«Rusia y China suponen un gran reto para el orden liberal internacional», una conversación con Klaus Dodds
"A menudo prestamos más atención a las fronteras como resultado, mirando nuestros mapas y atlas y señalando las líneas del mapa, lo que nos impide ver lo dinámicas que son esas líneas en realidad.” Con el calentamiento global y la competición entre las grandes potencias, los conflictos fronterizos van a ser fundamentales. Entrevistamos a Klaus Dodds para entender mejor los futuros retos relacionados con las fronteras.
¿Podría explicarnos de nuevo la importancia de las fronteras? ¿Por qué cree que definen «los conflictos que determinan nuestro futuro»?
Cuando empecé a escribir Border Wars se me pasaron dos cosas por la cabeza. Primero sentí un «momento generacional». Para alguien que nació a finales de la década de los sesenta y que era un joven adulto cuando cayó el Muro de Berlín en 1989, pensé que a estas alturas los muros y las barreras habrían acabado. Yo vivía en la época posterior a la guerra fría, un periodo durante el cual éramos profundamente optimistas, al menos para los que vivíamos en Europa y Norteamérica. Teníamos la idea de que las fronteras, en todas sus formas divisorias y perturbadoras, perderían importancia en la política internacional. Muchas personas que vivían en esa época recuerdan muy bien aquella sensación de optimismo, aquella idea de que se estaba gestando una especie de nuevo orden mundial. El «fin de la historia», el «fin de la geografía» y el triunfo de la democratización y de la globalización liberal parecían estar en marcha.
Creo que hemos sido testigos, en los últimos 20 o 30 años, de una desilusión creciente ante la idea de que el mundo iba a estar menos segmentado, o quizás que la geografía, tanto física como política, iba a ser cada vez menos relevante a medida que las formas de globalización económica, política y cultural se apoderaban del resto del planeta. Hemos subestimado el hecho de que en muchas partes del mundo no se compartía nuestra visión de este orden internacional liberal y que ahora, después de Ucrania, nos enfrentamos a un mundo de arquitecturas económicas y geopolíticas en competencia lideradas por China, Rusia y Estados Unidos y sus aliados europeos.
Una de las cosas que he intentado hacer en Border Wars es responder a una variedad de preguntas, y sólo escogeré dos: una es sobre la competencia entre grandes potencias y la otra es sobre el cambio climático. En primer lugar, ¿veremos empeorar los conflictos fronterizos como consecuencia de la competencia entre grandes potencias y de un entorno estratégico más competitivo? En segundo lugar, con respecto al cambio climático: es probable que la Tierra se vuelva aún más inhabitable para un gran número de personas. ¿Nos enfrentaremos, por tanto, al reto del incremento del número de desplazamientos irregulares y de la migración regular? ¿Qué presión ejercerá esto sobre los Estados receptores para que inviertan más en la seguridad de sus fronteras y que actúen con más violencia en nombre de su protección? La Unión Europea ha hecho esfuerzos considerables para externalizar la seguridad de las fronteras a terceros países.
Creo que está muy claro, y más aún vistos los últimos acontecimientos, que Rusia y China suponen un reto mucho mayor para el orden liberal internacional, cuyo origen se encuentra en la Carta de la ONU posterior a 1945. Lo que, por otra parte, no significa que Estados Unidos y sus aliados occidentales hayan siempre sido los campeones del orden, de los valores, de las normas y de las reglas (como muestran los episodios de Afganistán, Irak, Libia y Yemen), sino que simplemente nos enfrentamos a una competencia intersistémica que es cada vez más evidente.
Usted insiste en que las fronteras no son estáticas, que la creación de fronteras debe entenderse como una actividad. ¿Qué significa esto?
Creo que, como muchos podrán entender, para quienes trabajan en ámbito de los estudios críticos de las fronteras y de la investigación de las mismas en todo el mundo, es necesaria una distinción fundamental y muy útil entre la frontera como proceso y la frontera como resultado. Creo que lo que el libro trata de mostrar es que a menudo prestamos más atención a las fronteras como resultado, mirando nuestros mapas y atlas y señalando las líneas que aparecen, lo que nos impide ver lo dinámicas que son las líneas del mapa cuando se trata de la experiencia sobre el terreno.
