Cómo Trump quiere tomar el control de la Fed: la ofensiva Bessent
El secretario del Tesoro de Estados Unidos acaba de publicar un texto sobre política monetaria que bien podría haber sido firmado por Curtis Yarvin.
En la batalla por el alma de la Reserva Federal de Estados Unidos que se libra en Washington desde hace varios meses, Scott Bessent toma posición.
Lo traducimos con una extensa introducción contextual de Shahin Vallée.
- Autor
- Shahin Vallée •
- Portada
- Scott Bessent por Tundra Studio

Desde su llegada al poder, abrumado por el remordimiento de haber nombrado a Jerome Powell presidente de la Reserva Federal durante su primer mandato y de constatar su independencia, Trump se ha propuesto sancionar lo que considera una falta de lealtad y de voluntarismo monetario tomando el control de la Fed.
Esta batalla por el alma de la política monetaria estadounidense, si la ganara la Casa Blanca, tendría profundas consecuencias en el consenso intelectual dominante construido pacientemente desde la década de 1970 en torno a la independencia de los bancos centrales.
El alcance de los cambios que se derivarían de ello es incierto. Pero hay varios indicios.
Desde los días posteriores a la toma de posesión de Donald Trump, la administración comenzó a poner a prueba el alcance de sus poderes sobre las agencias independientes y destituyó a las presidentas de la Junta Nacional de Relaciones Laborales y de la Junta de Protección del Sistema de Méritos, dos nombramientos de la administración Biden.
Esta advertencia tenía un objetivo táctico: poner a prueba la forma en que la Suprema Corte podía respaldar la ampliación del poder presidencial.
A la espera de una sentencia definitiva, este se apresuró a validar la ejecución provisional. 1
Se trata de un cambio importante en la jurisprudencia aplicada desde 1935 y la decisión Humphrey’s Executor, que otorgaba al Congreso la facultad exclusiva de revocar un nombramiento validado por él.
Sin embargo, la Suprema Corte tuvo la precaución de señalar que, dado que la Reserva Federal es una agencia especial —de naturaleza cuasi privada—, las prerrogativas presidenciales solo autorizaban una destitución por causa justificada.
Tras este revés, la gobernadora Adriana Kugler, cuyo mandato en la Fed debía expirar en unos meses, decidió dimitir sin dar explicaciones, 2 pero probablemente para dar a Donald Trump la oportunidad de nombrar a un sucesor de inmediato y antes de la decisión decisiva de septiembre.
Para dejar clara su intención y con cierta precipitación, el presidente de Estados Unidos decidió sustituirla por uno de sus allegados, Stephen Miran, que actualmente preside el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca y es en parte el artífice de la doctrina comercial de Trump. Durante su comparecencia ante el Congreso, Miran llegó a declarar que no tenía intención de renunciar a sus funciones ejecutivas durante su mandato como gobernador, ya que podría retomarlas al final de su interinidad, es decir, al término del mandato interrumpido de Kugler, previsto inicialmente para finales de enero de 2026.
Esta mezcla de géneros, que aumenta la incertidumbre sobre el futuro de la gobernanza de la Reserva Federal, es un acto deliberado.
El objetivo es señalar y asumir el objetivo fundamental de esta empresa: hacerse con el control de la Fed.
Tras esta semivictoria —que debería culminar esta semana con una rápida confirmación en el Senado y la posibilidad de que Stephen Miran vote en la próxima reunión del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) del 16 y 17 de septiembre—, ha comenzado a jugarse una segunda ronda.
Ahora, el equipo de Trump quiere poner a prueba lo que podría constituir una causa suficiente para destituir a un miembro del FOMC o incluso a su presidente.
La Casa Blanca había abierto un primer frente contra Jerome Powell argumentando que los retrasos y los sobrecostos de las renovaciones del edificio de la Fed constituían una grave deriva y una falta que podía justificar una destitución. Pero Donald Trump cambió de opinión y no llevó a cabo su amenaza.
En su lugar, decidió cambiar de objetivo y centrarse en la gobernadora Lisa Cook. Hay cuatro razones que motivan esta elección. Cook es una economista negra, nombrada por Joe Biden, especialista en el mercado laboral —y no en política monetaria— y que, al igual que Jerome Powell, ha trabajado para que la Fed tenga más en cuenta las estructuras del mercado laboral, en particular la tasa de empleo y desempleo de las minorías, en su análisis económico y su comunicación.
La «falta grave» que le imputa Trump sería que su expediente de crédito hipotecario menciona dos residencias principales en lugar de una principal y una secundaria, lo que constituiría un fraude.
