Desde 1945, el orden multilateral se esfuerza por resolver un dilema fundamental: cómo incitar a naciones libres e independientes a asociarse para preservar bienes comunes —como la paz, la estabilidad financiera o el patrimonio cultural—. Esta misión fundacional sigue siendo actual. Pero el marco en el que se inscribe se ve hoy fuertemente cuestionado.

Mientras que los principales retos actuales —el cambio climático, la inteligencia artificial, la salud pública, la pérdida de biodiversidad, la prevención de conflictos y las migraciones internacionales— son de naturaleza transnacional y exigirían una acción conjunta, el orden multilateral se ve sometido a tensiones excepcionales. Las rivalidades geopolíticas se intensifican, las sociedades se dividen, el gasto militar aumenta y la ayuda al desarrollo disminuye.

De esta situación surge una paradoja determinante de nuestra época: mientras que la necesidad de cooperación mundial nunca ha sido tan grande, el compromiso con ella y la confianza en su capacidad para producir resultados están disminuyendo.

Pero para ser eficaz, este multilateralismo debe evolucionar, superar sus imperfecciones y comunicar mejor sus propios éxitos. 

Debe abrirse a los jóvenes, a la sociedad civil y velar por que los países del Sur tengan su lugar en la mesa de negociaciones, en pie de igualdad con los demás.

Algunas palabras parecen vacías hoy. Para devolverles su vitalidad y actualidad, es necesario traducirlas de nuevo.

En una fase crítica, el multilateralismo es una de ellas.

Una cuestión de eficacia

La crítica más frecuente que se dirige a las instituciones multilaterales es su aparente incapacidad para producir resultados tangibles que tengan un impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos.

Esta crítica no es infundada.

Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando a pesar de las cumbres anuales sobre el clima.

Las desigualdades se acentúan a pesar de décadas de objetivos mundiales en materia de desarrollo.

Las tensiones comerciales se intensifican bajo la mirada pasiva de la OMC.

Y las voces de los países del Sur global siguen sin ser escuchadas en un sistema que pretende ser universal.

Así planteado, el panorama no es muy alentador, pero tampoco es completo.

El multilateralismo puede tener un poder transformador cuando está arraigado en las realidades nacionales y adaptado a las necesidades locales. Cuando sus instituciones están dotadas de poder político y de una estrategia coherente, pueden actuar con una fuerza notable. También nos muestran lo que podría haber pasado si no existieran, y con demasiada frecuencia ignoramos los escenarios contrafactuales. 

Es cierto que su reacción suele ser insuficiente y tardía.

Pero esta contribución, aunque modesta, ha mejorado la vida de millones de personas y ha ayudado a evitar consecuencias que habrían sido mucho más perjudiciales.

La coordinación multilateral ha demostrado ser indispensable en momentos de crisis sistémica.

Durante la crisis financiera mundial de 2008, el G-20, elevado al nivel de los dirigentes y respaldado por la capacidad analítica y federadora de las instituciones internacionales, contribuyó a evitar el colapso de la economía mundial. El Grupo armonizó las medidas de reactivación, estabilizó los mercados y evitó una deriva hacia el proteccionismo.

Más allá de la gestión de crisis, el multilateralismo ha demostrado ser un catalizador de reformas políticas internacionales y nacionales.

La labor de la OCDE y del G-20 para combatir la evasión y la erosión fiscales ha permitido colmar las lagunas sistémicas explotadas por particulares y multinacionales, liberando así miles de millones de dólares de ingresos públicos en todos los continentes. En México, la reforma de las telecomunicaciones respaldada por la OCDE para reforzar la competencia ha permitido reducir los precios en un 70% y conectar a 50 millones de nuevos usuarios en sólo cuatro años. El compromiso adquirido por el G-20 en Brisbane de aumentar la participación de las mujeres en el mercado laboral se ha traducido tanto en una mayor autonomía como en beneficios económicos. 

Por otra parte, numerosas instituciones internacionales han desempeñado un papel esencial en la ampliación del acceso a la salud en países que, de otro modo, habrían quedado rezagados. Incluso durante la crisis de Covid-19, a pesar de las importantes deficiencias en materia de equidad en el acceso a las vacunas, el rápido desarrollo de estas y el control de la crisis han sido posibles gracias a una colaboración mundial reforzada.