Pero, en segundo lugar, al centrar nuestra atención en la frontera como un proceso altamente dinámico, se trata de examinar los factores sociales, culturales, geopolíticos y medioambientales en juego que dan forma a las culturas y actividades fronterizas.
Por poner un ejemplo, si prestamos atención a esa idea de que los ríos y las montañas han actuado a menudo como «fronteras naturales», una de las cosas que el libro señala es que los entornos son, como bien saben los geógrafos físicos, muy dinámicos y a menudo muy cambiantes. Así pues, la geografía de la Tierra no es tan fija e inmutable como a menudo se nos ha hecho creer. Y creo que el cambio climático pone esto en primer plano de nuestra conciencia colectiva: los ríos están cambiando, los glaciares están retrocediendo, la distinción entre la tierra y el mar puede ser mucho más borrosa de lo que pensamos y, por supuesto, nos enfrentamos a la perspectiva de que las islas con menos altitud sobre el nivel del mar queden sumergidas en el futuro, lo que, por supuesto, tendrá consecuencias extraordinarias, no sólo para las personas que solían vivir en esos lugares, sino también por las ramificaciones jurídicas y geopolíticas.
Esto puede ilustrarse con la diferencia de trato entre los refugiados europeos y los no europeos. Las fronteras aquí, a veces cerradas y otras abiertas, son verdaderamente dinámicas.
Creo que es muy importante ver las fronteras como algo interseccional. En otras palabras, cuando se trata de las consecuencias que generan las fronteras, especialmente para las comunidades humanas, son todo menos igualitarias. Por ejemplo, se ha mostrado a menudo que las fronteras y las culturas fronterizas pueden venir acompañadas de características racistas y xenófobas muy potentes. Hacemos distinciones entre los que queremos que crucen una determinada frontera, a los que proporcionamos ayuda humanitaria, a los que apartamos, por ejemplo -mediante visados u otro tipo de restricciones fronterizas-, a los que realmente decimos que no aceptar o que obligamos a coger cada día más riesgos para entrar en Europa o Estados Unidos, en el segundo caso para las personas procedentes de México y América Latina. El desierto y el mar se convierten en lugares donde la gente pierde la vida intentando cruzar las fronteras.
Las fronteras también pueden ser clasistas, en el sentido en que es bastante común -la Unión Europea es una prueba de ello- que los países digan: podéis tener un acceso privilegiado a las ayudas a la instalación si invertís X millones de euros en nuestro país, mientras que para otros no muestran la misma cortesía. Además, si sois trabajadores profesionales, suele ser más fácil cruzar las fronteras que si no lo sois.
Es necesario entender que las fronteras establecen distintos tipos de comunidades con capacidades muy diferentes para moverse o ser bloqueadas por ellas. Las fronteras siempre tienen consecuencias humanas muy específicas en lo que respecta el pasaje de ciertos grupos a través de ellas y el retroceso de otros.
¿Cómo ha afectado la pandemia a las fronteras: ha cambiado su naturaleza?
Creo que la pandemia ha tenido una gran influencia en los regímenes fronterizos y en el uso de las fronteras en general. Podemos ver esto de dos maneras. En primer lugar, toda una serie de países, incluido el Reino Unido, han introducido los cierres como parte de un intento deliberado de desocializar las comunidades nacionales, para detener los desplazamientos más allá de los modos de interacción absolutamente esenciales, como la compra en los supermercados. Se ha establecido una frontera interior. Al mismo tiempo, los «trabajadores de primera línea», como los llamamos en el Reino Unido, deben seguir desplazándose al trabajo y participar como mano de obra esencial en lugares como hospitales o supermercados.
