Acabamos de empezar. Aún no han visto nada. Esto solo acaba de empezar. En un discurso con tonos triunfalistas pronunciado el pasado 29 de abril para celebrar los primeros cien días de su segundo mandato, Donald Trump alabó su balance, «el más exitoso de toda la administración en la historia de nuestro país». Cien días en los que firmó un récord histórico de 142 decretos presidenciales (executive orders), es decir, un centenar más que en el mismo periodo de 2017. Joe Biden, por comparación, firmó 42 durante sus primeros cien días en 2021.

El origen de esta avalancha de decretos se encuentra en el Proyecto 2025, un corpus de recomendaciones programáticas de unas 900 páginas publicado en 2023 por la Heritage Foundation, el influyente think tank ultraconservador alineado con las tesis de la derecha cristiana.

Refuerzo del poder presidencial, sustitución de funcionarios de carrera por leales al régimen, restricciones adicionales al derecho al aborto, supresión de los programas DEI (diversidad, equidad, inclusión)… Aunque en un momento dado pareció distanciarse del Proyecto 2025, asegurando que «nunca había leído» ese documento, Donald Trump ya ha seguido muchas de sus recomendaciones.

Hay que decir que le debe mucho a la derecha cristiana.

Impulsora del Partido Republicano desde la llegada de la «Mayoría Moral» del pastor Jerry Falwell a finales de la década de 1970, esta nebulosa reúne a evangélicos, católicos y otros cristianos conservadores en torno a la defensa de intereses comunes. La lealtad inquebrantable de los evangélicos blancos a Donald Trump —que representan una quinta parte del electorado y votaron en un 80 % por él en 2016, 2020 y 2024— es, además, una de las principales razones de su longevidad electoral.

Profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad de Lausana, el sociólogo de las religiones Philippe Gonzalez 1 es especialista en evangelismo. Sus trabajos se centran, en particular, en la presencia de las religiones en el espacio público. En su obra Que ton règne vienne. Des évangéliques tentés par le pouvoir absolu (Labor et fides, 2014), analiza la tentación hegemónica de una facción cada vez más influyente dentro del mundo evangélico, impregnada de espiritualidad carismática. En Les évangéliques à la conquête du monde, un documental en tres partes coescrito con Thomas Johnson y emitido en 2023 en Arte, recorre el movimiento de politización del evangelismo a lo largo del siglo XX. 2

Dentro de la derecha cristiana, los evangélicos han sabido aliarse con otras corrientes cristianas conservadoras, en particular la católica. Omnipresentes en el entorno de Donald Trump —desde el vicepresidente J. D. Vance (católico) a Paula White-Cain (a la cabeza de la Oficina de Fe de la Casa Blanca, evangélica carismática), pasando por el ideólogo Russell Vought (director de la Oficina de Gestión y Presupuesto de Estados Unidos, cercano a los reconstruccionistas cristianos), estos cristianos reaccionarios son hoy más influyentes que nunca. Dejando de lado sus diferencias doctrinales, todos comparten hoy en día la voluntad de cuestionar la separación entre la Iglesia y el Estado y de fusionar las identidades cristiana y estadounidense; algunos de estos actores se autodenominan «nacionalistas cristianos». En esta entrevista, Philippe Gonzalez repasa las raíces político-teológicas de esta radical transformación de la derecha cristiana estadounidense y advierte sobre la amenaza que su proyecto teocrático supone para el pluralismo democrático.

El pasado 1 de mayo, Donald Trump firmó un decreto presidencial por el que se creaba una «Comisión sobre la Libertad Religiosa», calificada como la «primera libertad» de los estadounidenses. 3 El objetivo declarado del texto es «aplicar enérgicamente las protecciones históricas y sólidas de la libertad religiosa consagradas en la ley federal». Unos meses antes, el 6 de febrero, en un discurso pronunciado en Washington D. C. durante el Desayuno Nacional de Oración, una reunión de personalidades cristianas, políticos y empresarios, el presidente estadounidense había anunciado en varias ocasiones su deseo de «recuperar la religión» y que «Estados Unidos es y siempre será una nación bajo la mirada de Dios». Ese mismo día, Donald Trump firmó un decreto titulado «Erradicar los prejuicios anticristianos», 4 que promete «poner fin a la instrumentalización anticristiana del gobierno» en nombre de las «libertades religiosas». ¿Cómo entender este decreto cuando el cristianismo sigue siendo, con diferencia, la primera religión del país?

El cristianismo, en todas sus vertientes, es efectivamente la primera religión de Estados Unidos: según el Pew Research Center, el 62 % de los estadounidenses se identifican como cristianos. 5 Sin embargo, este mapa del panorama religioso revela otro dato esencial: casi un tercio de los estadounidenses ya no se identifica con ninguna religión. Ya sean ateos, agnósticos u otros —se les denomina «nones»—, su número ha aumentado considerablemente desde principios del siglo XXI. Es en este contexto de creciente secularización de la sociedad donde hay que entender las medidas adoptadas por Donald Trump y su administración. Muchos de los decretos firmados por el presidente estadounidense desde que asumió el cargo han sido elaborados por ideólogos y think tanks, en su mayoría de la derecha cristiana, y muchos de ellos figuraban en el Proyecto 2025. Su objetivo es imponer una forma de hegemonía cultural a través de la cuestión de la religión.

Es interesante examinar más de cerca lo que dicen estos textos. El decreto contra los «prejuicios anticristianos» apunta implícitamente al Servicio de Impuestos Internos (IRS), la agencia tributaria estadounidense, bestia negra de los conservadores estadounidenses desde la década de 1970, así como al FBI, que ha investigado a ciertos movimientos cristianos, en particular a los católicos tradicionalistas. En el punto de mira está la enmienda Johnson de 1954, que somete la exención fiscal de las organizaciones sin ánimo de lucro —entre ellas las iglesias y las estructuras religiosas— a la condición de que no se posicionen directamente a favor o en contra de un candidato en unas elecciones.

