Puntos claves
  • El Estado Islámico en Jorasán (EI-K) es una estructura pequeña, alejada y organizada que cuenta con poco más de 6.000 miembros. Pero ha heredado la burocracia del terror de Daesh y hoy parece ser su rama mejor entrenada.
  • Recientemente, la organización ha estado probando un nuevo modelo económico: para sobrevivir en Afganistán, el EI-K necesita golpear lejos, y de forma más espectacular.
  • A diferencia de los sangrientos atentados en el interior de Afganistán, un ataque en Europa le daría una gran proyección internacional y, por tanto, los casi seguros beneficios financieros que necesita para expandirse.
  • Aunque no parece tener capacidad para lanzar un ataque terrorista a gran escala desde Afganistán —donde lucha contra los talibanes en el poder—, el EI-K sí dispone de una base de operaciones avanzada para atentar en Europa: Turquía.

El Estado Islámico en Jorasán (EI-K) existe desde 2015 y ha participado en numerosos atentados terroristas, así como en una encarnizada lucha contra los talibanes afganos1. Sin embargo, esta organización sólo emergió en la conciencia de los europeos con el atentado de Crocus Hall en Moscú, que resonó hasta Europa Occidental. Para comprender la amenaza que representa el EI-K en la actualidad, es necesario repasar su historia y la evolución de su estructura.

En los orígenes: el yihadismo oportunista

Esto se remonta al menos a 2014. En esa época se formaron en Afganistán y Pakistán varios grupos de simpatizantes del Estado Islámico, a los que se unieron voluntarios que habían viajado a Siria e Irak para unirse a las filas de Al Qaeda. La mayoría de ellos no eran salafistas y estaban impresionados sobre todo por la impactante serie de victorias tácticas que el Estado Islámico estaba logrando en Oriente Próximo —más aún cuando, gracias a su control de los campos petrolíferos del norte de Irak, Daesh se había convertido en la organización yihadista más rica del mundo—. Así que los varios miles de miembros de los talibanes afganos, del Tehrik-e Taliban Pakistan (TTP) y de diversos grupos centroasiáticos que se unieron al Estado Islámico entre 2014 y 2017 lo hicieron en gran medida por oportunismo.

Pero no se trataba sólo de dinero. Los combatientes que vinieron a reforzar las filas de Daesh desde Afganistán sabían que la cúpula talibán tenía intención de negociar una retirada de Estados Unidos, por lo que buscaban una organización más radical: el califato del Estado Islámico responde a ese deseo de radicalidad.

La dirección central de Daesh, por su parte, era consciente de que entre sus simpatizantes en Afganistán, Pakistán y Asia Central había una serie de combatientes que no se adherían a la configuración ideológica y organizativa que intentaba exportar. Los grupos dispares que se unieron a Daesh en 2014-2015 estaban más inclinados a adoptar un modo de organización con el que ya estaban familiarizados dentro de los talibanes y el TTP, es decir, lo más descentralizado posible. De hecho, en 2015-16 demostraron que querían mantener una estructura confederada dentro del Estado Islámico en Jorasán, en la que cada líder controla a un grupo de seguidores que le apoyan.

Irak, este de Mosul, diciembre de 2016. © Laurence Geai/SIPA

Pero Daesh tenía otros planes. La fusión de estos grupos dispares en una única entidad conocida como Estado Islámico en Jorasán no pretendía ser puramente formal. La creación de la provincia de Jorasán no pretendía ser un cascarón vacío donde pudieran refugiarse diferentes grupos y facciones extremistas. El EI-K, según Daesh, pretendía convertirse en un grupo único y altamente disciplinado.

Estas diferentes estrategias organizativas provocaron fricciones.

La media docena de grupos que se unieron al EI-K en 2014-15 nunca llegaron a fusionarse. Los relatos de los primeros años del EI-K muestran que los distintos grupos, que tenían orígenes muy diversos —talibanes del sur, talibanes del este, incluidos muchos salafistas, red Haqqani, talibanes del norte, TTP, Asia Central— mantuvieron una identidad y un liderazgo distintos durante años, adoptando incluso modelos organizativos diferentes y a menudo no cooperando entre sí.

