A su regreso de China, donde bromeó con Xi Jinping sobre la posibilidad de convertirse en inmortal, Vladimir Putin pronunció un largo discurso en Vladivostok.
Su anuncio: convertir el Lejano Oriente ruso —un territorio de 7 millones de kilómetros cuadrados con un PIB equivalente al de Bretaña— en un nuevo espacio de prosperidad económica.
En un país minado por la inflación, se dirigía sobre todo a los oligarcas.