Puntos claves
- De los 61 diputados de Les Républicains, 34 han declarado que no votarán a favor de una moción de censura. Esto deja 27 diputados que potencialmente podrían votar a favor.
- Desde un punto de vista teórico, si todo el resto de la oposición votara a favor de la moción transversal, ése sería exactamente el número de diputados necesarios para aprobar la moción de censura –derrocar al Gobierno–.
- Si, tal y como están las cosas, esa votación sigue siendo improbable, el resultado del lunes es incierto: está en juego el futuro del Gobierno, así como la forma que adoptará el futuro político del partido Les Républicains.
La incertidumbre de Les Républicains
La situación política en Francia, y más concretamente en la derecha francesa, era difícil de predecir hace unos meses, incluso conociendo el carácter insólito de la composición actual de la Asamblea Nacional en la historia de la V República. Si se podía dudar legítimamente de la capacidad del Gobierno actual para hacerse con una mayoría parlamentaria de facto que le permitiera aprobar sus proyectos de ley sin demasiados problemas, el tema de las pensiones no parecía el más delicado en la medida en que el propio Emmanuel Macron había hecho suya en su campaña de reelección la propuesta de Valérie Pécresse de retrasar la edad legal de jubilación a los 65 años, lo que sugería una alianza de circunstancias bastante natural entre los tres grupos mayoritarios y el de los Républicains. El hecho es, sin embargo, que el apoyo de al menos dos tercios del grupo LR, necesario para garantizar la aprobación del texto tras su paso por la comisión mixta, no parecía ser un hecho a los ojos del gobierno y del Presidente de la República –y ello a pesar del aval del Senado– hasta tal punto que tuvieron que recurrir al artículo 49 apartado 3 para esperar aprobarlo.
Si demasiados diputados de LR se mostraron reticentes a votar a favor de ese texto, es razonable pensar que no será el caso de las mociones de censura que someterán a votación los grupos RN y sobre todo LIOT, ya que es mucho lo que está en juego y el partido dirigido por Eric Ciotti no está en condiciones de presentarse ante los electores menos de un año después del estrepitoso fracaso de Valérie Pécresse. A este respecto, se han realizado numerosos recuentos más o menos formales para estimar tanto el número de diputados de LR dispuestos a rechazar esta reforma de las pensiones como el de diputados inclinados a votar la censura. Sin embargo, siguen siendo fragmentarios y no ofrecen una lista exhaustiva de las posiciones de los distintos partidos sobre estas cuestiones candentes. Por ello, hemos tomado la iniciativa de realizar un censo de estas posiciones de la forma más precisa y aguda posible, con la ayuda de internautas voluntarios –a los que damos las gracias–.
Los 61 diputados de LR (incluidos dos afines) se agruparon así en una tabla que muestra sus declaraciones más recientes y las tipifica (a partir del sábado 19 de marzo por la noche) sobre estos dos textos que dividen al partido, para poder elaborar una segunda tabla más sintética.
Éste nos muestra en primer lugar que la elección del 49.3 era probablemente una opción juiciosa desde el punto de vista del gobierno de Elisabeth Borne, ya que sólo un tercio del grupo LR había declarado su intención de votar a favor de la reforma de las pensiones, frente a 28 diputados que habían declarado votar en contra, lo que habría bastado para obtener una mayoría relativa de rechazo conociendo la oposición unánime de los grupos NUPES, LIOT y RN y posiblemente de algunos disidentes de los grupos mayoritarios. Si la mayoría de los diputados de derechas que se oponen al proyecto de ley siguen abogando por una reforma de las pensiones que salve «nuestro sistema de reparto» e incluso por un aplazamiento de la edad legal, consideran sin embargo que, o bien sus reivindicaciones de suavización del texto (sobre las carreras largas, las madres, las pensiones mínimas, etc.) no fueron tenidas en cuenta por las numerosas etapas de conciliación, o bien que el momento elegido no era oportuno, al final de la crisis de Covid-19 y sobre todo en medio de una inflación galopante.
El número exacto: ¿qué harán los 27?
Entre ellos, el lotois Aurélien Pradié era sin duda el crítico más obstinado de esta reforma, que ya denunciaba durante su fallida campaña a la presidencia de los Republicanos el pasado otoño. Hay que recordar que representa, como algunos de sus compañeros de partido que rondan la treintena y son por tanto relativamente «nuevos» en política, a un electorado más bien rural, no perteneciente a los grandes polos de atracción económica, en cuyo seno la implantación de la derecha es más bien frágil. Esto permite prestar atención a las opiniones recogidas sobre el terreno, que cabe imaginar a menudo hostiles a una reforma que rechaza cerca del 70% de los franceses, varios millones de los cuales se han manifestado en las calles estos últimos meses. Esta reforma llega en un momento en que una franja llamada «social» del partido se interroga sobre las razones del declive electoral de Les Républicains y su incapacidad para volver a acercarse a las clases populares, que consideran sin embargo apegadas al «valor del trabajo». Frente a los argumentos de rigor presupuestario tradicionalmente esgrimidos por su partido, estos refractarios, cuyas carreras políticas dependen potencialmente de decisiones como votar o no la reforma de las pensiones, se muestran, al menos oficialmente, más preocupados por la justicia social.
