algo bueno. Sin embargo, la situación exige que ninguna nación se quede atrás, pues eso nos perjudicaría a todos. «Nadie puede perder, o todos pierden”, es un concepto difícil de introducir en las relaciones internacionales, pero la crisis climática nos obliga a este nuevo tipo de cooperación. El aspecto competitivo comienza entonces a desvanecerse y a parecer patológico o autodestructivo.
Usted vive en California. Desde su punto de vista, ¿qué papel positivo puede desempeñar Europa en el mundo en materia del clima? ¿Dónde puede influir Europa?
Europa es interesante precisamente porque es un grupo de Estados-nación que no siempre comparten los mismos intereses, de ahí la necesidad de hacer pactos. La Unión es un modelo de cooperación internacional muy amplio que puede funcionar con éxito. En general, es también una de las tres o cuatro mayores economías del mundo y una unidad sociopolítica a la altura de Estados Unidos, China e India. En muchos aspectos, Europa está más avanzada que los demás, aunque eso se deba en parte a una historia problemática que la obliga a tomar medidas audaces para ayudar a todo el mundo en términos de reparación, en particular psíquica. Europa ha desempeñado un papel central en la historia del mundo durante 400 o 500 años, y ese papel no está completamente agotado. Puede ser un modelo de cooperación multinacional eficaz.
La novela abre con una terrible ola de calor en India que mata a 20 millones de personas. Tras esta catástrofe, la clase política india se ve arrastrada por un movimiento popular que moviliza a la inmensa población del país para desmantelar la infraestructura de los combustibles fósiles y pasar hacia la agricultura regenerativa. Este giro de los acontecimientos se debe a la tragedia, pero sus consecuencias son dinámicas y esperanzadoras. ¿Se trata de un esfuerzo consciente para destacar la importancia de la política en nuestro destino?
Quería sugerir que las naciones que serán las primeras en sufrir las peores catástrofes del cambio climático podrían mostrar el camino para tratar de resolver el problema. Este podría ser el caso de India. Es la mayor democracia del mundo y una entidad política muy compleja, especialmente vulnerable a los fenómenos meteorológicos extremos, incluidas las olas de calor. Ciertamente, la política es crucial para todos nosotros, en todas partes. La ciencia, como fuerza política, ha hecho mucho por mejorar la situación de las personas, pero incluso nuestros éxitos tienen efectos secundarios que pueden aumentar la carga sobre la biósfera. El reto es, pues, orientar a la ciencia y a la sociedad para hacer frente a los viejos y nuevos desafíos.
Aunque ya se inventaron soluciones técnicas al cambio climático, no podemos darnos el lujo de aplicarlas a gran escala, ya que no ofrecen la mejor tasa de rendimiento en el actual sistema económico capitalista. Lo que necesitamos son reformas viables que creen un postcapitalismo funcional. Esto podría adoptar inicialmente la forma de un control keynesiano de la economía por el bien de la humanidad. Para las reformas económicas que requieren que los sistemas políticos ejerzan su poder al máximo, las mayorías políticas activas tendrán que legislar estas soluciones. Así que, sí, la política es esencial. Como siempre.
A lo largo de la trama, parece que algunos o la mayoría de los avances de la humanidad están relacionados de alguna manera con las acciones violentas de los Hijos de Kali, un grupo ecoterrorista formado tras la ola de calor en India. ¿Es ésta una afirmación pesimista sobre la capacidad de la humanidad para cambiar sin ser forzada violentamente a hacerlo?
No, ésa no es una lectura correcta. La mayor parte de los avances que se evocan en el libro son el resultado de que la ciencia y la política trabajen de la mano a la velocidad del rayo. La parte del libro sobre los Hijos de Kali existe porque me parece que en el futuro habrá personas tan afectadas por los desastres climáticos que se enojarán y se radicalizarán. Esto plantea la cuestión de la violencia, porque me parece que habrá violencia, y yo quería que mi novela describiera un futuro realista. ¿La violencia del futuro estará tan enfocada y será tan efectiva como la de Hijos de Kali? Es poco probable. Es posible, pero la violencia suele volverse incontrolable muy rápidamente, y la reacción muchas veces es peor, por lo que la represión que sigue es más perjudicial que el bien que la violencia podría haber hecho. Dicho esto, Andreas Malm hace una interesante distinción entre la violencia contra las personas y la violencia contra los bienes: sabotaje y similares. ¿En qué momento los ciudadanos de a pie deben hacer frente a la violencia lenta de las industrias de los combustibles fósiles y de sus partidarios con una resistencia física que incluya «el sabotaje de los oleoductos», como él dice? Ésta es una cuestión importante. Mi novela no ayuda a reflexionar sobre esta cuestión; en ese tema, es tan desordenada como la Historia misma.
La moneda de carbono —la idea de que los bancos centrales puedan crear una nueva moneda para financiar actividades que reduzcan el nivel de carbono— es una palanca central en el libro. ¿La «ecologización» del sistema financiero mundial será la clave para resolver la crisis climática?
Es una de las claves. El verdadero objetivo de mi novela, como intervención política, no es abogar por el uso de la violencia, sino por una economía política keynesiana, o incluso postkeynesiana, postcapitalista, en la que las actividades de descarbonización ofrezcan mayor remuneración que cualquier otra actividad.