El segundo elemento ha sido el cierre de fronteras a nivel internacional. Creo que revela que, a pesar de que prácticamente todos los países estaban de acuerdo en que era necesaria alguna forma de restricción fronteriza, esos mismos países instituyeron su propia y muy particular dinámica fronteriza, y esto se basó en su actitud ante la pandemia y en su relativa exposición. Nueva Zelanda fue probablemente la más severa en cuanto al cierre del país, pero lo que los ciudadanos de todo el mundo también descubrieron fue que, si no estabas en tu sitio durante la pandemia, tenías que luchar para volver a tu país de residencia o ciudadanía.
A lo largo de esta pandemia -y, dos años después de su comienzo, todavía no ha terminado- nuestra relación con las fronteras, ya sean internas o externas, se ha radicalizado. La gente reconoce ahora, quizá más que nunca, que las restricciones fronterizas pueden aplicarse con bastante rapidez y severidad sobre algunas de las personas más privilegiadas de este planeta, es decir, los europeos y los norteamericanos.
El efecto del calentamiento global en las fronteras montañosas también es crucial: aquí vemos un ejemplo de cómo las fronteras pueden cambiar con el tiempo, algo que no tuvieron en cuenta los tratados que establecieron las fronteras en el siglo XX.
Cuando se delimitaron y demarcaron muchas fronteras, sobre todo en los siglos XIX y XX, quedó muy claro que algunas de las características geográficas físicas de la Tierra son difíciles de definir. Decir con seguridad, por ejemplo, «aquí es donde empieza Francia y donde empieza y termina España» es un verdadero reto si utilizamos una frontera natural como los Pirineos como línea divisoria entre estos dos países. Por supuesto, es posible ponerse de acuerdo sobre esta línea divisoria. Pero lo que realmente ha cambiado la situación en los últimos tiempos, sobre todo en los entornos montañosos, es que a medida que el hielo ha desaparecido, los glaciares han retrocedido, provocando nuevos desprendimientos y cambios bastante drásticos en las características físicas, como las crestas de las montañas y las cuencas hidrográficas. Los marcadores originales de las fronteras internacionales se han vuelto cada vez más borrosos o problemáticos, porque ya no está claro a qué característica física se hace referencia, especialmente cuando se trata de mirar un mapa y ver indicaciones adicionales.
Los topógrafos y cartógrafos, ya en el siglo XIX, reconocían que el trabajo al que se enfrentaban era difícil y peligroso. ¿Cómo se delimita un espacio físico que está a gran altura, que se ve afectado por severas condiciones meteorológicas, que es poco accesible, especialmente durante el periodo invernal, sobre el cual es peligroso hacer volar aviones, helicópteros, globos, debido a condiciones meteorológicas extremas? Eso ha sido un reto importante.
Conviene también preguntarse, en caso de que se pensara que esto es sólo un ejercicio académico, por qué las regiones montañosas son tan importantes en términos geopolíticos. Los Estados-nación, sus élites políticas y sus ejércitos siempre han concedido una gran importancia estratégica al terreno elevado. En el caso de India y Pakistán, para el glaciar de Siachen, tenemos este extraordinario enfrentamiento de gran altura en el que las tropas indias y pakistaníes se enfrentan, a 6.000 metros sobre el nivel del mar, a menudo en las condiciones más duras, con consecuencias perjudiciales para la salud. Ninguna de las dos partes quiere dar marcha atrás porque esto forma parte de una frontera disputada: la «línea de control» que atraviesa esta zona tan elevada y poco poblada.
Lo que demuestro en mi libro es que el cambio climático está exacerbando todos estos aspectos a los que acabo de aludir. Al mismo tiempo, también hay una cierta voluntad de llegar a un acuerdo, sobre todo en los Alpes europeos, con esta idea de que debe haber una «frontera móvil», una frontera que se mueve un poco con el tiempo, precisamente porque este entorno está cambiando fundamentalmente. Pero tenga en cuenta que la «frontera móvil» sólo funciona cuando los países implicados tienen buenas relaciones entre sí. No funciona cuando están en guerra, porque cada metro concedido al otro bando se considera de alguna manera una rendición. Los cultivos fronterizos también son importantes.