En su decisión ejecutiva de destitución con efecto inmediato de la gobernadora, la Casa Blanca pone a prueba tres aspectos: los límites de su poder, la flexibilidad de la gobernadora y el Estado de derecho. Lisa Cook se negó a acatar la decisión e impugnó su destitución y sus fundamentos ante la justicia. El 8 de septiembre, el Tribunal del Distrito de Columbia rechazó la destitución presidencial 3 argumentando que, para justificar una destitución por causa justificada, la falta grave debía haberse cometido en el ejercicio de las funciones.
Pero la batalla judicial no ha terminado, el Departamento de Justicia va a recurrir y tratará de obtener una decisión rápida de la Suprema Corte, preferiblemente antes de la reunión del 16 y 17 de septiembre. Esta será histórica, ya que precisará los contornos de lo que puede constituir una falta grave y, por lo tanto, en sentido negativo, el alcance del poder ejecutivo sobre la Fed.
A corto plazo, la administración parece tener prisa por conseguir una bajada de las tasas que el presidente Powell ya señaló a finales de agosto, en un giro que quizá se deba tanto a la situación de la economía estadounidense como a la presión política a la que está sometido. De hecho, y esto es algo poco habitual, Trump lleva meses pidiendo una bajada de las tasas de interés.
Más recientemente, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, se unió a Wall Street el 13 de agosto para sugerir una bajada de 50 puntos básicos en septiembre y una bajada acumulada de entre 150 y 175 puntos básicos en los próximos meses.
Que el secretario del Tesoro se pronuncie sobre la política monetaria de forma tan prescriptiva es algo inédito.
Desde el acuerdo de 1951 entre la Reserva Federal y el Tesoro, que puso fin al papel activo de la Fed en el mercado de bonos del Tesoro estadounidense para garantizar la tasa máxima establecida en 1942 con el fin de asegurar la financiación del mejor tipo de guerra estadounidense, las sucesivas administraciones se han mantenido al margen de cualquier declaración sobre política monetaria. Esta independencia fue conseguida tras una dura lucha por el presidente Thomas McCabe, en abierto conflicto con la Casa Blanca de Truman. 4
Es en este contexto histórico y en esta larga trayectoria donde hay que situar esta nueva y esencial contribución del secretario del Tesoro, Scott Bessent, quien, siguiendo la línea de actuación de Donald Trump, participa plenamente en la batalla por el alma de la Reserva Federal estadounidense.
En el fondo, resulta sorprendente que un secretario del Tesoro se permita publicar un documento tan crítico y mordaz sobre la actuación de la Fed, cuestionando algunas de sus decisiones más importantes de los últimos años, como el recurso a los programas de compras cuantitativas, subrayando las distorsiones de los mercados que estas intervenciones habrían causado, sin cuestionar la hipótesis contraria y los riesgos que habrían pesado sobre la economía estadounidense y mundial si no lo hubiera hecho.
En cuanto a la forma, los argumentos desarrollados por Bessent se basan esencialmente en el concepto de «gain-of-function» . Difícilmente traducible —se habla de «mutación con efecto de ganancia de función»—, 5 este término se toma prestado de los trabajos genéticos y virales que se consideran el origen de la epidemia de Covid-19: al modificar el genoma de un virus, se habría dejado escapar un mutante viral.
Esta referencia a los orígenes de la pandemia no es casual. Se encuentra en el centro del pensamiento neorreaccionario y constituye un punto nodal tanto para la base del movimiento MAGA como para los partidarios elitistas de la contrarrevolución trumpista, como Peter Thiel o Curtis Yarvin, quien, en una entrevista con la revista, la desarrolló ampliamente.
Según esta imagen, Trump habría intentado desde su elección limitar los experimentos y manipulaciones genéticas.
Scott Bessent la utiliza en dos niveles: esta «manipulación genética» le sirve para criticar tanto la ampliación de las misiones de la Fed más allá de su mandato inicial —el clima, la defensa de las minorías— como el uso de nuevos instrumentos «mutantes» —las operaciones de mercado en lugar de la política de tasas de interés—.
Sugerir que la política de compras cuantitativas es en sí misma un error es muy problemático y podría presagiar un retorno a una interpretación muy restrictiva de los instrumentos de que dispone la Reserva Federal.
Por otra parte, es sorprendente observar la proximidad entre los argumentos desarrollados por Scott Bessent y los presentados por Kevin Warsh, exgobernador de la Reserva Federal, en un importante discurso pronunciado en abril de 2025. 6 Warsh fue asesor de Bessent para su fondo KeySquare; este texto sugiere que sigue teniendo una influencia importante en el pensamiento del secretario del Tesoro.
Pero lo contrario también es cierto.