Etel Adnan, «Tinteros con signos», 2015, © Adagp París 2025

En otras palabras, el multilateralismo ha demostrado su pertinencia cuando evoluciona al ritmo de los retos de nuestro tiempo y cuando la capacidad de establecer normas mundiales va acompañada de la capacidad operativa para responder a los retos políticos internacionales más urgentes y complejos.

La Recomendación de la UNESCO de 2021 sobre la ética de la inteligencia artificial es un ejemplo de ello.

Adoptada por unanimidad por 194 Estados miembros y ya aplicada en más de 70 países, no sólo se basa en principios éticos, sino que también ofrece orientaciones concretas, basadas en los derechos humanos y adaptadas a los contextos nacionales, culturales e institucionales, para abordar la regulación de una tecnología que está transformando rápidamente la condición humana.

En México, la reforma de las telecomunicaciones respaldada por la OCDE para reforzar la competencia ha permitido reducir los precios en un 70% y conectar a 50 millones de nuevos usuarios en sólo cuatro años.

GABRIELA RAMOS

Cada uno de estos ejemplos demuestra que el multilateralismo puede generar beneficios tangibles para la población, sin aparecer en los titulares de los periódicos.

Un renacimiento creíble basado en las tres «i» del éxito

Las instituciones multilaterales son como organismos vivos: se debilitan cuando se descuidan y prosperan cuando se respetan, se dotan de recursos suficientes y se les asigna un objetivo claro.

Su vitalidad y energía dependen de la atención y el compromiso que se les brinda. 

Todos los ejemplos de éxito mencionados anteriormente se explican por un liderazgo fuerte, una ambición convincente y un secretariado competente —que no sólo ha dirigido las operaciones clave, sino que también ha remodelado el funcionamiento de las instituciones—. Más aún, la clara convergencia y el apoyo de los Estados partes interesadas han sido decisivos.

Sin un compromiso claro por parte de los Estados miembros, que se traduzca en una financiación y una solidaridad adecuadas, las instituciones internacionales no pueden llegar muy lejos.

Este es otro reto importante: ¿cómo mantener la eficacia de las instituciones cuando los principales actores ya no se comprometen con el marco multilateral? El contexto actual, basado en el consenso y, a menudo, en la unanimidad, no parece ofrecer una respuesta satisfactoria. 

Aunque debemos aspirar a acuerdos universales, en momentos difíciles será fundamental promover un enfoque «de geometría variable», desarrollando coaliciones en torno a temas específicos para evitar el estancamiento. Estos resultados siempre podrán socializarse y extenderse a nivel universal cuando llegue el momento. Por el momento, no se debe impedir que los miembros comprometidos se beneficien de la acción colectiva, aunque no sea universal.

En momentos difíciles, será fundamental promover un enfoque «geométrico variable», desarrollando coaliciones en torno a temas específicos para evitar el estancamiento.

GABRIELA RAMOS

Como candidata de México al cargo de Directora General de la UNESCO, he reflexionado sobre cómo llevar a la organización a una nueva era de eficacia en este período particularmente difícil.

La UNESCO tiene un papel fundamental que desempeñar para tender puentes y acercar a los países.

A diferencia de las instituciones centradas principalmente en intereses transaccionales, su objetivo, que consiste en construir la paz a través de la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación, afecta a los fundamentos mismos de lo que significa pertenecer a una humanidad común. También permite el empoderamiento completo de las personas y la participación de un amplio grupo de actores de la sociedad civil y la juventud. En una época de polarización y fragmentación, la UNESCO es una de las pocas instituciones mundiales capaces de cultivar el sentido, la solidaridad y la convergencia ética más allá de las fronteras.

Para lograrlo, necesitaría lo que he denominado las tres «i» del éxito: impacto, inclusión e innovación.

He aquí algunas propuestas concretas para lograrlo, que también pueden servir de inspiración a otras instituciones.

El impacto como criterio de medición

El multilateralismo debería tener como objetivo producir resultados tangibles y perceptibles para todos. Con demasiada frecuencia, su éxito se mide todavía en función de las declaraciones, las conferencias organizadas o el número de actores implicados. 

Pero el verdadero criterio de medición es otro: ¿estamos mejorando el acceso a una educación de calidad? ¿Contribuimos a garantizar los derechos culturales y la cohesión social? ¿Influimos en las leyes, las inversiones y las políticas públicas para reducir las desigualdades y la discriminación y promover el desarrollo humano?

El impacto debe medirse en términos de mejora de las condiciones de vida gracias a los valores que defendemos y a las acciones que hacemos posibles.

