¿El poder blando ruso en desaparición?
Todo el mundo conoce Eurovisión, 1 el concurso de canciones que se retransmite en directo desde 1956 y que el año que viene celebrará su 70 aniversario en Viena; pero ¿quién recuerda su doble socialista, Intervisión (Интервидение en ruso)?
Nacido en Checoslovaquia en la década de 1960 e interrumpido por la represión soviética de la Primavera de Praga, retomado en la Polonia de los años setenta, el concurso desapareció con el fin de la Guerra Fría, ya que su vocación era celebrar el bloque del Este, su dinamismo y su diversidad.
Como símbolo de un cambio de era, Rusia se empeñó en integrarse en el concurso de Eurovisión a partir de 1994.
Olvidando el Intervisión comunista, dedicó todos sus esfuerzos a Eurovisión, incluso lo ganó con Dima Balan (2008) y luego lo organizó con gran despliegue de medios en Moscú (2009).
Sin embargo, la invasión de Ucrania en 2022 precipitó su exclusión del concurso, así como la de Bielorrusia, lo que supuso una ruptura simbólica muy visible con el espacio cultural europeo.
El 20 de septiembre de 2025, este concurso renació en el Live Arena, cerca de Moscú, con la victoria de Đức Phúc, candidato de la televisión pública vietnamita. Se desarrolla en un contexto sin precedentes: guerra con Ucrania, suspensión del Comité Olímpico Nacional Ruso, aislamiento diplomático con respecto a Europa y reorientación hacia el Sur global. Al acoger a candidatos procedentes de veintitrés países, en particular de los BRICS, Medio Oriente, África y América, Intervisión pretende ahora ser el escaparate cultural de un mundo multipolar y la alternativa civilizatoria a una Europa acusada de decadencia.
Más allá del espectáculo, se trata de una verdadera prueba a gran escala: ¿puede Rusia, por decreto presidencial, fabricar un poder blando capaz de rivalizar con la corriente dominante occidental?
Intervisión pretende ahora ser el escaparate cultural de un mundo multipolar y la alternativa civilizatoria a una Europa acusada de decadencia.
Cyrille Bret y Florent Parmentier
La edición de 2025 de Intervisión revela cinco dimensiones geopolíticas de la estrategia rusa.
En primer lugar, el concurso se presenta como el escaparate del mundo multipolar que Moscú opone a Occidente desde hace más de una década, encarnando una alternativa cultural a los formatos occidentales.
En segundo lugar, el renacimiento de un concurso de inspiración soviética tiene como objetivo explícito competir con Eurovisión y marcar una ruptura con los valores europeos que este transmite.
Por otra parte, Intervisión pone en escena un relato civilizatorio específico, promoviendo los «valores tradicionales» frente a lo que Rusia considera la ideología progresista occidental.
El concurso también funciona como una herramienta de poder blando estatal, que forma parte del arsenal mediático ruso junto con Russia Today o la federación Russkij Mir («Mundo Ruso»).
Por último, a pesar de la aparente demostración de fuerza con 23 países participantes, el evento revela paradójicamente los límites actuales de la influencia rusa en el mundo, en particular por la calidad desigual de las participaciones y la ausencia de algunos aliados tradicionales.
Intervisión como escenario de la «mayoría global»
La primera señal de esta ambición multipolar se aprecia en la geografía intercontinental del concurso: las rondas de canciones comenzaron con la cubana Zulema Iglesias Salazar y concluyeron con el indio Rauhan Malik. Los países que participaron en esta edición moscovita demuestran que atrae más allá de los límites del antiguo espacio soviético: junto a Rusia figuran los gigantes de los BRICS (China, India, Brasil, Sudáfrica), potencias regionales del Sur global (Egipto, Etiopía, Qatar) e, incluso, sorprendentemente, Estados Unidos a través de un jurado exmiembro del grupo Deep Purple que compensó la retirada de última hora de la cantante Vassy. Esta cartografía no es fortuita: se ajusta perfectamente a los contornos de la diplomacia rusa contemporánea, la de un mundo en el que el eje Washington-Bruselas no sería más que una opción entre otras. Nada más reduccionista e inexacto que tratar al concurso Intervision como un fantasma soviético: es la situación actual la que se ha puesto de manifiesto, y que podría ampliarse.
