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Para la Agencia Espacial Europea (ESA), ¿qué implica operar en una época en la que el mundo atraviesa cambios geopolíticos tan intensos?

Es una oportunidad.

El espacio siempre ha estado influenciado por la geopolítica, a veces más, a veces menos.

La creación de la ESA tiene su origen en circunstancias muy geopolíticas.

En 1963, Charles de Gaulle y Konrad Adenauer firmaron el Tratado del Elíseo, que sentó las bases de la cooperación franco-alemana, especialmente en el ámbito de la ciencia y la tecnología.

Esta asociación dio lugar a estudios preliminares para un proyecto conjunto de satélite de telecomunicaciones, que más tarde se denominó Symphonie. En aquella época, Europa no disponía de su propio lanzador, y Estados Unidos solo aceptó lanzar el satélite bajo condiciones estrictas: solo podía utilizarse con fines experimentales, y no con fines comerciales o de seguridad. En términos geopolíticos, este episodio fue una lección. Los dirigentes europeos tomaron conciencia de que era inaceptable que Europa dependiera de otros países para acceder al espacio.

Llegaron a la conclusión de que Europa debía desarrollar su propio lanzador independiente, que más tarde se convertiría en Ariane 1. Y con el lanzador surgió la necesidad de una organización que coordinara y gestionara estos esfuerzos, lo que condujo a la creación de la Agencia Espacial Europea.

La motivación geopolítica, es decir, el deseo de autonomía y acceso independiente al espacio, fue, por tanto, el origen mismo de la creación de la ESA hace 50 años.

Hoy en día nos encontramos en una situación similar, en la que la necesidad de reforzar la independencia de Europa ha vuelto a ser un motor importante de la política espacial.

Además de los argumentos comerciales y socioeconómicos tradicionales que desde hace tiempo sustentan las actividades espaciales, la dimensión geopolítica ha cobrado especial importancia. Por un lado, está la guerra en Ucrania; por otro, Estados Unidos insta a Europa a desempeñar un papel más importante en su propia defensa, que está estrechamente relacionada con el espacio.

Por lo tanto, el espacio se inscribe ahora en el marco más amplio de los esfuerzos de los dirigentes europeos por reforzar la autonomía. Una vez más, estos esfuerzos están motivados por situaciones geopolíticas.

¿No cree, sin embargo, que hoy en día nos enfrentemos a riesgos mucho más importantes y complejos que hace 50 años?

Si sumamos el PIB de los Estados miembros de la ESA —incluidos el Reino Unido, Noruega y Suiza—, representan más del 20 % del PIB mundial. Sin embargo, en el sector espacial, nuestras inversiones públicas solo representan alrededor del 10 % del total mundial. Estados Unidos invierte alrededor del 60 % y China alrededor del 15 %.

Este desequilibrio pone de manifiesto una cosa muy sencilla: durante años, Europa no ha invertido en el espacio de forma proporcional a su peso económico.

Sin el espacio, nuestra calidad de vida y la seguridad de nuestros países simplemente no pueden mantenerse. La tecnología espacial se utiliza en todas partes, todos los días.

Josef Aschbacher

Las consecuencias son ahora visibles: los actores comerciales estadounidenses se han vuelto extremadamente poderosos, mientras que Europa no ofrece condiciones comparables a su sector privado. En otras palabras, la financiación pública en Europa no ha creado las mismas condiciones propicias para la innovación comercial y el crecimiento que en Estados Unidos.

¿Cree que habría que abrir la competencia espacial al sector privado?

Debemos aumentar de forma prioritaria las inversiones europeas del sector público.

¿Por qué considera que el enfoque actual no es adecuado a largo plazo?

El espacio es estratégico.

Sin el espacio, nuestra calidad de vida y la seguridad de nuestros países simplemente no pueden mantenerse. La tecnología espacial se utiliza en todas partes, todos los días.

Cuando nos despertamos por la mañana, ya dependemos del espacio.

