Desde la aceleración reaccionaria en los Estados Unidos de Trump hasta el ascenso del revisionismo de la AfD en Alemania, respaldada por Elon Musk, la extrema derecha está en marcha. La Historia nunca se repite, pero siempre nos beneficiamos de estudiarla, y de estudiar a estas figuras intelectuales que vivieron en «un mundo grande y terrible» (Antonio Gramsci), a menudo arriesgando sus vidas, construyendo obras que todavía pueden iluminarnos. Para recibir nuevos episodios de esta serie por correo electrónico, suscríbete aquí
Antonio Gramsci está en todas partes. Vivió (1891-1937) en «un mundo grande y terrible», según la expresión que repetía con frecuencia y que tomó prestada de Kim, de Rudyard Kipling. El fascismo formó parte de ese mundo terrible, desde su fundación en marzo de 1919 hasta su victoria tras la marcha sobre Roma en octubre de 1922 y su transformación en régimen. Gramsci fue testigo de este violento ascenso y de la derrota de los movimientos populares, y fue una de las víctimas de la dictadura cuando fue detenido en noviembre de 1926 y condenado por el Tribunal Especial a veinte años de prisión.
En un primer momento, seguiremos a grandes rasgos su lectura del fenómeno fascista, primero en los artículos militantes que escribió hasta su detención y después en sus Quaderni del carcere (Cuadernos de la cárcel), escritos a partir de febrero de 1929, en los que, entre otras cuestiones, intenta comprender la derrota de los obreros y grupos subalternos italianos frente al fascismo. Luego, veremos cómo, en Italia y Francia, en la segunda mitad del siglo XX, la extrema derecha —en una especie de tributo del vicio a la virtud— hizo surgir la idea de que podía existir un «gramscianismo de derechas».
La lectura gramsciana del fascismo
Antonio Gramsci es consciente del peligro que representan las escuadras fascistas desde las primeras ofensivas militares que lanzan en 1919. En Ordine Nuovo del 8 de mayo de 1920, escribe:
La fase actual de la lucha de clases en Italia es la fase que prevé: o la conquista del poder político por el proletariado revolucionario […]; o una reacción terrible de la clase terrateniente y de la casta gubernamental. No se escatimará violencia para someter al trabajo servil al proletariado industrial y agrícola: el objetivo será romper inexorablemente las organizaciones de lucha política de la clase obrera (el Partido Socialista) e incorporar las organizaciones de resistencia económica (los sindicatos y las cooperativas) a la maquinaria del Estado burgués.
Aquí tenemos una intuición tanto de la violencia extrema que se iba a desatar sobre los obreros y campesinos, como también, a más largo plazo, de los efectos de esta violencia, cuyo objetivo era destruir las organizaciones políticas de los trabajadores, pero también «incorporar» los sindicatos y las cooperativas a «la maquinaria del Estado», lo que sería de hecho uno de los retos del régimen fascista. En la época en que Gramsci escribe este artículo, nos encontramos sólo al principio del proceso y son los obreros y campesinos los que están pasando a la ofensiva desde el final de la guerra. El movimiento fascista está aún en sus inicios: Mussolini ha fundado los Fasci di Combattimento en Milán el 23 de marzo de 1919. El 15 de abril, los fascistas atacan y destruyen la sede de ¡Avanti!, el periódico milanés del Partido Socialista. Pero es sobre todo a partir del otoño de 1920 cuando las acciones de las escuadras fascistas se desarrollan en las zonas agrícolas del valle del Po, Toscana y Apulia. Los terratenientes financian y arman a los fascistas, y los ataques de las escuadras contra las Casas del Pueblo, las bolsas de trabajo, las cooperativas y los municipios socialistas se multiplican. Es el inicio de una larga ofensiva militar, que convencería no sólo a los grandes terratenientes, sino también a los industriales, a la monarquía italiana y al ejército de la eficacia de los fascistas contra los rojos, y que culminaría con la Marcha sobre Roma de octubre de 1922 y el primer gobierno de Mussolini.
Pero hay que notar que las primeras intervenciones de Gramsci llevan el sello de un marxismo rigurosamente clasista, que le impide desarrollar sus intuiciones —que son, sin embargo, esclarecedoras—; para él, el fascismo es un puro instrumento en manos de las fuerzas económicas dominantes, un movimiento de pequeños burgueses que, tras la experiencia de la guerra, creen poder desempeñar un papel histórico cuando en realidad no son más que una fuerza de apoyo al servicio de las fuerzas económicas dominantes, los empresarios capitalistas y los grandes terratenientes. Desarrolla este análisis —que es también una forma de reconocer la actividad histórica autónoma de la pequeña burguesía, lo que en sí mismo es bastante original en el marxismo de la época— en «El pueblo de los monos» 1, y no va a cambiar realmente hasta la marcha sobre Roma en octubre de 1922.