La propia escenografía refleja esta voluntad de universalismo alternativo.
El dúo de presentadores sino-indio, Stefy Patel y Meng Lei, es un símbolo revelador: dos representantes de los países más poblados del planeta, presentando juntos un espectáculo concebido en Moscú. Esta puesta en escena va más allá de la simple diversidad para encarnar un relato geopolítico preciso, el de una asociación de las «grandes naciones» frente a la hegemonía occidental, actualizando el «triángulo de Primakov». 2 Incluso la comunicación sigue esta ambiciosa lógica: los anuncios difundidos en Times Square, en el corazón de Manhattan, parecen desafiar a Estados Unidos en su propio terreno simbólico. 3
El objetivo estratégico es transparente: legitimar Intervisión como un concurso verdaderamente mundial, y no como un sustituto nostálgico de la época soviética. Al movilizar la diversidad geográfica, desde África hasta América Latina, desde Medio Oriente hasta Asia, Moscú intenta demostrar que es posible una alternativa cultural global.
De este modo, Intervisión se convierte en el laboratorio de un poder blando multipolar, donde cada actuación artística lleva implícito un mensaje diplomático.
Al orquestar esta «comunidad cultural multipolar», Rusia traslada al ámbito artístico su discurso geopolítico sobre el surgimiento del Sur global y el fin de la unipolaridad occidental. Al participar personalmente en su lanzamiento, Serguéi Lavrov describe el concurso Intervisión como «una especie de exposición musical, una plataforma universal de diálogo entre civilizaciones, basada en el enriquecimiento mutuo de las historias y tradiciones nacionales». Según él, «uno de los objetivos del concurso es poner de relieve la diversidad mundial a través de la música, lenguaje internacional universal y sin traducción». 4 Intervisión ya no se conforma con ser un concurso de canto: se convierte en un instrumento de proyección de poder, un intento de materializar a través de la cultura lo que Moscú promueve mediante la diplomacia en los foros de los BRICS y otros foros del mundo no alineado.
Al orquestar esta «comunidad cultural multipolar», Rusia traslada al ámbito artístico su discurso geopolítico sobre el surgimiento del Sur global.
Cyrille Bret y Florent Parmentier
Una gigantomachia de concursos de canciones: Eurovisión contra Intervisión
En el panorama fragmentado de la Europa contemporánea, donde las solidaridades continentales se desmoronan bajo los golpes de los nacionalismos renacidos, el surgimiento de un competidor institucional de Eurovisión revela las profundas tensiones que atraviesan nuestra realidad democrática. Esta ruptura no es casual: cristaliza un debate fundamental sobre la legitimidad política y cultural en un continente en busca de sentido.
La principal innovación del modelo alternativo de Intervisión reside en la eliminación radical del voto popular.
Mientras que Eurovisión cultiva desde 1956 una compleja dialéctica entre el voto profesional y el plebiscito televisivo, lo que suscita polémicas y acusaciones de geopolítica del voto, esta nueva arquitectura institucional opta por una decisión tajante: solo los jurados técnicos, compuestos por expertos musicales y profesionales de la industria cultural, tienen ahora el poder de consagración, como ilustra la victoria de Đức Phúc con 422 puntos otorgados únicamente por estas instancias especializadas: es el surgimiento de una tecnocracia de la canción que rompe con la democracia semidirecta de Eurovisión.
Este cambio de procedimiento no es una simple reforma administrativa: refleja una desconfianza asumida hacia la democracia directa y sus supuestos extravíos.