Para tener impacto, es necesario reforzar los vínculos entre las decisiones a nivel multilateral y la implementación a nivel nacional. Esto implica alinear las recomendaciones mundiales con los ciclos políticos y los presupuestos nacionales, pero también reforzar las capacidades de seguimiento y evaluación, a fin de poder medir los progresos y adaptarse a las políticas que funcionan eficazmente. La medición del impacto debe centrarse en las capacidades de transformación, y no sólo en los insumos.

La medición del impacto debe centrarse en las capacidades de transformación, y no sólo en los insumos.

GABRIELA RAMOS

Pero el impacto también depende de los recursos.

Y en este punto, el desequilibrio es flagrante.

En 2023, la financiación mundial de la educación se enfrentó a un déficit de más de 100.000 millones de dólares. El presupuesto dedicado a la cultura en los países de bajos ingresos suele representar menos del 1% del gasto público. La brecha entre las ambiciones y los medios es real.

Para invertir esta tendencia, se necesita una arquitectura financiera más resiliente.

Esto implica diversificar las fuentes de financiación, a fin de evitar una dependencia excesiva de un puñado de contribuyentes, lo que podría limitar la capacidad de acción de las instituciones. También es necesario explorar instrumentos de financiación innovadores, como los bonos de impacto social para la educación y la cultura, siguiendo el modelo de los que ya funcionan en el ámbito del clima, y profundizar las alianzas entre los diferentes sectores: filantropía, bancos de desarrollo, instituciones de investigación y sector privado. El sector financiero se ha desarrollado considerablemente y la financiarización de nuestras economías puede ofrecer un espacio para orientar los flujos financieros hacia los bienes públicos.

Este enfoque requiere el compromiso activo del sector privado y una transformación estructural de los incentivos que rigen el sistema financiero. 

La cumbre del G7 en Biarritz ofreció un ejemplo claro de ello, con el lanzamiento de la iniciativa Business4InclusiveGrowth, que reúne a cuarenta grandes empresas comprometidas con medidas concretas para reducir las desigualdades. En conjunto, estas empresas representan 4,4 millones de empleados y generan más de un billón de dólares estadounidenses de facturación acumulada.

Lo mismo ocurre con las estructuras comerciales «purpose-driven» y los grupos de trabajo sobre transparencia financiera, en relación con el clima o las desigualdades.

Ahora debemos reunir a todos estos actores.

La inclusión como arquitectura

La inclusión no es sólo una cuestión de equidad. Es una condición de legitimidad, ya que el multilateralismo no puede ser creíble si no refleja la diversidad de aquellos a quienes sirve.

También es una cuestión de eficacia: las decisiones tomadas en círculos restringidos, alejados de las realidades locales, en particular en los países del Sur, corren el riesgo de pasar por alto los problemas que pretenden resolver. Al ampliar la mesa de negociaciones más allá de los Estados soberanos para incluir a las ciudades, los jóvenes, los pueblos indígenas y la sociedad civil, el multilateralismo ofrece también un marco más receptivo y dinámico para la cooperación mundial.

Más allá de la participación, la inclusión depende de las capacidades. 

Sin un acceso equitativo a los recursos, el debate mundial sigue estando sesgado. En 2023, más del 70% de la financiación cultural mundial procedía de instituciones de países de ingresos altos, mientras que las iniciativas comunitarias en favor del patrimonio en los países del Sur global seguían estando infrafinanciadas y desatendidas.

Al ampliar la mesa de negociaciones más allá de los Estados soberanos para incluir a las ciudades, los jóvenes, los pueblos indígenas y la sociedad civil, el multilateralismo ofrece un marco más receptivo y dinámico para la cooperación mundial.

GABRIELA RAMOS

Desde una perspectiva más profunda, la inclusión remite a la visión fundacional de la UNESCO: la paz comienza en la mente de las personas. 

La diversidad es una riqueza y la comprensión de las diferentes culturas es una fuerza.

En un mundo cada vez más amenazado por la homogeneización, en particular debido a la transformación digital, y en el que el éxito se mide en términos de PIB, nuestras estructuras de incentivos tienden a recompensar el individualismo y la competencia, definiéndonos ante todo como agentes económicos.

No es algo fundamentalmente malo, pero es una visión reduccionista de lo que significa ser humano. 