Con la posible desaparición de algunos Estados -como Maldivas, Tuvalu o Kiribati- surgirán nuevos conflictos sobre el destino de las zonas económicas exclusivas de aquellos países. ¿Cómo afrontar estos cambios considerables?
Esta es otra cuestión que debería preocuparnos. Si las montañas suponen un reto especial para las fronteras, debido a su naturaleza altamente dinámica e inestable, entonces cuando miramos a las islas de baja altitud, ya sea en el Océano Índico o en el Océano Pacífico, existe la posibilidad de que las comunidades insulares simplemente queden sumergidas por la subida del nivel del mar.
De esta situación resultarían dos cosas. La primera es que un tercer Estado debería acoger a los refugiados medioambientales. Si hablamos de las Maldivas, Sri Lanka podría acabar siendo la nación de acogida de esta comunidad desplazada. La segunda es que, si el territorio en cuestión está sumergido, ¿significa esto que las Maldivas ya no pueden tener un mar territorial o una zona económica exclusiva? Y si la pesca, en particular, es la columna vertebral de la economía maldiva junto con el turismo, ¿qué pasa con ese espacio marítimo?
El derecho internacional tendrá que desarrollar urgentemente una respuesta a esta cuestión, ya que no estaba prevista en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, negociada en los años 70 y principios de los 80. Imagino que necesitaremos un nuevo modelo de tutela que establezca que la zona económica exclusiva de las Maldivas se preservará como si las Maldivas existieran como una comunidad habitada y uno o varios terceros Estados tendrán que ayudar a vigilar y patrullar esa ZEE. Por supuesto, el riesgo sería que las flotas pesqueras lejanas simplemente se trasladaran y trataran la ZEE como si fuera alta mar.
Los conflictos por los recursos naturales también son bastante comunes. En su libro, habla extensamente de las disputas por los glaciares y las presas. ¿Por qué son tan complicados estos conflictos?
En los años 90, no era raro leer que la próxima generación de guerras se libraría por el agua. El Secretario General de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, que fue un diplomático egipcio, se refirió a menudo al Nilo en particular y dijo que existía un peligro real de que Egipto entrara en guerra por el agua con un país como Etiopía si seguía con sus ambiciosos proyectos de construcción de presas.
Pero el Nilo no es la única fuente posible de enfrentamiento. Por ejemplo, en la región del Hindu Kush, que por supuesto es extremadamente importante para India, China y otros estados vecinos, el posible conflicto es gigantesco. Es la zona más densamente poblada del mundo y sus sistemas fluviales, sobre todo en primavera, proporcionan el agua esencial no sólo para la agricultura, sino también para las ciudades de toda Asia central, meridional y oriental. India y China mantienen continuos enfrentamientos fronterizos, y en 2020 ambas partes se enfrentaron en un conflicto bastante breve y cruel en el que India acusó a China de intentar ocupar y robar de forma oportunista más territorio en esta línea fronteriza disputada.
El tema del agua es crucial, y más aún con el retroceso de los glaciares. Por ejemplo, si seguimos perdiendo cada vez más el mundo glaciar, significa que el suministro de agua también disminuye. Podríamos enfrentarnos a la perspectiva no sólo de un empeoramiento de las circunstancias en estos territorios tan disputados y estratégicamente vitales, sino también de una disminución con el tiempo de la cantidad de agua de la que han podido disfrutar los países, especialmente a medida que aumentan las temperaturas.
Por último, no hay que olvidar que India y China no son los únicos actores y que Nepal y Pakistán también tienen sus propias disputas territoriales a lo largo de esta zona montañosa. Aunque este discurso sobre las guerras del agua pudo parecer un poco prematuro en los años 90, no lo es tanto hoy, 30 años después.
Nos encontramos ante una paradoja. Algunas partes de la Tierra, debido a la subida del nivel del mar, tendrán simplemente demasiada agua, mientras que otras partes no tendrán suficiente agua dulce. Tenemos que tomarnos este problema muy en serio, ya que se prevé que la población mundial se estabilice en torno a los 10.000 millones de personas en 2050. Se espera que esta cifra aumente en 2.000 millones en los próximos 30 años, y que gran parte del aumento se produzca en África, Asia y América Latina.