Los creadores de este sistema denuncian con vehemencia las «distorsiones geopolíticas» que gangrenan la votación popular europea en Eurovisión: por ejemplo, las solidaridades balcánicas que ven a Serbia y Bosnia apoyándose mutuamente, las connivencias nórdicas entre Suecia y Finlandia o las complicidades que aún unen a Rumanía y Moldavia en un reflejo de supervivencia geoestratégica.
La tecnocracia musical se presenta así como el último baluarte contra las pasiones nacionales y los cálculos diplomáticos. Siguiendo esta lógica, para los promotores de Intervisión, la experiencia se convierte en el único criterio legítimo de evaluación estética, eliminando así la dimensión intrínsecamente política de cualquier acto cultural.
El contraste con Eurovisión 2025 es sorprendente: mientras que la edición de Basilea se caracterizó por los abucheos contra el representante israelí Yuval Raphael a pesar de su segundo puesto —lo que reveló la politización del público—, Intervisión reivindica una «pureza» artística mediante la ausencia de votación popular. La arquitectura de este sistema alternativo lleva la lógica tecnocrática hasta sus últimas consecuencias. La anonimización de las actuaciones —los miembros del jurado ignoran deliberadamente el origen geográfico de las obras que evalúan— constituye el núcleo de esta «revolución procedimental». Los criterios de evaluación, estrictamente técnicos, pretenden liberarse de cualquier consideración extramusical.
Para los promotores de Intervisión, la experiencia se convierte en el único criterio legítimo de evaluación estética.
Cyrille Bret y Florent Parmentier
Esta obsesión por la neutralidad procedimental revela una fantasía tecnicista, tan característica de las élites europeas contemporáneas: la de una cultura «pura», libre de sus residuos políticos y sociales. Al neutralizar el origen geográfico de las actuaciones, Intervisión espera trascender los «votos de connivencia» que a menudo caracterizan a Eurovisión, las solidaridades regionales percibidas como corrupciones del juicio estético. Sin embargo, esta pretensión de neutralidad técnica no oculta su carácter profundamente ideológico: ¿qué es la experiencia musical sino una construcción social particular, forjada en los conservatorios occidentales y las industrias culturales anglosajonas? Es de temer que el anonimato no elimine los sesgos, sino que los traslade a otras instancias de legitimación, menos visibles pero igualmente normativas.
Otro aspecto de esta ruptura institucional se refiere a la propia definición de la excelencia cultural.
Mientras que Eurovisión lleva décadas abrazando una estética decididamente pop, mestiza y cosmopolita, alejada de la variedad inicial, este modelo competidor reivindica un retorno a las raíces nacionales. Como ya había anunciado Gilles Lipovetsky, 5 la autenticidad se convierte en la palabra clave de un enfoque que privilegia sistemáticamente el folclore tradicional sobre la creación contemporánea, como ilustran las actuaciones de la colombiana Nidia Góngora con su marimba o las referencias culturales vietnamitas de Đức Phúc en «Phù Đổng Thiên Vương».
Esta valorización de las raíces culturales se inscribe en una crítica más amplia de la «estandarización» europea.
Quienes la denuncian reprochan a Eurovisión una forma de uniformización estética: según ellos, el concurso se ha convertido en el vector de una cultura de masas desnacionalizada y anglófona, en la que las particularidades locales se desvanecen ante las exigencias comerciales de la industria musical globalizada. El folclore se convierte así en el baremo de la autenticidad nacional, en oposición declarada a lo que Moscú percibe como la «decadencia» de Eurovisión, encarnada en figuras como Conchita Wurst. La estética de la pureza cultural que defiende Intervisión resuena de forma extraña con los discursos identitarios que atraviesan la Europa contemporánea: la misma exaltación de las raíces, la misma nostalgia de una edad de oro fantaseada, la misma desconfianza hacia el mestizaje creativo.
La tecnocratización de la evaluación cultural va acompañada de una esencialización de las identidades nacionales.
