1 – ¿Un bicentenario mítico? 

En 1823, William Webb-Ellis, alumno del Rugby College, jugaba con sus compañeros un partido de folk football –uno de los precursores de los actuales juegos de pelota– cuando cogió el balón con la mano, desafiando todas las reglas. Años más tarde, un deporte decidió conmemorar esta subversión tomando el nombre de la escuela donde tuvo lugar.

En realidad, esta historia es un mito forjado en los años 1870, cuando se establecieron distinciones entre los distintos deportes de pelota practicados por la élite británica y, para gran disgusto de ésta, una parte de la población de clase trabajadora.

Sin embargo, la Copa del Mundo que se inaugura hoy en Francia se anuncia como un acontecimiento «bicentenario». Aunque el rugby no creó una gran competición internacional hasta cincuenta y siete años después que el fútbol, puede reivindicar su antigüedad: William Webb-Ellis, fallecido oscuramente en Menton en 1872, dio su nombre a la copa que se entregará el 28 de octubre.

El rugby está presente en todos los continentes, pero no es global.

BAPTISTE ROGER-LACAN

Más allá de esta historia apócrifa, que sin embargo relata las contradicciones de un deporte que se debate entre el elitismo (el rugby forma parte de las muy elitistas escuelas públicas británicas) y la celebración de una transgresión original, hemos querido reunir nueve mapas y gráficos para captar algunos de los puntos más destacados de un deporte a veces tan incomprensible como los rebotes de su emblemático balón. 

Todo comienza con una paradoja: el rugby está presente en todos los continentes, pero no es global. 

2 – ¿Dominio abrumador de las naciones del Sur? 

Desde hace algunos años, World Rugby, el organismo internacional que gestiona el rugby union y el rugby a siete definiendo las reglas del juego, intenta abrir nuevos territorios a este deporte. De hecho, este deporte está creciendo en algunos países: Japón, que ya ha participado en todas las Copas del Mundo, está experimentando una moda creciente, impulsada por la organización de la competición en 2019; Georgia ha decidido invertir grandes sumas en el desarrollo de este deporte. Sin embargo, un vistazo a la lista de antiguos ganadores –e incluso de antiguos finalistas– da la impresión de que este deporte está monopolizado por un puñado de naciones. Sólo cuatro han ganado el torneo: Nueva Zelanda, Sudáfrica, Australia e Inglaterra. Pero si nos fijamos en el número de victorias, el dominio de las tres naciones del sur es abrumador: ocho victorias por una. 

3 – Los europeos, ¿eternos finalistas? 

Sólo otra nación ha llegado alguna vez a la final: Francia, que ha sufrido tres derrotas en esta fase de la competición, empatada con los ingleses.

4 – En semifinales, las plazas son escasas –y caras–

Si examinamos más de cerca a los treinta y seis semifinalistas que han disputado una plaza en la final desde 1987, vemos que sólo otras tres naciones han llegado a semifinales: Argentina y Gales, en dos ocasiones cada una, y Escocia, una vez en 1991. En resumen, a pesar de sus esfuerzos por abrirse, el rugby mundial sigue siendo un deporte extremadamente jerárquico, en el que unas pocas naciones dominan escandalosamente.

A pesar de sus esfuerzos por abrirse, el rugby mundial sigue siendo un deporte extremadamente jerárquico, en el que unas pocas naciones dominan escandalosamente.

BAPTISTE ROGER-LACAN

5 – Asiduos a la Copa del Mundo

A diferencia del fútbol o el atletismo, el rugby está muy extendido en algunas regiones y casi totalmente ausente en otras. Dicho esto, este deporte está literalmente repartido por todo el planeta. Cuando se trata de grandes equipos, es habitual enfrentar a las naciones del Norte con las del Sur. Con la excepción de Sudáfrica, excluida de los dos primeros Mundiales (en 1987 y 1991) a causa del apartheid, estos equipos históricos han participado en todas las ediciones. También están acostumbrados a enfrentarse cada año en dos competiciones: el Torneo de las Seis Naciones –que reúne a las seis mejores naciones del Norte (Inglaterra, Escocia, Francia, Irlanda, Italia y Gales)– y el Rugby Championship –que enfrenta a las cuatro mejores naciones del Sur (Argentina, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda)–. Estas diez selecciones también juegan entre sí en «giras» de dos o tres partidos: cada otoño, las naciones del sur vienen a Europa; cada verano, es el turno de que las naciones del norte viajen al hemisferio sur.