Warsh es candidato para suceder a Powell al frente de la Fed y todo apunta a que Bessent está impulsando a este candidato que, según las casas de apuestas, no es el favorito.
Por lo tanto, el nombramiento del próximo gobernador será también, indirectamente, una prueba importante de la influencia de Scott Bessent sobre el presidente Trump y sobre la política económica, si consigue colocar a su protegido, cuyas ideas más bien conservadoras no garantizan que se ajuste a la política monetaria deseada por Donald Trump.
No obstante, en el contexto actual, el nombramiento de Warsh sería percibido por los mercados financieros como el de un profesional experimentado y podría tranquilizar a corto plazo sobre el alcance de la pérdida de independencia de la Fed.
No obstante, lo que se decida en las próximas semanas en el Tribunal Supremo definirá durante mucho tiempo el nuevo equilibrio entre el poder ejecutivo y el legislativo, los contornos de la independencia de la Reserva Federal y, por extensión, de los bancos centrales de todo el mundo, pero también será un punto esencial para comprender el alcance de los contrapoderes y el Estado de derecho en el deslizamiento autoritario estadounidense.
De hecho, parece que, dentro de la Casa Blanca, Kevin Hasset, el maleable presidente del Consejo Económico Nacional, es el favorito del momento, pero no el de Bessent, que desearía mantener un mayor control sobre todos los asuntos desde el Tesoro nombrando a un allegado suyo al frente de la Fed.
La nueva «política monetaria genéticamente mejorada» de la Fed
Como se ha visto durante la pandemia de COVID-19, cuando los experimentos creados en el laboratorio se escapan de su confinamiento, pueden sembrar el caos en el mundo real. 7 Una vez liberados, no pueden reintroducirse fácilmente en la zona de confinamiento. Las herramientas de política monetaria «extraordinarias» desatadas tras la crisis financiera de 2008 han transformado de manera similar el régimen de política de la Reserva Federal de Estados Unidos, con consecuencias impredecibles.
El nuevo modelo operativo de la Fed equivale a un experimento de política monetaria genéticamente modificada.
Cuando su tasa de interés de referencia se estancó en cero, la Fed recurrió a compras masivas de activos para dirigir su política monetaria, una estrategia que perturbó gravemente los mercados y provocó efectos inesperados. Esto ha alterado el papel único e independiente de la Fed en el sistema político estadounidense. La independencia del banco central es fundamental para el éxito económico de Estados Unidos.
La Fed debe cambiar de rumbo. Su arsenal estándar de política monetaria se ha vuelto demasiado complejo de manejar, con fundamentos teóricos inciertos y consecuencias económicas problemáticas. La política monetaria genéticamente modificada debe ser sustituida por herramientas sencillas y cuantificables para cumplir un mandato más estricto. Este enfoque es la forma más clara y eficaz de obtener mejores resultados económicos y preservar la independencia del banco central a lo largo del tiempo.
Los experimentos monetarios no convencionales no son una política
A raíz de la crisis financiera de 2008, la Fed estaba, con razón, decidida a contribuir a la revitalización de la economía estadounidense. Acababa de modernizar con éxito su responsabilidad tradicional de prestamista de última instancia, contribuyendo a estabilizar el sistema financiero. Esta función, descrita por Walter Bagehot en Lombard Street (1873), es una función probada de los bancos centrales en la gestión de las crisis de liquidez. Si bien la complejidad de los mercados crediticios modernos ha requerido innovaciones en el diseño de los programas, los principios que rigen la intervención de la Fed eran bien conocidos.
Animada por su aparente éxito en la lucha contra la crisis financiera, la Fed comenzó a depositar una confianza cada vez mayor en su capacidad para dirigir la economía. Esta confianza se vio reforzada por la creciente frustración ante el estancamiento político en Washington, que parecía incapaz de hacer frente a los daños económicos causados por la Gran Recesión. El mantra de que «los bancos centrales son los únicos actores que realmente importan» ganó terreno entre los responsables políticos.
En este contexto, la Fed amplió sus herramientas de liquidez a territorios inexplorados, reconfigurando los programas de compra de activos como instrumentos de política monetaria de estímulo.
Esta experimentación ignoraba el hecho de que incluso los efectos de las variaciones de las tasas de interés a corto plazo —una herramienta relativamente bien desarrollada y supuestamente bien comprendida— son a menudo impredecibles.
Las dificultades para evaluar la transmisión de la política monetaria se multiplican cuando se trata de instrumentos no convencionales, como las compras masivas de activos, también conocidas como flexibilización cuantitativa (quantitative easing o QE).