Mientras que Eurovisión celebra, a pesar de sus múltiples imperfecciones, la hibridación cultural, este modelo competidor defiende un retorno a las supuestas fuentes «puras» de cada tradición nacional. La autenticidad se convierte en un imperativo normativo que frena la innovación artística y congela las identidades culturales en un yugo retrógrado.
Esta doble deriva, tecnocrática y esencialista, ilustra perfectamente las tensiones que atraviesa la Europa contemporánea. Ante la crisis de legitimidad de las instituciones democráticas, algunos actores privilegian el repliegue identitario y el autoritarismo técnico sobre la profundización de la participación ciudadana. La cultura se convierte entonces en el centro de una batalla más amplia por la definición de nuestro modelo de civilización: apertura o cierre, mestizaje o pureza, democracia o pericia.
La estética de la pureza cultural que defiende Intervision resuena extrañamente con los discursos identitarios que atraviesan la Europa contemporánea: la misma exaltación de las raíces, la misma nostalgia de una edad de oro fantaseada, la misma desconfianza hacia el mestizaje creativo.
Cyrille Bret y Florent Parmentier
La ironía suprema de esta empresa de «purificación» cultural reside en la identidad de su principal promotor: es precisamente Rusia, excluida de Eurovisión desde la invasión de Ucrania, la que ahora se erige como defensora de la despolitización de los concursos culturales internacionales.
Moscú, cuyos representantes han instrumentalizado durante mucho tiempo Eurovisión con fines de poder blando geopolítico, reivindica hoy una «neutralidad artística» que nunca ha practicado.
Esta contradicción pone de relieve la naturaleza del proyecto: lejos de constituir una alternativa desinteresada a las «derivas» de Eurovisión, esta institución competidora se inscribe en una estrategia geopolítica más amplia para eludir el aislamiento diplomático ruso.
Paradójicamente, la «despolitización» se convierte en un instrumento político y la «neutralidad técnica» en un vector de influencia.
Más allá de estas contradicciones geopolíticas, esta ruptura institucional revela una operación ideológica coherente, característica de las derivas autoritarias contemporáneas.
Al sustituir la deliberación democrática por la experiencia técnica, privilegia sistemáticamente la autoridad sobre la participación, la competencia sobre la representatividad.
Una narrativa civilizatoria puesta en canciones
Esta arquitectura institucional solo cobra su verdadero sentido cuando se inscribe en la gran narrativa civilizatoria que Moscú despliega desde la invasión de Ucrania.
Cuando Serguéi Lavrov denuncia las «barreras del Occidente colectivo» que fragmentarían artificialmente el espacio cultural europeo, no se limita a criticar una exclusión diplomática puntual de Rusia: pretende teorizar una fractura ontológica entre dos modelos de civilización europea supuestamente irreconciliables. El ministro de Asuntos Exteriores ruso establece así los términos de una batalla cultural en la que Intervisión, nombre con el que se bautizó esta Eurovisión alternativa, se convierte en el escaparate de un mundo «auténtico» opuesto a la decadencia occidental. Esta oposición ya no es una simple rivalidad geopolítica: se eleva al rango de conflicto de valores fundamentales, en el que cada actuación artística se convierte en síntoma de una elección civilizatoria.
Esta retórica civilizacional encuentra un eco concreto en las reacciones contrastadas a los dos concursos: mientras que Eurovisión 2025 se caracterizó por las manifestaciones y abucheos contra Israel, Intervisión reivindica un «ambiente familiar», en palabras de la representante bielorrusa Anastasia Kravchenko, sexta en la clasificación. 6 En esta lógica binaria, una especie de «doctrina Jdanov» modernizada, Eurovisión encarna todo lo que Rusia pretende rechazar: el cosmopolitismo desarraigado, el individualismo hedonista, la transgresión sistemática de las normas tradicionales, la apertura a nuevas identidades, etc. La referencia sarcástica a las «mujeres con barba», alusión transparente a Conchita Wurst, drag queen austriaca ganadora de la edición de 2014, cristaliza esta repulsión asumida por la diversidad de género y la expresión de las minorías sexuales.