Por lo tanto, fuera de la Copa del Mundo, las naciones «pequeñas» tienen pocas oportunidades de enfrentarse a las selecciones históricamente dominantes –lo que sin duda es la mejor manera de garantizar que la jerarquía de este deporte no cambie–.

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6 – Inmensos neozelandeses

Sorprendentemente para un deporte que se enorgullece de sus valores y su sentido del trabajo en equipo, World Rugby concede cada año un premio al «mejor jugador del mundo» –así como a la mejor jugadora, a una revelación, etc–. Aunque los premios siguen el modelo de las ceremonias equivalentes en el fútbol, después de veinte años todavía se puede medir el prestigio del equipo neozelandés. Aunque a menudo se celebran el talento colectivo y el juego resplandeciente de los All Blacks, su prestigio también se basa en talentos individuales que en cierto modo confirman su dominio del juego.

Jonah Lomu, leyenda del rugby neozelandés, placado por Sililo Martens durante un partido contra Tonga el 2 de octubre de 1999. © Empics Sport/SIPA

7 – La expansión de un deporte que empezó en las Islas Británicas

Entre los primeros países que han jugado al rugby a nivel internacional –lo que generalmente es señal de que el deporte está lo suficientemente estructurado como para que los clubes puedan organizarse– se encuentran los ocho países que ya han sido semifinalistas, más Irlanda, que nunca ha pasado de cuartos de final. Si se observa el mapa, se ve que este deporte, originario de Inglaterra, se ha extendido en varias etapas. Primero, fueron las Islas Británicas las que empezaron a practicarlo. Posteriormente, el rugby se desarrolló en tres de las cuatro colonias británicas: Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda.

Más o menos al mismo tiempo, este deporte apareció en dos países lingüística y culturalmente alejados del mundo británico: Francia y Argentina. Volveremos sobre Francia más adelante. En Argentina, el rugby ha seguido siendo hasta hoy un deporte asociado a las clases altas que han adoptado los códigos y modales de la élite británica. Recientemente, el elitismo del rugby argentino ha sido fuente de intensos debates en el seno de la sociedad argentina: en 2020, el asesinato de un joven, apaleado en el aparcamiento de una discoteca por diez jóvenes jugadores de rugby argentinos de extracción acomodada, conmocionó especialmente al país.

En Argentina, el rugby ha seguido siendo hasta hoy un deporte asociado a las clases altas que han adoptado los códigos y modales de la élite británica.

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Después de estas dos «naciones latinas» –como a veces se las denomina junto con Italia–, el deporte se desarrolló considerablemente en tres pequeñas naciones insulares: Fiyi, Samoa y Tonga. El triángulo polinesio es la última gran región del rugby. Los demás territorios en los que se ha desarrollado este deporte desde los años 1920 suelen estar bastante aislados en el mapa deportivo, como ilustran los casos de Georgia y Japón. 

8 – En Francia continental, un deporte geográficamente polarizado

En Francia, el rugby se ha desarrollado en dos regiones a menudo opuestas en la percepción común: la región parisina y las regiones meridionales. En París, al igual que en las metrópolis regionales de Toulouse –verdadera capital del rugby francés– y Burdeos, el rugby fue inicialmente adoptado por la élite anglófila, que lo practicaba a nivel universitario. Pero a diferencia de Inglaterra, donde este deporte sigue estando estrechamente vinculado a la enseñanza privada y a las clases dirigentes –a diferencia del fútbol o del rugby a 13–, el rugby francés es un deporte con una fuerte presencia en las zonas rurales y en ciertos barrios populares –como demuestra la popularidad del Rugby Club Toulonnais–.

