El pasado 6 de mayo, el lenguaje diplomático de los intercambios ruso-iraníes sólo presagiaba una profundización de las relaciones entre ambos países. Durante una conversación telefónica con vistas a las ceremonias del 9 de mayo, Vladimir Putin y Massoud Pezeshkian hablaron de «la ampliación de los lazos comerciales y las inversiones mutuamente beneficiosas, en particular mediante la puesta en marcha de grandes proyectos conjuntos en los ámbitos del transporte y la energía». La Federación de Rusia, a través de su presidente, recordó además que estaba dispuesta a contribuir al avance de las negociaciones entre Irán y Estados Unidos, llevadas a cabo por mediación del Sultanato de Omán, sobre el programa nuclear iraní.
Tras estas amabilidades entre jefes de Estado, Rusia se enfrenta en realidad a un verdadero dilema desde la reanudación de las relaciones entre Irán y los Estados Unidos de Donald Trump, que en 2018 puso fin al anterior intento de negociaciones antes de imponer nuevas sanciones a Teherán, ante su negativa a renunciar a su programa de ensayos con misiles y de enriquecimiento nuclear.
El dilema iraní de Rusia: Vladimir Putin en la cuerda floja
Por un lado, un socio aislado, agresivo y aferrado a su política de confrontación con Occidente, que encaja perfectamente con la Rusia de Vladimir Putin.
No tiene ningún problema en recibir sus drones Shahed utilizados en Ucrania, en invertir en petróleo y gas iraní a través de Gazprom, o en apoyarse en Teherán para desarrollar su corredor de transporte internacional hacia la India y eludir así parte de las sanciones occidentales. El último paso de este acercamiento fue el importante tratado del 17 de enero, que ratifica una asociación duradera entre Rusia e Irán en los ámbitos de la defensa, la inteligencia y la elusión de las sanciones internacionales.
Por otro lado, Rusia no tiene ningún interés en jugar la carta del aislacionismo maximalista si se confirma la distensión entre Irán y Estados Unidos. Por esta razón, su estrategia en los últimos meses, desde la reanudación de las negociaciones entre Washington y Teherán, ha consistido en presentarse más bien como un intermediario o un mediador entre ambos países.
Como ha señalado Nikita Smagin para la plataforma Politika del Carnegie Russia Eurasia Center de Berlín, Rusia está tratando por el momento de jugar en dos frentes, pareciendo dudar entre dos opciones desigualmente favorables.
En la primera, lograría insertarse en las negociaciones y alargarlas indefinidamente. Esta solución es evidentemente la más satisfactoria, ya que Moscú no desea que, tras el levantamiento efectivo de las sanciones, el petróleo y el gas iraníes le hagan competencia inundando los mercados internacionales, mientras que el mantenimiento de las sanciones que pesan sobre Irán le garantiza una asociación a largo plazo con un país tan aislado como él y ajeno a las restricciones que afectan a Rusia.
En una segunda hipótesis, los representantes diplomáticos rusos no ignoran que su país es considerado un intermediario útil para todas las partes implicadas. Irán necesita involucrar en estas negociaciones a otras potencias, y si es posible a grandes potencias nucleares, para garantizar su aplicación y evitar que la vigilancia de sus instalaciones nucleares sea monopolizada por Estados Unidos. Por su parte, el interés de estas últimas es más bien técnico, ya que Rusia es el único país que ha aceptado acoger el uranio enriquecido del que Irán debería deshacerse en caso de acuerdo.
Rusia no habría tenido ningún interés en jugar la carta del aislacionismo maximalista si se hubiera confirmado la distensión entre Irán y Estados Unidos.
Guillaume Lancereau
Así, aunque prefiere un escenario en el que las negociaciones se prolonguen, Rusia no descarta sacar partido de la situación posicionándose como un actor imprescindible en las relaciones entre Estados Unidos e Irán.