«La pequeña burguesía […] busca por todos los medios mantener una posición de iniciativa histórica: se mimetiza con la clase obrera, sale a la calle. Fue en 1915, en las manifestaciones por la entrada de Italia en la guerra, cuando esta «clase de charlatanes, escépticos, corruptos» inauguró esta «táctica» que es «como la proyección en la realidad de una novela de la selva de Kipling: la novela de los Bandar-Log, el pueblo de los monos, que se creen superiores a todos los demás pueblos de la selva, poseedores de toda la inteligencia, de toda la intuición histórica, de todo el espíritu revolucionario, de toda la sabiduría de gobierno, etc., etc. […] Con el fin de la guerra, la pequeña burguesía, incluso en su última encarnación política del «fascismo», se ha mostrado definitivamente en su verdadera naturaleza de sierva del capitalismo y de la propiedad terrateniente, de agente de la contrarrevolución. Pero también ha demostrado que es fundamentalmente incapaz de cumplir ninguna función histórica: el pueblo de los monos llena la crónica, no crea la historia. Deja huellas en los periódicos, pero no proporciona material para escribir libros».
Cuando el fascismo lanza la marcha sobre Roma, Gramsci está en Moscú, donde representa al Partido Comunista de Italia [PCd’I] —fundado en enero de 1921— en los órganos de dirección de la Internacional Comunista [IC]. En 1924, tras ser elegido diputado en las últimas elecciones libres, regresa a Italia. El fascismo atraviesa entonces una profunda crisis, tras el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti. Los comunistas se unen a todos los opositores al fascismo que deciden retirarse del parlamento. Se piensa entonces que el gobierno de Mussolini llegaría a su fin y que Italia volvería a los gobiernos liberales de antes de octubre de 1922. Pero las fuerzas —las clases dominantes, la monarquía, el ejército— que habían llevado al fascismo al poder siguieron apoyándolo, y el discurso de Mussolini en enero de 1925 marca el final de la crisis y el comienzo de una dictadura que duraría hasta la Segunda Guerra Mundial. Gramsci se da cuenta de que el fascismo no es sólo la «mosca del carruaje» 2 de las clases dominantes, sino que demuestra una verdadera autonomía política que tendría efectos a largo plazo en el país. Es en la cárcel —detenido en noviembre de 1926, es condenado a 20 años de prisión junto con otros dirigentes comunistas— donde desarrolla sus análisis sobre el fascismo y explica las razones de la derrota del movimiento popular.
Esta reflexión debe situarse en el contexto de un importante «punto de inflexión» en la línea de la Internacional Comunista y de la toma del poder por Stalin en el Partido Comunista de la Unión Soviética. En el verano de 1928, el VI Congreso de la IC adopta una línea ofensiva generalizada, conocida como «clase contra clase», que equipara a los socialistas con el fascismo («socialfascismo»). Gramsci está profundamente en desacuerdo con esta nueva línea política. Así se lo hace saber a su hermano Gennaro, por ejemplo, cuando éste, enviado por el PCd’I, va a verle a la penitenciaría de Turín en junio de 1930: cuando Gennaro expresa su esperanza de que la línea ofensiva general del proletariado acabara con el fascismo en un futuro próximo, Antonio replica: «Te equivocas […], no creo que el final esté tan cerca. Incluso te diré que aún no hemos visto nada, lo peor está por llegar». Y a sus compañeros de prisión les presenta una línea alternativa a la defendida por la IC: la consigna que puede unir a las grandes masas del pueblo-nación contra el fascismo es la exigencia democrática de una Asamblea Constituyente republicana… lo que implica la alianza de todas las fuerzas antifascistas. El esfuerzo teórico de Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel debe entenderse en relación con este momento concreto: enlazando los conceptos, sin desligarlos nunca, piensa la guerra de posición cuya traducción política es la lucha por la hegemonía, la crisis de la hegemonía, la revolución pasiva. El fascismo nace de la crisis de hegemonía que siguió a la guerra, durante la cual el movimiento socialista fue incapaz de imponerse.
En el marco del Estado liberal, «el ejercicio “normal” de la hegemonía en el terreno ya clásico del régimen parlamentario, se caracteriza por una combinación de fuerza y consentimiento-consenso (consenso) que se equilibran mutuamente, sin que la fuerza prevalezca demasiado sobre el consenso…» 3. Gramsci considera que este funcionamiento «normal» cesa en la posguerra: «En la posguerra, el aparato hegemónico se resquebraja y el ejercicio de la hegemonía se hace cada vez más difícil.» 4.