Esta crítica a la «provocación occidental» se articula en torno a un concepto central: la «sinceridad artística».
En la retórica rusa, este concepto opone la verdad cultural arraigada a los artificios de la modernidad liberal: mientras que Eurovisión celebraría una diversidad artificial, manipulada por los lobbies LGBTQ+, Intervisión reivindicaría la expresión espontánea de los pueblos en su autenticidad preservada.
Eurovisión encarna todo lo que Rusia pretende rechazar: el cosmopolitismo desarraigado, el individualismo hedonista, la transgresión sistemática de las normas tradicionales, la apertura a nuevas identidades.
Cyrille Bret y Florent Parmentier
Esta semántica de la autenticidad oculta mal su carácter profundamente normativo, como ilustra el trato simbólico dado al cantante ruso Shaman, que decidió no ser puntuado, declarando que «Rusia ya había ganado» al organizar el evento. En efecto, ¿qué es la «sinceridad artística» sino la conformidad con un orden moral tradicional, definido por las instancias dirigentes?
De este modo, la antidiversidad se convierte paradójicamente en una diversidad: la de las naciones «auténticas» unidas en su rechazo común a la degeneración occidental. Intervisión se convierte así en un instrumento de poder blando de un nuevo tipo: ya no se trata de seducir mediante el atractivo cultural, sino de consolidar mediante la exclusión común. Une menos por lo que propone que por lo que rechaza, construyendo una identidad colectiva negativa en torno al rechazo del otro occidental.
La estatización del poder blando: variaciones sobre una partitura de Karaganov
Esta estrategia con ambiciones civilizatorias no es fruto de la improvisación diplomática: ilustra perfectamente la doctrina elaborada por Serguéi Karaganov, uno de los principales teóricos de la política exterior rusa contemporánea.
Según el geopolítico, el poder blando ya no puede contentarse con ser un subproducto espontáneo del atractivo cultural nacional: debe convertirse en un instrumento estratégico directamente controlado por el Estado, al servicio de objetivos geopolíticos claramente definidos. La estatización del poder blando no solo garantizaría su eficacia, sino también su profunda vocación política.
Intervisión encarna este cambio doctrinal con una claridad sorprendente.
Su organización revela una centralización administrativa sin parangón en la historia de los concursos culturales internacionales. Kanal 1, la primera cadena pública rusa, coordina las operaciones en colaboración directa con el Ministerio de Asuntos Exteriores y un comité gubernamental creado especialmente para la ocasión. Esta arquitectura institucional elimina cualquier ficción de autonomía cultural: el arte se convierte explícitamente en un departamento de la diplomacia estatal.
Con treinta y seis cámaras de ultra alta definición, sistemas de realidad aumentada de última generación, inteligencia artificial dedicada a la optimización de las retransmisiones y 140 técnicos especializados, Intervision moviliza un arsenal tecnológico que contrasta con la calidad a veces desigual de las actuaciones.
La dotación presupuestaria —treinta millones de rublos solo para la edición inaugural— es testimonio de una inversión estatal masiva en lo que podría parecer un simple entretenimiento televisivo; pero la verdadera ambición se mide por los objetivos declarados: 4.000 millones de telespectadores acumulados en un plazo de tres años, es decir, tantos como los BRICS y el G20 juntos. La edición de 2025 no está a la altura de estos objetivos declarados: con una difusión estimada en unas pocas decenas de millones como máximo, el evento sigue estando lejos de la audiencia histórica de Eurovisión, de 166 millones en mayo de 2025. Ya no se trata de conquistar Europa, ahora perdida, sino de federar a todas las «civilizaciones no occidentales» en torno a un espectáculo alternativo a la hegemonía cultural atlantista y liberal.