«Esta es la lección para Rusia: si das un paso atrás, te golpean aún más fuerte»
Así estaba la situación hasta que la operación Rising Lion lanzada por Israel en la noche del 13 de junio cambió las cartas sobre la mesa.
Por parte de los medios de comunicación y los expertos rusos, los análisis relacionaron inmediatamente el ataque perpetrado en Irán con la operación Telaraña (Pavutyna) lanzada por Ucrania en el territorio de la Federación de Rusia. Los comentaristas se basaron, en particular, en el hecho de que, en ambos casos, los países ofensivos hicieron un uso masivo de drones infiltrados en el territorio durante muchos meses para atacar bases estratégicas.
Si bien Israel ya disponía de instalaciones militares en territorio iraní desde hacía años, incluso antes de la guerra en Ucrania, lo que más se destacó en la prensa rusa fue el uso de dispositivos «occidentales». Se trata de confirmar que Irán, víctima de las mismas estratagemas agresivas de Occidente que Rusia, permanecería a su lado, dentro del «eje del mal».

La agencia de información rusófona News Front, creada en Crimea en 2014 en plena invasión rusa y que forma parte de las innumerables plataformas de desinformación pro-Kremlin, incluso interpretó este ataque como el precio a pagar por la política prooccidental de Irán y una verdadera advertencia a quienes contemplaran un enfriamiento de las tensiones entre Rusia y los países occidentales:
En esencia, Irán se ha puesto a sí mismo entre la espada y la pared al intentar negociar con Occidente, como en su momento lo hicieron Libia, Irak y Siria.
Mientras la República Islámica de Irán se mostraba lo suficientemente agresiva, sus adversarios la tomaban más o menos en serio, pero al menos la tenían en cuenta. Por el contrario, con sus recientes intentos de acercamiento a Occidente, Irán ha sido percibido cada vez más como un blanco fácil.
El punto de inflexión decisivo desde este punto de vista fue la muerte en un misterioso accidente aéreo del presidente iraní Ebrahim Raïssi el 19 de mayo de 2024. La llegada al poder del presidente Massoud Pezechkian, apoyado por la élite iraní y promotor de un proyecto de reconciliación con Occidente, demostró que, a pesar de sus declaraciones grandilocuentes, Irán estaba perdiendo poco a poco su capacidad de resistencia y esperaba llegar a un acuerdo aceptable. […]
El problema es que aún se desconoce si Irán tiene los medios para dar una respuesta real a Israel y si sus élites desean embarcarse en una confrontación violenta con Occidente. Esta es la lección para Rusia: si retrocedes, te golpean aún más fuerte.
Cambio de régimen: el espectro que acecha a Rusia
A juzgar por estas declaraciones en caliente, la situación no parece haber cambiado mucho: Irán sigue siendo un socio y cualquier ataque contra él debe ser condenado, sobre todo si permite establecer paralelismos, retóricos o fundados, con la guerra que Rusia libra en Ucrania.
Sin embargo, ahora hay un nuevo elemento en el panorama.
Israel no sólo tendría la intención de destruir algunas instalaciones nucleares, fábricas de misiles y bases militares en Irán, ni siquiera de asesinar a científicos y generales.
El objetivo fundamental podría consistir en lograr un cambio de régimen en Irán, debilitando la autoridad de los mulás e impulsando un levantamiento interno de la población o un «golpe de palacio» por parte de las élites. De hecho, el último discurso de Benjamin Netanyahu se dirigió de nuevo directamente al pueblo iraní, llamándole a levantarse contra el régimen:
No los odiamos. No son nuestros enemigos. Tenemos un enemigo común: el régimen tiránico que no deja de pisotearlos. Durante casi cincuenta años, este régimen los ha privado de toda oportunidad de vivir una vida digna. […] El día en que podrán liberarse de esta tiranía está más cerca que nunca, no tengo ninguna duda al respecto. Y cuando llegue ese día, israelíes e iraníes renovarán la alianza entre nuestros dos pueblos. Juntos construiremos un futuro de prosperidad, paz y esperanza.
