Peter Thiel: «El Anticristo es un sistema» (segunda parte)
«El presidente de Estados Unidos puede ser un katechon, quizá una especie de Anticristo».
Tras una primera parte sobre el Armagedón, Peter Thiel desarrolla su teoría sobre el fin de los tiempos centrándose en lo que, en su opinión, es el problema más importante y tabú: la amenaza difusa del Anticristo.
Traducimos la segunda parte de su entrevista sobre el apocalipsis.
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- El Grand Continent •
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En la segunda parte de su entrevista —puedes leer la primera en este enlace—, Peter Thiel adopta una postura más abiertamente profética.
Afirma poner de relieve el dilema en el que se encuentra atrapada la humanidad contemporánea: «un mundo único o ninguno».
Según Thiel, los seres humanos se enfrentan a dos riesgos existenciales importantes.
Por un lado, el Armagedón: el fin del mundo provocado por una liberación incontrolada de las nuevas tecnologías y sus riesgos (armas nucleares, IA militarizada, pandemias, crisis climática, etc.). Estas amenazas ya son tangibles: basta con leer las noticias para encontrarse a diario con relatos de tono apocalíptico.
Por otro lado, existe una amenaza menos visible, pero igual de real: el Anticristo.
El argumento desarrollado por Thiel es bastante simple: aprovechando el miedo al apocalipsis tecnológico, una élite política podría intentar imponer un gobierno totalitario mundial en nombre de la paz y la seguridad. Este Estado mundial —el Anticristo—, presentado como la solución a todos los riesgos, no sería más que otra forma de esclavizar a los seres humanos a escala global.
Entre el monstruo de la autogobernanza y el de la autodestrucción, nos encontraríamos como Ulises entre Caribdis y Escila. Para salir de este callejón sin salida, Peter Thiel propone volver al mensaje bíblico, para revestirse con el manto de un nuevo profeta.
Si entiendo bien su punto de vista, Peter Thiel, usted sostiene: 1) que la profecía de un Anticristo sigue siendo válida, o al menos útil; 2) que sigue siendo nuestro «deber», según las palabras del cardenal Newman, estar atentos a las señales que podrían anunciarlo; 3) que este deber está hoy casi totalmente descuidado y olvidado. ¿Es eso correcto?
Sí. Hay mucho que decir sobre el Anticristo.
Creo que fue Ivan Illich quien dijo: antes de Jesucristo hubo muchos precursores de Cristo; después de Jesucristo habrá muchos precursores del Anticristo.
Se puede decir que el Anticristo es un «tipo».
Nerón era un tipo de Anticristo, Napoleón quizá también. Se trata de alguien que aspira al dominio mundial, con el objetivo de crear una especie de Estado mundial único. Alejandro Magno era un tipo de Anticristo precristiano. El paralelismo con Cristo es muy fuerte: ambos murieron a los 33 años; Alejandro conquistó el mundo, mientras que Cristo lo salvó; hay elementos tanto de comparación como de contraste.
Se puede considerar que el Anticristo, como idea, aparece realmente en el mundo después de Cristo. Hay muchas cosas misteriosas sobre él. El Anticristo imita a Cristo, pretende ser más grande que él. Al principio es hipercristiano y, al final, profundamente anticristiano.
También se puede ver al Anticristo como un sistema o una ideología, un poco como el comunismo, como un sistema mundial único. Por último, se puede pensar, como Newman, que se trata del dictador definitivo de un Estado mundial único, poniendo más énfasis en la personalidad.
El Anticristo es, por tanto, un sistema o un arquetipo.
Es una posibilidad que surge en el mundo poscristiano y que sigue vinculada a Cristo de una manera muy compleja. ¿Es posible ser demasiado cristiano? En teoría, no. Pero en la práctica, si te consideras más cristiano que Cristo, tienes un problema.
El Anticristo es un sistema.
Peter Thiel
Volvamos a nuestra época. Usted llama la atención sobre dos representaciones ficticias de un Anticristo, que datan de hace aproximadamente un siglo: el relato Breve historia del Anticristo, de Vladimir Soloviov, místico ruso del siglo XIX, y la novela El señor del mundo, escrita en 1905 por un sacerdote católico inglés, Robert Hugh Benson. En ambos relatos ficticios, el Anticristo aparece como un personaje carismático, una especie de superhombre. Soloviev escribe: «Había un hombre extraordinario, al que muchos llamaban superhombre. Creía en Dios, pero en el fondo de su alma se prefería a sí mismo». En Benson, el Anticristo también es descrito como un personaje carismático: se convierte en presidente de Europa y, luego, de manera misteriosa, es elegido presidente del mundo. Pero en estas dos historias ficticias, la trama presenta una falla: no se explica cómo esta figura extraña y carismática logra dominar el mundo. Usted dice que hoy, un siglo después de Soloviev y Benson, podríamos imaginar un mecanismo por el cual podría surgir una figura así.
