Ayer, martes 11 de noviembre, el ejército estadounidense anunció la llegada del portaaviones Gerald R. Ford y su grupo aeronaval a la zona de responsabilidad del Comando Sur, que abarca Sudamérica y el Caribe. 1 Este despliegue se produce tras una orden dada por el secretario de Defensa Pete Hegseth el 24 de octubre, oficialmente para luchar contra el tráfico de drogas.

Washington cuenta ahora con 15 buques desplegados cerca de Venezuela, con un total de casi 300.000 toneladas, tres veces más que en junio.

  • Ante este despliegue de recursos, identificado como una amenaza para la seguridad del país, el secretario de Defensa venezolano, Vladimir Padrino López, declaró ayer martes 11 que se pondrá en marcha una «fase superior» del Plan Independencia 200.
  • Este mecanismo prevé «el despliegue masivo de medios terrestres, aéreos, navales, fluviales y balísticos, de sistemas de armas y unidades militares» en todo el territorio «para garantizar la integración de los elementos del poder nacional en la misión de lucha contra las amenazas imperiales», según un comunicado de Caracas. 2

Con unos 14.000 militares desplegados en la región, el ejército estadounidense no dispondría de tropas suficientes para llevar a cabo una invasión terrestre de Venezuela. El CSIS estima que una operación de este tipo requeriría como mínimo 50.000 soldados en un escenario minimalista, y 150.000 para garantizar la «derrota» del adversario, de acuerdo con la doctrina de conmoción y pavor («Shock and Awe») generalmente preferida por Washington. 3

  • No obstante, la potencia de ataque aéreo y naval disponible podría, en teoría, permitir al ejército estadounidense llevar a cabo una campaña de bombardeos contra las infraestructuras militares de Venezuela.
  • Además de los medios desplegados en la zona, los F-35 adicionales estacionados en bases del sur de Florida podrían, con reabastecimiento en vuelo, contribuir a destruir los aeródromos del país en las primeras horas de una operación.
  • No obstante, la capacidad antiaérea de Venezuela obligaría a Estados Unidos a recurrir a ataques de largo alcance, ya que los sistemas S-300, Buk y los lanzamisiles portátiles estadounidenses Stinger con los que cuenta el ejército suponen un peligro para los vuelos a baja altitud. 4

Si bien las fuerzas armadas venezolanas están entrenadas principalmente para garantizar la seguridad interna del país, y no para enfrentarse a un ejército regular, su número (aproximadamente 120.000 militares y 230.000 reservistas y personas movilizables) podría ser suficiente para dar ventaja a Caracas en un enfrentamiento terrestre.

  • En un estudio publicado en 2023, la RAND Corporation —la principal organización asesora del ejército estadounidense— estimaba que sería «largo y difícil» para Estados Unidos poner fin a una intervención militar una vez iniciada. 5
  • Una serie de ataques dirigidos contra los cárteles de Venezuela y no contra las infraestructuras del Estado podría permitir a Washington poner fin más fácilmente a una operación, lo que ofrecería una mayor flexibilidad al Estado Mayor estadounidense.
  • Por su parte, un intento de decapitar el régimen basado, en particular, en el asesinato selectivo del presidente venezolano —que parece estar siendo estudiado por la administración, ya que Trump ha declarado que los días de Maduro «están contados»— supondría un riesgo de desestabilización duradera que podría dar lugar a un conflicto prolongado.