La competencia entre China y Estados Unidos ha sido el principal telón de fondo de las relaciones internacionales desde finales de nuestros años Veinte. Las cadenas de valor mundiales se están redibujando en función del posicionamiento de cada país en relación con esta nueva línea de fractura. El fantasma de un conflicto sobre Taiwán ocupa a los Estados mayores. Los Estados se implican -cada vez más- en inversiones industriales y en el desarrollo de tecnologías críticas.
Con frecuencia, se compara esta competencia con una nueva Guerra Fría, como conflicto estructurante, que obliga a todos los países a situarse entre dos superpotencias que compiten por el liderazgo mundial. Pero, ¿es todo esto completamente nuevo? Pueden establecerse paralelismos con otro periodo de tensión, menos exacerbado, pero no exento de consecuencias: el que enfrentó a Japón y Estados Unidos desde principios de los ochenta hasta mediados de los noventa. En aquella época, existía un temor generalizado, en Estados Unidos, de que Japón se hiciera, pronto, del puesto de primera potencia económica y tecnológica. El modelo económico y político japonés, con sus grandes conglomerados y la cooperación entre el Estado y el sector privado, simbolizado por el Ministerio de Industria y Comercio Internacional (MITI), era considerado, por parte de muchos observadores estadounidenses, como radicalmente ajeno al capitalismo liberal estadounidense. Las prácticas empresariales japonesas se denuncian como desleales. Muchas veces, se le echa la culpa a los éxitos japoneses en los sectores automovilístico, del acero y de los semiconductores de la desindustrialización estadounidense. En 1990, el Comité Económico Conjunto del Congreso declaró que «el desafío económico de Japón no tiene precedentes» 1.
El estudio de este episodio debería permitirnos orientarnos mejor en el interregno estructurado por la rivalidad entre Pekín y Washington. En primer lugar, porque el desafío japonés ha contribuido a configurar las representaciones de muchos actores en la actual competencia sino-estadounidense. Así, comentaristas e historiadores han subrayado la continuidad entre la postura que adoptó Donald Trump, en los años ochenta, con respecto a Japón, que, supuestamente, se aprovechaba de la ceguera estadounidense, y la que adoptó durante su presidencia con respecto a China 2. En 1987, compró un anuncio en el New York Times, en el Washington Post y en el Boston Globe para denunciar la política exterior estadounidense en relación con sus aliados. Afirmaba que «los japoneses […] han construido una economía fuerte y vibrante con superávits sin precedentes» gracias a su comportamiento free-rider en defensa y a sus acciones para mantener el yen bajo 3. En los documentos oficiales chinos 4 y en los escritos de sus intelectuales, el ejemplo de las políticas comerciales coercitivas de Estados Unidos hacia Japón se cita para subrayar la voluntad hegemónica estadounidense.
El estudio de este episodio de tensiones entre japoneses y estadounidenses debe hacer que nos preguntemos también por la escena política e intelectual estadounidense. ¿Cuáles eran las respectivas posiciones de los líderes de opinión, del Congreso y del poder ejecutivo? ¿Qué relación guardaban las tensiones comerciales con la alianza y con las preocupaciones comunes en materia de seguridad? Sobre todo, este episodio debe alertarnos sobre los riesgos de la inflación de la amenaza: ¿Japón podía amenazar realmente la supremacía norteamericana con la mitad de población y sin poseer ni armas nucleares ni un puesto en el Consejo de Seguridad?
Esto interroga mientras que ahora se presenta a China como un rival en ascenso, a pesar del rápido envejecimiento de su población, de las fragilidades acumuladas en su sector bancario e inmobiliario y de su incapacidad para reorientar su modelo de crecimiento hacia el consumo. No se trata de hacer del pasado de Japón el futuro de China, sino de dar un paso que nos ayude a reflexionar de nuevo sobre la dinámica actual de la relación entre China y Estados Unidos tomando en cuenta sus especificidades.
¿El fin de la preeminencia?