Precisemos, de paso, que se trata de dos libros fantásticos. Yo prefiero el de Soloviev, pero los dos son formidables y es extraordinario ver cómo siguen resonando cien años después. Soloviev imagina los «Estados Unidos de Europa»: una especie de Unión Europea, un superestado. En Benson, el Anticristo es un senador socialista judío de Vermont, lo que me ha puesto un poco nervioso con respecto a Bernie Sanders.
No es el único que ha prestado atención a estas obras. Benedicto XVI mencionó en varias ocasiones que aprobaba el libro de Robert Hugh Benson, y el papa Francisco se ha referido a él en repetidas ocasiones. Dos papas, pues, y Peter Thiel.
Estos libros se acercan mucho a lo que es la gran literatura. Pero hay un fallo en la trama, es cierto: ¿cómo puede realmente llegar al poder este tipo de personalidad?
No es realmente un Deus Ex Machina, sino más bien un Demonium Ex Machina. Básicamente, el Anticristo se limita a pronunciar discursos hipnóticos, que nadie recuerda, y luego roba el alma de las personas que se someten a ese Estado totalitario.
Creo que si quisiéramos especular sobre cómo resolver esta deficiencia en la trama, encontraríamos una respuesta en el mundo posterior a 1945. A principios del siglo XX, la gente aún no temía las armas apocalípticas. No podían imaginar la magnitud que alcanzarían en la segunda mitad del siglo XX.
Les voy a mostrar algo.
One World or None (Un mundo o ninguno).
One World or None (1946) es un cortometraje documental, basado en el libro del mismo nombre, producido por el Comité Nacional de Información Atómica unos meses después de los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Puede considerarse la primera película que muestra el «miedo a la bomba». Durante la entrevista, se reproduce este fragmento de audio: «No hay ningún secreto: cuando un neutrón impacta, el átomo se divide. Los neutrones liberados dividen otros átomos, lo que produce energía atómica. ¿Utilizarán los pueblos del mundo esta energía para destruir o para mejorar la humanidad?».
Exactamente. Es un video de 1946 en el que todo —las imágenes, la tensión en la voz del narrador, la música de fondo— tiene como objetivo asustar. La elección es sencilla: o este mundo aterrador o un mundo único. He aquí una cita de hace solo unos años, extraída del artículo «The Vulnerable World Hypothesis» de Nick Bostrom, un filósofo muy de moda: «Para resolver los problemas que implican retos de coordinación internacional» —como las armas nucleares, las pandemias o las amenazas tecnológicas— «necesitamos una gobernanza mundial eficaz». Franklin D. Roosevelt concibió las Naciones Unidas para que sirvieran como parlamento mundial tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. No funcionó, pero quizás FDR simplemente se adelantó a su tiempo.
Por un lado, tenemos esta expresión muy laica «un mundo o ninguno», y por otro, esta cuestión excesivamente religiosa: «el Anticristo o el Armagedón».
¿Cuál es la diferencia entre ambas?
Mi tesis es la siguiente: en cierto modo, son lo mismo.
En Benson, el Anticristo es un senador socialista judío de Vermont, lo que me puso un poco nervioso con respecto a Bernie Sanders.
Peter Thiel
Si tuviera que encontrar una diferencia entre estas dos formas de plantear la cuestión, diría que el Anticristo o el Armagedón aparecen como dos opciones negativas. Esta forma de plantear la cuestión nos empuja a encontrar una tercera vía, y no simplemente a pasar de una a otra.
Por el contrario, la formulación «un solo mundo o ninguno» da la impresión de que se trata de posibilidades excluyentes, pero también exhaustivas: como no queremos que no haya mundo, queremos el mundo único.
