En 1805, el caricaturista inglés James Gillray publicaba una famosa caricatura titulada The Plumb-pudding in danger; — or — State Epicures taking un Petit Souper. El dibujo representa al primer ministro británico, William Pitt, y al emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte, sentados a una mesa compartiendo un enorme pudín de ciruelas en forma de globo. El primer ministro Pitt sostiene firmemente la mitad occidental con un tridente y se corta limpiamente la parte del Nuevo Mundo. El emperador, por su parte, parece satisfecho de cortarse una porción que incluye toda Europa al este de las Islas Británicas.

Es una caricatura ante la que ningún ucraniano, ni ningún europeo, puede permanecer indiferente en febrero de 2025.

La semana pasada, el presidente estadounidense Donald Trump anunció que había hablado por teléfono durante casi una hora y media con el presidente ruso Vladimir Putin. Hablaron, entre otras cosas, del fin de la guerra en Ucrania. El mismo día, en Bruselas, el nuevo secretario de Defensa de Donald Trump calificó públicamente de «irrealistas» las principales condiciones que Ucrania podría exigir en el marco de una solución negociada del conflicto. Se trata, en particular, de la restitución de los territorios ucranianos ocupados por las fuerzas rusas y de sólidas garantías de seguridad, incluido el ingreso en la OTAN, o al menos la participación activa de los Estados Unidos, para asegurarse de que Rusia no intente repetir la experiencia una vez que su ejército haya tenido tiempo de reagruparse y rearmarse. Es inconcebible que estas evaluaciones de las «irrealistas» condiciones de paz de Ucrania no se hayan compartido con Vladimir Putin en una conversación telefónica de 90 minutos.

Posteriormente se supo que Putin y Trump tenían previsto reunirse en Arabia Saudí sin la presencia de Ucrania y de representantes de los aliados europeos de Kiev para acordar las condiciones del acuerdo de paz. Tras la reunión entre Marco Rubio y Serguéi Lavrov el 18 de febrero en Riad, hay muchas probabilidades de que tal encuentro permita a los dos participantes llegar a un acuerdo. Las posibilidades de llegar a un «deal» suelen ser mejores cuando se conceden al adversario sus principales peticiones incluso antes de que comiencen las negociaciones.

Todo esto recuerda de manera inquietante a la geopolítica del siglo XIX. Las grandes potencias, o los «grandes hombres», se sientan alrededor de una mesa, sobre un mapa, y se reparten los territorios y las esferas de influencia con el bolígrafo en la mano, sin tener en cuenta —o muy poco— la opinión de quienes viven allí.

Para Ucrania, el peor de los escenarios, o al menos uno de los peores, podría desarrollarse de la siguiente manera:

  • Putin y Trump acuerdan que Rusia mantenga o amplíe sus ganancias territoriales en Ucrania y deje al resto de una Ucrania independiente sin garantía de una seguridad estadounidense sólida. 
  • Las autoridades ucranianas deberían entonces: o aceptar estas condiciones sin pestañear; o arriesgarse a que Donald Trump las considere desagradecidas. Pero en el segundo caso, la sanción por rechazar un acuerdo negociado por el propio Donald Trump podría traducirse simplemente en el fin del apoyo financiero estadounidense. 

Esto plantearía dos problemas a los aliados europeos de Ucrania:

  • En primer lugar, ¿están dispuestos a proporcionar a Ucrania garantías de seguridad sin la participación de Estados Unidos, lo que, de activarse, podría convertirlos en co-beligerantes en una guerra con el segundo arsenal nuclear más grande del mundo?
  • En segundo lugar, ¿están dispuestos a proporcionar a Ucrania, de nuevo sin el apoyo de Washington, los fondos necesarios para seguir resistiendo la invasión rusa en lugar de capitular ante una resolución desfavorable del conflicto?

Por supuesto, los acontecimientos podrían no desarrollarse de esta manera.

Putin podría presentarse en la mesa de negociaciones en Arabia Saudí con exigencias adicionales —como la retirada de todas las tropas de la OTAN de Europa del Este— que incluso Trump  tendría dificultades para aceptar. Otra posibilidad: la repercusión política en Estados Unidos de abandonar a un aliado estadounidense «el tiempo que sea necesario» podría resultar demasiado  incómoda, incluso bajo esta administración. 

Dicho esto, los acontecimientos podrían también desarrollarse de esta manera.

Ante estos espectaculares cambios en la política estadounidense, los aliados de Ucrania no pueden quedarse como conejos paralizados por la luz de los faros. Se podría tomar rápidamente una medida para mitigar la amenaza estadounidense de retirar la ayuda financiera si Ucrania no se somete a condiciones de pago inaceptables: utilizar los activos rusos congelados desde 2022 para respaldar una línea de crédito en beneficio de Kiev. El año pasado se lanzó una propuesta en este sentido, bautizada como «préstamo de reparación» 1.

El mecanismo jurídico que la sustenta es muy sencillo. Los países que poseen activos rusos congelados prestarían hasta 300.000 millones de dólares a Ucrania, garantizados por el compromiso de Kiev de reclamar a Rusia una indemnización por los daños causados por la invasión. Esta demanda, legalmente, es incuestionable. Esto colocaría a estos países en una posición en la que tienen una deuda con Rusia (la demanda de indemnización heredada de Ucrania) que corresponde exactamente a su deuda con Rusia (los activos congelados), el equilibrio de este mecanismo se basa en la compensación de las deudas recíprocas.

Para los aliados de Ucrania, esta opción presentaría las siguientes ventajas: 

  • Se mantendría la financiación de Ucrania incluso en caso de retirada del apoyo estadounidense.
  • Esta financiación no procedería de los contribuyentes de los países aliados, sino, indirectamente, de los contribuyentes rusos.
  • Con una fuente de financiación segura, no sujeta a los caprichos de los políticos estadounidenses, Ucrania recuperaría un peso considerable en el proceso de paz. Las preocupaciones que parecen haber provocado la parálisis de los países europeos que poseen los activos congelados —vagas preocupaciones sobre el derecho internacional y el posible daño a la reputación de la Unión como garante de la seguridad de los activos de Estados extranjeros— parecen insignificantes en comparación con el riesgo de que un país europeo se vea obligado a ceder tanto su territorio como su independencia política a un vecino poseedor de armas nucleares.
  • Los aliados de Ucrania tendrían un privilegio sobre los activos congelados de Rusia y una garantía sobre la demanda de reparación de Ucrania contra Rusia. En otras palabras: la implementación de tal mecanismo garantizaría que nadie en la mesa de negociaciones pueda ceder sobre los activos o la demanda de reparación sin el consentimiento de estos países.
  • Por último, esto demostraría que Europa todavía tiene cartas muy fuertes en la mano —y que está dispuesta a jugarlas—.
Notas al pie
  1. Hugo Dixon, Lee Buchheit y Daleep Singh, Ukrainian Reparation Loan : How it Would Work, 20 février 2024. SSRN : https://ssrn.com/abstract=4733340/