¿Qué nos dice el actual conflicto en Ucrania sobre las fronteras? ¿Es representativo de las nuevas guerras fronterizas a las que se refiere o es una reliquia del pasado?
Por un lado, el conflicto ucraniano parece recordar a algunos de los conflictos anteriores que hemos visto, que a menudo implican a estados-nación que tratan de reclamar lo que consideran territorios perdidos, territorios que, si no se vuelven a incorporar al redil del estado existente, se consideran incompletos. A esto lo llamamos revanchismo, y en el caso de la Rusia de Putin, es brutal. Un ejemplo a menor escala sería el caso de Argentina, que considera las Islas Malvinas como un territorio perdido, tomado ilegalmente por los británicos en el siglo XIX.
Sin embargo, el caso ucraniano difiere del argentino de 1982 en su escala y brutalidad. Cabe recordar que en 1994, Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido dieron garantías a Ucrania en cuanto a su integridad territorial a cambio de que el país renunciara a las armas nucleares, y todo ello acaba de hacerse añicos. Pero creo que también nos enfrentamos a un proyecto geopolítico por parte de la Rusia de Putin, que es implacablemente expansionista. Lo que resulta especialmente chocante de este conflicto es la amplitud y el alcance de la desinformación. Por ejemplo, las tropas rusas creen claramente que están liberando a sus hermanos ucranianos de un régimen fascista nazi en Kiev, en lugar de ocupar ilegalmente un Estado soberano con un sentido muy definido de su propia identidad nacional y cultural.
La instrumentalización de los ciudadanos extranjeros se utiliza a menudo en los conflictos fronterizos. Así ocurrió con el conflicto entre China y Rusia por los ríos Ussuri y Amur, y ahora con el Donbass, donde se utiliza a los rusófonos para justificar la anexión.
Cuando los países cruzan las fronteras de esta manera violenta y expoliadora, siempre debemos observar con atención el tipo de justificaciones que los agresores suelen utilizar. Por utilizar un paralelismo, cuando Argentina invadió las Malvinas en abril de 1982, los soldados argentinos pensaron que estaban liberando a los ciudadanos hispanohablantes del control británico. Quedaron absolutamente sorprendidos al descubrir que era un país de habla inglesa que no quería ser «salvado» por las fuerzas argentinas.
Lo que estamos viendo en Ucrania es similar, y Putin ha utilizado la idea de una mayor comunidad de habla rusa como excusa para presentar la invasión como una especie de humanitarismo. La gente entra en Ucrania para salvar a los ciudadanos rusos que viven al otro lado de la frontera.
El otro elemento muy presente en el nacionalismo agresivo es la idea de que los países volverán a su gloria de antaño, la llamada edad de oro del nacionalismo. En palabras de Putin en 2007, la disolución de la Unión Soviética fue una catástrofe geopolítica, y la violación de la frontera se justifica en el sentido de que la propia frontera se considera ilegítima. La anexión de Crimea, la unificación de Rusia y Ucrania son justificables porque esta frontera no debería haber existido en primer lugar. La erradicación de la frontera y la minimización de la autodeterminación y la identidad nacional ucranianas forman parte de esta narrativa interesada. La frontera se considera insignificante.
¿Qué nos dice la Tierra de Nadie sobre el derecho internacional y sus defectos?
Las Tierras de Nadie tienen dos efectos. En primer lugar, pueden revelar la fuerza de un orden internacional, tanto jurídico como político, precisamente allí donde encontramos ejemplos de acuerdos de colaboración fiduciaria o de reparto comunitario que reconocen que ningún Estado o grupo de Estados tiene una soberanía exclusiva. Quizás el ejemplo más impresionante sea el Tratado Antártico de 1959, que pretendía desmilitarizar todo un continente, encerrar el océano y promover la ciencia y la diplomacia como mecanismo de gobernanza.