Una amenaza para la prosperidad de Estados Unidos
Tras emerger de la Segunda Guerra Mundial en una posición de hegemonía económica, Estados Unidos vio cómo su posición relativa se deterioraba debido al rápido crecimiento de sus aliados europeos y de Japón. Este último, que experimentó un auténtico «milagro económico» (la tasa media de crecimiento anual, entre 1960 y 1980, fue del 7 %), se convirtió en la segunda potencia económica capitalista a partir de 1968 5. Algunos autores llegan a proponer la idea de que Japón y Estados Unidos «intercambian sus lugares», debido al mayor dinamismo económico e industrial del archipiélago 6. El crecimiento de Japón va acompañado de un aumento de las exportaciones y de las importaciones, aunque el país aún esté relativamente poco explotado.
El desequilibrio en el comercio internacional de bienes y servicios es la raíz de la preocupación de Estados Unidos por Japón. La década de 1980 fue un periodo de rápido y profundo aumento del déficit comercial estadounidense, que pasó de 18000 millones de dólares, en 1980, a 150000 millones, en 1987; casi la mitad de esto correspondía al déficit comercial bilateral con Japón 7.
Este déficit bilateral es, por lo tanto, objeto de una intensa atención pública y política en Estados Unidos porque las importaciones, al desplazar la producción estadounidense, pueden contribuir a la desindustrialización y a la destrucción de puestos de trabajo industriales. En un artículo del New York Times Magazine de 1985, titulado «El peligro de Japón», se afirmaba lo siguiente: «Hoy en día, ni una sola radio de consumo se fabrica en Estados Unidos […]. Casi todos nuestros aparatos de video se fabrican en Japón. Lo mismo ocurre con la mayoría de las calculadoras de mano, los relojes, gran parte de nuestra maquinaria de oficina y la mayoría de los equipos de audio de alta definición […]» 8. El déficit también plantea la cuestión de la competitividad estadounidense y la capacidad del país para producir riqueza. El presidente Reagan informó: «La producción japonesa de automóviles es casi del doble por trabajador con respecto a Estados Unidos. Los siderúrgicos japoneses producen alrededor de un 25 % más que sus homólogos estadounidenses». No obstante, los políticos y comentaristas estadounidenses creen que el déficit bilateral se debe, principalmente, al proteccionismo japonés. El representante de Comercio estadounidense, William E. Brock, en un memorándum para el presidente con la fecha del 18 de diciembre de 1981, juzgaba que «hay poca reciprocidad entre el tratamiento de las mercancías e inversiones estadounidenses en Japón y el tratamiento de las mercancías e inversiones japonesas en Estados Unidos» 9. Los estadounidenses denunciaron los contingentes de importación, los procedimientos aduaneros, las pruebas de ejecución de normas y las dificultades de acceso a canales de distribución japoneses 10. Los funcionarios estadounidenses también señalan la infravaloración del yen.
Durante los años 1980, surgió un nuevo motivo de preocupación: la solidez financiera japonesa. Gracias a los superávits comerciales recurrentes, Japón tenía una posición financiera neta muy positiva (que ascendía a más de 250000 millones de dólares para finales de 1988) que le permitía acumular activos extranjeros. La dinámica monetaria y financiera reforzó aún más esta situación. Tras los acuerdos del Plaza de 1985, el yen se apreció fuertemente frente al dólar. Esto aumentó considerablemente el poder adquisitivo internacional de los agentes japoneses. Sobre todo, las empresas y los particulares se beneficiaron de un fuerte efecto riqueza provocado por las burbujas inmobiliaria y bursátil.
En Tokio, los precios inmobiliarios subieron un 10.4 % en 1986, un 57.5 % en 1987 y un 22.6 % en 1988 11. El índice Nikkei pasó de unos 10000 puntos, en 1985, a casi 40000 para finales de 1989. Las empresas financieras japonesas se convirtieron, así, en importantes inversores en el extranjero. A finales de 1988, los residentes japoneses poseían 285000 millones de dólares en activos industriales, inmobiliarios y financieros en Estados Unidos. Son los mayores compradores de deuda pública estadounidense 12. También, están adquiriendo importantes activos inmobiliarios e industriales, lo que aumenta las inquietudes económicas de Estados Unidos. La adquisición por Mitsubishi de una participación en el Rockefeller Group, propietario del mítico Rockefeller Center, y la propuesta de adquisición por Fujitsu de Fairchild Semiconductor (que ya era propiedad de un grupo extranjero, Schlumberger) fueron polémicas. En este último caso, las protestas acabaron por hacer fracasar la venta. Estos temores llevaron al Congreso a reforzar los poderes del CFIUS y a encargar una serie de informes a la Government Accountability Office sobre la inversión extranjera en Estados Unidos 13.