Adrian Vermeule, profesor de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de Harvard, está a favor de un gobierno ampliado, en particular a escala continental, lo que supondría un paso hacia la gobernanza mundial. Según él, si el gobierno se basa en una cierta comprensión de la ética cristiana y se vela por que siga el principio de subsidiariedad —según el cual los problemas deben resolverse en la unidad más pequeña posible—, se puede lograr un gobierno ampliado y una coordinación internacional. ¿Le parece esto algo positivo?
No me convence este discurso.
Me sitúo más bien en el bando de Lord Acton, según el cual «el poder absoluto corrompe absolutamente».
Este gobierno ampliado sería un poder sin control, no habría oposición externa.
Sería una multitud inmensa, una burbuja inmensa…
Probablemente este sea un punto en el que la Biblia difiere de la racionalidad de la Ilustración: la racionalidad de la Ilustración cree en la sabiduría de las multitudes; la Biblia cree en su locura.
Un Estado mundial sería como una aglomeración global, en la que toda la humanidad se encerraría en sí misma. Estas intuiciones se acercan a las ideas sobre la naturaleza caída del hombre y el pecado original. Eso es lo que me preocupa de la idea de un Estado mundial único.
La subsidiariedad es buena en teoría. Pero en la práctica, el diablo está en los detalles. Si se absolutizan temas como el cambio climático o el control de las armas nucleares, todo ello se controlará en la cima de la jerarquía. Las decisiones sobre estos temas nunca las tomará la ciudad de Palo Alto, ni ningún otro nivel subsidiario.
La racionalidad de la Ilustración cree en la sabiduría de las masas; la Biblia cree en su locura.
Peter Thiel
Tengo una pregunta más prosaica: ¿cuáles serían las tasas impositivas marginales en un Estado mundial del que la gente no pudiera salir?
Sospecho que serían bastante altas. Sería como en la Alemania Oriental, pero sin la posibilidad de huir al Oeste.
Imaginemos que se puede viajar. Podrías mudarte a Texas o Florida y beneficiarte de una tipa impositiva sobre la renta del 0 %. Creo que entonces California los aumentaría. Y Estados Unidos también. Y el resultado de todo esto es bastante terrible.
Por supuesto, si seguimos el razonamiento de Bostrom, que usted mismo ha citado, se necesita un gobierno mundial eficaz y una policía mundial aún más eficaz.
En lo que respecta a la tecnología de la IA, habría que impedir que cualquiera pudiera programar IA.
Por lo tanto, habría que vigilar a cualquier persona que tocara un teclado, en cualquier lugar.
Se necesitaría algo bastante poderoso para controlar el mundo entero.
Esto nos lleva de vuelta al argumento que planteaba en la primera parte de esta conversación, según el cual, por primera vez en la historia, podemos realmente imaginar que los seres humanos destruyan el mundo. Además, ahora disponemos de los mecanismos que harían plausible la creación de un gigantesco Estado de vigilancia mundial.
Efectivamente, parece plausible. Volviendo a la falla en las tramas de las obras de Soloviev y Benson, creo que, tomadas por separado, ninguna de las dos parece muy deseable. ¿Por qué querríamos un Estado de vigilancia completamente loco? ¿Por qué haríamos eso?
Si tienes suficiente miedo a la idea del fin de los tiempos, es el arma ideal.
Mi tesis —especulativa— es que si el Anticristo llegara al poder, lo haría hablando sin cesar del Armagedón.
Peter Thiel: «El Anticristo hablará todo el tiempo del Armagedón. Asustará a la gente y luego les ofrecerá salvarlos».
Sí, es un eco de la primera epístola a los Tesalonicenses 5:3: el lema del Anticristo es «paz y seguridad».
No hay nada malo en querer paz y seguridad.
Pero hay que imaginar que esto suena muy diferente en un mundo en el que lo que está en juego es tan extremo, en el que la alternativa a la paz y la seguridad es el Armagedón y la destrucción de todo. En este sentido, la paz y la seguridad tienen mucha más importancia que en 1750.
Si el Anticristo llegara al poder, lo haría hablando sin cesar del Armagedón.
Peter Thiel
René Girard, en Je vois Satan tomber comme l’éclair (1999): «El Anticristo se jacta de traer a los seres humanos la paz y la tolerancia que el cristianismo prometió pero no supo ofrecer».
De hecho, creo que muchos de estos elementos provienen del cristianismo. Podemos pensar en el Sermón de la Montaña: «los pobres heredarán la tierra». La teoría marxista también se basa en la idea de que nos volveremos más cristianos, que aceleraremos y llegaremos más rápidamente a esa situación.