Las características menos atractivas de las Tierras de Nadie son aquellas en las que se cultivan y/o utilizan deliberadamente con fines lucrativos para promover una agenda geopolítica agresiva. Por ejemplo, los países pueden tratar de concebir, promover o apoyar una Tierra de Nadie precisamente porque luego quieren aprovecharla para ampliar su dominio sobre un lugar o región. Lo hemos visto en la aproximación rusa a Georgia. Osetia del Sur se convierte en Tierra de Nadie y luego en Tierra de Alguien.
Los acuerdos sobre las Tierras de Nadie, como los océanos o la Antártida, son muy importantes porque se trata tanto de espacios ambientalmente frágiles como de espacios donde la explotación de los recursos está amenazada.
¿Cómo describiría la Antártida? ¿Es una Tierra de Nadie o una tierra con fronteras no reconocidas?
La Antártida siempre me ha fascinado. Es una parte del mundo que he estudiado durante más de 25 años y que he visitado cinco veces.
Creo que es importante destacar que la Antártida puede ser ambas cosas. Puede ser una Tierra de Nadie, puede ser un bien común global, pero también puede ser un espacio muy delimitado. Siete estados creen que parte de la Antártida les pertenece y actúan como si realmente pertenecieran a determinados territorios nacionales. El Tratado Antártico puede verse entonces como una forma de gobernanza que intenta arbitrar entre estas percepciones contrapuestas del continente helado: tierra de nadie / espacio delimitado.
Para complicar aún más las cosas, también hay una gran parte de la Antártida que nunca ha sido reclamada por un Estado nacional. Siete estados creen que parte de la Antártida es suya, y luego todas las grandes potencias -Estados Unidos, Rusia y China- rechazan esas siete reclamaciones, y Rusia y Estados Unidos han hecho una reclamación histórica para hacer valer sus propias ambiciones territoriales sobre el continente antártico en el momento que ellos decidan.
Creo que por eso me he referido a la Antártida en ambos capítulos, porque quería mostrar que estos espacios pueden tener un aspecto muy diferente según la perspectiva que se adopte.
¿Y el espacio? ¿Las próximas guerras fronterizas se librarán en el espacio o en sus alrededores?
El capítulo sobre el espacio exterior fue una oportunidad para especular sobre lo que podría suceder. Sólo quería señalar que no cabe duda de que existe una competencia estratégica en el espacio, pero el espacio en sí mismo también se está convirtiendo en un entorno operativo más complejo, que es muy diferente al de finales de la década de 1960, cuando el Apolo 11 aterrizó en la superficie de la Luna y sólo Estados Unidos y Rusia eran verdaderas potencias espaciales.
50 años más tarde, es evidente que ese ya no es el caso y es bastante justo decir que el entorno operativo es más complejo, no sólo porque participan actores como Elon Musk, sino también porque hay otra gran potencia espacial que tiene sus propias ambiciones en la Luna y, más en general, en el espacio: China.
Creo que también es importante tener en cuenta que, aunque nos centremos en estos entornos físicos fuera de la Tierra, también estamos estudiando las implicaciones del espacio para la vida en la Tierra. Las fronteras pueden ser violadas por medios digitales y es posible interferir en las infraestructuras críticas de un país concentrando la energía en interrumpir, por ejemplo, los sistemas de comunicación por satélite, los sistemas operativos del GPS, etc. Ya hemos empezado a ver cierta competencia estratégica. Ha habido mucho interés en el potencial de recursos que el espacio puede esconder todavía, desde la explotación de asteroides hasta el intento de explotar la luna, por ejemplo. También llamo la atención del lector sobre la posibilidad de que el tipo de conflicto y competencia por el territorio y los recursos que vemos en la Tierra se traslade más allá de ella.
Y qué decir de los actores privados: hemos hablado mucho de los Estados, pero las empresas o los particulares pueden ser actores en las fronteras y en las guerras fronterizas. ¿Podría explicarnos cuál es su papel?