¿Un futuro diseñado en Tokio en vez de en San Francisco?
El desarrollo japonés también se considera un desafío para el liderazgo tecnológico estadounidense. Japón, cuyo desarrollo se basó, inicialmente, en las industrias resultantes de la primera y la segunda revoluciones industriales (textil, siderurgia, automóvil), se afirma, desde finales de los años 70, como competidor de Estados Unidos en industrias punteras, sobre todo, en mecatrónica 14, microelectrónica y equipos de telecomunicaciones. A medida que el país se acercaba a la frontera tecnológica, su sistema científico se fue adaptando: el financiamiento de la investigación aumentó masivamente (el gasto en I+D se cuadruplicó entre 1973 y 1983 hasta alcanzar los 25000 millones de dólares, es decir, el 2.4 % del PIB de la época); se crearon nuevos centros de investigación y aumentó el número de científicos de egresados cada año 15. Después de haber sido considerado, durante mucho tiempo, como un país de especialistas en procesos industriales e ingeniería inversa, el lanzamiento de proyectos innovadores en las fronteras de la ciencia captó la imaginación de los estadounidenses. En 1982, el Departamento de Industria y Comercio Internacional (MITI) lanzó el Programa de Desarrollo de Computadoras de Quinta Generación, cuyo objetivo es desarrollar la computación paralela a gran escala y la programación lógica, cosa que ya avanza hacia la «inteligencia artificial» 16. Al verse superados tecnológicamente por Japón, los responsables estadounidenses temen por su economía. Así, la Comisión Presidencial para la Competitividad Americana, creada en 1983, se encarga de ver cómo acelerar el desarrollo de tecnologías y su implantación en las empresas porque, en palabras del presidente Reagan, «para mantener altas tasas de crecimiento, [Estados Unidos] debe seguir produciendo milagros de alta tecnología» 17.
Sin embargo, la pérdida de preeminencia tecnológica también se considera un riesgo para la seguridad nacional. En el sector de los semiconductores, el auge de la industria japonesa amenaza la posición de la industria estadounidense: empresas japonesas como Fujitsu, Hitachi o Motorola dominan progresivamente el segmento de las memorias. Así, Japón superó a Estados Unidos como primer productor mundial de semiconductores (en valor) a partir de 1986 18. Los fabricantes japoneses ejercieron una fuerte presión sobre sus competidores y al reducir drásticamente los precios; un ambiente de crisis golpeó la industria americana, que se dirigió a la Administración para obtener medidas de protección 19.
Dado el carácter crítico de estos componentes electrónicos en el desarrollo de los programas de armamento modernos, la perspectiva de ver a los fabricantes estadounidenses perder su preeminencia le preocupaba al Departamento de Defensa. Por ello, se le pidió al Consejo Científico de Defensa que examinara la dependencia de los semiconductores. Su informe, publicado en 1987, concluía que «el liderazgo tecnológico en esta área crítica se está erosionando rápidamente y esto tendrá serias implicaciones para la economía nacional, así como consecuencias inmediatas y previsibles para el Departamento de Defensa» 20. Señala que el poder militar estadounidense se basa en la calidad y «superioridad» de los sistemas de armas estadounidenses y en el dominio de las comunicaciones avanzadas y de la toma de decisiones. Por ello, el Defence Science Board considera «inaceptable» la dependencia de fuentes de suministro extranjeras para semiconductores y aboga, por lo tanto, por el mantenimiento de una base de producción estratégica nacional y de una sólida reserva de conocimientos técnicos. En 1987, se creó el consorcio de investigación público-privado SEMATECH, con financiamiento federal, para apoyar la industria. Este desafío japonés sirvió de telón de fondo para el movimiento de las «tecnologías críticas», que vio cómo la noción se afianzaba en el debate estratégico estadounidense 21, con la creación de múltiples listas por parte del Departamento de Defensa, del Congreso y de ciertos centros de investigación.