Cuando consultas la previsión meteorológica; cuando vas a algún sitio en coche: utilizas satélites de navegación. Cuando pagas una factura en un restaurante o en una tienda, se utiliza la comunicación por satélite para sincronizar los sistemas bancarios. Incluso mientras desayunas, el espacio está presente: los agricultores utilizan datos satelitales para gestionar sus cultivos, prever sus rendimientos y acceder a la información que necesitan.

En resumen, el espacio es la base de casi todos los aspectos de la vida cotidiana. Y si una sociedad, un continente —en este caso, Europa— no mantiene sus propias fuentes independientes de datos, información y tecnología, inevitablemente saldrá perdiendo.

Por eso el espacio no solo es estratégico, sino que también está profundamente arraigado en la economía.

Lo repito a menudo para que la gente tome conciencia de su importancia: si hoy les preguntara si necesitan internet, la respuesta sería obvia.

Hace 20 años, si les hubiera preguntado si necesitaban internet, probablemente habrían respondido: «¿A qué se refiere?».

El acceso al espacio a veces suscita una reacción similar.

Cuando hoy en día pregunto a la gente si lo necesita, suelen considerarlo únicamente en relación con las estrellas, la exploración del universo, los astronautas que vuelan por ahí arriba, y no como una preocupación directa.

La gente no se da cuenta de lo mucho que depende cada día de la tecnología espacial. Y dentro de 20 años, esta estará aún más integrada en la vida cotidiana y en la sociedad. La comparación no es perfecta, pero ayuda a comprenderlo: el espacio se convertirá en un elemento esencial de nuestro modo de vida futuro. Quienes no tengan esto en cuenta y no utilicen el espacio para sus actividades corren el riesgo de quebrar de aquí a 2030.

¿Podría dar algunos ejemplos concretos?

Las empresas farmacéuticas, por ejemplo, pueden utilizar la ingravidez para la investigación, el desarrollo de nuevos medicamentos y la exploración de tratamientos. Se trata de ámbitos emergentes de innovación e inversión que marcarán el futuro.

Los servicios y la fabricación en órbita supondrán oportunidades para la industria, algo que ya estamos poniendo en marcha en el marco de una misión conjunta con la industria denominada RISE. El espacio también sigue buscando respuestas a preguntas fundamentales: si descubrimos que existen otras formas de vida en nuestro sistema solar o en otras partes del universo, sin duda cambiará nuestra forma de pensar sobre nosotros mismos y nuestro planeta.

Otro ejemplo es la observación de nuestro propio planeta Tierra desde el espacio.

El sistema de observación de la Tierra Copernicus es líder a nivel mundial y nos informa no solo de los acontecimientos en la superficie, sino también de las emisiones a la atmósfera y las partículas contaminantes que pueden suponer una amenaza para la salud humana. Estos servicios llevan más de dos décadas en funcionamiento y proporcionan una fuente de datos fiable y sólida, accesible de forma gratuita en todo el mundo. En la ESA también estamos a la vanguardia de las nuevas tecnologías de observación de la Tierra desde el espacio gracias al programa Earth Explorers. Una vez que estos nuevos sensores y técnicas han demostrado su eficacia en el espacio, pueden integrarse en sistemas de vigilancia a largo plazo.

Ya existe una cooperación internacional en el ámbito de las catástrofes, por ejemplo, a través de la Carta Internacional «Espacio y Catástrofes Graves».

Pero ahora es evidente que unas imágenes más frecuentes y de mayor resolución mejorarían nuestras capacidades en materia de prevención y gestión de crisis naturales y de origen humano.

El espacio ya forma parte integrante de nuestra vida y eso aumentará en los próximos años.

La mayoría de las aplicaciones de nuestros teléfonos inteligentes no funcionarían sin los servicios de navegación espacial, mientras que las previsiones meteorológicas han mejorado considerablemente gracias a las observaciones espaciales, combinadas con una mayor potencia informática en tierra. Las imágenes rápidas y fiables de catástrofes emergentes, como incendios forestales, inundaciones y sequías, pueden ayudar a los servicios de emergencia a mitigar su impacto. Si bien esto es práctico para todos nosotros, también es fundamental para la vida y la prosperidad en ámbitos como la agricultura y la pesca. La conectividad segura es esencial, dada la interconexión de nuestras infraestructuras y dispositivos individuales.