Para obligarles a fusionarse, Daesh envió a estos grupos dos tipos de representantes: por un lado, cuadros árabes y, por otro, veteranos afganos, paquistaníes y centroasiáticos de las guerras de Oriente Próximo, en los que los dirigentes de Daesh confiaban por su lealtad y su capacidad para asimilar su ideología y sus conocimientos organizativos. 

La gran transformación: la centralización progresiva del Estado Islámico en Jorasán 

Aunque el EI-K siempre ha luchado principalmente contra los talibanes, a raíz de la intervención estadounidense contra Daesh en Oriente Medio a partir de 2016, los estadounidenses comenzaron a atacar agresivamente a la organización con ataques aéreos, eliminando a gran parte de la primera generación de sus dirigentes. Los talibanes, por su parte, han matado a muchos comandantes de bajo rango en constantes combates. Los adeptos originales se convirtieron gradualmente en una minoría, mientras que los nuevos reclutas que los sustituyeron se mostraron mucho más dispuestos a ser adoctrinados y a abrazar la identidad y la estrategia de Daesh.

Al mismo tiempo, a partir de 2016, comenzaron a unirse al EI-K cuadros entrenados e ideológicamente próximos a Daesh. Procedían de otras organizaciones terroristas, en particular de Hizb ut Tahrir, que tenía una fuerte presencia en las universidades de Kabul y del norte de Afganistán. Su llegada fue crucial: impulsó la estrategia de Daesh al crear un aparato central pequeño pero bien entrenado, formado por unos cientos de individuos, reclutados en su mayoría en universidades y escuelas religiosas radicales (madrasas). El EI-K también invirtió en la formación de profesores de adoctrinamiento, cuya tarea consistía en socializar a los nuevos reclutas en la cosmovisión del Califato. Este aparato central se convirtió en el depositario de los conocimientos organizativos del EI-K, lo que le permitió seguir operando a pesar de las grandes pérdidas y las numerosas deserciones.

Los nuevos reclutas y los cuadros jóvenes constituían una proporción cada vez mayor de los miembros. De este modo, el EI-K se estructuró ideológica y administrativamente, aunque persistieron ciertas fisuras, sobre todo entre los pakistaníes y los centroasiáticos —estos últimos acusaban regularmente a los primeros de mantener relaciones con los servicios de inteligencia de Islamabad (ISI)—.

Esta centralización tiene un inconveniente, y es que ha debilitado la capacidad del EI-K para atraer a miembros de entre los decepcionados por los talibanes y el TTP, así como de ciertos segmentos de la población afgana y pakistaní, como los salafistas. De hecho, después de 2018, el número de desertores de los talibanes o del TTP que se unieron a Daesh se agotó, aunque los representantes de Asia Central siguieron desertando en pequeñas cantidades, principalmente debido a la implosión del antiguo Movimiento Islámico de Uzbekistán.

Esta evolución del EI-K le ha dado la capacidad de operar clandestinamente y de desplazar rápidamente sus fuerzas de una región a otra, e incluso a través de la frontera con Pakistán. Del mismo modo, mientras que anteriormente la organización había estado ausente de las ciudades, desde 2017 ha sido capaz de llevar a cabo ataques terroristas regulares en ciudades, lo que le ha dado notoriedad internacional. 

Adoptar el modelo centralizado de Daesh también permitió al EI-K resistir a la tormenta que empezó a caer sobre él en 2018, año en el que empezó a perder ventaja frente a los talibanes. A finales de 2019-20, la organización sufrió importantes derrotas en el este de Afganistán, perdiendo gran parte del territorio que controlaba y su capacidad de generar ingresos a nivel local mediante el control de las actividades extractivas y la extorsión. 