La respuesta estadounidense
¿Rechazar o imitar el modelo japonés?
Desde los años ochenta hasta principios de los noventa, la competencia con Japón provocó un cambio en la forma de representar a Japón. Aunque algunas personas admiraban la cultura y los éxitos japoneses, se produjo un verdadero movimiento de Japan-bashing. El senador Baucus declaró, en 1990: «el sentimiento antijaponés en Estados Unidos está creciendo rápidamente. Muchas gente estadounidense ve a Japón como una amenaza económica y considera inexcusables las barreras comerciales japonesas. Exigen hechos, no palabras» 22. Varios congresistas llegaron, incluso, a destruir equipos electrónicos japoneses sobre el césped del Congreso, en 1987, tras revelarse que Toshiba suministraba componentes a la industria soviética de defensa.
Pasando del liderazgo a la dinámica cultural, también, se ha producido un deterioro de la imagen de Japón. Cuando Louis Harris les preguntó a los ciudadanos estadounidenses, en 1989, cuál era la principal amenaza para el futuro de Estados Unidos, el 68 % citó la amenaza económica japonesa, frente a un 22 % para la amenaza militar soviética 23. Múltiples artefactos culturales ponen de manifiesto esta transformación de la figura de la amenaza. En ficción, el libro Rising Sun de Michael Crichton (el autor de Parque Jurásico), publicado en 1992 y adaptado al cine el año siguiente, simboliza el Japan-Bashing. En este último, los industriales japoneses se hacen con el control de las empresas estadounidenses de nuevas tecnologías mediante la manipulación y el chantaje 24. Hay muchos ensayos que retratan a Japón de forma negativa. En 1992, Robert Reich 25 contabilizó más de treinta libros de este tipo publicados en años anteriores, entre ellos, In the Shadow of the Rising Sun, de William S. Dietrich, que afirma que Japón «amenaza el modo de vida [estadounidense] y [sus] libertades tanto como lo hicieron, en el pasado, la Alemania nazi o la Unión Soviética». Algunos llegan, incluso, a prever la perspectiva de un conflicto entre ambas potencias, entre los que destaca el exitoso ensayo The Coming War With Japan.
Sin embargo, el debate sobre Japón no es unívocamente crítico. Al contrario, muchos observadores ven en Japón un modelo que se debe imitar, al menos, en parte. Para algunos, constituye un ejemplo de gestión macroeconómica más rigurosa, más orientada al ahorro y al equilibrio de la balanza comercial y el presupuesto público. Para otros, es un modelo diferente de capitalismo, más centrado a largo plazo, en la planificación estratégica y en la cooperación público-privada, más eficaz que el liberalismo reaganiano. Chalmers Johnson, autor de un libro fundamental sobre el MITI, propone que Estados Unidos adopte una «estrategia de modernización económica» que incluya la formación de más científicos e ingenieros, la reorganización de las administraciones de comercio internacional y la reforma de la legislación financiera y bancaria para crear incentivos largoplazistas 26.
El papel clave del Ejecutivo: ¿seguridad o primacía económica?
Mientras que la opinión pública y el Congreso tienden a atacar a Japón, las administraciones republicanas desempeñan un papel moderado, apegadas al libre comercio y a la alianza. La relación entre el presidente Ronald Reagan (1981-1989) y el primer ministro Yasuhiro Nakasone (1983-1987) se escenifica como la «pareja Ron-Yasu». Las administraciones de Reagan y Nakasone están estrechamente alineadas en cuestiones internacionales y en la conducción de la Guerra Fría. El primer ministro Nakasone quiere que Japón asuma más responsabilidades en materia de defensa, que aumente el presupuesto de las fuerzas de autodefensa 27 y que se comprometa en la cooperación industrial con Washington participando en los proyectos de la «guerra de las galaxias» 28. Así pues, las tensiones económicas y comerciales se contienen sin llegar a descarrilar la relación bilateral. La Administración de Bush sigue recibiendo fuertes presiones del Congreso y de la industria, en especial, de la automovilística 29, para que «solucione el problema japonés». A pesar de hacer hincapié en los «resultados», la Administración de Bush rechaza la lógica de la gestión directiva del comercio internacional 30.