Es una cuestión importantísima. Cuando hablamos de conflictos fronterizos y de violencia fronteriza, no sólo nos referimos a los gobiernos nacionales y a los Estados nación: es mucho más complejo que eso. Cuando hablamos de cruces de fronteras o de movimientos irregulares de personas, rápidamente aprendemos que tenemos que hablar de grupos criminales, de redes de tráfico ilegal de personas, de organizaciones humanitarias que tratan de ofrecer apoyo a los refugiados y migrantes en todo el mundo.
Reconocemos que hay economías de frontera que revelan la mano de muchos actores. Cuando se trata de espacios fronterizos disputados, el papel de las empresas suele ser muy importante. Por ejemplo, si se tiene una frontera marítima en disputa con un Estado vecino, una de las cosas que a veces hacen las partes es animar a las empresas comerciales a llevar a cabo actividades de explotación: puede ser petróleo y gas, exploración y perforación, pesca, turismo, precisamente porque quieren establecer un historial de hacer negocios y actividades en ese espacio en disputa, o quieren ver esa frontera violada o ignorada.
Esto puede ser una fuente de tensión considerable, como es el caso entre Venezuela y Guyana, especialmente por la exploración de petróleo y gas en alta mar. También es cierto que la sociedad civil puede desempeñar un papel gigantesco, al igual que las organizaciones medioambientales, a la hora de llamar la atención sobre la violencia o las violaciones de las fronteras.
El papel de los militares en la facilitación de posibles violaciones de las fronteras o en el control y la seguridad de las mismas es también considerable. Algunos de estos ejércitos también pueden contar con la ayuda implacable de contratistas militares privados o, por ejemplo, de organizaciones paramilitares. Por último, hay una serie de otros actores, desde los terroristas hasta los cárteles de la droga, que desempeñan su papel en la configuración e influencia de las economías fronterizas, las transacciones fronterizas y la violencia fronteriza. Las fronteras y la demarcación implican un caleidoscopio de personajes e intereses.
Los países despliegan cada vez más tecnología para proteger sus fronteras. Por tanto, la información -sobre pasajeros, turistas, etc.- tiene una importancia estratégica. ¿Se trata de un nuevo ámbito de competencia o de una cooperación que está surgiendo para preservar la seguridad internacional?
Creo que hay que tomarse en serio el papel de las tecnologías digitales y las llamadas «inteligentes». En primer lugar, estamos viendo un aumento de la inversión en estas tecnologías inteligentes, especialmente en zonas fronterizas muy sensibles. El mejor ejemplo es probablemente la frontera entre Estados Unidos y México, donde se ha invertido considerablemente en tecnología de drones, vigilancia, infraestructura y recopilación de información en tiempo real que permite a los agentes de la Patrulla Fronteriza interceptar a los migrantes irregulares allí donde puedan. Esta es una característica muy importante de muchas regiones fronterizas, no sólo de Estados Unidos y México: también hemos visto que India y Pakistán invierten más en este tipo de prácticas digitales.
La segunda cosa que es importante mencionar, y que hemos estado viendo durante algún tiempo, es que en áreas como el sector de la aviación, las fronteras inteligentes y las tecnologías de recopilación de datos se están utilizando cada vez más para compartir información sobre los pasajeros y sus movimientos, con la participación de las compañías aéreas, el gobierno nacional y las autoridades fronterizas y aduaneras pertinentes. Por supuesto, muchas personas ya han experimentado la obligación de facturar en cada viaje, donde hay que presentar la información previa del pasajero antes de viajar. Estamos asistiendo a una tendencia en la que se pide cada vez más a los aeropuertos, los puertos marítimos, los ferrocarriles, los operadores turísticos e incluso las universidades que actúen como guardias fronterizos virtuales y físicos, recopilando información y estando dispuestos a compartirla con otros organismos. Esto puede verse como una cooperación, una colaboración en términos de intercambio de información, pero también significa que hay una especie de complejo global de seguridad fronteriza en el que cada vez más actores de todo el mundo se ven atraídos esta prioridad a la recopilación e intercambio de información entre las partes implicadas.
Creo que esta tendencia se intensificará en el futuro y todos tendremos que acostumbrarnos a un mayor escrutinio cada vez que intentemos cruzar una frontera digital o física.