Unos meses más tarde, en junio-julio de 1930, Gramsci vuelve sobre la desintegración producida por la guerra en el aparato hegemónico, bajo el epígrafe «Pasado y presente», que utiliza más a menudo para reflexionar sobre la historia inmediata de su propio presente 5:
El aspecto de la crisis moderna que se deplora como una «ola de materialismo» 6 está ligado a lo que se denomina «crisis de autoridad». Si la clase dominante ha perdido su consenso, es decir, ya no es «dominante» sino sólo «dominada», detentadora del puro poder coercitivo, esto significa que las masas se han desprendido de las ideologías tradicionales, ya no creen en lo que antes creían, etcétera. La crisis consiste precisamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer; en este interregno se verifican los más variados fenómenos morbosos 7.
Destaca entonces los «fenómenos morbosos» (clara alusión al fascismo) que aparecen en el curso de esta crisis. En esta etapa, observa sobre todo en el fascismo «el puro ejercicio de la fuerza que impide a las nuevas ideologías imponerse». En 1932-1933, en el cuaderno 13, §23, Gramsci da su nombre conceptual, «crisis de hegemonía», a «lo que se llama una “crisis de autoridad”». Explica lo que esto significa desde un punto de vista social y político:
Observaciones sobre ciertos aspectos de la estructura de los partidos políticos en períodos de crisis orgánica. En un determinado momento de su vida histórica, los grupos sociales rompen con sus partidos tradicionales […]. Cuando se producen estas crisis, la situación inmediata se vuelve delicada y amenaza con derrumbarse, porque el campo queda abierto a las soluciones por la fuerza, a la actividad de poderes oscuros representados por hombres providenciales o carismáticos. […] En cada país, el proceso es diferente, aunque el contenido es el mismo. Y este contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente, que surge o bien porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha exigido o impuesto por la fuerza el consentimiento (consenso) de las grandes masas (como la guerra), o bien porque vastas masas (especialmente de campesinos e intelectuales pequeñoburgueses) han pasado súbitamente de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que, en su conjunto inorgánico, constituyen una revolución. Hablamos de «crisis de autoridad», y esto es precisamente lo que es la crisis de hegemonía, o la crisis del Estado en su conjunto. 8
La crisis de hegemonía puede desembocar en la victoria de lo «viejo» o de lo «nuevo»; es la lucha política y la habilidad de los combatientes de ambos bandos lo que determinará el resultado. Gramsci hace una lectura sin concesiones de los errores de su campo en la inmediata posguerra, teniendo en cuenta su propia experiencia, la del «movimiento de Turín» de 1919-1920. Dos notas de junio-julio de 1930 son elocuentes a este respecto. En una 9, parte de la «fábula del castor», que resume de la siguiente manera: «El castor, perseguido por cazadores que querían arrancarle los testículos de los que se extraían medicinas, para salvarle la vida, se arrancó sus propios testículos», seguida de una pregunta contundente: “¿Por qué no se defendió?”. La imagen habla por sí sola: el movimiento socialista se desarmó ante las iniciativas militares de los fascistas, fue incapaz de defenderse. Entre las respuestas que da están «una concepción fatalista y mecánica de la historia», una incapacidad para sentir desde dentro las necesidades de las clases trabajadoras, una desconfianza permanente hacia las iniciativas espontáneas de las masas:
[…] Lo ‘espontáneo’ era algo inferior, indigno de consideración, indigno incluso de análisis. En realidad, lo ‘espontáneo’ era la prueba más aplastante de la incapacidad del partido, porque demostraba la escisión entre los programas sólidos y los hechos miserables. Pero mientras tanto, se producían acontecimientos espontáneos (1919-1920), que dañaban intereses, trastornaban posiciones adquiridas, despertaban odios terribles incluso entre gentes pacíficas, sacaban de la pasividad a grupos sociales estancados en la decadencia: creaban, precisamente por su espontaneidad y por el hecho de ser repudiados, el pánico «genérico», el «gran miedo» que sólo podía concentrar fuerzas represivas implacables para sofocarlos.