Esta enmienda fue impulsada por el futuro presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, un demócrata. Pero el Partido Demócrata de entonces no tiene mucho en común con los demócratas de hoy…

En 1954, Lyndon B. Johnson era senador de Texas, miembro del Partido Demócrata, todavía íntimamente ligado a la cuestión de la segregación en el sur, que entonces no podía calificarse de partido progresista. La enmienda que propone es particularmente interesante para el tema que nos ocupa, ya que dice mucho sobre la transformación que ha experimentado en las últimas décadas el mundo evangélico y, como corolario, el Partido Republicano. El texto de Johnson es consensuado. Se inscribe en la línea de una concepción de la relación entre política y religión mayoritaria en ese momento en el mundo evangélico, especialmente entre los bautistas. Se hace hincapié en la separación entre Iglesia y Estado; el púlpito dominical no debe utilizarse con fines de activismo político. Esto se explica por el recuerdo de las persecuciones sufridas en el pasado en Europa por parte de las Iglesias estatales; los bautistas recordaban lo que sucedía con el pluralismo y la libertad cuando el poder político pretendía favorecer a una confesión religiosa en detrimento de las demás…

En general, el periodo comprendido entre los años cincuenta y principios de los sesenta marca en Estados Unidos el apogeo de la secularización del Estado. Es en esta época, en 1960, cuando el candidato católico a la presidencia John Fitzgerald Kennedy pronuncia en Houston su famoso discurso sobre su independencia respecto al Vaticano: ante una audiencia de pastores evangélicos —entre los que se encontraban muchos bautistas—, recuerda que, una vez elegido, no recibiría órdenes de Roma. 6

Este es el contexto en el que se aprobó la enmienda Johnson.

Con la llegada de la Moral Majority, 7 se convierte en un blanco recurrente del Partido Republicano. En contra de la tradición bautista de estricta separación entre la Iglesia y el Estado, los líderes de la derecha cristiana desean ahora poder convertir los lugares de culto en lugares de politización y a los pastores en transmisores políticos para recristianizar la sociedad. Esta idea de «prejuicios anticristianos», sorprendente a primera vista, se inscribe en un proceso metódico de desmantelamiento de la tradición secular y liberal del Estado heredada de los años cincuenta, en la línea de los logros sociales del New Deal de los años treinta, en particular para las poblaciones migrantes, en su mayoría católicas y judías.

Lo que defienden los defensores de las «libertades religiosas» es poder discriminar en nombre de la religión cristiana, ni más ni menos.

Philippe Gonzalez

A priori, defender la o las «libertades religiosas» —la expresión se utiliza simultáneamente en singular y en plural— podría parecer obvio en las democracias liberales. Pero al examinarlo más de cerca, se comprende que estos términos ocultan aquí un proyecto político bien definido…

El concepto de «libertades religiosas» es hoy ambiguo en Estados Unidos. La expresión fue instrumentalizada, en particular, durante la administración de George W. Bush como elemento del poder blando estadounidense; una figura clave de este periodo es el senador republicano Rick Santorum, católico tradicionalista, uno de los líderes de la derecha cristiana, entonces al frente del Grupo de Trabajo del Congreso sobre Libertad Religiosa. Tras la defensa de las libertades religiosas en el mundo se esconde la voluntad de promover el cristianismo, y en particular en su vertiente misionera evangélica, con el fin de luchar contra la influencia del islam, en una época marcada por el «choque de civilizaciones», teorizado por el politólogo estadounidense Samuel Huntington. 8 El motivo no es nuevo: ya se había utilizado durante la Guerra Fría, cuando el enemigo era el comunismo. Las campañas de Billy Graham en el Vel’ d’Hiv’ en la década de 1950 formaban parte de esta lucha ideológica. En la década de 2000, bajo la influencia, en particular, de los «teoconservadores» que susurraban al oído del presidente George W. Bush, las políticas relativas a las libertades religiosas adquirieron así un innegable matiz identitario.

En el plano interno, ahora, lo que pretenden los defensores de las «libertades religiosas» es poder discriminar en nombre de la religión cristiana, ni más ni menos. En los últimos años, varios casos emblemáticos de las «guerras culturales» que se libran en la sociedad estadounidense han llegado hasta el Tribunal Supremo. En el caso Hobby Lobby, los propietarios evangélicos de esta cadena de tiendas se negaron, en nombre de su «libertad religiosa», a contratar un seguro médico que cubriera el reembolso de determinadas píldoras anticonceptivas.

En junio de 2014, el Tribunal Supremo falló a su favor, por cinco votos contra cuatro.

Fue un punto de inflexión. Desde entonces, ya se trate de un pastelero que se niegue a hacer un pastel de boda para una pareja homosexual o de un fotógrafo que hacga lo mismo para fotografiar bodas entre personas del mismo sexo, otros casos estudiados por el Tribunal Supremo han tenido en común la negativa a prestar un servicio a un grupo concreto de personas bajo el pretexto de motivos religiosos.

El más alto tribunal de Estados Unidos, de mayoría ultraconservadora, revocó en 2022 la sentencia Roe vs. Wade, que reconocía el derecho federal al aborto, y dictó dos importantes sentencias ese mismo año sobre la presencia de la religión en el espacio público. La primera, Carson vs. Makin, valida la ampliación de la financiación pública de las escuelas religiosas en el país; la segunda, Kennedy vs. el Distrito Escolar de Bremerton, reconoce a un entrenador deportivo de una escuela pública el derecho a rezar en el campo al final de un partido para dar gracias a Dios por haber dado la victoria a su equipo. Estas decisiones suponen un golpe a la separación entre la Iglesia y el Estado y al principio de neutralidad de los servicios públicos.

Las decisiones judiciales y los decretos firmados por Donald Trump durante sus primeros cien días en el poder son el resultado de décadas de maduración de una intensa reflexión política y de un método para llevarla a cabo, paso a paso. La derecha cristiana, que hoy controla el Partido Republicano, ha invertido pacientemente en los diferentes niveles del poder durante décadas, hasta el punto de que hoy controla el aparato del Estado y la Corte Suprema. Mi colega Joan Stavo-Debauge ha analizado las estrategias desplegadas por esta derecha cristiana. 9 Se interesa especialmente por la «objeción integrista», un argumento esgrimido por filósofos evangélicos de tendencia neorreformada hostiles al liberalismo político. Estos pensadores —entre los que se pueden citar a Alvin Plantinga, Nicholas Wolterstorff o Christopher Eberle— quieren eliminar toda restricción a la movilización de argumentos religiosos en el espacio público. Afirman, en esencia, que para algunos ciudadanos, la obediencia a Dios, en todos los ámbitos de la vida, tanto privada como pública, está por encima de cualquier otra cosa. Este deber de obediencia a Dios se extiende también al ámbito político. Al considerar las convicciones religiosas como algo que pertenece a la esfera privada y a la elección personal, el liberalismo político vulneraría la libertad religiosa de estas personas; por lo tanto, el Estado liberal incumpliría su deber de proteger a todos sus ciudadanos.