Esta industrialización estatal del poder blando marca una profunda ruptura con la tradición europea de los concursos culturales y mediáticos.
Mientras que Eurovisión conserva, a pesar de sus compromisos comerciales, una ficción de independencia creativa, Intervisión asume plenamente su carácter de instrumento geopolítico.
Con Intervisión, el arte se convierte explícitamente en un departamento de la diplomacia estatal.
Cyrille Bret y Florent Parmentier
El Estado ruso ya no se conforma con influir: produce directamente el contenido cultural que pretende difundir. El poder blando no está lejos de la propaganda, y esta lógica se inscribe en una tendencia más amplia de renacionalización de las industrias culturales que se observa en los regímenes autoritarios contemporáneos. Desde la China de Xi Jinping hasta la Turquía de Erdogan, los líderes autocráticos comprenden que la batalla por la hegemonía mundial se libra ahora en el terreno simbólico. El Intervisión ruso constituye así el laboratorio de una nueva forma de diplomacia cultural: vertical, asumida y tecnológicamente muy sofisticada.
Detrás del brillo: las debilidades de Intervisión
Sin embargo, esta ambiciosa arquitectura pronto revela sus fallas estructurales: si bien Rusia domina a la perfección la ingeniería institucional de su proyecto alternativo, le cuesta ocultar su dependencia fundamental de socios cuya adhesión sigue siendo frágil y condicional.
Las renuncias de última hora y las sustituciones improvisadas delatan la precariedad de una alianza construida más sobre el oportunismo geopolítico que sobre una verdadera convergencia cultural. El caso de Azerbaiyán ilustra perfectamente estas contradicciones: Bakú, aunque es un aliado tradicional de Moscú en el espacio postsoviético, finalmente prefiere declinar su participación en esta primera edición, oficialmente debido a una «crisis diplomática ruso-azerbaiyana», según los medios especializados. Esta deserción, que refleja un reciente deterioro de las relaciones entre ambos Estados, revela también los límites de la solidaridad regional frente a los retos económicos concretos: Azerbaiyán, preocupado por preservar sus relaciones energéticas con Europa, se niega a exponerse con una iniciativa demasiado abiertamente antieuropea. Del mismo modo, Armenia, invitada y prevista en un momento dado para participar, finalmente no concurrió al evento por temor a enemistarse con los europeos.
Las vacilaciones de los Emiratos Árabes Unidos confirman esta tendencia. Abu Dabi y Dubái, pivotes de las finanzas internacionales y cruces de caminos culturales globalizados, tienen dificultades para conciliar su estrategia de diversificación económica con su participación en un proyecto concebido explícitamente contra el orden occidental; así, la candidatura del cantante Saif Al-Ali no fue validada hasta principios de septiembre por el Ministerio de Asuntos Exteriores emiratí. También en este caso, la continuidad del concurso Intervisión parece estar sujeta a la coyuntura internacional.
Aunque Rusia domina a la perfección la ingeniería institucional de su proyecto alternativo, le cuesta ocultar su dependencia fundamental de socios cuya adhesión sigue siendo frágil y condicional.
Cyrille Bret y Florent Parmentier
Aún más reveladores resultan los tropiezos en torno a la participación estadounidense: el caótico proceso de selección de candidatos, desde Paris Jackson (hija de Michael Jackson) hasta Brandon Howard y, finalmente, Vassy (Vasiliki Karagiorgos), una artista australiano-estadounidense relativamente desconocida, ilustra la improvisación que preside esta empresa. Esta última finalmente se retiró bajo la «presión política sin precedentes» del gobierno australiano, que la habría amenazado con revocar su ciudadanía, obligando a la organización a mantener la participación de Estados Unidos a través de un jurado del grupo Deep Purple. Estos vaivenes revelan la ausencia de una verdadera red cultural alternativa: Rusia tiene dificultades para movilizar a artistas de primer orden y se ve obligada a recurrir a personalidades marginales u oportunistas. Las sustituciones de última hora de Egipto y Colombia confirman esta impresión de improvisación, compensada a duras penas por la presencia efectiva de la colombiana Nidia Góngora, cuarta en la clasificación final con su marimba. Estas sustituciones improvisadas delatan la inestabilidad fundamental de una coalición construida sobre bases frágiles, en la que cada socio evalúa constantemente los riesgos reputacionales y económicos de su asociación al proyecto ruso.