Es precisamente en relación con esta incapacidad de situarse en relación con la espontaneidad popular que Gramsci se refiere, en una nota de la misma época 10, a la experiencia de las luchas de Turín en las que el Ordine nuovo desempeñó un papel importante:
Descuidar y, lo que es peor, despreciar los movimientos llamados «espontáneos», es decir, no darles una dirección consciente, no elevarlos a un nivel superior insertándolos en la política, puede tener a menudo consecuencias muy graves. Casi siempre ocurre que un movimiento «espontáneo» de las clases subalternas va acompañado de un movimiento reaccionario del ala derecha de la clase dominante, por razones concomitantes: una crisis económica, por ejemplo, por un lado provoca descontento entre las clases subalternas y movimientos espontáneos de masas, y por otro complots de grupos reaccionarios que aprovechan el debilitamiento objetivo del gobierno para intentar golpes de Estado. Entre las causas efectivas de estos golpes de Estado está la negativa de los grupos responsables a dar una dirección consciente a los movimientos espontáneos y convertirlos así en un factor político positivo.
La incapacidad de las fuerzas socialistas para «politizar» los movimientos espontáneos del bienio rosso condujo a la victoria de los fascistas, apoyados por las clases dirigentes y la monarquía. Con la llegada de Mussolini al gobierno se abre una nueva etapa. Para restablecer la hegemonía de las clases dirigentes, el fascismo tendría que pasar por «una fase objetivamente regresiva y reaccionaria» 11.
Sin embargo, el fascismo no podrá contentarse con el puro uso de la fuerza; tendrá que tener en cuenta la existencia y las aspiraciones de esa «nueva fuerza» (los obreros, los campesinos) que ha surgido tras la guerra y a la que tendrá que intentar integrar… Para lograrlo, el fascismo va a «incorporar» a las masas a la actividad estatal (y Gramsci va a pensar el fascismo como la forma de «revolución pasiva» propia del siglo XX) y va a desarrollar formas de «política totalitaria», con un partido único y la supresión del parlamentarismo (es lo que Gramsci llama el cesarismo moderno). Utiliza el cesarismo moderno para pensar la primera fase del fascismo, la toma del poder. La revolución pasiva le ayuda a comprender el fascismo como régimen, su relación con las masas y la transformación de la sociedad italiana.
Para describir la primera fase tras la crisis de posguerra, Gramsci utiliza el concepto de cesarismo («el hombre providencial»):
Cuando la crisis no encuentra esta solución orgánica [=«la fusión de una clase bajo una dirección única para resolver un problema dominante y existencial»] sino la del hombre providencial, significa que hay un equilibrio estático, que ninguna clase, ni la conservadora ni la progresista, tiene fuerza para vencer, pero también que la clase conservadora necesita un patrón. 12
Para reflexionar sobre la construcción del régimen en los años siguientes, Gramsci recurre a una doble conceptualización: el periodo que se abre tras la Primera Guerra Mundial es un periodo de guerra de posición (y ya no de guerra de movimiento) y de revolución pasiva (por decirlo de forma muy sencilla, hay «revolución pasiva» cuando las clases dominantes conservan el control de la vida económica y política, pero deben tener en cuenta a las masas y sus aspiraciones).
El corporativismo fascista busca llevar a cabo el desarrollo de las fuerzas productivas de la industria a través de una «economía media» o «dirigida» 13 (intermediaria entre la libre iniciativa de los empresarios capitalistas y una economía planificada). La afirmación de tal política, independientemente de su realización real, tiene la función de crear «un período de expectación y esperanza» para «la gran masa de la pequeña burguesía urbana y rural», base social del fascismo, y de «mantener el sistema hegemónico y las fuerzas de coerción militar y civil a disposición de las clases dirigentes tradicionales». Al mismo tiempo, Gramsci esboza lo que considera una auténtica historia política de Europa:
En Europa, de 1789 a 1870, tuvimos una guerra (política) de movimiento en la Revolución Francesa y una larga guerra de posición de 1815 a 1870; en la época actual, tuvimos políticamente la guerra de movimiento de marzo de 1917 a marzo de 1921 y fue seguida por una guerra de posición cuyo representante, no sólo prácticamente (para Italia), sino ideológicamente, para Europa, es el fascismo. 14
Gramsci establece un paralelismo entre el proceso del siglo XIX y el de la posguerra. En ambos casos, a un periodo de guerra de movimiento y expansión política y militar sigue un largo periodo de guerra de posición y revolución pasiva, durante el cual las clases dirigentes tradicionales recuperan el poder pero deben tener en cuenta las demandas de las masas. La forma en que Gramsci data la guerra de movimiento librada por los bolcheviques tiene sentido: la sitúa desde la revolución de febrero de 1917 (marzo de 1917 en el nuevo estilo, es decir, el calendario gregoriano) hasta marzo de 1921, un hito que muy probablemente se refiere al lanzamiento de la NEP, que Lenin designó claramente como una «retirada» necesaria para evitar aislarse de la masa de campesinos.