Incluyendo a los funcionarios financieros y administrativos, el EI-K nunca ha tenido más de 10.000 miembros. Tras alcanzar su punto álgido en 2017, su número ha disminuido gradualmente, al tiempo que ha aumentado la calidad de su formación. En la actualidad, el EI-K cuenta con unos 6.500 miembros, principalmente en Afganistán. Financieramente, aunque la organización siempre ha seguido dependiendo de los fondos recibidos de la organización matriz en Oriente Medio, las derrotas de Daesh en 2019-20 han acabado con cualquier perspectiva de aumentar su autonomía financiera con el tiempo.

El legado de la burocracia del terror: etapas de una internacionalización

Mientras el EI-K abandonaba progresivamente su desorden interno inicial para adoptar una organización más vertical, Daesh proseguía su transformación.

El EI-K nació en el cenit de Daesh y sus miembros no aceptaban la idea de que el califato estaba en constante declive a partir de 2015. El declive de la financiación, que se aceleró gradualmente, reavivó los esfuerzos por hacerse con el control permanente de partes del territorio afgano, con el objetivo de extraer ingresos. Tras prohibir inicialmente el tráfico de drogas, el EI-K intentó en cambio gravar a los contrabandistas. Al final, estos esfuerzos tuvieron poco éxito y, sobre todo, convencieron a los talibanes para que dedicaran todos sus recursos a luchar contra el EI-K, lo que consiguieron retomando casi todo el territorio controlado por la organización en 2019-20. 

Al mismo tiempo, la caída de Mosul y luego de Raqqa en 2017 acabó teniendo un impacto significativo —aunque tardío— en la moral de la organización. La pérdida de todo el control territorial de Daesh en Siria en 2019 fue seguida de una importante ofensiva de las autoridades turcas contra las redes del Estado Islámico dentro de Turquía. Sin embargo, estas redes desempeñaron un papel clave en la última fase de Daesh, proporcionando apoyo logístico y refugio, incluso a figuras de alto rango. Por ello, algunos dirigentes de Daesh consideraron necesario dedicar los recursos humanos y financieros restantes a relanzar sus actividades. En lugar de permanecer a la defensiva y en la clandestinidad, el Califato tuvo que pasar a la contraofensiva para tratar de invertir la tendencia.

Esta decisión condujo a un nuevo desarrollo. En 2021-2022, Daesh era incapaz de mantener su «burocracia del terror», es decir, las ramas de la organización encargadas de llevar a cabo atentados en todo el mundo. También tenía dificultades para gestionar sus diversos componentes. Mantener una vasta burocracia multilingüe, comunicándose desde el desierto sirio o desde ciudades turcas, bajo la vigilancia de drones estadounidenses y de los servicios de inteligencia turcos, se había convertido en algo suicida. Por ello, Daesh empezó a delegar tareas en sus ramas regionales. El EI-K es responsable de la gestión de todos los combatientes del califato en Asia Central. Con el tiempo, esta responsabilidad se delegará completamente de la sociedad matriz a la rama de Jorasán.

Fueron estas nuevas tareas administrativas las que permitieron al EI-K dar sus primeros pasos en el terrorismo internacional, ya que la gran mayoría de las células terroristas del Estado Islámico estaban y siguen estando formadas por combatientes centroasiáticos, principalmente tayikos y uzbekos. Varias decenas de estas células están repartidas entre Turquía, Afganistán y Rusia, y su coordinación es especialmente compleja. Aunque Daesh sigue planificando atentados, dando órdenes a las células y financiando sus operaciones, ahora es el EI-K el que se encarga del trabajo cotidiano de mantener las comunicaciones con todas las células.

Al principio, el EI-K no vio con buenos ojos esta nueva tarea. Sometidos a una presión muy fuerte sobre el terreno por parte de los talibanes, que infligieron importantes daños a sus redes urbanas en 2023, y aquejados de una falta crónica de financiación, los miembros del EI-K veían como una limitación la gestión de decenas de células terroristas centroasiáticas diseminadas por todo el mundo, sobre todo porque durante varios años casi ninguno de los atentados planeados por estas células tuvo éxito y los pocos que se produjeron sólo tuvieron un impacto muy limitado.

Sin embargo, esta situación ha empezado a cambiar recientemente por dos razones. 