Las actividades de combustión de carbono se verían penalizadas por reglamentos e impuestos lo suficientemente fuertes como para eliminar cualquier posibilidad de beneficio. Por su parte, las actividades de descarbonización, sean cuales sean, deberían ser recompensadas, no sólo con elogios, sino con dinero. Uno debería poder ganarse la vida con cualquier tipo de actividad de descarbonización. Este cambio requiere tomar el control del sistema económico mundial por el bien de la humanidad, al igual que los gobiernos del siglo XX tomaron el control de las economías en tiempos de guerra, de la Segunda Guerra Mundial en particular. Este tipo de intervención es apropiada, incluso necesaria, por el bien de la humanidad.
Estamos viviendo un intento global de ecologizar el capitalismo sustituyendo los insumos fósiles por energías renovables y nuevas tecnologías. Pero esto no resuelve el problema de la insostenibilidad fundamental de nuestras sociedades y de nuestra vida cotidiana. Como bien dijo Giuseppe Tomasi di Lampedusa, «Todo debe cambiar para que nada cambie». ¿Cómo deben responder los progresistas? ¿Optimismo cauteloso? ¿Rechazar el greenwashing? ¿Explotarlo para obtener beneficios adicionales?
Todas estas reacciones serían apropiadas. Lo que sería inadecuado es rechazar posibles soluciones por no ser lo suficientemente puras, o porque se consideren cómplices o sospechosas de alguna manera. La pureza ideológica no es la cuestión. De hecho, es imposible en nuestra época. Tenemos una emergencia biosférica real, enorme e inmediata, y tenemos una economía política global existente, igualmente real y enorme, pero inadecuada para el problema y que necesita una reforma rápida. En esta situación, sean cuales sean las esperanzas de algunos, no habrá una revolución instantánea hacia un sistema mejor.
Lo que veremos es un cambio gradual y desigual hacia un sistema mejor; es la única buena opción. Habrá soluciones parciales, retrocesos, detractores y opositores declarados, por lo que vale la pena dar cualquier paso adelante con la esperanza de tropezar con el mejor resultado. ¿Pureza? Olvídenlo. Hay que cuestionar todas las antiguas opiniones sobre el tema. ¿La geoingeniería como riesgo moral, un complot para mantener el capitalismo y salirse con la suya? Claro, pero este tipo de discursos se remontan a 1995. Hoy en día, la geoingeniería puede ser un medio necesario para evitar una catástrofe total. En el futuro, tal vez tengamos que hacer cosas raras para escapar de una muerte masiva que acabe con la civilización. Lo mismo ocurre con la energía nuclear. ¿Es peligrosa? Sí. Pero Francia funciona gracias a ella, y se están inventando nuevos tipos de energía nuclear para reducir los riesgos. Todo lo que no queme carbono debe ser considerado en nuestro intento de supervivencia.
Como hombre de izquierda y ecologista, les pido a todos mis colegas de izquierda y ecologistas que se replanteen todos los viejos tópicos a la luz de la emergencia actual. La historia que se avecina será un proceso gradual que, de tener éxito, requerirá inevitablemente soluciones de izquierda. El poder de un gobierno democrático para hacerse cargo de la economía es la versión moderna de apoderarse de los medios de producción para el bien del pueblo. Los valores de la justicia y la democracia pueden permanecer en primera línea, mientras que los detalles tecnológicos siempre cambiarán, como cambia la propia tecnología. El juicio sobre una determinada táctica o tecnología debe sopesarse con la crisis actual y los medios tecnológicos y políticos disponibles. Esto significa que todas estas cuestiones deben reconsiderarse constantemente para lograr la máxima eficacia.
The Ministry for the Future se publicó en 2020, el año en que llegó la pandemia. Desde entonces, la pandemia no ha cesado de crecer y los efectos del cambio climático son cada vez más evidentes. ¿Qué tiene que pasar para que el mundo cambie de rumbo de forma decisiva?
Más sensibilización, más análisis, más flexibilidad. La creación de mayorías políticas activas en todas las grandes economías para tomar medidas inmediatas y contundentes en coordinación con todas las demás naciones en el marco del Acuerdo de París. Los bancos centrales deben ayudar a urdir una nueva economía política en la que el dinero se desvíe de las actividades de quema de carbono hacia la descarbonización. Todo esto tendrá que ser impulsado por la gente que le diga a sus representantes políticos que lo hagan. Hay que resistirse a todos los líderes autoritarios nativistas que promueven el tribalismo y la negación del problema climático; esas fuerzas siguen siendo fuertes. Pero deben ser derrotadas.
Lo que podría ser más fuerte, en última instancia, es el sentimiento de vivir en un solo planeta; de que todos estamos atrapados en una biósfera y tenemos que crear una buena relación con ella porque, de lo contrario, nada más funcionará. Esto nos lleva de nuevo a la sensibilización y la educación. Si cada acontecimiento natural y humano se considera parte de la historia más amplia de la gestión del cambio climático y de la búsqueda de un equilibrio entre los seres humanos y la biósfera, toda la estructura de los sentimientos de la civilización humana cambiará para reflejar esta realidad. Todas las cosas que ocurran se verán bajo esta nueva luz. Se les tratará de una manera que hoy parece improbable, pero que cada vez se verá más como normal, incluso como «la única solución». Cuidas tu casa, tu cuerpo, tu único soporte vital. ¿Quién no lo haría? Sería estúpido no hacerlo. Y así, vuelves a vivir según una nueva visión del mundo, con una nueva estructura de sentimientos, y en una nueva economía política. Sucederá, y cuanto antes, mejor.