Durante la presidencia de Clinton, la economía ocupó un lugar central 31. Japón y Estados Unidos acordaron un «nuevo marco económico», en 1993, que estaba «orientado a los resultados», es decir, la Administración quería adoptar objetivos numéricos para reducir el déficit bilateral y aumentar las exportaciones estadounidenses 32. Esto suscitó una fuerte oposición por parte de las élites japonesas y provocó un importante deterioro de las relaciones bilaterales 33. Las conversaciones entre los dos países sobre comercio internacional se interrumpieron, en 1994 34, al no poder conciliarse las posturas de ambas partes. Los dos Estados estuvieron, entonces, al borde de una guerra comercial: en 1995, el presidente estadounidense amenazó con imponer fuertes aranceles sobre la industria automovilística japonesa. Tras la reanudación de las negociaciones, finalmente, se adoptó una docena de acuerdos sectoriales sobre piezas de automóviles, teléfonos celulares, vidrio, equipos médicos, etcétera, pero las tensiones persisten: en 1997, el presidente Clinton, en una carta al primer ministro Hashimoto, criticó sus orientaciones de política económica y expresó su preocupación por el nivel que había alcanzado el déficit comercial bilateral -62000 millones de dólares en 1996 35-.
Proteger a los productores estadounidenses
A lo largo de la década de 1980, Estados Unidos intentó que Japón transformara su modelo de crecimiento en una dirección considerada más acorde con los intereses estadounidenses. La eliminación de barreras comerciales fue una petición frecuente. El presidente Reagan, en un discurso de 1983, les pidió que redujeran aún más las barreras que siguen impidiendo que ciertos productos estadounidenses entren fácilmente en su mercado 36. El primer ministro Nakasone hizo de esta cuestión una de sus prioridades y adoptó varios paquetes de liberalización comercial 37. Los estadounidenses también querían que Japón liberalizara su política de tipos de cambio para permitir la apreciación del yen y aumentar, así, la competitividad de las industrias estadounidenses. Los controles que se aplicaban entonces al mercado de capitales japonés impedían a estadounidenses y europeos comprar o tomar yenes libremente. Por ello, a mediados de los años 1980 se entablaron negociaciones con vistas a «internacionalizar el yen», en palabras del Secretario del Tesoro, Daniel Regan 38. En el Acuerdo del Plaza, de 22 de septiembre de 1985, los países del G7 acordaron que los tipos de cambio debían «reflejar mejor los fundamentos de las condiciones económicas» y actuar para garantizar una «apreciación ordenada de otras monedas frente al dólar […]» 39. Este acuerdo condujo a una fortísima apreciación de la moneda japonesa: entre septiembre de 1985 y diciembre de 1986, el valor del yen frente al dólar aumentó un 52 % 40. Más allá de las barreras y las distorsiones, se hizo un diagnóstico más estructural de la situación japonesa: la escasa parte de la renta nacional asignada a los hogares, debido, sobre todo, a la escasa competencia y a los elevados precios, y la elevada tasa de ahorro de las empresas conducían mecánicamente a un excedente de la producción sobre la demanda y, por consiguiente, a un excedente de la balanza comercial.
Por ello, Estados Unidos presiona a Japón para que se convierta en una sociedad de consumidores. La Comisión Maekawa 41, creada por el primer ministro Nakasone en 1985, se encargó de proponer una transformación del modelo de crecimiento japonés que lo alejara de la dependencia de las exportaciones 42. Propuso, entre otras cosas, aumentar el gasto en infraestructuras, reducir los impuestos, limitar la semana laboral a cinco días y crear incentivos fiscales para la construcción de viviendas 43; todo ello, con el fin de reducir el excedente de ahorro con respecto a la inversión. No obstante, estas medidas sólo se aplicarán parcialmente. La Iniciativa de Impedimentos Estructurales (SII), lanzada por el presidente George W. Bush y por el primer ministro Sōsuke Uno, va en la misma línea: pretende acercar el modelo económico japonés al de Estados Unidos 44.