El Anticristo probablemente se presenta como un gran humanitario. Es redistributivo. Es un filántropo extremadamente generoso, un partidario del «altruismo efectivo»… Sus posiciones no son simplemente anticristianas: siempre que se asocian demasiado con el poder del Estado es cuando se vuelven problemáticas.
Sin embargo, existen medios por los que Cristo quiere unificar el mundo.
Está bien actuar como el buen samaritano, pero si obligas a todo el mundo a ser un buen samaritano e impones un mundo sin fronteras, te acercas a la idea de hacer el bien, pero provocas todo lo contrario.
A veces hace referencia a la historia de Caribdis y Escila: Ulises está de regreso a casa y debe navegar entre dos monstruos marinos: Escila es un monstruo de seis cabezas que devora a los marineros, y Caribdis es un remolino que engulle barcos enteros antes de escupirlos. En cierto modo, representan las dos caras de un dilema. Lo cito: «Todo el mundo se preocupa por la Escila del Armagedón»: las armas nucleares, las pandemias, la IA. «No nos preocupamos lo suficiente por la Caribdis de un gobierno mundial, el Anticristo». Explíquenoslo.
Me parece bastante obvio.
Si piensan en las palabras que hemos utilizado desde el principio de esta conversación, queda claro que el Armagedón no es un tema tabú. Se puede hablar de ello simplemente haciendo referencia a los periódicos.
Caminamos con los ojos cerrados hacia el Armagedón, quizá no en Ucrania o en Medio Oriente, sino más bien con Taiwán y China.
El Anticristo probablemente se presente como un gran humanitario.
Peter Thiel
Todo el mundo es consciente de esta amenaza.
Por lo tanto, puede utilizar la palabra «Armagedón». El uso puede ser literal o metafórico, pero es totalmente aceptable. Esto le demuestra que no es un tema tabú.
Sin embargo, si menciona al Anticristo, la gente reacciona más bien así: «¿De qué planeta vienes?».
De ello deduzco que los riesgos existenciales son muy selectivos y que los temores sobre un gobierno mundial único se minimizan porque se presenta como la solución a los demás riesgos. La supuesta solución a la que me refiero es la autogobernanza, es decir, un mundo de seres humanos políticamente ateos que se gobiernan a sí mismos.
La solución al Armagedón es la que propone Bostrom: un gobierno mundial eficaz, con una policía extremadamente eficaz, para impedir el desarrollo de tecnologías peligrosas y obligar a la gente a no tener opiniones demasiado diversas, ya que es esa diversidad la que empujaría a algunos científicos a impulsar tecnologías que no deberían desarrollar.
Estamos tan acostumbrados a la solución del Anticristo que no nos preocupa. El Anticristo se presenta como la solución a todos los demás problemas. Creo que deberíamos preocuparnos por ambos: el Anticristo y el Armagedón.
Pero si tuviéramos que establecer un orden de prioridades, habría que centrarse ante todo en el Anticristo, porque nadie se preocupa por él.
No sé hasta qué punto hay que tomarlos al pie de la letra, pero en los relatos bíblicos, el Anticristo viene primero, quizá porque la gente tiene más miedo al Armagedón que al Anticristo. Este Estado mundial único no funciona y todo sigue descarrilándose. Puede surgir un increíble gobierno comunista, pero la IA se descontrola y entonces llegamos realmente al Armagedón, aunque es el Anticristo quien viene primero.
Estamos tan acostumbrados a la solución del Anticristo que no nos preocupa.
Peter Thiel
Usted cree que hay tres posibilidades en este contexto: 1) poner fin a la globalización y al comercio mundial, pero esto provocaría una caída espectacular, incluso inimaginable, del nivel de vida; 2) permitir que la globalización continúe sin obstáculos, pero esto probablemente conduciría a un gobierno mundial; 3) permitir que la globalización continúe, pero solo de una manera aceptable, beneficiosa y saludable, limitándola y asegurándose de que nunca sustituya a los Estados-nación. Usted dice: «Nuestra única oportunidad de lograr una globalización positiva es ser críticos con ella, reconocer lo estrecho del camino a seguir».
Es difícil imaginar cómo podrían funcionar las cosas si lleváramos a cabo una verdadera desglobalización.
Si volviéramos a un mundo completamente compartimentado, sin comercio, sin circulación de ideas entre las diferentes partes del mundo.
Elimine internet y el transporte marítimo por contenedores, ¡y ahí lo tiene!