El reconstruccionismo cristiano aboga por la aplicación de la ley bíblica a todos los aspectos de la vida y tiene como objetivo transformar todos los aspectos de la cultura para establecer el Reino de Dios

Philippe Gonzalez

Sin embargo, en la práctica, tener en cuenta la «libertad religiosa» de estos cristianos equivale a aceptar que sus creencias pesen sobre terceros —la comunidad LGBT, por citar solo un ejemplo— sin que sea posible cuestionarlas. A través de esta objeción integrista se despliega una fantasía de hegemonía sobre la sociedad: poder decir qué es lo correcto según lo establecido por Dios, sin espacio para la contradicción democrática. La libertad religiosa no se concibe aquí como un derecho liberal, propio de todos, sino como un derecho específico e inalienable, destinado a consolidar el dominio de aquellos que se sienten en declive y temen perder el poder en una sociedad cada vez más multicultural.

Donald Trump y los miembros de su administración se pronuncian sin cesar sobre la necesidad de defender la libertad religiosa. ¿Podemos considerar que se trata de un «dog whistle», esa práctica que consiste en utilizar un lenguaje codificado que parece anodino para el gran público, pero que significa algo completamente diferente para un grupo específico?

Sin duda, aunque existen diferentes formas de «dog whistle».

En mi libro Que ton règne vienne, me interesé en Michele Bachmann, figura emblemática del Tea Party, quien, en un debate público en 2011, declaró, para atacar la política libia de Barack Obama: «Nosotros [Estados Unidos] somos la cabeza y no la cola». La representante republicana de Minnesota citaba deliberadamente este pasaje del libro del Deuteronomio: se trataba de un caso evidente de dog whistle, con un mensaje codificado dirigido a los votantes evangélicos.

Cuando Donald Trump habla de «libertades religiosas», por el contrario, también se trata de un dog whistle, pero de un tipo diferente, quizás más pernicioso. En lugar de una cita críptica de la Biblia lanzada al espacio público, utiliza términos procedentes del liberalismo político, pero cuyo significado, para los destinatarios del mensaje, es claramente antiliberal.

Un derecho liberal no tiene sentido por sí mismo: solo tiene sentido en relación con otros derechos. En una sociedad liberal, la libertad religiosa se construye así en relación con la igualdad; no se puede utilizar una para neutralizar a la otra. Sin embargo, la derecha cristiana ha sabido imponer en el Partido Republicano la idea de que el derecho de los cristianos a practicar su religión se veía amenazado por las reivindicaciones de igualdad de otros grupos de la población estadounidense. Al situarse como un absoluto, sobre el que no se puede transigir, la libertad religiosa se reifica, pero solo en favor de un sector muy específico de la población. Este es el aspecto perverso de la cuestión: se conserva la terminología del derecho liberal, se da la impresión de defender la libertad de todos, cuando en realidad se hace lo contrario. Es sorprendente que el decreto del 6 de febrero mencione los prejuicios anticristianos, pero en ningún momento los posibles prejuicios antimusulmanes, por ejemplo.

El cambio de sentido del concepto de «libertad religiosa» en Estados Unidos debe mucho a un movimiento —el reconstruccionismo cristiano— y a uno de sus principales teóricos: el teólogo Rousas Rushdoony. Aunque polémico, este último ha ejercido una influencia considerable en el mundo evangélico y la derecha cristiana, aún hoy en día.

Rousas J. Rushdoony (1916-2001) era un estadounidense de origen armenio, cuya familia huyó del genocidio de 1915.

Convertido al protestantismo reformado, estudió teología y ciencias de la educación antes de convertirse en misionero entre las tribus indias. Recordemos el contexto político de la época: los años cuarenta y cincuenta, cuando Rousas Rushdoony era un joven adulto, estuvieron marcados por la fuerte influencia del New Deal. Era una época dominada por una fuerte tendencia intervencionista del Estado, especialmente en materia de regulación de la economía, con un mayor recurso a la ley para controlar los monopolios o establecer convenios colectivos. En el plano teológico, el New Deal es contemporáneo del movimiento del Evangelio Social (Social Gospel), cuya concepción de la salvación es, en definitiva, bastante similar a la que defiende el Estado social: la salvación es indisociable de las condiciones de vida de las personas, de su entorno, es una salvación tanto colectiva como individual.

Por otra parte, el New Deal promueve una concepción pedagógica del papel de la escuela pública en la formación del ciudadano; uno de sus grandes teóricos es el filósofo pragmático John Dewey, 10 una de las bestias negras de los reconstruccionistas cristianos.

La escuela pública que desean los impulsores del New Deal se propone promover el pluralismo cultural, en contraposición a una educación que se centraría sobre todo en consolidar la tradición, en reproducir la comunidad tal y como era en la generación anterior. Por lo tanto, el papel de la enseñanza debe ser desarrollar el espíritu crítico del ciudadano, enseñarle a cuestionar, investigar y reconstruir, si es necesario, las instituciones.

Todo esto le repugna a Rousas Rushdoony. Para él, alimentado por la lectura de los teólogos neocalvinistas, Dios es la única fuente válida de interpretación del mundo: «Nada puede tener sentido en sí mismo o por sí mismo porque nada existe en sí mismo o por sí mismo», escribe.

Su concepto clave es la «teonomía» o «ley de Dios», que desarrolla en particular en su obra The Institutes of Biblical Law (1973), una referencia apoyada en La institución de la religión cristiana de Calvino (1536). Para Rushdoony, el Antiguo y el Nuevo Testamento siguen siendo hoy en día una autoridad, en contra de la exégesis dominante, que considera más bien que el Nuevo Testamento vino a «cumplir» el Antiguo. Una de las consecuencias es que la legislación estadounidense debería inspirarse directamente en los textos legales del Antiguo Testamento, incluidos los más brutales, como la pena de muerte para los homosexuales, por citar solo un ejemplo.