Ante la persistencia del déficit y la presión del Congreso, las presidencias de Reagan, Bush y Clinton adoptaron enfoques más coercitivos. La Administración de Reagan negoció varios acuerdos con Japón en los que este último aceptaba limitar sus exportaciones. Así ocurrió en 1981 en la industria del automóvil 45, bajo la presión de los sindicatos 46 y del Congreso 47. En 1984, concluyó acuerdos voluntarios de limitación de las exportaciones de acero con 29 países, entre ellos, Japón. En el campo de los semiconductores, después de que la Asociación de la Industria de Semiconductores (SIA) presentara una petición ante la oficina del representante de Comercio de Estados Unidos, en la que se alegaba que Japón infringía la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974 debido a la existencia de barreras comerciales 48, Tokio accedió a controlar las exportaciones de sus productores de semiconductores para garantizar que no hubiera dumping y a promover las ventas de chips fabricados en Estados Unidos hasta alcanzar una cuota de mercado del 10 %. El ejecutivo puede utilizar la amenaza de aranceles para doblegar a sus homólogos japoneses. En abril de 1987, Ronald Reagan impuso aranceles del 100 % sobre 300 millones de dólares de importaciones japonesas 49 debido a lagunas en la aplicación del acuerdo sobre semiconductores. En 1995, el presidente Clinton amenazó con imponer aranceles del 100 % sobre varios modelos de automóviles japoneses en represalia por las barreras que protegían el mercado japonés 50.
El ejecutivo estuvo sometido a una fuerte presión del Congreso para encontrar una solución al déficit bilateral. Esto llevó a algunos representantes y senadores a proponer medidas proteccionistas, como requisitos de contenido estadounidense para los coches vendidos en Estados Unidos 51 o la imposición de derechos de aduana compensatorios a los productos subvencionados 52. Librecambista declarado 53, Ronald Reagan se opuso a las medidas más directamente proteccionistas. En relación con la Ley Omnibus de Comercio de 1986, la Casa Blanca declaró que «[era] una ley que destruía el comercio, no que lo creaba, [perjudicaría] a los consumidores, las empresas y los trabajadores estadounidenses». Por ello, el Presidente utilizó el veto para rechazar medidas consideradas proteccionistas. Pero en su defensa del libre comercio, la Administración adoptó el concepto de comercio justo y mercados abiertos. Así pues, se alcanzaron compromisos con el Congreso para permitir la aprobación de una legislación que, al mismo tiempo, autorizaba al Presidente a negociar acuerdos de libre comercio y reforzaba las herramientas de defensa comercial y seguridad económica. La Ley de Comercio y Aranceles de 1984 aclaró los poderes del Representante de Comercio de Estados Unidos en las investigaciones antidumping. La Omnibus Foreign Trade and Competitiveness Act de 1988 creó el procedimiento Super-301, que obliga a tomar contramedidas en caso de que un socio incumpla los acuerdos comerciales vigentes, y reforzó los poderes del CFIUS (enmienda Exon-Florio).
De una amenaza a otra
La crisis inmobiliaria y financiera iniciada en 1989 frenó el dinamismo económico japonés. La tasa de crecimiento de Japón cayó y, a partir de 1992, se mantuvo permanentemente cercana a cero. Al principio, esto tuvo poco impacto en la percepción que los estadounidenses tenían de Japón. Aún era tiempo de criticar a Japón. La crisis deprimió el consumo de los hogares, que preservaron el ahorro, mientras que la inversión cayó rápidamente 54. No obstante, durante la década de 1990, la recuperación económica, el desarrollo de nuevas tecnologías y la reducción de los déficits federal y comercial hicieron que Estados Unidos volviera a confiar en sí mismo. La Guerra del Golfo fue una demostración de la superioridad tecnológica y militar estadounidense. En el campo de los semiconductores, la cuota de mercado de las empresas americanas superó a la de sus competidores japoneses a partir de 1994 55. De este modo, la amenaza japonesa desapareció gradualmente y Estados Unidos ya no tuvo ninguna duda sobre su estatus: el de única superpotencia.