Estas herramientas tenían por objeto estimular la economía a través de varios canales, ninguno de los cuales se comprende realmente bien. En teoría, unas tasas de interés a largo plazo más bajas fomentarían los préstamos para la inversión empresarial y otras actividades productivas que aumentarían la producción económica real. Se suponía que los precios más altos de los activos, impulsados por las tasas más bajas, generarían un «efecto riqueza», ya que los consumidores, al sentirse más ricos, gastarían más, impulsando el crecimiento. Por último, la reducción de la oferta de títulos públicos disponibles en el mercado empujaría a los inversionistas hacia inversiones más arriesgadas, estimulando así la actividad económica a través del famoso «reequilibrio de cartera».
Sin embargo, la precisión con la que la Fed puede medir el impacto de estas herramientas sigue siendo extremadamente limitada. Los economistas monetaristas han intentado cuantificar el efecto de las políticas monetarias no convencionales en equivalentes de tasas a corto plazo. Según un modelo de referencia, la tasa de los fondos fantasma de Wu-Xia (Wu-Xia Shadow Fed Funds Rate), la adopción de herramientas no convencionales por parte de la Fed durante la década de 2010 empujó la tasa de interés nominal efectiva hasta el –3 % en mayo de 2014. A pesar de estas tasas nominales tan negativas, la economía estadounidense nunca experimentó el aumento del PIB nominal que cabría esperar de tal actitud.
Otros trabajos han llegado a conclusiones diferentes. Un documento de 2017 del Banco de Pagos Internacionales constató que la QE tenía un impacto de minimis en la producción real, pero un efecto estadísticamente significativo en los precios bursátiles, más de diez veces superior al efecto sobre la producción real. Sin embargo, el entonces presidente de la Fed, Ben Bernanke, no dudaba de la eficacia de las políticas monetarias no convencionales. En 2014 pronunció una frase que se ha hecho famosa: «El problema de la quantitative easing es que funciona en la práctica, no en la teoría». La confianza de la Fed en sus nuevas y poderosas herramientas recuerda a la de un planificador central que asegura a sus súbditos que el alcance de sus poderes y su clarividencia conducirán inexorablemente a la prosperidad. A pesar de la insistencia de Bernanke, el misterio de los efectos —deseados y no deseados— de la flexibilización cuantitativa sigue intacto.
Bajo la dirección de Giuliano da Empoli.
Con contribuciones de Daron Acemoğlu, Sam Altman, Marc Andreessen, Lorenzo Castellani, Adam Curtis, Mario Draghi, He Jiayan, Marietje Schaake, Vladislav Surkov, Peter Thiel, Svetlana Tikhanovskaïa, Jianwei Xun y Curtis Yarvin.
Consecuencias impredecibles en el mundo real
Se podría haber pensado que todas estas nuevas herramientas y la centralización del mercado financiero estadounidense habrían dado al Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) una mejor visibilidad de la trayectoria de la economía. Como mínimo, todas estas ganancias obtenidas gracias a todas estas mutaciones genéticas deberían haber permitido al FOMC dirigir más eficazmente la economía hacia la senda deseada. Esto no ha sucedido. Porque la Fed simplemente no entiende cómo funciona esta nueva política monetaria genéticamente modificada.
En sus previsiones económicas de noviembre de 2009 (Summary of Economic Projections), la Fed preveía que el PIB real crecería un 3 % en 2010 y se aceleraría hasta el 4 % en 2011, esperando que sus nuevas herramientas monetarias genéticamente modificadas y un importante déficit presupuestario estimularan la economía real. En 2010, el crecimiento efectivo se acercó a ese porcentaje, situándose en el 2,8 %. Pero en lugar de acelerarse, se ralentizó hasta el 1,6 % en 2011. A finales de 2010, el FOMC aún preveía un crecimiento anual del 4 % para 2012 y 2013. En realidad, el crecimiento solo alcanzó el 2,3 % en 2012 y el 2,1 % en 2013.
Durante los primeros seis años de este régimen, el error medio de las previsiones de la Fed a un año para el PIB real fue de 0,6 puntos porcentuales —una desviación sustancial cuando el objetivo suele rondar el 2 %—, mientras que los errores a dos años alcanzaron una media de 1,2 puntos. En total, las proyecciones a dos años de la Fed sobreestimaron el PIB real en un 7,6 %, describiendo una economía que habría sido más de 1 billón de dólares mayor —en dólares corrientes de 2009— que el resultado real. Estos errores repetidos revelan que esta institución ha confiado demasiado en sus propias capacidades y en la reactivación presupuestaria para impulsar el crecimiento.