Según Rushdoony, Estados Unidos se fundó sobre el modelo de una teocracia cultural, no en el sentido de que los clérigos deban ocupar cargos políticos, sino en la idea de que la matriz moral debe ser proporcionada por la Iglesia, y que luego corresponde al magistrado actuar dentro de ese marco. Si bien existe una distinción de funciones, esta sería solo teórica: la cuestión política está claramente subordinada a la cuestión teológica.

Como resume la investigadora estadounidense Julie Ingersoll, especialista en el tema, el reconstruccionismo cristiano aboga por la aplicación de la ley bíblica a todos los aspectos de la vida y pretende transformar todos los aspectos de la cultura para establecer el Reino de Dios. 11 Es desde esta perspectiva desde la que debe entenderse la «libertad religiosa», que para los reconstruccionistas cristianos no es un derecho individual que pertenece a la esfera privada, sino un mandato divino de negarse a conformarse con todo lo que no sea «bíblico».

Rousas Rushdoony promovió incansablemente la educación en el hogar (Homeschooling) como herramienta de resistencia a la enseñanza pública. La popularidad de este movimiento permitió infundir las tesis reconstruccionistas en la derecha conservadora estadounidense.

Rushdoony retoma la noción de «esferas de soberanía» tan querida por los teólogos neocalvinistas, en particular por Abraham Kuyper. La idea subyacente, según Julie Ingersoll, es que Dios delegó su autoridad sobre los asuntos humanos a tres instituciones distintas, cada una con su propia autoridad, su propia soberanía y, de hecho, autónoma con respecto a las demás. Estas instituciones son la familia, la Iglesia y el gobierno civil. Establecida por Dios en el jardín del Edén, la familia es la primera y más importante de estas instituciones. Es la familia, esfera soberana, la que tiene la responsabilidad de educar a los hijos según una «cosmovisión bíblica», un concepto clave. Cualquier intento del gobierno civil de apropiarse de esta educación se considera tiránico, una violación de la autoridad divina. La respuesta que da Rushdoony es el movimiento de educación en el hogar, que conoce un éxito creciente a partir de los años setenta. Al sacar a los niños de la escuela pública, se les saca de un entorno pluralista. Es una forma de formar élites cristianas «regeneradas» en la guerra cultural en curso, una guerra incluso epistemológica, ya que no puede existir un conocimiento que no esté vinculado a la Biblia, leída literalmente. Cabe mencionar que Rushdoony promovió el creacionismo de la «Tierra joven», según el cual nuestro planeta habría sido creado hace unos 6.000 años, en seis días de veinticuatro horas exactamente. 12

Rushdoony siempre ha sido una figura controvertida; en particular, hizo suyas las tesis del teólogo confederado Robert Lewis Dabney (1820-1898), que justificó la esclavitud. Sin embargo, su pensamiento ha influido mucho en la derecha cristiana, gracias en particular a pensadores que han retomado sus ideas sin referirse siempre directamente a él.

Por ello, aunque las familias que han adoptado la educación en casa nunca hayan oído hablar de Rushdoony, sin saberlo se inscriben en un movimiento de lucha que considera el pluralismo y la secularización como enemigos a los que hay que derrotar.

Una de las principales referencias intelectuales de los reconstruccionistas cristianos es el primer ministro neerlandés y teólogo neocalvinista Abraham Kuyper (1837-1920). ¿Por qué?

Periodista, estadista y reformador eclesiástico, Abraham Kuyper es un personaje complejo y una figura ineludible. Durante toda su vida, trabajó para convencer a sus contemporáneos de la pertinencia del pensamiento calvinista para la existencia contemporánea, tanto a nivel individual como colectivo; a él se le debe haber popularizado una comprensión del concepto de «visión del mundo» (Weltanschauung) como visión integral del mundo, inspirada en Calvino. Recordemos que el sistema de pensamiento calvinista se centra en el deseo de exaltar la gloria de Dios, un Dios todopoderoso que reina plenamente sobre el universo. El cristiano está llamado a glorificar a su soberano divino confesando esta verdad, tanto con el pensamiento como con los actos, en todas las dimensiones de la vida. Esta soberanía no es solo individual, sino que se extiende a todas las esferas de la existencia y es una soberanía cósmica.

Kuyper fundó el Partido Antirrevolucionario, abiertamente hostil al legado de la Ilustración, así como la Iglesia «rerreformada», para protestar contra el liberalismo teológico de la Iglesia Reformada del Estado neerlandés. En los Países Bajos, es uno de los principales promotores de la «pilarización» de la sociedad, ese modelo según el cual coexisten varias comunidades (reformada, católica, «modernista», etc.) autónomas entre sí, cada una con sus propias escuelas, sindicatos, medios de comunicación y partidos políticos. Kuyper concibe, por tanto, el carácter plural de la sociedad, pero al mismo tiempo agonístico: varias visiones del mundo se enfrentan, siendo la más nefasta la surgida de la Revolución Francesa, cuyo antídoto es el calvinismo.

En Estados Unidos, cuando se constituyó la derecha cristiana en la década de 1970, las élites evangélicas buscaron pensadores políticos a los que pudieran reivindicar. La figura de Kuyper les convenía tanto más cuanto que también había formulado un importante concepto teológico, la «gracia común».

Se trata de la idea de que Dios, en su Providencia, no se retira del mundo para dejarlo seguir su curso, sino que, por el contrario, siempre actúa. Esta gracia común debe distinguirse de la gracia específica del individuo, que es la gracia de la Salvación; es un concepto que no solo concierne a los elegidos, sino a toda la Creación, y que, por lo tanto, puede reapropiarse fácilmente para pensar la acción divina en términos políticos.

Este es un punto esencial.

Además de Kuyper, Cornelius Van Til (1895-1987), filósofo y teólogo neocalvinista, influirá fuertemente en Rushdoony y en los reconstruccionistas cristianos.

Nacido en los Países Bajos, Cornelius Van Til dio clases en Princeton y luego en el seminario teológico más conservador de Westminster, en Pensilvania.