El propio jurado no escapa a estas turbulencias. La polémica en torno al representante estadounidense, cuya legitimidad profesional se cuestiona rápidamente, pone de manifiesto la dificultad de constituir un órgano de evaluación creíble fuera de las redes académicas e industriales occidentales. Esta inestabilidad procedimental pone de relieve una contradicción fundamental: ¿cómo pretender la excelencia técnica mientras se excluye a uno mismo de los circuitos dominantes del reconocimiento artístico?
Estas disfunciones no son simples azares organizativos: son testimonio de la naturaleza profundamente artificial de un proyecto que depende de la iniciativa unilateral rusa, como lo demuestran los comentarios contradictorios en las redes sociales rusas, entre el entusiasmo por el espectáculo y las dudas sobre la sostenibilidad del formato. A diferencia de Eurovisión, nacida de una dinámica colectiva europea y consolidada progresivamente por décadas de práctica institucional, Intervisión padece su carácter top-down. Le cuesta generar esa adhesión espontánea que es la única garantía de la sostenibilidad de una institución cultural internacional.
A diferencia de la diplomacia pública, que es una construcción voluntarista de mediación por parte de una autoridad política, el poder blando no se decreta: surge del atractivo real de un modelo civilizatorio.
Cyrille Bret y Florent Parmentier
Esta fragilidad estructural pone de manifiesto los límites del voluntarismo geopolítico en materia cultural. A diferencia de la diplomacia pública, construcción voluntarista de una mediación por parte de una autoridad política, el poder blando no se decreta: surge del atractivo real de un modelo civilizatorio. Sin embargo, Intervisión revela paradójicamente la debilidad de la alternativa rusa: incapaz de seducir por su propia fuerza de atracción, solo puede federar mediante el resentimiento común contra Occidente, como lo demuestra la notable ausencia de algunos aliados tradicionales de Moscú, a pesar de las 23 participaciones reivindicadas.
Una prueba a gran escala del poder blando de Putin
La edición inaugural de Intervisión constituye así una prueba a gran escala para la estrategia de poder blando ruso.
Su relativo éxito —con la victoria simbólicamente fuerte de Vietnam y una importante cobertura mediática internacional— no oculta las fragilidades estructurales reveladas por las retiradas voluntarias y las improvisaciones en la organización. Su continuidad dependerá de la capacidad real y duradera de Moscú para crear un concurso alternativo creíble y mainstream, más allá de las proclamaciones doctrinales y las inversiones tecnológicas; porque de eso se trata: no solo competir con Eurovisión, sino demostrar que puede surgir un orden cultural mundial alternativo al margen de los métodos europeos de poder blando.
Más allá de estas consideraciones tácticas, Intervisión 2025 ilustra un cambio fundamental en el ejercicio del poder contemporáneo: traduce en términos culturales la doctrina elaborada por Serguéi Karaganov, la idea de que Rusia puede y debe construir un orden internacional alternativo, ya no integrándose en las instituciones existentes, sino creando sus propios circuitos de legitimación.
Este intento de fabricar una corriente alternativa revela las ambiciones y los límites del enfoque ruso. Por un lado, Moscú sabe perfectamente que la batalla por la hegemonía mundial se libra ahora tanto en el terreno simbólico como en los escenarios militares o económicos tradicionales, y la inversión masiva en Intervisión —con el anuncio de una próxima edición en 2026 en Arabia Saudita— confirma esta prioridad estratégica otorgada al poder blando.