Con el fracaso en Polonia y Alemania y la elección de la NEP, el período expansivo que iba de la mano de la guerra de movimiento llega a su fin. La URSS no consigue «romper el sistema hegemónico» del capitalismo, algo que Gramsci cree posible en agosto de 1919, cuando el Ejército Rojo parece a punto de tomar Varsovia, antes de la contraofensiva polaca 15. En el periodo de revolución pasiva y guerra de posiciones que sigue, el fascismo juega un papel decisivo; está al frente de la guerra de posiciones que el capitalismo libra en Europa contra la URSS y las aspiraciones de las masas populares, en una situación mundial marcada por la hegemonía del capitalismo norteamericano.
Una última observación que demuestra que el desarrollo teórico de Gramsci debe tomarse «en bloque»: sólo por una cuestión pedagógica consideramos sucesivamente los conceptos que utiliza (guerra de posición, lucha por la hegemonía, revolución pasiva) para pensar el fascismo pero también el estado del mundo y las acciones políticas destinadas a cambiarlo. Gramsci piensa y escribe que «la guerra de posición, en política, es el concepto de hegemonía» 16. Y establece este vínculo entre hegemonía y guerra de posición ya en el cuaderno 6, § 138, en agosto de 1931:
Pasado y presente. El paso de la guerra de maniobra (y del ataque frontal) a la guerra de posición también en el terreno político. Esta me parece la cuestión más importante de teoría política que plantea la posguerra, y la más difícil de resolver correctamente. Está ligada a las cuestiones planteadas por Bronstein [= Trotsky] quien, de una manera u otra, puede ser considerado el teórico político del ataque frontal en un período en el que sólo puede ser la causa de la derrota. […] La guerra de posición exige enormes sacrificios de innumerables masas de la población; por eso es necesaria una inaudita concentración de hegemonía y, por tanto, una forma de gobierno más ‘intervencionista’, que tome la ofensiva más abiertamente contra los adversarios y organice constantemente la ‘imposibilidad’ de desintegración interna: controles de todo tipo, políticos, administrativos, etc., refuerzo de las ‘posiciones’ hegemónicas del grupo dominante, etc. Todo esto indica que hemos entrado en un período de inaudita concentración de hegemonía. Todo ello indica que hemos entrado en una fase culminante de la situación político-histórica, ya que en política la «guerra de posiciones», una vez ganada, es decisiva para siempre. En otras palabras, en política, la guerra de movimiento continúa mientras se trata de conquistar posiciones no decisivas, y por tanto no se pueden movilizar todos los recursos de la hegemonía y del Estado, pero cuando, por una u otra razón, estas posiciones han perdido su valor y sólo son importantes las posiciones decisivas, entonces se pasa a la guerra de asedio, que es densa (compressa), difícil y requiere cualidades excepcionales de paciencia e inventiva. En política, la guerra de asedio es recíproca, a pesar de todas las apariencias, y el mero hecho de que la parte dominante tenga que desplegar todos sus recursos demuestra hasta qué punto tiene en cuenta a su adversario. 17
Este pasaje se refiere a la situación específicamente italiana creada por el fascismo. En el contexto de la posguerra y, en Italia, tras la victoria del fascismo, la guerra de posición se exacerba especialmente y significa el despliegue de todos los recursos de la hegemonía, el control total de la sociedad civil por parte del Estado. Por ello, Gramsci analiza la situación italiana de 1931 como marcada por la «inaudita concentración de la hegemonía». Pero también cree que se está produciendo una «guerra de asedio» a escala mundial, entre el bloque burgués y el bloque comunista. En esta situación, un ataque frontal sólo puede fracasar. La única modalidad de la lucha de clases es la guerra de posición, el «asedio recíproco»: el hecho de que este asedio sea recíproco, incluso en Italia, donde la situación de las fuerzas antifascistas y en particular del Partido Comunista de Italia es «desesperada», demuestra que el optimismo de la voluntad sigue presente… Y éste no es el menor legado de la obra vital de Antonio Gramsci.
Una genealogía del «gramscianismo de derechas»
Este marco histórico, clave para comprender el pensamiento del autor de los Quaderni, permite también esbozar la historia de la apropiación injustificada de Gramsci por la extrema derecha, entre Italia y Francia, haciendo hincapié en su doble origen, italiano —a través del grupo (neo)fascista italiano Ordine nuovo— y francés —a través de Fabrice Laroche, alias Alain de Benoist, el inventor francés de la expresión «gramscianismo de derechas»—.