La situación cambió cuando la administración de Trump dio un giro a la política fiscal hacia recortes de impuestos y desregulación para fortalecer la economía desde el lado de la oferta. Durante los tres años previos a la COVID-19 de esta administración (2017-2019), las previsiones de crecimiento a un año de la Fed resultaron sistemáticamente demasiado bajas. Sin embargo, el optimismo por la reactivación presupuestaria resurgió tras la elección del presidente Biden. El ejemplo más claro fue la afirmación de que la inflación provocada por el plan de reactivación de 2.000 mil millones de dólares (American Rescue Plan) de 2021 sería «transitoria». Algunas presiones sobre los precios resultaron ser temporales, pero el FOMC finalmente tuvo que endurecer su política mucho más de lo que había previsto.
A finales de 2021, a pesar de los claros indicios de aceleración de la inflación, la Fed proyectaba uns tasa de los fondos federales del 0,9 % a finales de 2022, del 1,6 % a finales de 2023 y del 2,1 % a finales de 2024. Incluso en junio de 2022, cuando la inflación estaba en pleno apogeo, la Fed preveía un pico del 3,8 % a finales de 2023, seguido de un descenso. En realidad, la tasa se ha mantenido por encima del 4 % desde diciembre de 2022.
La incapacidad de la Fed para anticipar el repunte inflacionista se debió a modelos defectuosos. Una simple aplicación de los principios de la oferta y la demanda señalaba un problema. Muchos observadores señalaron entonces que el choque presupuestario era mucho mayor que la brecha de producción estimada. Sin embargo, la Fed, rompiendo con su tradición de neutralidad política, pidió públicamente un estímulo, que acompañó de una política monetaria ultraacomodaticia.
Los modelos económicos erróneos en los que se basaba la Fed también se apoyaban en una hipótesis fundamentalmente falsa y que se reforzaba a sí misma: la inflación estaría determinada principalmente por las expectativas de inflación, a su vez influenciadas por la comunicación y la credibilidad de la Fed. En otras palabras, la Fed creía que el simple hecho de mostrar su determinación de mantener baja la inflación bastaría para preservar la estabilidad de los precios. El exgobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, calificó acertadamente este enfoque como «la teoría del rey Knut de la inflación», por analogía con este soberano medieval que pretendía poder ordenar a las mareas que retrocedieran. Como dice King: «Una teoría satisfactoria de la inflación no puede resumirse en: «la inflación se mantendrá baja porque nosotros lo decimos»».
Los modelos económicos no tienen sesgos políticos. Pero se basan en ciertas creencias sobre el funcionamiento mismo de la economía, que a su vez pueden estar correlacionadas con opiniones políticas. El FOMC ha sobreestimado constantemente su propio poder para estimular el crecimiento real y controlar la inflación. Ha sobreestimado la eficacia de una política fiscal centrada en el gasto y subestimado la de las rebajas de impuestos y la desregulación. En resumen, los sesgos de su modelo van en la misma dirección política que la que ha afligido a Washington durante décadas: «sabemos más que el mercado».
Además de esta dependencia errónea de modelos defectuosos, las herramientas monetarias no convencionales de la Fed han perturbado una fuente esencial de retroalimentación: los mercados financieros. La pared de liquidez creada por la flexibilización cuantitativa ha aplanado el costo del capital entre sectores e industrias, sofocando de hecho la capacidad de los mercados para enviar señales tempranas cuando la economía real mostraba signos de debilitamiento o de aumento de la inflación. En circunstancias normales, los mercados financieros habrían servido de barómetro de los riesgos potenciales para las perspectivas económicas. En cambio, las distorsiones causadas por las acciones de la Fed impidieron que estas señales surgieran a tiempo.
El contagio monetario afecta a la economía real
A pesar de la limitada comprensión de la Fed sobre la relación entre una política monetaria modificada genéticamente y la producción económica real, hay un resultado que no ofrece ninguna duda: graves consecuencias distributivas en la sociedad estadounidense. Estas repercusiones quedaron claras desde la crisis financiera de 2008. Según el modelo clásico de Bagehot, la función del banco central en tales situaciones es conceder préstamos de emergencia a una tasa de interés penalizadora para evitar que las simples operaciones de liquidez oculten problemas más profundos de solvencia, y para prevenir el fraude.
Pero las sucesivas intervenciones de la Fed, durante y después de la crisis financiera, crearon lo que equivalía a una red de seguridad de facto para los poseedores de activos. Esto desencadenó un ciclo perjudicial por el cual estos últimos llegaron a controlar una parte cada vez mayor de la riqueza nacional. Dentro de la clase de los poseedores de activos, la Fed ha elegido de facto a los ganadores y los perdedores al ampliar sus programas de compra más allá de los bonos del Tesoro a los bonos privados, con un trato especialmente favorable al sector de la vivienda.