Por otro lado, Rusia se enfrenta a una contradicción fundamental: ¿se puede realmente imponer el poder blando? ¿No es el atractivo cultural el resultado de un proceso orgánico de adhesión espontánea más que de una ingeniería institucional, por muy sofisticada que sea? Eurovisión, a pesar de sus defectos, obtiene su legitimidad de setenta años de historia compartida, de tradiciones progresivamente sedimentadas, de públicos auténticamente comprometidos con el espectáculo. ¿Puede esta larga temporalidad ser sustituida por la voluntad política y los medios tecnológicos?
Con Intervision, el reto de Moscú no es competir con Eurovisión, sino demostrar que puede surgir un orden cultural mundial alternativo al margen de los métodos europeos de poder blando.
Cyrille Bret y Florent Parmentier
Intervision 2025 ofrece una primera respuesta matizada a esta cuestión crucial para el futuro de las relaciones de poder geopolíticas mundiales. La victoria vietnamita de Đức Phúc, aclamada con entusiasmo en las redes sociales asiáticas como «un momento de orgullo para Asia», sugiere que un público auténtico puede movilizarse efectivamente en torno a este nuevo formato; pero las críticas occidentales que denuncian una «herramienta de propaganda rusa» y las dificultades organizativas revelan los límites de esta empresa voluntarista.
El veredicto sigue abierto.
Si Moscú logra perpetuar su concurso alternativo y ampliar significativamente su audiencia —en particular con la edición de 2026 anunciada en Arabia Saudita—, habrá demostrado que un orden cultural competitivo puede surgir efectivamente por decreto estatal.
Este éxito abriría el camino a una fragmentación duradera del espacio simbólico mundial, en el que cada bloque geopolítico desarrollaría sus propios circuitos de reconocimiento cultural.
Por el contrario, si Intervisión no logra superar la fase de experimento diplomático —víctima de sus retiradas voluntarias, sus improvisaciones y su falta de atractivo espontáneo—, habrá confirmado una verdad fundamental: el auténtico poder blando no se decreta, sino que se conquista a lo largo del tiempo mediante el poder de seducción de un modelo civilizatorio.
En cualquier caso, esta experiencia rusa marca una etapa decisiva en la recomposición del orden cultural internacional. Más allá de la simple rivalidad entre concursos de canciones, Intervisión cuestiona nuestras propias concepciones de la legitimidad cultural en un mundo multipolar. Revela las tensiones contemporáneas entre el voluntarismo autoritario y la adhesión democrática, entre la ingeniería geopolítica y las dinámicas sociales espontáneas.
En definitiva, el éxito o el fracaso de Intervisión no se medirá solo en términos de audiencia o de participantes, sino por su capacidad para generar esa adhesión duradera que transforma un espectáculo en una institución.
Ahí es donde se juega el futuro del poder blando de Putin: entre el arte de seducir y la tentación de coaccionar.
Notas al pie
- Cyrille Bret y Florent Parmentier están preparando una Géopolitique de l’Eurovision (que saldrá en marzo de 2026 en Bréal).
- El exprimer ministro ruso, Evgueny Primakov, propuso un cambio de rumbo en la política exterior rusa con el objetivo de acercarse a China e India, dejando atrás el occidentalismo. Véase K. Bhadrakumar, «Time for Primakov’s triangle of global influence?», The New Indian Express, 25 de julio de 2024.
- «На Таймс-сквер разместили рекламу конкурса ‘Интервидение’», TV Mail, 15 de septiembre de 2025.
- «Лавров назвал “Интервидение” музыкальным экспо, где возможен диалог цивилизаций», TV Mail, 12 de septiembre de 2025.
- Gilles Lipovetsky, Le Sacre de l’authenticité, Gallimard, 2021.
- «Семейная атмосфера. Анастасия Кравченко — об общении с другими участниками на конкурсе ‘Интервидение’», BelTA, 20 de septiembre de 2025.