Es más fácil decirlo que hacerlo. De hecho, es casi imposible. Precisamente porque no podemos dar marcha atrás en toda la globalización, nos encontramos con lo que yo llamo el síndrome de Estocolmo.
¿Es la globalización más beneficiosa que perjudicial? ¿Se trata simplemente de un sistema corrupto en el que Corea del Norte exporta plutonio y billetes falsos de 100 dólares e importa prostitutas suecas y whisky?
Si cree que la globalización es inevitable, tiene una visión demasiado panglosiana de ella. Esa es, por cierto, la crítica que dirijo a Fukuyama, Clinton, Bush o la OMC.
Se trata del nuevo orden mundial y del libre comercio.
Siempre se ha presentado de forma abstracta: se decía que «todo se arreglará solo» o que «todo acabará saliendo bien».
Pero hay que tener siempre presente que existen muchas formas negativas de globalización. Nuestra única oportunidad de lograr una globalización positiva es tomar conciencia de lo difícil que es conseguirla.
Quizás deberíamos celebrar acuerdos comerciales.
Pero, en ese caso, esos acuerdos siempre deberían ser negociados por personas que no crean en el libre comercio. Alguien que cree en el libre comercio pensará que no hay que prestar atención a los detalles, que todo acabará saliendo bien. Para negociar bien, siempre habría que tener a tu lado a alguien que no lo creyera profundamente y que se obstinara en conseguir todo tipo de condiciones. Así es como podríamos salir adelante.
Hemos tenido diferentes versiones de esta creencia. Estuvo la extraña «Chimérica», esa fusión mítica entre China y Estados Unidos, que duró unos 28 años, desde Bush hasta Obama, de 1988 a 2016. No queremos entrar en una guerra nuclear con China, pero la gestión de la relación es muy complicada. Las intuiciones panglosianas de que todo se arreglará automáticamente probablemente no sean suficientes.
Quizás deberíamos firmar acuerdos comerciales. Pero en ese caso, esos acuerdos siempre deberían ser negociados por personas que no crean en el libre comercio.
Peter Thiel
Me gusta mucho citar el libro The Great Illusion (1910) de Norman Angell. La tesis es la siguiente: dado que el mundo está conectado por el comercio y las finanzas, no puede haber una guerra mundial, porque destruiría más de lo que crearía. Este libro fue un gran éxito de ventas cuando se publicó en 1910; de hecho, Angell recibió el Premio Nobel de la Paz por este libro en 1933, a pesar de que se había equivocado tan espectacularmente.
Una de las frases del libro decía: «La guerra entre Gran Bretaña y Alemania tiene tanto sentido como la invasión de Hertfordshire, el condado vecino de Londres, por parte de Londres». La bolsa se derrumbaría, todo el mundo saldría perdiendo… Sin embargo, eso es exactamente lo que ocurrió.
Una globalización superficial y simplista no puede funcionar. Debemos plantearnos sin descanso preguntas difíciles al respecto. Debemos encontrar la manera de hablar de las nuevas tecnologías y sus peligros.
Pero, en cierto sentido, sería aún más peligroso no utilizar la tecnología y vivir en una sociedad sin crecimiento. Si siguiéramos al pie de la letra al Club de Roma y sus límites al crecimiento, nos encontraríamos con un programa totalmente ludita que, en mi opinión, acabaría muy mal en el plano político.
Sería una horrible sociedad malthusiana, en la que todos saldrían perdiendo. Conduciría a una forma de gobierno más autocrática y totalitaria, porque el pastel no crecería y la gente sería mucho más mala.
Sería aún más peligroso no utilizar la tecnología y vivir en una sociedad en la que no hubiera crecimiento.
Peter Thiel
Usted afirma que deberíamos apoyar a los candidatos que dan prioridad a Estados Unidos, a los que se muestran escépticos ante el libre comercio. Esto parece inclinarse hacia un lado del espectro político. ¿Es así? ¿O se refiere específicamente a las universidades, al pedir un debate renovado sobre los peligros a los que nos enfrentamos hoy en día y a los que la humanidad nunca se ha enfrentado antes?
Mi primera respuesta a este tipo de preguntas es siempre la misma: ante todo, hay que reflexionar muy seriamente sobre estos temas.
Hay que plantear las preguntas que no se plantean.