El impacto de estas políticas se extendió mucho más allá de los propietarios de activos que se beneficiaron directamente de la flexibilización cuantitativa. Dentro del sector empresarial, las intervenciones de la Fed conferían una ventaja neta a las grandes empresas, a menudo en detrimento de las pequeñas. Las grandes empresas con acceso a los mercados de deuda pudieron beneficiarse de tasas históricamente bajas al alargar el vencimiento de su deuda a tasa fija. Por el contrario, las pequeñas empresas, que suelen depender de préstamos bancarios a tasa variable, se vieron afectadas por el aumento de los costos de los préstamos cuando la Fed tuvo que subir las tasas en 2022.
Aún más perjudiciales fueron los efectos distributivos de la política monetaria modificada genéticamente sobre los hogares, que tensaron el tejido social de Estados Unidos. ELas medidas de la Fed a lo largo de las curvas de riesgo y tiempo comprimieron las tasas de interés, lo que provocó un aumento de los precios de los activos. Este mecanismo benefició de manera desproporcionada a quienes ya poseían activos: los propietarios, por ejemplo, vieron cómo se disparaba el valor de sus inmuebles. Se vieron en gran medida protegidos de los efectos de la subida de las tasas, dada la estructura del mercado hipotecario estadounidense, en el que más del 90 % de los préstamos son a tasa fija. En consecuencia, el mercado inmobiliario siguió sobrecalentado incluso cuando las tasas subieron: más del 70 % de las hipotecas existentes tenían tasas más de tres puntos porcentuales por debajo de la tasa de mercado vigente.
Al mismo tiempo, los hogares menos acomodados, excluidos de la adquisición de vivienda por la subida de las tasas, se perdieron la revalorización de los activos de la que se beneficiaron los hogares más ricos. Estos hogares también se enfrentaron a condiciones financieras más restrictivas, ya que las tasas más altas encarecieron el costo del crédito. Al mismo tiempo, la inflación —alimentada en parte por la expansión masiva de la base monetaria debido a la flexibilización cuantitativa y acompañada de un gasto público récord— afectó de manera desproporcionada a los estadounidenses con bajos ingresos, agravando aún más las desigualdades económicas. Y alejó de la propiedad inmobiliaria a una generación de jóvenes estadounidenses. Al no cumplir su mandato en materia de inflación, la Fed ha permitido que se acentúen las disparidades de clase y generación.
La política monetaria no convencional amenaza la salud del cuerpo político
La creciente influencia de la Fed también tiene profundas implicaciones para la economía política, ya que pone en peligro su preciada independencia. Al ampliar su ámbito de actuación a áreas tradicionalmente reservadas a las autoridades fiscales, la Fed ha difuminado la frontera entre la política monetaria y la política fiscal. Esto es especialmente visible en sus políticas de balance, que afectan a la asignación de crédito en la economía. Cuando la Fed adquiere bonos que no son títulos federales, influye directamente en los sectores que reciben capital, interviniendo así en lo que debería ser competencia de los mercados de capitales y las autoridades presupuestarias.
Además, la incursión de la Fed en los mercados del Tesoro la ha llevado al terreno de la gestión de la deuda pública, una función que tradicionalmente ha correspondido al Departamento del Tesoro.
Este entrelazamiento entre la Fed y el Tesoro es preocupante, ya que crea la percepción de que la política monetaria sirve para satisfacer las necesidades presupuestarias en lugar de utilizarse únicamente para mantener la estabilidad de los precios y promover el pleno empleo.
La ampliación de las herramientas de la Fed también ha tenido consecuencias más amplias en el comportamiento de los políticos. Las acciones de la Fed han fomentado una cultura dentro del establishment de Washington que promueve una forma de dependencia del banco central para compensar las malas políticas presupuestarias. En lugar de asumir la responsabilidad de sus decisiones, las sucesivas administraciones y congresos esperaban que la Fed interviniera cuando sus políticas provocaban disfunciones económicas. La lógica de que «los bancos centrales son los únicos actores que importan» ha creado incentivos perversos para la irresponsabilidad fiscal, ya que los costos de una mala gobernanza se aplazaban o se ocultaban cada vez más gracias a las intervenciones monetarias de la Fed.
En el centro de estas preocupaciones se encuentra la erosión de la independencia del banco central, piedra angular del crecimiento y la estabilidad sostenibles. A medida que la Fed ha ampliado su ámbito de actuación, ha ido recortando las fronteras tradicionales que la aislaban de la influencia política. Los críticos que consideran que la Fed se ha extralimitado en sus funciones al involucrarse en actividades presupuestarias o cuasi presupuestarias tienen razón.