Siguiendo la línea de Kuyper, desarrolló una idea que tendría mucho éxito, el presuposicionalismo. Según esta epistemología, no existe ningún conocimiento neutral y objetivo sobre ningún tema: todo conocimiento comienza con presuposiciones. Una de estas presuposiciones es la palabra revelada de Dios, otra es la razón humana, que erróneamente se considera autónoma con respecto a Dios. Lo que este concepto rechaza es la idea de que los no cristianos puedan ver lo correcto, lo verdadero en el mundo; quien no es un cristiano regenerado está fundamentalmente equivocado. Esta visión dualista y binaria del mundo es un poderoso esquema maniqueo. Se puede utilizar para afirmar que todo lo que no está directamente inspirado por Dios es en realidad satánico… pero el cristiano no puede comprometerse con Satanás.

Cornelius Van Til no tenía la intención de utilizar el presuposicionalismo con fines directamente políticos. Su ambición era ante todo apologética. Pero otros actores, como Rousas Rushdoony o Greg Bahnsen, otro pilar del reconstruccionismo cristiano, lo utilizarán para politizar este argumento, a través del concepto clave de dominion, un término que remite a la vez a la idea de «mandato», «territorio» y «dominación». El dominion es la verdadera matriz del compromiso cada vez más asumido de la derecha cristiana en la vida política estadounidense.

Esta interpretación particular del dominion dio lugar a lo que sus promotores denominaron «dominionismo» o «teología del mandato». ¿Qué abarca este concepto?

Se trata de un conjunto de teologías cuyo objetivo declarado es pensar la totalidad de la existencia humana en relación con el mandato que Dios habría conferido a la humanidad en el momento de la Creación.

Kuyper, en su visión del mundo basada en la Biblia, evoca este «mandato» a partir de un famoso versículo del libro del Génesis. Después de crear al hombre y a la mujer, «Dios los bendijo y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y dominadla [en inglés, en la traducción de la Biblia del Rey Jacobo, “have dominion”]. ¡Someted los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra!”». (Gn 1,28, traducción TOB).

Donald Trump se beneficia de la halagadora imagen de ser un instrumento de Dios.

Philippe Gonzalez

Para Kuyper, no solo este mandato confiado por Dios al hombre sigue vigente hoy en día, sino que es responsabilidad de todo cristiano cumplirlo. La cuestión, por lo tanto, va más allá de la salvación individual o de la dimensión espiritual de la religión. Kuyper escribe al respecto que «no se trata simplemente de la existencia espiritual de las almas salvadas, sino de la restauración de todo el cosmos».

En realidad, la idea de «dominion» está presente en Kuyper, pero no se convertirá en un concepto teológico completo hasta que otro teólogo neocalvinista, Henry Van Til (1906-1961), pariente del apologista Cornelius Van Til, la desarrolle. Estos dos teólogos difundieron el pensamiento kuyperiano en Estados Unidos, pero desde un punto de vista exclusivamente epistemológico. 

Rushdoony reconectó lo que los Van Til habían separado: retomó la idea del mandato y la convirtió en un imperativo político. Tal y como afirma el Génesis, los cristianos tienen la vocación de ejercer un «dominio» sobre el mundo. El reconstruccionismo cristiano que teoriza es un plan teocrático que pretende transformar el gobierno y la cultura según la ley bíblica, con el fin de establecer el Reino de Dios en la tierra. Rushdoony, sin embargo, es un teólogo relativamente oscuro y algo polémico. Para que estas tesis se difundieran entre la derecha cristiana y llegaran hasta las altas esferas del Estado estadounidense, fue necesario que algunos divulgadores hicieran eco de ellas.

El más importante de ellos es, sin duda, C. Peter Wagner.

C. Peter Wagner contribuirá, en particular, a difundir estas tesis entre el carismatismo, la corriente más dinámica del cristianismo mundial.

Efectivamente. Otras personalidades, como el influyente teólogo evangélico Francis Schaeffer (1912-1984), ya habían contribuido a difundir estas ideas entre un público más amplio, atenuando al mismo tiempo los elementos más escandalosos. Recordemos que Francis Schaeffer fue el cerebro de la Moral Majority, que marcó la irrupción de los evangélicos en la escena política nacional y contribuyó a su progresiva infiltración en el Partido Republicano.

C. Peter Wagner (1930-2016) se incorporó en 1971 a la facultad de misionología del seminario teológico Fuller, en California, centro de formación de las élites evangélicas. Poco a poco abandonó el fundamentalismo conservador al que se había convertido para abrirse a las manifestaciones carismáticas. Este periodo de los años ochenta corresponde a la «tercera ola» carismática, que se extiende entonces por el evangelismo; a veces se califica a estos cristianos de «neocarismáticos». Wagner retoma la noción del mandato creacional —que Rushdoony había politizado en la línea de los kuyperianos— y la erige en «teología del mandato» (Dominion Theology) para popularizarla entre su público evangélico y convertirla en una herramienta de transformación social. Al hacerlo, este excepcional divulgador contribuye más que nadie a multiplicar el alcance de unas tesis que hasta entonces se limitaban esencialmente a los círculos académicos evangélicos.

Sin embargo, Wagner aporta un matiz notable al relacionar la necesidad del dominion con la de la misión, a la que todo cristiano debe someterse. Para Wagner, la visión de la evangelización que prevalece en el mundo evangélico no está a la altura del proyecto de Dios: la conversión de los individuos no es suficiente, es necesario transformar la sociedad en su conjunto. La vocación misionera, un imperativo en el mundo evangélico, se convierte en una exhortación a invertir en las diferentes esferas que componen el mundo social para tomar el control y hacer realidad el reino de Dios, aquí y ahora. «Nuestra tarea, escribe Wagner en un libro con un título evocador, es convertirnos en activistas sociales y espirituales hasta que termine el dominio de Satanás». 13

El “dominionismo” defendido por Wagner resulta aún más seductor porque propone una relación con el mundo totalmente diferente a la que ha prevalecido durante mucho tiempo en el mundo evangélico. Mientras que los cristianos fundamentalistas, en la primera mitad del siglo XX, abogaban por retirarse del mundo, percibido como cada vez más impío, corrupto y marcado por catástrofes que anunciaban el juicio de Dios, la perspectiva dominionista es muy diferente. Ya no se trata de abandonar la sociedad a la espera del regreso de Cristo, sino, por el contrario, de involucrarse en ella para crear las condiciones para ese regreso. Una obra publicada en 2006 y destinada a un amplio público evangélico habla de «escatología victoriosa» a este respecto.