Este deporte también está muy extendido en las regiones y territorios franceses del Pacífico, donde la proximidad de países donde el rugby es la cultura dominante, como Nueva Zelanda y las islas Fiyi, ha contribuido al desarrollo de este deporte. Muchos de los clubes del potentísimo Top 14 –el campeonato francés de primera división que, si no es el más entretenido, es el más rico del mundo– envían reclutadores a Wallis y Futuna (que cuenta con seis clubes para 15.289 habitantes) o Nueva Caledonia (veinte clubes para 271.000 habitantes). Actualmente, cuatro jugadores de Wallis y Futuna forman parte de la selección francesa para la Copa Mundial, compuesta por 33 jugadores. Sin embargo, no todos acaban en la selección: la película Mercenaire, estrenada en 2016, narra con gracia la difícil adaptación de un joven wallisiano que es engañado por un cazatalento y acaba en una pequeña ciudad del suroeste de Francia, donde su club juega en una división inferior. Una metáfora de los mundos que coexisten en el rugby francés. 

9 – Del deporte de masas al deporte de nicho: una práctica desigual

Incluso entre los participantes en la Copa del Mundo existen enormes disparidades. Algunos países, como Nueva Zelanda, están dominados por el rugby, con más de 150.000 jugadores con licencia para una población de 5 millones, una proporción absolutamente colosal. Otros, como Uruguay, apenas cuentan con unos centenares. Países como Francia e Inglaterra siguen siendo bastiones, aunque el rugby compite con otros deportes, sobre todo el fútbol: Francia, por ejemplo, tiene 2,2 millones de titulares de licencia de fútbol, frente a sólo 300.000 de rugby. 

Algunos países, como Nueva Zelanda, están dominados por el rugby, con más de 150.000 jugadores con licencia para 5 millones de habitantes, una proporción absolutamente colosal.

BAPTISTE ROGER-LACAN

10 – Un eco de las diásporas pasadas y presentes

La Copa del Mundo de Rugby 2023 contará con la participación de veinte equipos de diversas nacionalidades. Mientras que algunos equipos estarán formados íntegramente por jugadores locales, otros incluirán un gran número de jugadores nacidos o formados en el extranjero.

Anteriormente, para ser elegibles, los jugadores debían cumplir al menos uno de los tres criterios siguientes: haber nacido en el país, tener un padre o abuelo del país, o ser residente en el país durante tres años consecutivos. En 2023, esta última condición se modificó para exigir cinco años consecutivos de residencia o diez años de residencia acumulada.

A diferencia de las últimas cinco ediciones, las nuevas normas de elegibilidad de World Rugby permiten ahora a los jugadores representar a un segundo país tras un periodo de tres años de inactividad internacional con su primer país. Según la organización, esta modificación impulsará la competitividad de las naciones emergentes o que durante décadas han ido perdiendo a algunos de sus mejores jugadores en beneficio de naciones más grandes: las naciones polinesias se han visto especialmente afectadas por este fenómeno.

Las nuevas normas de elegibilidad de World Rugby permiten ahora a los jugadores representar a un segundo país tras un periodo de tres años de inactividad internacional con su primer país.

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Estas normas de elegibilidad, mucho más flexibles que en otros deportes, hacen que el rugby lleve la impronta de muchas diásporas: muchos de los jugadores que visten los colores de estos países proceden de países a los que emigraron sus abuelos. La interesante selección italiana, por ejemplo, refleja las numerosas oleadas de emigración italiana acogiendo a jugadores nacidos en Francia, Argentina o Australia; Portugal cuenta con diez jugadores nacidos y formados en Francia. También revelan una política de importación de talentos, como los jugadores neozelandeses que, demasiado débiles para jugar con los All Blacks, se marcharon a probar suerte a otra parte.

En resumen, el rugby no está globalizado, pero no es inmune a la lógica de la globalización.