Literatura sísmica
En la noche del 6 de mayo de 1976, un terremoto de 6,4 grados en la escala de Richter sacudió la región de Friuli, en el noreste de Italia. Se cuentan casi miles de personas desaparecidas y decenas de miles se quedaron sin hogar. Es el recuerdo de este acontecimiento, que tuvo un profundo efecto sobre el paisaje y sus habitantes, lo que Esther Kinsky ha decidido explorar en detalle en la novela Rombo.
El canto III del Infierno de Dante termina con un terremoto. Con él se abre la novela de Esther Kinsky. Siete capítulos de desigual extensión son introducidos por una fotografía en blanco y negro de un fragmento del fresco que adornaba la devastada iglesia de Venzone, una pequeña ciudad a una hora de autobús del epicentro, y luego por una cita de trabajos científicos del siglo XIX que relacionan el particular acontecimiento del terremoto de Friuli con los terremotos de otras tierras y épocas. Es como si la narración necesitara un marco formal estable antes de sumergirse en el corazón de una conmoción sin precedentes.
Esther Kinsky avanza a través de siete secciones ordenadas cronológicamente: la mañana del 6 de mayo en Venzone, el momento del terremoto propiamente dicho, sus consecuencias inmediatas en el lugar y sus habitantes, las secuelas a medio plazo, las fortísimas réplicas de unos meses después en el mismo municipio, así como los destinos trastocados de los habitantes, y, por último, el memorial de esta catástrofe natural. Dentro de estos grandes movimientos, los párrafos se suceden, a veces con vínculos temáticos, a veces sin vínculos aparentes, y así se complementan, se superponen y convergen hacia una búsqueda insaciable de recuerdos. ¿Hasta qué punto la memoria es capaz de reconstruir un acontecimiento así? ¿Y qué lengua será capaz de transmitir un episodio así? Esther Kinsky toma estas dos cuestiones y reúne diversas fuentes: observaciones muy detalladas del paisaje y la naturaleza, testimonios ficticios o no de supervivientes, descripciones de fotos encontradas entre los escombros, fábulas y leyendas que circulan y tratan de explicar la ira de la tierra, historias sobre el origen del mundo, creencias sobre la creación de las montañas. Tantos aspectos complementarios o contradictorios que enriquecen y complican el trabajo de la memoria. Como la iglesia de Venzone, reconstruida pieza a pieza, la novela avanza párrafo a párrafo con el objetivo de aprehender el acontecimiento sin llegar nunca a su fin, conservando sus contradicciones, sus asperezas y sus incoherencias: «Las rupturas, los desplazamientos, las degradaciones han permanecido visibles, las lagunas no han sido enmascaradas. Cada rastro de este tipo debía servir de recuerdo de la destrucción que precedió a la reconstrucción.»
«¿Cómo era el paisaje antes?» Ante tal conmoción que los lugares resultan irreconocibles, ya nada es evidente y la memoria es necesaria. Por ello, la autora explora el paisaje en cada uno de sus rincones: bajo su pluma, el Monte Canin y el Monte San Simeone, la confluencia de los ríos Fella y Tagliamento, la carretera estatal 13, el pueblo y las carreteras que lo rodean no sólo tienen un nombre, sino que llevan toda una historia, incluso historias. Y si también les presta ciertas emociones y facultades humanas, es porque constituyen y animan el lugar tanto como los habitantes: «¿Tiene recuerdos la montaña?» En este proceso, presta especial atención a los animales -pájaros, serpientes, cabras y vacas- y a su inusual comportamiento, que los habitantes sólo podrán interpretar a posteriori. Insiste en la extrañeza de los signos que preceden inmediatamente al terremoto: la agitación de los animales, la impresión poco frecuente en esta región de una tormenta naciente, la duplicación del sol sobre el Monte Canin debido a una doble reverberación, la luz particular que cae sobre las plantas y que evoca una zarza ardiente. Así, el acontecimiento natural adquiere una dimensión sobrenatural a la que se suman incidentes y episodios totalmente inéditos: la vaca que se trasladó entre las cabras tras el terremoto y acabó electrocutándose al golpear un interruptor, la lluvia y la nieve que siguieron al seísmo en pleno mes de mayo… El terremoto traslada la región de Friuli a lo excepcional y deja a sus habitantes con una extraña sensación de irrealidad.
Frente a estas experiencias apocalípticas de hace más de cuarenta años, se escuchan voces. De un capítulo a otro, el lector sigue los singulares destinos de algunos de los habitantes del pueblo o de su periferia, personajes de distintas generaciones en el momento del terremoto que intentan como pueden restaurar sus recuerdos o simplemente vivir con esa memoria. Toni, que era un niño en ese momento, describe la insuficiencia de la lengua en su esfuerzo por contar la historia: «En mi cabeza, hay todas estas imágenes, pero pasan demasiado rápido para poder contarlas. O para describirlos. Lo que digo ya no tiene nada que ver con la imagen que tengo en la cabeza. Las palabras parecen venir de una lengua extranjera.» Esther Kinsky describe lo que estos recuerdos significan para los supervivientes y la gente que les rodea, cómo se entrelazan con sus biografías individuales: los de Lina que, en el momento del terremoto, estaba a punto de casarse con un hombre de otro lugar, los de Anselmo cuya madre es alemana y que, por tanto, comparte como «extranjero» los mismos recuerdos que los habitantes del pueblo de su padre, los de Gigi el cabrero que camina la mayor parte del tiempo fuera del pueblo, los de Olga que ha venido a vivir con su padre al valle después de haber crecido en Venezuela…
Así, por muy aislado que parezca este pueblo del valle, está vinculado de una u otra manera al resto del mundo a través de los destinos de sus habitantes. La catástrofe de mayo y sus réplicas de septiembre también provocan la improbable llegada de extraños a la pequeña ciudad: soldados que acuden al rescate, vecinos eslovenos que vienen a ayudar a retirar los escombros y a reconstruir las casas o lo que queda de ellas. Y al lector no le sorprenderá escuchar palabras y frases en italiano y esloveno que resuenan a lo largo del texto. Por otra parte, los acontecimientos provocan la precipitada partida de algunos de los habitantes hacia parientes más o menos lejanos, con consecuencias tanto felices como infelices: Silvia se reencuentra inesperadamente con su madre, que lleva mucho tiempo viviendo en la costa y se ha convertido en una completa desconocida para ella, y Anselmo piensa que las circunstancias excepcionales podrían permitirle convencerla de que le invite a reunirse con ella en Alemania. La profunda herida que dejó en ellos el terremoto se suma a las heridas individuales que han sufrido en el pasado, confunde sus planes y los impulsa en una dirección inesperada: «Después, tras esta herida, todos tuvimos que volver a empezar de cero, éramos como niños, salvo que los adultos ya teníamos una vida detrás.»
Esther Kinsky es una conocida traductora del inglés, el polaco y el ruso, y una escritora premiada con un fuerte compromiso con la lengua y la literatura. Ha publicado ya varias colecciones de poesía, novelas y libros para niños. Con Rombo, vuelve a abordar temas que le resultan cercanos, como la relación del hombre con la naturaleza y la comprensión de ésta a través del lenguaje, o los procesos de la memoria. Esta vez, al retomar el terremoto de Friuli, se enfrenta a un acontecimiento excepcional, a la vez particular y universal, inscrito en la memoria de los habitantes de Venzone así como en la de la humanidad a lo largo de los siglos, e interroga al ser humano sobre su lugar en relación con una naturaleza que le supera y en la que, «con su existencia, es tan pequeño como la piedra más pequeña del río».