Debemos reconectar con la otra cara de la humanidad, la que es compasiva y se preocupa por los demás; volver a lo esencial y reconocer que tenemos necesidades relacionales y espirituales; volver a los valores y comportamientos fundamentales que permiten a las personas vivir juntas en paz y coexistir con el mundo natural, con humildad, pluralidad y respeto.

En última instancia, se necesitarían nuevos indicadores para repensar el valor en sí mismo, superando los modelos lineales y reduccionistas para abarcar la complejidad de los sistemas y la riqueza de la experiencia humana.

Situar la inclusión en el centro del multilateralismo también exige repensar los objetivos de la educación. 

Se trata, sin duda, de competencias y aptitudes que hay que adquirir, pero también de tolerancia, espíritu crítico, compromiso cívico y coexistencia pacífica, entre las personas y con la naturaleza. Debemos recuperar el objetivo más amplio de la educación, basado en nuestros valores universales.

Esta redefinición eleva la cultura a la categoría de herramienta para comprendernos y tomar conciencia. También reafirma el papel de la ciencia como fuente independiente de conocimiento que nos ayuda a explicar el mundo y a construir narrativas comunes que garanticen un progreso sólido para todos, basado en la ética. 

En resumen, necesitamos más compasión y menos competencia, centrarnos más en lo que nos une y menos en lo que nos divide.

Etel Adnan, «Signos», 2015. © Adagp París 2025

Innovación sin ilusiones

Para seguir siendo pertinente, la acción multilateral debe ayudar a las sociedades a orientarse en los grandes trastornos de nuestra época. 

La innovación, gracias a la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías, es sin duda portadora de enormes promesas —pero también de peligros—. Si se dejan a la inercia de los mercados o a las rivalidades geopolíticas, las tecnologías corren el riesgo de agravar las desigualdades, tanto a nivel internacional como nacional, y de erosionar los valores democráticos que sustentan las sociedades abiertas.

Además de la indispensable aplicación de medidas políticas y el establecimiento de normas, este enfoque implica pasar de un discurso tecnológico a un discurso social. 

Se trata de centrarse en las consecuencias y no sólo en los algoritmos. Hay que velar por que todo el mundo, y en particular los países del Sur global, se beneficien de las tecnologías. Si la humanidad ha tardado siglos en construir un marco universal para los derechos humanos, la transformación tecnológica debe reforzar esos marcos y no debilitarlos. 

Debemos pasar de una lógica de beneficio y competencia a una visión de una transición tecnológica al servicio de todos.

GABRIELA RAMOS

Esto toca a la inteligencia artificial, pero también a todas las tecnologías convergentes, las neurotecnologías, la biología sintética, la ingeniería climática y el impacto de la IA en la investigación. Alinear las tecnologías con resultados que garanticen la dignidad humana, la igualdad de género y la sostenibilidad medioambiental requiere cambiar la estructura de los incentivos, que debe pasar de una lógica de beneficio y competencia a una visión de una transición tecnológica al servicio de todos.

En esta época de crisis múltiples, no nos falta inteligencia, sino integración. 

La tarea que nos espera consiste en forjar una ciencia de la complejidad más humana, que refleje la interdependencia de las personas y los sistemas. Necesitamos disciplinas que dialoguen entre sí —y, por qué no, más filosofía y ciencias humanas—. 

La conferencia Albert Hirschman de la UNESCO, en la que participó el ganador del Premio Nobel Daron Acemoğlu, supuso un paso en esta dirección. Este debe ser el punto de partida de un esfuerzo más amplio: se trata de rehabilitar el liderazgo intelectual como función estratégica del multilateralismo y dotar al mundo de ideas lo suficientemente audaces como para responder a sus fracturas.

Recuperar juntos el futuro

Ahora más que nunca, necesitamos un multilateralismo que transforme el conocimiento en capacidades, las normas en programas de acción y la ética en hechos. Un multilateralismo que no pida a los países que elijan entre soberanía y solidaridad, sino que demuestre que ambas cosas pueden reforzarse mutuamente. Necesitamos que la UNESCO recupere el papel de brújula moral que inspiró su creación.

Debemos rehabilitar el liderazgo intelectual como función estratégica del multilateralismo y dotar al mundo de ideas lo suficientemente audaces como para responder a sus fracturas.

GABRIELA RAMOS

Porque la cooperación mundial sigue siendo, en última instancia, el instrumento más poderoso de que disponemos para hacer frente a las amenazas mundiales. Es con este espíritu pragmático, basado en principios y decididamente humano, que debemos trazar el camino a seguir.