Los errores y la arrogancia de la Fed en la elaboración de políticas han puesto en peligro su credibilidad, comprometiendo su independencia en su principal responsabilidad: la política monetaria.
Sobrevalorar su poder —o el de su institución— es un defecto fundamentalmente humano. A veces, incluso puede resultar productivo. Sin embargo, en lo que respecta a la conducción de la política monetaria, es extremadamente problemático. La Fed sostiene que necesita ser independiente. Pero, ¿lo es? ¿O es prisionera de los fantasmas de su pasado y de su propio ego? La política monetaria contribuyó a crear la burbuja inmobiliaria, y el tardío reconocimiento por parte de la Fed y otros de las señales de alerta agravó la crisis financiera. A pesar de su culpabilidad, la Fed salió de la crisis con más poderes que antes. Lamentablemente, estos poderes ampliados, combinados con una falta de humildad, no han hecho más que amplificar sus errores.
Exceso de regulación, conflictos de intereses y amenazas a la independencia
Las reformas aprobadas por el Congreso tras la crisis ampliaron considerablemente el ámbito de supervisión de la Reserva Federal. La ley Dodd-Frank de 2010 sometió a la supervisión de la Fed a todas las sociedades de cartera bancaria con más de 50.000 millones de dólares en activos —un umbral que posteriormente se elevó a 100.000 millones, sujeto a apreciación—, le otorgó la facultad de designar y regular a las entidades no bancarias de importancia sistémica, hizo obligatorios los stress tests y los planes de resolución anuales, y la convirtió en la principal supervisora de importantes cámaras de compensación e infraestructuras de pago. La supresión de la Oficina de Supervisión de Entidades de Ahorro también transfirió la supervisión de las sociedades de cartera de ahorro a la Fed. Superpuestas a las normas sobre capital y liquidez de Basilea III —redactadas por la propia Fed—, estas evoluciones han transformado al banco central de prestamista de última instancia en el regulador microprudencial dominante de las finanzas estadounidenses.
Quince años después, el balance es decepcionante.
Las quiebras de 2023 —Silicon Valley Bank, Signature Bank y First Republic— se produjeron en entidades sometidas a las revisiones de la Fed y a pruebas de resistencia a medida. Los supervisores señalaron vulnerabilidades, pero no supieron actuar; los mismos equipos que redactan las notas de política monetaria pasaron por alto un riesgo obligacionista de lo más elemental. Escándalos anteriores —desde las prácticas de venta de Wells Fargo hasta las pérdidas de JPMorgan debido al operador apodado «London Whale»— también prosperaron bajo la supervisión de la Fed.
El problema central es estructural: la Fed regula, presta y determina la rentabilidad de los mismos bancos que supervisa. Se trata de un conflicto inevitable que confunde las responsabilidades y pone en peligro la independencia de la política monetaria.
Este conflicto tiene efectos retroactivos en la política. Una Fed preocupada por no exponer sus propias deficiencias de supervisión tiene un interés directo en mantener una liquidez abundante y tasas bajas, por temor a que los valores de los activos caigan y los bancos tropiecen. Por el contrario, una lucha agresiva contra la inflación obliga a la Fed a reconocer estas deficiencias cuando las políticas más restrictivas revelan balances frágiles. En ambos casos, la política monetaria se convierte en rehén del interés propio de la supervisión.
Un marco más coherente consistiría en restaurar la especialización institucional.
La Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC) y la Oficina del Contralor de la Moneda (OCC) cuentan con décadas de experiencia en la supervisión bancaria basada en normas y dirigida por inspectores. Las revisiones periódicas de solidez, la aplicación de la protección al consumidor y las prerrogativas de acción correctiva rápida deberían ser competencia de estas agencias, dejando a la Fed la supervisión macroprudencial, la liquidez como prestamista de última instancia y las atribuciones tradicionales de la política monetaria.
Devolver los poderes a la FDIC y a la OCC reforzaría la rendición de cuentas, reconstruiría el cortafuegos entre la supervisión y la política monetaria y ayudaría a preservar la independencia de la Fed, al tiempo que mejoraría la seguridad bancaria.
El carácter no partidista de la Fed se vuelve discutible
La Fed también debe responder a la percepción de que se ha vuelto cada vez más partidista en los últimos años. Las investigaciones del Manhattan Institute revelan una evolución preocupante en la composición política de los administradores de los bancos de la Reserva. Entre 2010 y 2015, la proporción de administradores que hicieron donaciones políticas estaba más o menos equilibrada entre los partidos: alrededor del 20 % donaba a los republicanos y el 20 % a los demócratas. Pero desde 2015, la proporción de donantes a los republicanos ha caído al 5 %, mientras que la de los donantes a los demócratas ha aumentado al 35 %. Esta evolución ha alimentado los temores de que la Fed se convierta en una institución partidista, lo que socavaría su neutralidad e independencia.