El acceso al espacio con fines de seguridad y protección es un ámbito que experimentará un fuerte crecimiento.

Por ello, proponemos un nuevo programa opcional a los Estados miembros de la ESA, denominado «Resiliencia europea desde el espacio», que se ajusta al servicio gubernamental de observación de la Tierra de la Comisión Europea.

Cuando nos despertamos por la mañana, ya dependemos del espacio.

Josef Aschbacher

El objetivo es aumentar la frecuencia de observación de los satélites de imágenes, basándose en los recursos nacionales existentes bajo control soberano, así como en los recursos europeos. En materia de navegación, haremos que las señales procedentes de la órbita terrestre media sean más robustas y menos susceptibles de degradarse debido a la distancia, añadiendo señales de posicionamiento, navegación y sincronización procedentes de la órbita terrestre baja. También será esencial asegurar las conexiones entre los satélites y entre los satélites y el suelo. Por último, para hacer el sistema más robusto, debemos recurrir a tecnologías emergentes como la computación periférica.

También estamos trabajando en el proyecto Digital Twin Earth (DTE) para simular el impacto del cambio climático en la población de Europa y otros países.

Si Europa desaprovecha estas oportunidades, tanto estratégicas y geopolíticas como económicas, se enfrentará a serios retos en materia de desarrollo y posicionamiento mundial.

El acceso al espacio no es la única herramienta, pero es uno de los instrumentos clave que pueden hacer que Europa sea más fuerte y próspera y garantizar la calidad de vida de los europeos.

¿Ha notado algún cambio en la relación de los europeos y las instituciones europeas con el espacio?

Este año se cumple el 50º aniversario de nuestra agencia. A lo largo de estas cinco décadas, hemos logrado construir una verdadera visión europea creando proyectos que llevan a las personas a trabajar juntas. La ESA ha demostrado su capacidad para desarrollar los sueños y la unidad europeos en un momento en el que muy pocas organizaciones en Europa logran hacerlo.

El cohete Ariane 6 es un símbolo de la colaboración entre los europeos.

Alrededor de 13.000 personas de todo el continente han contribuido a su desarrollo. El proyecto ha sido liderado por la ESA, pero en estrecha colaboración con el CNES y la industria francesa, en particular ArianeGroup y ArianeSpace, sin olvidar, por supuesto, a otras industrias europeas de Alemania, Italia, España, Bélgica, Suiza y otros países.

Ariane 6 es una tecnología muy simbólica: impulsa a Europa hacia el cielo.

Encarna no solo nuestra capacidad, sino también nuestra unidad. Los europeos trabajamos juntos por una visión común.

¿Qué relato desea desarrollar en torno a estos ejemplos?

La historia que cuento es la de cómo el espacio une a Europa y enorgullece a sus ciudadanos. Crea una visión europea y, por lo tanto, también es una fuente de inspiración.

¿Cuáles son los principales obstáculos para lograr un espacio europeo más coherente, más estratégico y más fuerte?

El principal obstáculo es llegar a un consenso.

En la ESA, que agrupa a 23 países, la definición de un proyecto común requiere tiempo y una coordinación minuciosa. Sin embargo, nuestra gran ventaja reside en lo que llamamos la geometría variable: no todos los países están obligados a participar en cada proyecto. Algunos programas implican a todos los Estados miembros, otros solo a diez, o incluso a uno o dos. Esta flexibilidad nos permite avanzar.

No obstante, debo elaborar un conjunto de medidas que satisfaga a todos los Estados miembros.

El objetivo es siempre encontrar un consenso, diseñar un programa que se ajuste a los intereses de cada país y que sea significativo para todos.