Pino Rauti (1926-2012) fue, a pesar de su juventud, un veterano de la República Social Italiana, el último avatar del fascismo italiano. En 1950 fundó una revista con el título elocuente de Imperium. Animó a Julius Evola (1898-1974) a escribir un texto que diera «orientación» a los «hombres en pie», fieles al «espíritu legionario», que vagaban por un «mundo en ruinas»: Orientamenti (1950). En 1954, Pino Rauti, en desacuerdo con lo que consideraba la línea parlamentaria y moderada de la dirección del MSI, organiza un grupo «espiritualista», estrechamente vinculado al pensamiento de Julius Evola. A partir de entonces, el periódico del grupo, Ordine nuovo. Mensile di politica rivoluzionaria, trata de política y cultura, con el objetivo de proporcionar formación ideológica a los militantes más que resultados electorales. El subtítulo «política revolucionaria» es una clara alusión a la «revolución fascista»: el lema de las SS «mi honor se llama lealtad» aparece en el título de la revista… y miembros del grupo participaron en la estrategia de atentados de tensión en los años setenta: Franco Freda y Gianni Ventura, que dirigían el grupo de Padua Ordine nuovo, fueron sin duda algunos de los responsables del primero de estos atentados, el bombardeo del Banco Agrícola de Milán en diciembre de 1969.
El nombre de la revista se inspira en el «Nuevo Orden Europeo» de los nazis y en la idea de Orden, muy presente en los textos de Evola. Pero también es un intento de apropiación de Gramsci, ya que toma el nombre de la «revista semanal de cultura socialista», Ordine nuovo, fundada en Turín el 1 de mayo de 1919 por Antonio Gramsci y sus jóvenes camaradas. Para un italiano de aquellos años, el título Ordine nuovo se refería ante todo, si no exclusivamente, a Gramsci y al comunismo. La doble referencia a Evola y Gramsci perdura en las filas de los partidarios de Rauti, apodado el «Gramsci nero», algo de lo que él se sentía orgulloso. De 1977 a 1981, Pino Rauti pone en marcha los «Campi Hobbit», encuentros anuales a la vez festivos y políticos, que sirven de campo de entrenamiento para jóvenes militantes (la hija de Pino, Isabella, hoy miembro del gobierno de Giorgia Meloni, conoció a su marido, Gianni Alemanno, musculoso militante del Frente de Juventudes del MSI que fue alcalde de Roma de 2008 a 2013, leyendo los textos de Gramsci y Evola).
En la década de 1960, Alain de Benoist participa activamente en la Fédération des étudiants nationalistes [Federación de los estudiantes nacionalistas], fundada en la primavera de 1960, y actúa como secretario de los editores de Cahiers universitaires [Cuadernos universitarios] bajo el seudónimo de Fabrice Laroche 18. En 1963, participa en la creación de Europe-Action, que reúne a militantes de Jeune Nation, de la Fédération des étudiants nationalistes y a antiguos militantes de la OAS [siglas en francés de Organización del Ejército Secreto]. Este es el primer indicio de sus vínculos con Italia y los neofascistas italianos. A finales de 1963, Fabrice Laroche publica un largo artículo en las columnas de Europe-Action sobre el Movimiento Social Italiano (MSI), el partido de extrema derecha que reivindica abiertamente el fascismo, en particular el periodo de la República Social Italiana (República de Salò, septiembre de 1943 – abril de 1945). Para él, el MSI es «el partido más importante de todos los que se consideran herederos de una política aplastada en 1945, pero también uno de los menos conocidos en Europa». Presenta a las dos almas ideológicas del neofascismo, «los doctrinarios más serios que tuvo el fascismo»: Giovanni Gentile y Julius Evola. Critica la línea de participación parlamentaria de los dirigentes del MSI y hace una presentación favorable del grupo Ordine nuovo, que «reúne, bajo la autoridad de Pino Rauti, a todos los dirigentes de la tendencia “evoliana”» y «pretende tener una filosofía y una ética política europeas» con «posiciones nacionalistas revolucionarias».
Tras este primer artículo de fondo, Fabrice Laroche empieza a colaborar directamente con Ordine nuovo. Ya en abril de 1964, una nota de la inteligencia italiana informa de la colaboración activa entre el movimiento Ordine Nuovo de Pino Rauti y grupos neofascistas franceses en torno a la revista Europe-Action. Otra nota sin fecha, probablemente de alrededor de 1964, anuncia que «el jefe de la FEN, Fabrice Laroche, de acuerdo con los dirigentes de Ordine Nuovo, ha propuesto la creación de una “Oficina de Estudios Europeos” a la que sólo deberían pertenecer representantes de los grupos y revistas neofascistas “más serios y más cualificados” a escala europea».