  • En primer lugar, algunos de los atentados coordinados por el EI-K han tenido finalmente éxito, como el de enero de 2024 en Kerman, en Irán, en el que murieron casi cien personas durante la conmemoración del cuarto aniversario de la muerte de Qassem Soleimani. Según fuentes internas, la magnitud del atentado y la repercusión mediática que tuvo permitieron al EI-K recaudar nuevos fondos en el Golfo. Unas semanas más tarde, el atentado de Crocus Hall en Moscú recibió una exposición mediática mucho mayor. A juzgar por sus conversaciones en las redes sociales, los miembros del EI-K consideran que este atentado debería suponer un aumento significativo de sus fuentes de financiación. 
  • En segundo lugar, aunque el EI-K no reivindicó la autoría de los atentados, las autoridades estadounidenses y los medios de comunicación a su paso atribuyeron los ataques terroristas al EI-K, pese a que fue la cúpula central del Estado Islámico la que los reivindicó, ordenó y financió. Esta situación imprevista e inesperada resultó ser una bendición disfrazada, ya que dio nueva visibilidad al EI-K en un momento en que sus actividades en Afganistán estaban en vías de desaparición. En un contexto de declive general para Daesh y sus ramas, el EI-K parecía ser la única de sus ramas que conservaba capacidad de acción.

En 2024, cada vez está más claro que los atentados terroristas en Afganistán, por sangrientos que sean, no tienen un impacto significativo en la suerte de la organización, ya que carecen de repercusión internacional. Los atentados del EI-K en Kabul y otras ciudades afganas, que causaron la muerte de cientos de miembros de minorías religiosas chiíes y sijs, no han tenido el efecto deseado en términos de financiación. Por ello, los cuadros del EI-K creen que es mejor invertir en atentados de gran repercusión internacional que en el interior de Afganistán. 

Por estas razones, si los intentos de infiltración de sus miembros tienen éxito, está claro que el Estado Islámico en Jorasán querrá atentar en Europa, quizás incluso en Estados Unidos. La exposición mediática de tales atentados haría hasta olvidar el del Crocus Hall. En Europa ha habido numerosos informes sobre intentos infructuosos de infiltración de miembros, generalmente afganos y centroasiáticos. Las detenciones de infiltrados parecen ser cada vez más frecuentes. En Turquía, los proyectos —casi todos frustrados— se dirigían generalmente contra objetivos europeos. El EI-K apuesta ahora todo a esta estrategia y espera beneficiarse de algunos de sus efectos positivos, en términos de publicidad, pero sobre todo de financiación.

© Patrick Chauvel/SIPA

El futuro de una amenaza

Por el momento, el EI-K no parece tener capacidad para llevar a cabo atentados a larga distancia. Dispone de redes operativas en Turquía desde hace al menos cinco o seis años, principalmente en el sector financiero. Sin embargo, las autoridades turcas han logrado desmantelar la mayoría de estas redes.

Los escasos éxitos en Turquía se explican más por el número de intentos que por una mejora de la profesionalidad de las células terroristas en ese país. Aunque es probable que existan campos de entrenamiento en Turquía, se trata de instalaciones improvisadas, probablemente granjas aisladas. Sin embargo, con Afganistán demasiado lejos, está claro que para Daesh, Turquía sigue siendo la base de operaciones avanzada más probable para atentar en Europa y Rusia. Por eso el EI-K está intentando reclutar nuevos miembros entre los refugiados afganos que se encuentran ahora en Turquía.

Pero hay un matiz: aunque el EI-K desempeña un papel transnacional —y tiene ambiciones internacionales— su prioridad estratégica sigue siendo Afganistán, donde está intensificando de nuevo sus actividades tras un año de baja intensidad en 2023. La campaña terrorista en Rusia, Irán, Turquía y Europa está diseñada principalmente para satisfacer las necesidades operativas de la organización en Afganistán. 

Notas al pie
  1. Este artículo se basa en la conferencia «Estado Islámico en Jorasán – Comprender la amenaza», organizada con QIM-ERTI en la Sorbonne Nouvelle.