Esto requiere esfuerzo y habilidades diplomáticas. Implica negociaciones constantes: comprender lo que cada gobierno considera una prioridad y asegurarse de que nuestras propuestas se ajusten a esas prioridades. Al fin y al cabo, la ESA es una organización intergubernamental.

Esta complejidad puede ser exigente. Y aquí es donde la geopolítica vuelve a entrar en juego: cuando nuestros Estados miembros se ponen de acuerdo sobre un programa, este se vuelve extremadamente sólido y estable.

Incluso cuando cambian los gobiernos, los compromisos adquiridos en la ESA perduran.

Francia acaba de nombrar un nuevo gobierno, los Países Bajos se encaminan hacia las elecciones a finales de mes, el Reino Unido tiene nuevos ministros, Alemania cambió de coalición hace unos meses… sin embargo, el mecanismo de la ESA es estable. Una vez que se toma una decisión en un Consejo Ministerial —por ejemplo, desarrollar el lanzador Ariane 6—, ese compromiso permanece vigente durante todo el proyecto.

También lo he podido constatar en el marco de nuestra cooperación con la NASA.

En la ESA, cuando nos comprometemos con una misión conjunta, la llevamos a cabo. He visto en otros países del mundo cómo los cambios de administración o de prioridades presupuestarias modifican o retrasan los programas.

La coordinación de 23 países aporta fuerza, estabilidad, fiabilidad y continuidad. Esto permite a la Agencia cumplir sus compromisos y sus promesas. En definitiva, es una organización extraordinariamente eficaz para un ecosistema tan complejo y singular como el entorno europeo.

Ariane 6 es una tecnología muy simbólica: impulsa a Europa hacia el cielo.

Josef Aschbacher

En este nuevo ciclo geopolítico, ¿cree que es necesario reformar la gobernanza de la ESA?

Siempre hay margen para mejorar.

Actualmente dirijo un amplio proceso de transformación en la ESA y el siguiente paso consistirá en trabajar con nuestros Estados miembros para simplificar nuestras estructuras de gobernanza y nuestra burocracia con el fin de aligerarlas.

El mensaje clave que quiero transmitir es el siguiente: sí, es evidente que es necesario acelerar y simplificar algunos procedimientos. Pero nunca debemos comprometer la calidad de nuestros resultados ni nuestra transparencia financiera.

Nos financiamos con el dinero de los contribuyentes. Cada euro que gastamos debe estar justificado y ser rastreable, y puedo asegurarles que nuestro sistema de control y equilibrio es extremadamente sólido.

No obstante, en el marco de estos dos pilares rectores que son la responsabilidad y la calidad, es posible simplificar y acelerar los procesos.

Y eso es precisamente lo que estamos haciendo: acelerando a todos los niveles.

Estamos simplificando la forma en que se definen y ejecutan los proyectos, para poder avanzar más rápidamente. Uno de los indicadores que utilizamos es el plazo de adjudicación de los contratos, es decir, el tiempo que transcurre entre la publicación de una licitación, la recepción y evaluación de las propuestas de las empresas, la negociación y la firma del contrato. Hemos conseguido reducir este plazo en un 50 %.

Lo mismo ocurre con la contratación.

La ESA registra actualmente una rotación anual de entre 300 y 400 empleados. Hemos reducido a la mitad el tiempo necesario para contratar, lo que significa que podemos contratar a nuevos empleados mucho más rápidamente cuando alguien se jubila o abandona la Agencia.

¿Cómo desarrollan la cooperación con sus socios internacionales?

Hace aproximadamente dos años, pedí a mis equipos que reforzaran nuestra cooperación con varios socios internacionales, ya que preveía que la ESA necesitaría consolidar su red de asociaciones y, al mismo tiempo, reforzar su autonomía.

La primera prioridad es desarrollar tecnologías que refuercen nuestra independencia. En los últimos años, nos hemos visto algo expuestos en algunas asociaciones en las que las circunstancias podían cambiar de forma inesperada.

La segunda prioridad es ampliar nuestra cooperación internacional.