El lenguaje de C. Peter Wagner está impregnado del vocabulario de la «lucha espiritual», que inunda los discursos y las predicaciones de los pastores carismáticos, cuyo arquetipo es Paula White-Cain, nombrada por Donald Trump directora de la Oficina de Fe de la Casa Blanca. ¿Qué significa este concepto?

La retórica de la «lucha espiritual» está en el centro de la espiritualidad evangélica, en particular la pentecostal o carismática, que concede un lugar central a las manifestaciones del Espíritu Santo. El pentecostalismo está más circunscrito al ámbito eclesiástico: las iglesias que se reivindican como tales, como las Asambleas de Dios, se remontan históricamente al renacimiento de principios del siglo XX que dio origen a la familia pentecostal en Estados Unidos, antes de extenderse rápidamente por todo el mundo. El carismatismo, por el contrario, es un movimiento de naturaleza nebulosa, que concierne más a las personas que a las iglesias. Se trata de la comunicación de la experiencia pentecostal más allá de su marco institucional inicial. Se produce entonces un desbordamiento: encontramos reformados «carismáticos» o incluso anglicanos, católicos o bautistas, etc. Este desbordamiento de las instituciones me parece característico del movimiento y plantea cuestiones relativas a la regulación teológica e institucional de la dimensión «profética». Este es especialmente el caso cuando se trata de iglesias denominadas «independientes», que no pertenecen a ninguna denominación o familia eclesiástica que pueda desempeñar un papel de arbitraje.

Así se entiende mejor el estatus de estrella que pueden alcanzar los televangelistas como Paula White-Cain, al frente de su propia iglesia independiente.

La noción de lucha espiritual se refiere inicialmente a la cuestión de la evangelización. Para los cristianos carismáticos, en particular los de orientación evangélica, el poder de Dios es incomparable y actúa hoy como en los primeros tiempos del cristianismo. Estos cristianos reconocen la existencia de entidades sobrenaturales, ya sean benévolas o maléficas. Por lo tanto, convertir a un individuo no es algo sencillo. Es un proceso que implica enfrentarse a fuerzas espirituales hostiles y satánicas, a las que hay que hacer retroceder y vencer; se habla entonces de «confrontación de poderes».

La retórica de la «lucha espiritual» está en el centro de la espiritualidad evangélica.

Philippe Gonzalez

Ahora bien, esta demonología, tal y como la conciben los cristianos carismáticos, es un vector importante de sensibilización sobre los retos políticos. C. Peter Wagner y sus discípulos no se conforman con salvar almas, sino que quieren transformar la sociedad para que se instaure el reino de Dios en la tierra. Este cambio del individuo a las colectividades políticas tiene consecuencias directas sobre el pluralismo democrático cuando el lenguaje de la lucha espiritual se combina con la teología del dominion. El espacio público ya no se concibe como el lugar donde dialogan una pluralidad de posiciones divergentes, sino literalmente como un campo de batalla. Un campo de batalla cósmico en el que Dios y sus ejércitos celestiales se enfrentan sin descanso a Satanás y sus hordas de demonios por la salvación de las almas, pero también de las ciudades y las naciones. La retórica utilizada es una retórica de poder, que toma mucho prestado de ciertos textos del Antiguo Testamento, como el libro de Josué, que narra la conquista de la tierra de Canaán por los hebreos y la brutal destrucción de sus enemigos. Así pues, tenemos una relectura de la esperanza cristiana que ya no se centra en la salvación individual y la figura de Jesús, sino en la salvación de la colectividad, a imagen de los relatos bélicos del Antiguo Testamento. El horizonte es el de la cruzada, término que, por cierto, utiliza Pete Hegseth, muy cercano a los reconstruccionistas cristianos y nombrado secretario de Defensa por Donald Trump.

Añadiría un punto esencial. En su famosa obra El estilo paranoico en la política estadounidense, publicada en 1964, el historiador estadounidense Richard Hofstadter ya lo había señalado: desde el momento en que la relación con la cuestión política se configura a través del prisma de una teología según la cual tus adversarios están en realidad bajo el yugo de entidades demoníacas, la posibilidad de compromiso desaparece. Aceptar el compromiso equivale a pactar con el diablo. La prevalencia de este vocabulario de lucha espiritual extendido a la esfera política, que demoniza al adversario, contribuye así a polarizar aún más la sociedad estadounidense. Lo que no pertenece a Dios pertenece al diablo, y esta lógica debilita las instituciones que, como podían, se esforzaban por enmarcar los conflictos políticos garantizando la expresión pública de perspectivas plurales. De la política solo queda entonces una mera relación de fuerzas, y la relación con las instituciones se vuelve instrumental: es legítimo utilizarlas para silenciar las voces disidentes. Lo vemos en la administración de Trump.

Durante la campaña presidencial de 2008 en Estados Unidos, muchos medios de comunicación se burlaron del «exorcismo» de la republicana Sarah Palin, durante una ceremonia religiosa destinada a protegerla contra «cualquier forma de brujería». 14 Encontramos la misma incomprensión con respecto a Michele Bachmann unos años más tarde, o cuando se trata de comentar las declaraciones de Paula White-Cain, asesora espiritual de Donald Trump, cuando proclamó en un sermón en enero de 2020: «Ordenamos a todos los embarazos satánicos que aborten».

En estos tres casos, no se percibió la dimensión política de las prácticas y el vocabulario carismáticos.

La diferencia es que hoy en día estos actores se encuentran en lo más alto del Estado, más influyentes que nunca. Mi colega André Gagné ha publicado un excelente libro sobre el tema. 15

Otra contribución de C. Peter Wagner se refiere a la propia organización de las Iglesias. Así, opone una comprensión apostólica —que él valora— al funcionamiento democrático tradicional, que él denigra.

Se trata, en efecto, de un punto clave, con importantes repercusiones políticas.

Wagner es el fundador de la Nueva Reforma Apostólica (New Apostolic Reformation, NAR), una especie de red mundial cuyos «apóstoles» y «profetas», figuras carismáticas de primer orden, circulan de una iglesia y un país a otro para transmitir una concepción integral de la salvación impregnada de la teología del mandato. La fascinación por la figura del profeta en el ámbito neocarismático no es neutra: en el Antiguo Testamento, el profeta transmite directamente la palabra de Dios al rey, sin la mediación del clero. Wagner está convencido de que vivimos una nueva era profética; ve en la NAR «el cambio más radical en la forma de hacer Iglesia desde la Reforma protestante».