Al mismo tiempo, a finales de la década de 1990, la Administración de Clinton decidió apoyar la integración de la República Popular de China en la Organización Mundial del Comercio y la normalización de las relaciones comerciales 56. Eso no sucedió sin la preocupación por las consecuencias económicas y de seguridad del crecimiento chino. Ya en 2000, el Congreso dispuso la creación de una comisión dedicada a estudiar las implicaciones para la seguridad nacional de los vínculos económicos y comerciales entre Estados Unidos y la República Popular de China 57. Muy pronto, el déficit bilateral aumentará y aparecerán tensiones comerciales, a pesar de que los dos países, a diferencia de la pareja japonesa-estadounidense, no estén alineados diplomáticamente.
Existe, pues, una cierta continuidad histórica entre los dos episodios de tensión entre Estados Unidos y sus competidores asiáticos. Los problemas planteados por los observadores, en los años ochenta, sobre el modelo económico estadounidense aún son, para algunos, válidos. Algunas de las decisiones o leyes aprobadas en respuesta ante la amenaza japonesa se están reutilizando o modernizando en la actualidad. Esto será el tema de un próximo estudio en el que se analizarán los paralelismos entre los discursos estadounidenses sobre Japón en los años ochenta y noventa y China en los años 2000 y 2010, junto con las respuestas a ambos desafíos.
Notas al pie
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- « That Time Trump Spent Nearly $100,000 On An Ad Criticizing U.S. Foreign Policy In 1987 », BuzzFeed, 10 de julio de 2015
- Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Popular China, La hegemonía estadounidense y sus peligros, febrero de 2023
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- Trading Places : How We Are Giving Our Future To Japan & How To Reclaim It, Basic Books, 1990
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- Cf. este memorándum del Representante de Comercio estadounidense de diciembre de 1981.
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- Henry Scott Stokes, « Japan’s love affairs with the Robot », The New York Times, 10 de enero de 1982
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- Chris Miller, Chip War : The Fight for the World’s Most Critical Technology, Scribner, 2022
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- Esta fuerte revalorización provocó una breve recesión en 1986, antes de que la economía japonesa se recuperara con fuerza, impulsada por la burbuja financiera e inmobiliaria.
- Dirigida por el ex Gobernador del Banco de Japón Haruo Maekawa
- « Nakasone Meeting with the President : Accentuating the positive », Central Intelligence Agency, 9 de abril de 1986
- « Japan : Playing by Different Rules », The Atlantic, 1 de septiembre de 1987
- Mitsuo Matsushita, « The Structural Impediments Initiative : An Example of Bilateral Trade Negotiation Trade Negotiation », Michigan Journal of International Law, Volume 12, Issue 2, 1990
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- El sindicato United Auto Workers presentó una queja ante la Comisión de Comercio Internacional pidiendo que se limitaran las importaciones a 1,7 millones de coches y 260.000 camiones ligeros.
- En 1981 se presentó en el Senado un proyecto de ley para imponer una cuota a las importaciones de automóviles.
- Economic Report of the President 1986
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- « Content Bill On Autos Advances », the New York Times, 20 mai 1983
- Clyde H. Farnsworth, « Conferees at Work on Trade Bill », New York Times, 5 de octubre de 1984
- Bajo Reagan, los informes económicos del Presidente reiteraban cada año los beneficios del libre comercio y los esfuerzos de la administración por facilitar la libre circulación de bienes y servicios.
- « Japan—Recent Economic Developments », IMF Staff Country Report No. 95/115, noviembre de 1995
- Leslie Helm, « In the Chips : America’s semiconductor industry again leads the world. But new Asian competitors are gaining strength. And you can never count Japan out », Los Angeles Times, 5 de marzo de 1995
- Bill Clinton, Discurso del 8 de marzo de 2000 à la Paul H. Nitze School of Advanced International Studies de la universidad Johns Hopkins
- Artículo 1238 de la Ley de Financiación de la Defensa de 2001.