Quizás mi modo de formular estas preguntas es demasiado dramática, pero si es lo que hace falta para que nos las planteemos, es mejor que quedarnos atrapados en un juego extraño y ridículo al estilo de «Groundhog Day».
Considero que las cuestiones políticas son muy importantes porque pueden suceder muchas cosas descabelladas. Es difícil evaluar cuál de los candidatos es el mejor, pero no se trata solo del precio de los huevos, las tasas de inflación marginales u otras cosas por el estilo.
La entrevista se realizó justo antes de la elección de Donald Trump. Aunque no mostró un apoyo tan explícito como en 2016 al candidato republicano, Thiel ejerce una influencia difusa pero importante en la administración de Trump.
Se trata de preservar la libertad en Estados Unidos y no caer en el Armagedón.
Tengo que confesarle algo. Cuando empezó a hablar de Caribdis y Escila, no entendí su enfoque. Pensé: «Peter siendo Peter. Le encanta construir modelos intelectuales. Tiene una mente que va en esa dirección: Hegel, Weber, Strauss». La realidad es secundaria, y lo que realmente importa aquí es el modelo intelectual, porque lo aprecia por sí mismo. Entonces me topé con este pasaje de nuestro viejo amigo René Girard, en 2009: «Cuanto más probable se vuelve el apocalipsis, menos se habla de él. Por lo tanto, debemos despertar nuestras conciencias adormecidas». Me dije: esto no es un juego para Peter Thiel: es algo serio. Ve preguntas que deben plantearse y que no se plantean, y trata de despertar nuestras conciencias adormecidas. ¿Acepta este cumplido?
Lo acepto.
Lo cito: «Lo que espero recuperar es el sentido de lo que está en juego, la urgencia de la cuestión. Hay mucho en juego. Me parece muy peligroso que hayamos llegado a un punto en el que tan poca gente se preocupe por el Anticristo».
Sí, y por todas las razones que hemos mencionado.
Tengo entendido que tiene pensado escribir un libro sobre este tema, pero que aún no lo ha hecho. Todavía está debatiéndolo con pequeños grupos de personas y ha dado una serie de conferencias sobre el tema. ¿Cuáles han sido las reacciones?
La gente necesita tiempo para asimilar el tema. Pero cuando lo entienden, se interesan mucho.
Hay cierta angustia. La gente ve que algo no va del todo bien. Pero el objetivo no es ser derrotista. Se trata simplemente de proyectarse hacia el futuro. El objetivo es empezar a pensar en lo que se puede hacer, en las opciones que se nos ofrecen.
«Anticristo o Armagedón»: en este contexto, podemos plantearnos una tercera vía. «Un mundo o ninguno»: es bastante difícil imaginar una tercera vía.
Ahí es donde el lenguaje bíblico, que parece más descabellado, es en realidad más esperanzador.
«Un solo mundo o ninguno»: estas son las dos opciones que se le presentan si es usted un ateo político. Podemos elegir entre el autogobierno humano y la autodestrucción humana. Es una elección entre dos males increíbles.
No soy calvinista.
No creo que estas cosas estén determinadas o predestinadas. Sigo creyendo que hay un lugar para la acción humana para dar forma a la historia. El primer paso es simplemente no esconder la cabeza en la arena.
Estados Unidos es el punto cero de la globalización y el punto cero de la resistencia a la mala globalización.
Peter Thiel
He aquí dos citas sobre Estados Unidos. La primera es de Ronald Reagan: «Siempre he creído que, según un plan divino, esta nación fue colocada entre dos océanos para ser buscada y encontrada por aquellos que poseen un valor y un amor por la libertad especiales». ¿Podría ser que Estados Unidos sea en sí mismo un katechon, una fuerza que, con su poderío económico y militar, y el ejemplo que da al mundo, contiene el caos? Me gustaría creerlo: entre usted y yo no hay mucha diferencia de edad, ambos crecimos en la época en que el país aún funcionaba bajo el mandato de Reagan. La segunda es de Peter Thiel: «Estados Unidos es un candidato obvio para el Anticristo». Responda sin romperme el corazón, por favor.
Creo que Estados Unidos es un candidato ideal tanto para el katechon como para el Anticristo.
La democracia cristiana era katechóntica. En la historia de la Guerra Fría, de 1949 a 1989, creo que el anticomunismo era la ideología supranacional que se oponía al Estado mundial único del comunismo.