La ESA es un socio sólido y fiable. Esto se aplica, por supuesto, a nuestra asociación con Estados Unidos, con quien continuaremos colaborando en misiones emblemáticas. Pero también he reforzado la cooperación con otros socios.

Por ejemplo, el pasado mes de noviembre firmé una declaración conjunta con la Agencia Espacial Japonesa, en la que se establece el marco para una nueva fase importante de colaboración. El primero de estos proyectos, ya en preparación, es RAMSES, una misión conjunta que estudiará un asteroide que se acercará a la Tierra en 2029.

En mayo, también firmé una declaración conjunta con Nueva Delhi para ampliar la cooperación en el ámbito de la exploración espacial. La India es ahora especialmente activa en la exploración de la Luna. También está desarrollando un programa en órbita baja, con su propia estación espacial, cuya finalización está prevista para 2035, y una misión lunar tripulada prevista para 2040. La India tiene una estrategia clara y estamos trabajando en estrecha colaboración con ella para identificar posibles sinergias.

Durante el Congreso Internacional de Astronáutica celebrado en Sidney, el gobierno australiano anunció que había encargado a la Agencia Espacial Australiana que negociara un marco de cooperación reforzado con la ESA en los próximos meses. En la práctica, nos encontramos solo en el inicio de las conversaciones, por lo que el contenido aún está por definir. Pero este mandato es una señal clara: los australianos han estudiado atentamente el modelo de cooperación entre Canadá y la ESA.

También he firmado un memorando de entendimiento con Corea del Sur y estamos preparando otro con Nueva Zelanda. Paralelamente, mantenemos conversaciones prometedoras con los Emiratos Árabes Unidos para reforzar también la cooperación en ese país.

Todo ello es el resultado de décadas de trabajo, de la realización de proyectos que otros encuentran atractivos. Europa es considerada un socio sólido, fiable y duradero, y la Agencia Espacial Europea es el mecanismo adecuado para que siga siéndolo. Contamos con programas punteros como Copernicus o Galileo y nuestras misiones científicas espaciales, que se encuentran realmente entre las mejores del mundo.

En esta época de cambios, ¿quiere decir que la cooperación sigue siendo posible?

Es más que posible.

Nuestra primera prioridad, que se pondrá de relieve en la conferencia ministerial de noviembre, es reforzar el poder, la autonomía y la independencia de Europa en el ámbito de las tecnologías espaciales.

La prioridad número uno es el acceso al espacio mediante nuestros propios lanzadores. Pero, más allá de eso, hay muchos otros ámbitos en los que debemos desarrollar tecnologías y capacidades industriales independientes, en particular la observación de la Tierra, la navegación, las telecomunicaciones, la defensa planetaria, la exploración y las ciencias espaciales. Ahí es donde se centran nuestros esfuerzos hoy en día: en reforzar esa autonomía.

Sin embargo, esto no significa que queramos aislarnos. Al contrario. Queremos reforzar nuestra autonomía sin dejar de ser un socio atractivo y abierto para otros países y empresas.

El espacio siempre ha sido, y seguirá siendo, un ámbito de doble uso, al servicio tanto de fines civiles como militares.

Josef Aschbacher

¿Tienen proyectos con China?

Solo cooperamos con China en algunos proyectos.

Uno de ellos es el Solar wind Magnetosphere Ionosphere Link Explorer (SMILE), una misión satelital desarrollada conjuntamente por China y Europa, cuyo lanzamiento está previsto para principios del próximo año. Su objetivo es estudiar cómo interactúa la magnetosfera terrestre con el viento solar.

La vigilancia del cambio climático y la mejora de nuestra comprensión colectiva de sus repercusiones mediante la observación de la Tierra son una prioridad absoluta para la Unión y nuestros Estados miembros. En este ámbito, colaboramos estrechamente con socios internacionales, en particular Estados Unidos, Japón, India, Corea del Sur y también China. Estas colaboraciones tienen un objetivo común: proteger el planeta.

¿Cómo son las relaciones entre la ESA y la Unión Europea?