Por lo tanto, no es demasiado descabellado pensar que su conocimiento de Gramsci procede directamente de las relaciones que estableció en aquella época con los camerati italianos de Ordine nuovo… y no de un vago interés por la oficina «italiana» de la UEC y de lecturas al azar, como le dijo a Anthony Crézégut, que le entrevistó para su tesis sobre la «invención» de Gramsci en Francia 19. En cualquier caso, tras escribir algunas páginas sobre Gramsci en sus dos libros de finales de los años setenta, Vu de droite (1977) y Les Idées à l’endroit (1979) 20, decide, tras la victoria de François Mitterrand en mayo de 1981, organizar con sus amigos del GRECE (Groupement de recherche et d’études pour la civilisation européenne creado en 1968) una conferencia titulada «Pour un “gramscisme de droite”», cuyas actas se publican en abril de 1982 21.
Para el GRECE, se trata de definir una estrategia para recuperar el poder tras la victoria de la izquierda. Los textos de los ponentes aluden a Gramsci sin citarlo ni entrar en ningún análisis. «Para nosotros, afirma Michel Wayoff, que abre la conferencia, ser “gramscianos” significa reconocer la importancia de la teoría del “poder cultural”’: no se trata de preparar a un partido político para llegar al poder, sino de transformar las mentalidades para promover un nuevo sistema de valores, cuya traducción política no es en absoluto responsabilidad nuestra». Pierre Vial, en un discurso dedicado a los intelectuales, no cita a Gramsci, sino a Alain de Benoist: «referirse al “gramscianismo” para definir nuestra acción es ante todo retomar, e intentar encarnar, la definición de Gramsci de los “intelectuales orgánicos”. Al utilizar esta expresión —añade Vial— Gramsci «asigna a los intelectuales un papel preciso. Les pide que ganen la guerra cultural». En su propio discurso, Alain de Benoist hace explícito el tenue vínculo con el pensador sardo: «Citando a Gramsci, nunca hemos dejado de decir que, en las sociedades desarrolladas, la conquista del poder político depende de la conquista del poder cultural».
En una entrevista con Anthony Crézégut, Alain de Benoist habla de ese momento. Afirma con franqueza: «No soy en absoluto un especialista en Gramsci», sobre quien, de hecho, sólo ha escrito unas diez páginas. En cuanto a sus amigos, cuenta que la mayoría de ellos se decían: «Tenemos que hacer “gramscianismo”, tenemos que ser gramscianos, pero en realidad no habían leído a Gramsci, ni siquiera una línea. […] En el Figaro magazine, intenté desarrollar ese tema […], sobre este ‘gramscianismo de derechas’, era decirle a la gente: sois idiotas, no tenéis ideas, no respondéis a la hegemonía de la izquierda. Todo eso ha sido desoído.»
Lo que sigue es el retorno a la derecha de esta referencia a Gramsci, que se reduce a la idea simplista de que es necesario ganar la batalla de las ideas si se quiere ganar elecciones. El año 2007 marca este retorno: Nicolas Sarkozy («básicamente, he adoptado el análisis de Gramsci: el poder se gana a través de las ideas» 22) y Jean-Marie Le Pen («fue el escritor comunista italiano Gramsqui [sic] quien escribió: las victorias ideológicas preceden a las victorias electorales» 23) se refieren sucesivamente a Gramsci. Alain de Benoist se burla de Sarkozy («estoy atónito») y sugiere la influencia de algún asesor, sugiriendo que podría tratarse de Patrick Buisson. En cuanto a Le Pen, el hecho de que pronuncie Gramsqui es un indicio bastante claro de su desconocimiento del «escritor comunista italiano». Desde 2007, los Le Pen mantienen la referencia, sin desarrollar ninguna reflexión que vaya más allá de la necesidad de ganar la batalla de las ideas. En Italia, un coloquio muy reciente (24 de septiembre de 2024) organizado por la fundación de extrema derecha Alleanza Nazionale, «Da Gramsci a Gentile», se proponía plantear la pregunta «¿Existe la hegemonía cultural?». Y tampoco va más allá.
