Desde hace un poco más de diez años, la Unión Europea se ha quedado dormida frente al panel de control. Ha ignorado todas las luces que parpadeaban. Las redes sociales estadounidenses, las plataformas chinas y las hordas de troles rusos han socavado nuestras democracias y causado estragos en nuestros sistemas políticos. Desde el Brexit, el proyecto europeo ha sido objeto de una ofensiva digital masiva, apoyada por actores estatales y empresas extranjeras.

Así como el control de Vladimir Putin sobre el suministro energético de Europa ha puesto de manifiesto nuestras vulnerabilidades, el dominio de Elon Musk en la esfera pública digital de Europa pone de manifiesto una dependencia excesiva de infraestructuras críticas extranjeras que no se corresponden con los valores europeos. El influjo de Musk va más allá. Ahora se despliega a través de la promoción de ideas políticas que se hacen eco de algunos de los capítulos más oscuros de la historia europea. Estos dos extremos subrayan la urgencia de que Europa recupere su soberanía, ya sea sobre su energía o sobre su ecosistema digital.

Cuando Putin aprovechó la dependencia de Europa del gas ruso, el continente se vio obligado a afrontar los peligros de la dependencia de actores externos para obtener recursos esenciales. Musk refleja esta dinámica en el ámbito digital. Bajo el pretexto de la «libertad de expresión», ha transformado X en un terreno propicio para el extremismo, la desinformación y la polarización, al tiempo que obtiene enormes beneficios de los usuarios europeos y sus datos. Sin embargo, en lugar de boicotear o desentendernos de X, seguimos utilizándolo y financiándolo. Es un acto peligroso de autolesión —o incluso peor—.

Así como el control de Vladimir Putin sobre el suministro energético de Europa ha puesto de manifiesto nuestras vulnerabilidades, el dominio de Elon Musk en la esfera pública digital de Europa pone de manifiesto una dependencia excesiva de infraestructuras críticas extranjeras.

André Wilkens

Las acciones de Musk erosionan deliberadamente la confianza de la sociedad y desestabilizan el discurso público, lo que supone un riesgo sistémico para la democracia europea. 

No se trata sólo de un problema comercial, sino de una amenaza existencial para el modelo de gobernanza cooperativa de Europa. Al igual que la crisis energética, esta dependencia digital exige una respuesta urgente y coordinada.

Durante demasiado tiempo, Europa se ha basado en la creencia de que los peligros de las redes sociales podían abordarse principalmente a través de la regulación. Si bien es cierto que es importante contar con normas sólidas, Europa debe centrar su programa de regulación en cuestiones como la interoperabilidad obligatoria entre las plataformas digitales, lo que implica, en particular, poder migrar de una a otra con un sólo clic. Pero estas disposiciones legales, por bien redactadas que estén, no pueden por sí solas restaurar la democracia. 

No se gana una guerra mediante la regulación.

Frente a la tentación imperial de X, Europa debe proponer E, su propia red: un ecosistema digital resiliente, basado en valores y al servicio del interés público europeo.

Inspirado en Airbus, que ha establecido la independencia del continente en el campo de la aviación gracias al intercambio de recursos y conocimientos, un programa europeo para el espacio digital podría lograr un éxito similar fomentando la innovación, dando prioridad al interés público y unificando la infraestructura digital. Esta iniciativa fomentaría la innovación al tiempo que protegería la democracia de las manipulaciones externas.

No se gana una guerra mediante la regulación.

André Wilkens

La financiación de un programa de este tipo podría provenir de gravámenes a gigantes tecnológicos no europeos como Facebook, Meta, Google y TikTok. Estas empresas se han beneficiado enormemente de los usuarios europeos, al tiempo que han contribuido poco al ecosistema que explotan —o incluso lo han perjudicado—. Reinvertir estos fondos en una infraestructura digital europea no sólo sería justo, sino esencial.

La respuesta de Europa a la extorsión energética de Putin llegó demasiado tarde, pero funcionó.

Desde la guerra de Rusia contra Ucrania, Europa ha reducido su dependencia del petróleo y el gas rusos, ha diversificado sus fuentes de energía y ha adoptado tecnologías renovables. 

De la misma manera, la desestabilización del espacio digital liderada por Musk debería incitar a Europa a recuperar su soberanía digital. 

No se trata sólo de rechazar el control externo; se trata de construir algo diferente, algo mejor —una esfera pública digital que encarne el compromiso de Europa con valores compartidos, que salve las brechas nacionales y que promueva una identidad colectiva europea—.

Nam June Paik, 108 Torments, 1998.

Este objetivo pasa por varias etapas, que son capítulos de nuestra «declaración de independencia digital» y que deberían aplicarse de manera concreta:

  • Hacer obligatorias la interoperabilidad y la migración de plataformas para desmantelar las estructuras monopolísticas y cultivar alternativas europeas competitivas.
  • Crear un fondo de inversión digital de 100.000 millones de euros para apoyar el desarrollo de plataformas tecnológicas europeas.
  • Realizar adquisiciones estratégicas para evitar adquisiciones hostiles y reforzar el control europeo sobre las infraestructuras digitales.
  • Desarrollar una identidad digital europea que garantice una alternativa segura y democrática a las plataformas dominantes.
  • Reforzar la I+D en sectores digitales clave como la IA, el cloud computing y la ciberseguridad para mejorar la competitividad europea.

Una iniciativa de soberanía digital bien financiada podría incluso ir más allá y financiar la adquisición de las operaciones europeas de X y TikTok, garantizando así que estas plataformas funcionen de acuerdo con los valores y modelos de gobernanza europeos.

Europa siempre ha sabido transformar las crisis en oportunidades, forjando una mayor unidad y progreso a través de la adversidad. El actual campo de batalla digital ofrece otro momento de este tipo. 

Al invertir en su ecosistema digital, Europa puede transformar la crisis provocada por Musk en una oportunidad para la innovación, la resiliencia democrática y la soberanía renovada.

Es un momento decisivo para los responsables políticos europeos y para los ciudadanos. Es hora de actuar: la soberanía digital de Europa no es un lujo —es una necesidad para el futuro de la democracia y la estabilidad geopolítica—.