Nuestra relación con la Unión es una prioridad absoluta. Es muy sólida. Mantengo excelentes relaciones de trabajo con el comisario Kubilius y hemos creado varios grupos de trabajo conjuntos, por ejemplo, sobre lo que la Comisión denomina «servicio gubernamental de observación de la Tierra» y lo que nosotros llamamos «resiliencia europea desde el espacio». El objetivo es utilizar la tecnología espacial para apoyar a los actores de la seguridad y la defensa y construir infraestructuras esenciales para la resiliencia de Europa.

Se trata de un aspecto importante, ya que está directamente relacionado con la seguridad y la defensa, dos ámbitos en los que la ESA ya está activa. Tomemos el ejemplo de Galileo: la señal PRS —«servicio público regulado»— se desarrolló a petición de nuestros Estados miembros precisamente para ser utilizada por los servicios de defensa y las administraciones públicas.

Participamos en un centenar de proyectos relacionados con aplicaciones de seguridad.

El espacio siempre ha sido, y seguirá siendo, un ámbito de doble uso, al servicio tanto de fines civiles como militares.

A petición de los Estados miembros, estamos preparando una propuesta para crear una constelación de satélites de imágenes de muy alta resolución dedicados a la inteligencia, la vigilancia y el reconocimiento.

El proyecto consta de dos partes principales. La primera se refiere a la participación: algunos países europeos ya disponen de sus propias capacidades satelitales nacionales. La idea es hacer que estos sistemas sean interoperables y fomentar la puesta en común y el intercambio.

Esto significa que Francia, Alemania, Italia y otros países podrán mantener el control total de sus satélites —dicho control nunca se verá comprometido— y, al mismo tiempo, podrán colaborar mediante un acceso compartido si así lo desean. Por ejemplo, si un país solo utiliza el 50 % de la capacidad de su satélite, el 50 % restante podría compartirse con otros países participantes, y viceversa.

La segunda parte de este sistema es igualmente importante. Incluso combinando los recursos nacionales existentes, no sería suficiente para muchas aplicaciones en tiempo real. En conjunto, estos sistemas podrían proporcionar cinco, diez o incluso veinte imágenes al día, lo que dista mucho de ser suficiente. Algunos usuarios necesitan imágenes cada treinta minutos aproximadamente, día y noche, y de todo el planeta, para garantizar una cobertura continua y altamente reactiva.

Para alcanzar este nivel de frecuencia, debemos aumentar la capacidad: más satélites y, posiblemente, nuevos tipos de sensores y tecnologías. Esto incluye la integración de la inteligencia artificial y la edge computing, así como enlaces de comunicación entre satélites y conexiones sólidas con las estaciones terrestres.

Estamos en los inicios de esta iniciativa y se trata de un auténtico sistema de sistemas, que reúne varias tecnologías, como la observación de la Tierra, las telecomunicaciones, la navegación y la vigilancia de las radiofrecuencias.

Se trata de una empresa muy compleja, y la ESA es la única organización en Europa que cuenta con las capacidades técnicas y la experiencia necesarias para desarrollar con éxito un sistema de este tipo.

Ya hemos demostrado esta capacidad con IRIDE, la constelación nacional italiana, que estamos desarrollando a menor escala. Se trata de un proyecto que tendrá aplicaciones civiles y de defensa, y que se entregará llave en mano.

En solo tres años y un mes después de la firma, hemos lanzado el primero de los 68 satélites, demostrando así que podemos operar con una rapidez, una eficacia y una calidad excepcionales.

La ESA sigue actuando como jefa de proyecto: es la Agencia la que da las órdenes y la industria la que ejecuta los trabajos. Más del 90 % de la financiación, es decir, más de mil millones de euros, se ha reinvertido en Italia a través de contratos industriales, todos ellos adjudicados mediante concurso. El resultado es una combinación de calidad superior y rapidez sin precedentes.

No creo que exista ninguna empresa europea del «nuevo sector espacial» capaz de alcanzar el mismo rendimiento en los segmentos espacial, terrestre y de servicios.