Es muy especulativo, pero si se piensa que el Estado mundial único es una potencia militar, económica y financiera, además de ideológica, siempre existe una vía natural —si las cosas se tuercen en Estados Unidos— que conduciría a la realización de la visión de FDR, en la que el mundo está gobernado por los partidarios del New Deal. Por lo tanto, Estados Unidos es el grado cero de la globalización y el grado cero de la resistencia a la mala globalización. Somos ambas cosas a la vez.
Por eso la política estadounidense es tan importante.
El presidente de Estados Unidos puede ser un katechon, puede ser una especie de Anticristo, pero las elecciones presidenciales son importantes en cualquier caso.
En cuanto al presidente de Europa, las elecciones no importan. No digo que siempre será así, pero sin duda es cierto para la segunda mitad del siglo XX y aún hoy.
René Girard, también en 2009, escribía: «Para que el apocalipsis sea completamente bueno y nada amenazador, basta con que los hombres adopten el comportamiento recomendado por Cristo». El propio René terminó su vida como un católico muy ferviente. ¿Ha tenido esta análisis algún efecto en su propia vida religiosa? ¿O es una especie de escapatoria decir: «todo lo que tenemos que hacer es practicar la santidad personal lo mejor que podamos»?
Girard siempre decía que basta con ir a la iglesia, ¡y yo intento ir a la iglesia!
Al mismo tiempo, también creo que hay una dimensión política o social. Quizás sea porque no soy tan santo como debería, pero sigo pensando que quiero intentar ambas cosas: lo personal y lo político.
Creo que la Madre Teresa fue una santa más grande que Constantino, pero una parte de mí prefiere el cristianismo de Constantino.
Todavía necesitamos algo así hoy en día.
Creo que Estados Unidos es un candidato ideal tanto para el katechon como para el Anticristo.
Peter Thiel
El libro del Apocalipsis es realmente aterrador: hay epidemias, bestias terribles, el fin del mundo. Pero al principio de la visión descrita por San Juan, podemos leer: «Me volví para ver quién me hablaba. Al volverme, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros, a uno que parecía un Hijo de hombre, vestido con una túnica larga, con un cinturón de oro a la altura del pecho; su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve, y sus ojos como llama de fuego; sus pies parecían de bronce bruñido en un horno, y su voz era como el estruendo de muchas aguas; en su mano derecha tenía siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos. Su rostro resplandecía como el sol en su fuerza. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto, pero él puso su mano derecha sobre mí y dijo: «No temas. Yo soy el Primero y el Último, el Viviente: estuve muerto, y ahora vivo por los siglos de los siglos». ¿Qué debemos hacer con esto? «No temas»: usted ha mencionado este concepto varias veces. Es una orden del mismo Cristo, que los cristianos deben tomarse muy en serio, pero se podría interpretar fácilmente como una especie de «Todo irá bien. No tenemos que hacer nada. No está en nuestras manos». Este es siempre el problema cuando se trata de entender la historia: ¿qué margen de maniobra tenemos realmente?
Esto empieza a superar con creces mis competencias teológicas. Pero creo que tiene sentido.
Al final, Dios lo arreglará todo, independientemente de las malas decisiones que tomemos.
Al mismo tiempo, no estoy seguro de que siempre debamos ver las cosas desde el punto de vista de Dios.
Desde el punto de vista humano, la acción humana es muy importante.
Permítanme citarlo una última vez: «Quizás la gente reflexiona mucho más sobre estas cuestiones de lo que aparenta». ¿Qué le dirían a un joven brillante, de unos veinte años, que reflexiona sobre estas cuestiones? ¿Qué debería leer un joven estadounidense? ¿Qué consejos darían para llevar una buena vida cuando creemos que estamos viviendo el fin de los tiempos?
Si ir a la iglesia es demasiado difícil, diría que es importante intentar encontrar una forma de integrar la vida en un todo más amplio.
No somos más que fragmentos, y se trata de conectar lo que creemos que está pasando en nuestra vida con la historia, con nuestra sociedad. Tenemos que deshacernos de alguna manera de esta incoherencia posmoderna que nos transmite la televisión.
En cierto modo, plantear estas preguntas es una forma de intentar conseguir una mayor integración. Tenemos que reunir las cosas de alguna manera. Es lo que el universo espera de nosotros.
Después de años de deconstrucción, en el fondo está llamando a un acto de reconstrucción.
Sí, puede que no suceda, dado el culto progresista que impera en las universidades.
Pero, aun así, es un buen momento para la reconstrucción.