El movimiento aboga por una desregulación de las instituciones eclesiásticas: las instancias reguladoras, tanto a nivel político como teológico, deben desaparecer en favor de la autoridad visionaria de individuos elegidos directamente por Dios y cooptados por sus pares. Al igual que Kuyper, Wagner insiste en el acceso inmediato a Dios del que disfruta el cristiano. Las estructuras reguladoras de las Iglesias se perciben como obstáculos; no están inspiradas por el Espíritu Santo y frenan el flujo profético. De este modo, se pasa de un modelo democrático, caracterizado por sínodos y asambleas generales, a un modelo autocrático justificado por las revelaciones particulares que el Espíritu Santo concedería a estos «apóstoles» y «profetas». En este entorno existe una fascinación por la inmediatez, por la validación directa. Por lo tanto, la NAR ha hecho todo lo posible por eludir y eliminar todos los elementos que, sin duda, provocan retrasos y desvíos, pero que, al hacerlo, permiten llegar a propuestas más complejas, sopesadas y matizadas.

Es en este entorno, libre de cualquier instancia de regulación democrática y sometido a figuras de autoridad como los «apóstoles» y los «profetas», donde se aclimatará la teología del dominion.

La red de la Nueva Reforma Apostólica también tiene la particularidad de que funciona en gran medida según el modelo del mercado competitivo. Los «apóstoles» y «profetas» se comportan como empresarios religiosos y su legitimidad, garante de autoridad en el ámbito carismático, depende en gran medida de la popularidad de sus «visiones» y «revelaciones», algunas de las cuales se asemejan a verdaderas marcas registradas. Así ocurre con la visión de las «siete montañas», popularizada por el conferencista Lance Wallnau, figura importante de la NAR en la actualidad, que exhorta a los cristianos a tomar el control de las siete «montañas» o esferas que componen la sociedad —las artes, los negocios, la educación, la familia, el gobierno, los medios de comunicación y la religión— en nombre del dominion. La idea, casi gramsciana, es que, al colocar a los cristianos en la cima de cada una de estas esferas, se apoderarán de la cultura y se difundirá por toda la sociedad una visión santificada, se recuperará el control de la sociedad. Se trata, ni más ni menos, de un kit de pensamiento dominionista listo para usar, destinado al cristiano evangélico medio, llamado a hacer realidad el reino de Dios en su vida cotidiana, en su trabajo, en su familia, casi como una lógica de desarrollo personal.

La dimensión hegemónica de esta visión —subvertir desde dentro el funcionamiento democrático y liberal de la sociedad para imponer sus puntos de vista incluso a los no cristianos— nunca se aborda, pero subyace en todas estas «visiones», en todos estos esquemas. Por eso es un error abordar la situación actual desde la perspectiva de las «derivas» de tal pastor o tal Iglesia; no es un problema de individuos, es un problema relacionado con la estructuración del mundo paraeclesiástico dentro del evangelismo y con la empresa de desregulación masiva que ha acabado impregnando el ámbito político a través del Partido Republicano.

Por otra parte, usted recuerda hasta qué punto la NAR desempeñó un papel crucial en el apoyo de los evangélicos blancos a Donald Trump.

En aquel momento, en 2016, otros candidatos, como Mike Huckabee, Rick Santorum o, sobre todo, Ted Cruz, eran candidatos más convencionales para reunir los votos de los cristianos conservadores. Paula White-Cain, cercana a la NAR, desempeñó un papel importante al conseguir «vender» al candidato Trump a la derecha cristiana, presentándolo como un hombre ciertamente imperfecto en su práctica de la fe, pero que trabajaba en el proyecto de Dios para la sociedad. Los ejemplos extraídos del Antiguo Testamento son entonces legión. Paula White compara así a Trump con la reina Ester, a quien, en la Biblia, Dios coloca como esposa del rey de Persia para convencerlo de que impida el exterminio previsto de los judíos del reino. Por su parte, Lance Wallnau relata en su libro God’s Chaos Candidate, publicado en septiembre de 2016, es decir, antes de la victoria de Donald Trump, una «revelación» recibida en la Torre Trump, en Nueva York. Dios le habría anunciado entonces que el candidato era «una bola de demolición contra el espíritu de lo políticamente correcto». Wallnau continúa presentando a Trump como un nuevo Ciro, en referencia al libro de Isaías, en el que este soberano persa, aunque pagano, es «ungido» por Dios para liberar al pueblo judío. Gracias a la NAR, Donald Trump se beneficia de la halagadora imagen de instrumento de Dios; posteriormente sabrá cuidar a la derecha cristiana, pilar de su electorado.

Tal entrelazamiento entre religión y política no deja de tener consecuencias directas para el pluralismo, tanto dentro de las Iglesias como en la sociedad. Porque si el presidente es el ungido de Dios, oponerse a él equivale a oponerse al designio divino…

La teología dominionista constituye un peligro muy real para el modelo democrático actual. Tomémoslo en serio.

Philippe Gonzalez

Sin embargo, algunos teólogos evangélicos —y no los menos importantes— han intentado aportar una visión crítica sobre esta mezcla de géneros. Pienso, en particular, en Russell Moore.

Russell Moore es, efectivamente, un caso paradigmático.

Este teólogo conservador, hostil al derecho al aborto, pasó ocho años al frente de la prestigiosa Comisión de Ética y Libertad Religiosa de la Convención Bautista del Sur, la denominación protestante más importante del país. Desde 2016, es una de las pocas personalidades evangélicas de renombre que se atreve a señalar las faltas éticas de Donald Trump y su administración. Esto le valió la ira de su Iglesia y de muchos fieles evangélicos, hasta el punto de que en 2021 se vio obligado a dejar su cargo para incorporarse a la revista evangélica mensual Christianity Today. Russell Moore es el arquetipo del conservador a la antigua usanza, perdido en medio de un mundo de reaccionarios.

¿Por qué hace esta distinción?