Pero nuestro recuento nos muestra que lo que está en juego es diferente en lo que respecta a la eventual votación de la moción de censura. De hecho, sólo cuatro de ellos declararon sin ambigüedad que deseaban votar a favor de una moción de censura, y por tanto implícitamente hacer caer al gobierno, culpable a sus ojos de un delito de lesa democracia. Por el contrario, 34 diputados se negaron a sumarse a cualquier moción de censura, sabiendo que una reunión de grupo ya había desembocado en un amplio rechazo de la hipótesis de una moción de censura (a pesar de una decena de votos a favor). Esto deja, desde un punto de vista puramente teórico, 27 diputados de LR que podrían votar una moción de censura, es decir, exactamente el número necesario para alcanzar los 287 diputados que representan la mayoría absoluta (conociendo los cuatro escaños vacantes), contando un voto unánime de los demás grupos de la oposición más tres no inscritos.
Conviene subrayar desde el principio que El escenario de una adopción de la moción parece particularmente improbable, incluso contando disidencias-sorpresas improbables en el campo mayoritario, ya que sería necesario un solo voto de los diputados que ya se han comprometido a la censura, de los que han declarado que la están considerando, de los que se han limitado a decir que lamentaban el método del gobierno sin indicar ninguna intención de voto, y de aquellos cuya opinión simplemente se desconoce. Esto representaría un terremoto político que no se vive desde 1962 y la caída del gobierno Pompidou I, y un reto importante para los Republicanos, prácticamente divididos en dos, y para los presidentes de grupo y de partido que han sido desautorizados. En resumen, una situación perfectamente incierta para unos diputados sumidos ya en una espesa niebla en cuanto a su futuro, y que por lo tanto podemos imaginar que no es necesariamente envidiable.
La moción de censura y el futuro político de Les Républicains
Esta aversión al riesgo está probablemente en el origen del giro de los 12 diputados opuestos a la reforma pero que rechazan la perspectiva de una moción de censura, que además justifican su elección por una parte por la lealtad al grupo y a su dirección, y por otra por el miedo a añadir «caos al caos» (al «desorden» llegó a decir Eric Ciotti) que se habría expresado tanto en la calle tras el anuncio del 49.3 como en la Asamblea Nacional cuando la Primera Ministra lo anunció –algunos incluso afirmaron haberse sentido indignados o incluso asustados por la actitud ruidosa de los diputados de NUPES y RN–. También podemos observar la dimensión de género de este respeto por las decisiones oficiales del grupo, tanto sobre la reforma de las pensiones como sobre la censura, ya que entre los 22 diputados favorables a la reforma, 10 son mujeres (mientras que sólo hay 18 mujeres de un total de 61 diputados), y entre los 13 diputados que han decidido o están considerando abiertamente votar a favor de la censura, sólo dos son mujeres. Esto puede interpretarse, basándose en las hipótesis habituales en ciencia política, por una parte por una socialización de género en la que la asunción de riesgos y la agresividad son más valoradas entre los hombres y el respeto y la conciliación más entre las mujeres, y por otra parte por el menor capital político de que disponen las diputadas –especialmente entre Les Républicains– y que las incitaría por tanto a limitar sus aventuras personales.
Las diputadas podrían así llevar una dinámica a favor de un escenario totalmente opuesto, aunque más probable, en el que sólo algunos diputados de LR particularmente irritados votarían a favor de la moción de censura, restaurando así cierta unidad en un grupo fuertemente sacudido por la tentación creciente de votar disidente –hasta el punto de que la exclusión solicitada por algunos leales al impulso podría resultar superflua–. Sin embargo, persiste el riesgo colectivo de que el partido en su conjunto aparezca como partidario del gobierno en la medida en que garantiza el voto a sus proyectos y de facto su supervivencia, que siempre ha defendido. Al no querer parecer en modo alguno responsables de las decisiones de Emmanuel Macron y sus ministros, Les Républicains intentan sin embargo mantener una imagen de partido gubernamental que no se demuestra a diario desde 2012, pero sin explicitar las condiciones de sus alianzas ad hoc con el macronismo y sin haberlas definido realmente a nivel interno. Esta incómoda situación intermedia podría resultar tanto más insostenible en un contexto político particularmente tenso en el que el descontento social, acentuado por la comunicación evidentemente deficiente del gobierno, genera como reacción una tentación de repliegue sobre sí mismo del macronismo, al que Los Republicanos no pueden dejar el monopolio de la posición de «baluarte contra los extremos».
La necesidad de clarificación podría volverse aún más urgente en el caso de un escenario intermedio en el que una parte sustancial, aunque insuficiente, de los diputados -es decir, entre diez y veinte aproximadamente- se pronuncie a favor de la moción de censura del grupo LIOT, impulsada por el deseo colectivo de pronunciarse tanto contra el gobierno como contra la estrategia llevada a cabo por su organización paraguas. Una decisión más o menos beneficiosa desde el punto de vista de su electorado, en función de su sociología y de su actitud frente al gobierno –aunque justificable en todos los casos por una noble defensa de la actividad parlamentaria– plantearía legítimamente la cuestión de su pertenencia a Les Républicains, una pertenencia que también tiene sus ventajas y sus defectos. Pero, ¿estarán dispuestos estos diputados a aceptar sus diferencias hasta el final, y querrán dar a conocer su punto de vista dentro o fuera de un partido del que sólo representarían una pequeña parte de los directivos? Cualquiera que sea el nivel de enemistad entre los dirigentes del partido, una ruptura en toda regla parece muy poco probable, a menos que la dirección pretenda hacer un gesto de autoridad planteando la cuestión de su exclusión. Por otra parte, nada impide una aceleración objetiva de la desintegración del partido, en la que cada actor, reforzado por su propia legitimidad, llevaría a cabo su propia estrategia con su propia red y sus propios intereses bien entendidos, navegando a la vista en una situación política que se le impondría más que nunca.