Varios comentaristas rusos se alarmaron inmediatamente, alertando del riesgo de un gosperevorot («derrocamiento del régimen»).
De hecho, los analistas rusos que siguen de cerca la situación en Irán llevan varios meses preocupados por esta amenaza. Rajab Safranov, influyente experto ruso-tadjik en los círculos académicos, diplomáticos y mediáticos sobre el tema iraní, declaraba hace poco:
Si Irán se vuelve prooccidental, los problemas que surgirán serán tan enormes, tan graves para Rusia, que tendrá que concentrarse únicamente en resolverlos y dedicar miles de millones de dólares a ello, en lugar de desarrollar su economía, su industria, resolver cuestiones internacionales y participar en la política global. Tendrá que emplear todas sus fuerzas para protegerse de estas consecuencias negativas.
Los recientes acontecimientos alimentan claramente estos temores, ya que han inspirado una profecía catastrofista al politólogo ruso Serguéi Markov, exdiputado, fundador y director del Instituto de Investigaciones Políticas y asesor cercano de Vladímir Putin. El 14 de junio se podía leer en su página de Telegram una previsión sobre cómo los países occidentales están fomentando, a través de la escalada militar entre Irán e Israel, el próximo colapso del régimen iraní:
En primer lugar, se producirán intercambios de misiles durante varias semanas.
A continuación, se acordará una tregua.
Irán aceptará un acuerdo nuclear basado en el modelo propuesto por Estados Unidos. Las líneas generales de este acuerdo nuclear serán sugeridas por Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudí. Según los términos de este acuerdo, Irán deberá renunciar al enriquecimiento de uranio, a cambio de lo cual Estados Unidos levantará las sanciones contra Irán.
El combustible nuclear enriquecido destinado a Irán se producirá y almacenará en Rusia, en caso de que Occidente se retire del acuerdo nuclear, como ha hecho en el pasado.
Entonces comenzarán los preparativos para derrocar el poder de los mulás en Irán, en los que participarán Estados Unidos, Europa, Israel y los países árabes.
Se producirá un golpe de Estado en Irán, que contará con el apoyo tanto de los liberales en las esferas del poder como de los opositores al régimen en el exilio.
No habrá una invasión terrestre de Irán, sino disturbios internos y enfrentamientos.
Después de eso, Irán quedará dividido.
Mientras tanto, las previsiones de los observadores rusos más pesimistas parecen confirmarse. En el lado iraní, miles de personas han salido a las calles para pedir al régimen que responda, algo que está condenado a hacer si quiere mantener su credibilidad en la región y que ya está haciendo desde el 13 de junio.
Rusia tiene motivos para preocuparse por esta visión del futuro.
Moscú tendría mucho que perder en caso de un cambio real de régimen en Irán.
Guillaume Lancereau
En primer lugar, una escalada militar en Irán podría desestabilizar profundamente el país y generar un flujo de refugiados, al menos una parte de los cuales intentaría llegar a Rusia, donde los discursos xenófobos y antimigrantes están tomando en los últimos meses un cariz similar al de los gobiernos más radicales de extrema derecha, a pesar de las declaraciones de Vladimir Putin sobre el carácter multiétnico y plurinacional del país.
En segundo lugar, la perspectiva de una guerra civil o de la desintegración del régimen crearía una inestabilidad que podría concluir con el cese de todos los programas de cooperación con Irán en los que Rusia ha invertido masivamente en los últimos años y aún recientemente.En resumen, Moscú tendría mucho que perder en caso de un cambio real de régimen en Irán. Las próximas semanas serán una oportunidad para ver cómo reacciona Vladimir Putin cuando otros países aplican en su contra una técnica putinista, teorizada por Vladislav Surkov: instigar, difundir y mantener la confusión y la incertidumbre entre sus enemigos.