Me parece esencial en el contexto actual. Los conservadores aceptan jugar el juego liberal del pluralismo democrático, al tiempo que trabajan para moderar, regular e incluso obstaculizar los cambios sociales, mientras que los reaccionarios abogan por la fuerza bruta, con el deseo de hacer tabla rasa, de acabar con todas las instituciones que permiten algún tipo de regulación. Porque lo que buscan hoy en día es precisamente el advenimiento de algo parecido a un poder absoluto. Una vez más, las similitudes con la empresa generalizada de desregulación democrática emprendida por la administración de Trump saltan a la vista: cualquier crítica es inaudible, y las escasas voces disidentes dentro del Partido Republicano —Adam Kinzinger (él mismo evangélico), Liz Cheney, Mitt Romney— han sido apartadas, aplastadas.

Con la Nueva Reforma Apostólica, se puede argumentar que el evangelismo tal y como nació en la década de 1940 ha completado su mutación política. Bajo Donald Trump, la etiqueta evangélica se ha convertido prácticamente en una categoría sociopolítica, un indicador de voto. 16 Los elementos democráticos de la tradición evangélica han sido tan maltratados en los últimos cincuenta años, y el deseo de venganza y hegemonía es tan fuerte hoy en día, que los contrapoderes han sido derribados y las voces disonantes son totalmente inaudibles. Cuando empecé a trabajar en estas cuestiones, hace unos diez años, los teóricos de la NAR se defendían de cualquier veleidad teocrática. Hoy en día, sus ideas se han difundido tanto que algunos, como Lance Wallnau, ya no dudan en mostrarse abiertamente como «nacionalistas cristianos», e incluso reivindican esta denominación. 17 La palabra se ha liberado. «Debemos ser el partido del nacionalismo y yo soy cristiana, y lo digo con orgullo, deberíamos ser nacionalistas cristianos», afirmaba en julio de 2022 la diputada Marjorie Taylor-Green, representante del estado de Georgia, figura influyente del Partido Republicano, investida por Franklin Graham, hijo y sucesor de Billy Graham. Unas semanas antes, había declarado que estaba «harta de todo eso de la separación entre Iglesia y Estado».

Otro nacionalista cristiano declarado, Russell Vought, uno de los principales artífices del Proyecto 2025, es también uno de los ideólogos más influyentes de la segunda administración de Trump. La lista es larga.

De manera reveladora, los evangélicos que observan con consternación esta deriva autoritaria en sus iglesias están abandonando poco a poco este calificativo y prefieren definirse como «cristianos» o reivindicar las etiquetas de sus respectivas denominaciones, como «bautista», «presbiteriano», etc. Al concebir el pluralismo únicamente en términos de confrontación, al trabajar para instaurar una nación cristiana, incluso a costa de ignorar las convicciones de los demás ciudadanos, la teología dominionista constituye un peligro muy real para el modelo democrático actual. Tomémoslo en serio.

Notas al pie
  1. Philippe Gonzalez, «Dénoncer le ‘nationalisme chrétien’», Multitudes, n° 95, 2024.
  2. El significado actual del término «evangélico» debe mucho al trabajo institucional realizado por asociaciones como la Asociación Nacional de Evangélicos (NAE, por sus siglas en inglés), fundada en 1942 en Estados Unidos. Esta labor tenía por objeto reunir y federar a las iglesias conservadoras en el plano teológico y moral que compartían una misma identidad doctrinal, con el fin de lograr una mayor visibilidad en la sociedad.
  3. Presidente de Estados Unidos, «Establishment of the Religious Liberty Commission», Executive Orders, Casa Blanca, 1 de mayo de 2025.
  4. Presidente de Estados Unidos, «Eradicating Anti-Christian Bias», Casa Blanca, 6 de febrero de 2025.
  5. «Religious Landscape Study», Pew Research Center.
  6. «Creo en un Estados Unidos donde la separación entre la Iglesia y el Estado sea absoluta, donde ningún prelado católico le diga al presidente (si es católico) cómo actuar, y donde ningún pastor protestante le diga a sus feligreses por quién votar; donde ninguna Iglesia o escuela religiosa reciba fondos públicos o preferencia política; y donde a ningún hombre se le niegue un cargo público simplemente porque su religión difiere de la del presidente que podría nombrarlo o de la del pueblo que podría elegirlo». Biblioteca y Museo Presidencial John F. Kennedy, «Transcript: JFK’s Speech on His Religion (12 sept 1960)», NPR, 5 de diciembre de 2007.
  7. «Mayoría moral», influyente organización cristiana de cabildeo político fundada por el televangelista Jerry Falwell en 1979 con el fin de promover ideas conservadoras.
  8. Manon-Nour Tannous, «Le « choc des civilisations » de Samuel Huntington, une notion débattue», Vie Publique, 26 de agosto de 2019.
  9. Joan Stavo-Debauge, Le loup dans la bergerie. Le fondamentalisme chrétien à l’assaut de l’espace public, Labor et Fides, 2012.
  10. Joan Stavo-Debauge, John Dewey face aux fondamentalismes. Les origines des discours « post-séculiers » et leur antidote, Éditions de l’université de Lorraine, 24 de enero de 2024.
  11. Julie Ingersoll publicó un libro de referencia sobre el reconstruccionismo cristiano: Building God’s Kingdom. Inside the World of Christian Reconstruction, Oxford Press, 2015.
  12. Philippe Gonzalez y Joan Stavo-Debauge, «’Dominez la terre !’ Le créationnisme, du fondamentalisme à la désécularisation», Éditions de l’EHESS, octubre de 2015.
  13. C. Peter Wagner, Dominion! How Kingdom Actions Can Change the World, Chosen Books, 2008.
  14. Philippe Gonzalez, «Montrer « l’exorcisme » de Sarah Palin sur le web. Enquête(s) sur la portée politique d’images religieuses», Les religions au temps du numérique, 2015.
  15. André Gagné, Ces évangéliques derrière Trump : hégémonie, démonologie et fin du monde, Labor et Fides, 2020.
  16. El Pew Research Center publicó recientemente una encuesta reveladora que confirma el apoyo constante de los evangélicos blancos a Trump: obtiene entre ellos una tasa de aprobación del 72 %, muy por delante de cualquier otro grupo religioso. Por otra parte, la decisión del Pew Research Center de distinguir a los protestantes negros de los evangélicos blancos pone de manifiesto el fuerte carácter racial que tiene hoy en día el término «evangélico» en Estados Unidos.
  17. Philippe Gonzalez, «Dénoncer le ‘nationalisme chrétien’», op. cit.