Este problema se ve agravado por la estrategia de la Fed con la prensa, que incluye la concesión de acceso preferencial en función del tono y el contenido de los artículos. Al utilizar la prensa como herramienta para promover sus intereses, la Fed ha dado la impresión de que busca protegerse de un control de buena fe. Este comportamiento ha debilitado su responsabilidad y ha erosionado aún más la confianza en la institución.
La política regulatoria y monetaria funciona mejor si se confía a una institución políticamente independiente. Pero esa institución también debe ser responsable. Las personas maduras y responsables se responsabilizan ante sí mismas en primer lugar. Naturalmente, esto es difícil, porque todos tenemos un ego.
Para una institución, esto debería ser más sencillo, ya que no tiene psique ni ego. Pero el interés institucional desempeña el mismo papel. Las pruebas son evidentes en la Fed, especialmente desde la adopción de su política monetaria modificada genéticamente: la Fed se ha vuelto dependiente de su interés institucional a expensas del interés nacional. No ha evaluado objetivamente su rendimiento ni ha ajustado sus procesos en consecuencia.
La Fed sigue eludiendo su responsabilidad, ya que cualquier crítica a su desempeño es recibida por un coro de voces mediáticas que presentan la crítica legítima como un ataque a la independencia del banco central. La Reserva Federal debe poder llevar a cabo su política al margen de presiones. La política monetaria no debe hacerse en la Casa Blanca ni en el Capitolio. Pero cuando la política monetaria de la Fed produce resultados subóptimos, corresponde a los dirigentes electos de nuestro país señalar sus deficiencias.
Conclusión
La fuerte intervención de la Reserva Federal en los mercados financieros durante las últimas décadas ha tenido una serie de consecuencias no deseadas. Si bien estas herramientas no convencionales se introdujeron para responder a circunstancias extraordinarias, su eficacia para estimular la actividad económica sigue siendo incierta. Por el contrario, es evidente que han tenido graves efectos distributivos en la sociedad estadounidense, han socavado la credibilidad de la Fed y han amenazado su independencia.
En el centro de la independencia de la Fed se encuentran su credibilidad y su legitimidad política. Estos dos pilares se han visto amenazados por la decisión de la Fed de ampliar su papel más allá de su mandato tradicional y de emprender lo que podría considerarse una política monetaria modificada genéticamente. Estas acciones han erosionado la impermeabilidad de la institución frente a las presiones políticas, comprometiendo su capacidad para funcionar como entidad independiente.
En el futuro, es esencial que la Fed se comprometa a reducir su impacto distorsionador en los mercados. Esto implica, como mínimo, que utilice políticas no convencionales como la flexibilización cuantitativa solo en casos de verdadera urgencia y en coordinación con el resto del gobierno, y que luego deje de utilizarlas. Probablemente también requiera un examen honesto, independiente y no partidista de toda la institución y todas sus actividades, incluidas la política monetaria, la política prudencial, la comunicación, la plantilla y la investigación.
No solo nos enfrentamos a retos económicos a corto y mediano plazo, sino también a las consecuencias potencialmente graves a largo plazo de un banco central que ha puesto en peligro su propia independencia.
Para proteger su futuro y la estabilidad de la economía estadounidense, la Fed debe restablecer su credibilidad como institución independiente centrada únicamente en su mandato legal: pleno empleo, estabilidad de precios y moderación de las tasas de interés a largo plazo.
Notas al pie
- Suprema Corte de Estados Unidos, 24A966 Trump v. Wilcox, 22 de mayo de 2025.
- Federal Reserve, «Adriana D. Kugler submits resignation as a member of the Federal Reserve Board, effective August 8, 2025».
- Tribunal del Distrito de Columbia, Cook contra Trump, 9 de septiembre de 2025.
- Robert L. Hetzel y Ralph F. Leach, «The Treasury-Fed Accord : A New Narrative Account», Federal Reserve Bank of Richmond Economic Quarterly, Volume 87/1, invierno de 2001, p. 33.
- En esta traducción lo traducimos como «política monetaria genéticamente modificada» para facilitar la lectura.
- «G30 Spring Lecture 2025: Kevin Warsh, Commanding Heights : Central Banks At A Crossroads», Hoover Institution, 25 de abril de 2025.
- Este texto se publicó en la edición de septiembre de 2025 de la revista The International Economy.