En definitiva, el «gramscianismo de derechas» parece una expresión vacía, utilizada por personas que, como el asno de la fábula de La Fontaine, se ponen la piel del león para mostrarse más inteligentes, más fuertes y más formidables de lo que son en realidad. Se proclaman gramscianos porque probablemente todavía les resulta un poco arriesgado presentar a sus verdaderos maestros del pensamiento, como Charles Maurras o Julius Evola, aunque estos nombres circulen entre las franjas más radicales de la extrema derecha internacional. Presentarse como suficientemente abiertos de mente y no sectarios para reivindicarse como seguidores del comunista Gramsci, considerado como «el inventor de la hegemonía cultural», es una operación de recuperación que demuestra que no saben que el pensamiento de la hegemonía hay que verlo siempre en relación con los demás conceptos utilizados por Gramsci —como hemos demostrado anteriormente en relación con su análisis del fascismo y en nuestro libro L’œuvre-vie d’Antonio Gramsci 24— y que sólo tiene sentido en relación con las aspiraciones de un hombre que siempre luchó por la emancipación de los subalternos, pensó lo nacional en términos de una concepción internacionalista y deseó un comunismo sinónimo de igualdad y democracia.
Notas al pie
- « Il popolo delle scimmie », L’Ordine nuovo, 2 de enero de 1921.
- « Sovversivismo reazionario », L’Ordine nuovo, 22 de junio de 1921.
- Q 1, § 48, p. 59. Para los Quaderni del carcere [«Cuadernos de la cárcel»], seguimos la edición crítica de Einaudi de 1975, dirigida por Valentino Gerratana. Damos el número del Quaderno (abreviado Q), seguido del número de la nota (precedido del signo de párrafo §) y luego la página. Traducimos.
- Ibid; en Q 13, § 37, escribe «el ejercicio de la hegemonía se vuelve permanentemente difícil e incierto» (p. 1638).
- Q 3, § 34, p. 311.
- Gramsci alude a la frecuente conversación en los periódicos de la época sobre la pérdida de fe de los jóvenes en los viejos ideales y, en particular, en la concepción religiosa del mundo.
- Fenomeni morbosi: «morboso» en el sentido de «patológico», sin trasfondo moral o psicológico.
- Q 13, § 23, p. 1603.
- Q 3, § 42, p. 319-321, (junio-julio de 1930). Pasado y presente.
- Q 3, § 48, cuyo título, Espontaneidad y dirección consciente, es en sí mismo un programa de acción.
- Q 6, § 136, p. 800 (agosto de 1931): «cuando el partido dado quiere impedir que otra fuerza, portadora de una nueva cultura, se convierta ella misma en “totalitaria”; y tenemos una fase regresiva y objetivamente reaccionaria, aunque la reacción (lo que ocurre siempre) no se reconozca como tal y pretenda presentarse como portadora de una nueva cultura.»
- Q 4, § 69, p 513. Segunda redacción, Q 13, § 23, p. 1603-1604.
- Q 8, § 236, p. 1089 : «La revolución pasiva se verificaría en el hecho de transformar la estructura económica, ‘en forma reformista’, de una economía individualista a una economía planificada (dirigida), y el advenimiento de una ‘economía intermedia’, entre la economía individualista pura y la economía integralmente planificada, permitiría pasar a formas políticas y culturales más avanzadas, sin cataclismos radicales y destructivos en forma exterminadora [senza cataclismi radicali e distruttivi in forma sterminatrice] El corporativismo podría ser o convertirse, a medida que se desarrolle, en esta forma económica intermedia ‘pasiva’».
- Q 10 I, § 9, p. 1229.
- « La Russia potenza mondiale », L’Ordine nuovo, 14 de agosto de 1920.
- Q 8 §52, p. 973.
- Q 6, § 138, p. 801-802.
- La información sobre Fabrice Laroche – Alain de Benoist procede del libro de la historiadora Pauline Picco, Liaisons dangereuses. Les extrêmes droites en France et en Italie (1960-1984), PUR, 2016.
- Anthony Crézégut, «Inventer Gramsci au XXe siècle», tesis doctoral en Historia, Institut d’études politiques de Paris – Sciences Po, 2020, en línea en these.hal.science; de próxima publicación en Lyon, ENS éditions.
- Vu de droite, Copernic, 1977, p. 456-460 et Les Idées à l’endroit, capítulo « Le pouvoir culturel », Éditions libres-Hallier, 1979, p. 250-259.
- Pour un « gramscisme de droite ». Actes du XVIème colloque national du G.R.E.C.E., Palais des congrès de Versailles, 29 de noviembre de 1981, Le Labyrinthe, 1982.
- Le Figaro, 17 de abril de 2007.
- Discurso de Jean-Marie Le Pen, 1 de mayo de 2007, retransmitido por BFM TV.
- Romain Descendre, Jean-Claude Zancarini, L’œuvre-vie d’Antonio Gramsci, Paris, La Découverte, abril de 2023. Sobre la hegemonía, véase el capítulo 22, p. 409-435.