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La mayoría de los europeos se muestra preocupada por Donald Trump, que no pierde ocasión de criticar a la Unión o de cuestionar todos los códigos de la relación transatlántica. Como ha puesto de manifiesto nuestra encuesta Eurobazuca, en algunos países como Bélgica, Dinamarca o los Países Bajos, una clara mayoría de ciudadanos lo considera un «enemigo». ¿Cómo se puede calificar hoy la trayectoria política de Donald Trump hacia Europa? ¿Es un adversario estratégico o un simple rival coyuntural? 

Los europeos han sido a menudo los garantes de una relación transatlántica positiva —en cuestiones de defensa, económicas y comerciales— incluso cuando Estados Unidos ha cambiado su enfoque.

Si me baso en los calificativos de la Casa Blanca y de algunos miembros de la nueva Administración, Europa ya no es realmente un aliado en su mente, sino que se cuenta entre las potencias mundiales con las que Estados Unidos quiere mantener una relación de poder.

Su visión de Europa está cambiando —para Estados Unidos, somos un continente más—.

Se trata de un cambio real.

¿Qué significa concretamente este cambio para el posicionamiento estratégico de la Unión?

Implica salir de una forma de ingenuidad y no contar ciegamente con el apoyo de los Estados Unidos: no siempre estarán dispuestos a acudir al rescate de los europeos. En lo que respecta a las relaciones comerciales, implica aumentar nuestra ambición de independencia y, por lo tanto, acelerar nuestra política de soberanía.

¿Cómo se articula esta política de reducción de las dependencias con la apertura de la Unión, cuando los Estados miembros cuentan con el mayor número de acuerdos de libre comercio del mundo?

Intento mantener dos equilibrios.

El primero es el equilibrio entre la apertura exterior y la soberanía. Debemos seguir celebrando acuerdos comerciales, pero más específicos (en particular sobre las materias primas), más pragmáticos y menos dogmáticos. Ya no se trata de grandes acuerdos como el de Mercosur, que se negoció durante veinte años.

Al mismo tiempo, es indispensable reformar nuestras aduanas. Hoy en día, la Unión no dispone de un sistema unificado capaz de controlar con precisión lo que entra y sale del continente. 

El segundo equilibrio se refiere al mercado interior. Debemos eliminar las barreras internas, con una lógica de apertura y simplificación que se inscriba en un enfoque liberal. Pero esto debe ir acompañado de una Buy European Act, que establezca una preferencia europea en determinados mercados estratégicos.

La mejor manera de defender nuestro modelo es ser ofensivos.

Stéphane Séjourné

Es este doble equilibrio el que hay que construir —apertura al mundo y protección de las fronteras exteriores; apertura interna y preferencia europea—.

Esta nueva ecuación económica nos permitirá hacer frente a un mundo más proteccionista y hostil, y preservar nuestros puestos de trabajo y nuestras economías.

Estos son los dos objetivos que hay que alcanzar. No se trata de uno u otro —sino de ambos—.

¿Cómo está redefiniendo la crisis democrática en Estados Unidos y en el mundo el equilibrio con el Estado de derecho, y cuáles son las implicaciones para Europa?

La mejor manera de defender nuestro modelo es ser ofensivos en casa no sólo en lo que respecta a los valores y al modelo democrático, sino también en lo que se refiere a nuestros modelos económicos y a nuestra estrategia de descarbonización.

En el clima actual, se nos presentan dos opciones: o ajustarnos a un nuevo modelo que se nos quiere imponer, o bien consolidar nuestro propio modelo. En una lógica de defensa de nuestros intereses, es claramente preferible optar por el refuerzo.

¿Contraatacar, entonces?

Sí, y contraatacaremos.

¿Cómo?

Esto implica ser fuertes en cuestiones de valores.

Volviendo a la cuestión estadounidense, Estados Unidos es una gran democracia liberal. Existen contrapoderes, y la fuerza de este modelo reside también en su estructura y sus instituciones. Lo vemos, por otra parte, en las órdenes ejecutivas dictadas por Trump, que pretendían eludir ciertos contrapoderes. 

La responsabilidad de mantener la democracia estadounidense recae en los estadounidenses. Corresponde a las oposiciones garantizar los contrapoderes. Estados Unidos se basa en la capacidad de los pueblos para determinar su gobierno, votar, celebrar elecciones libres y ser un continente abierto desde el punto de vista económico.

Por nuestra parte, debemos demostrar que todavía existe un camino hacia el crecimiento y la prosperidad construido sobre esta base, en particular el Estado de derecho. Debemos reforzarlo en nuestro país.

La agenda que defendemos hoy consiste en seguir una estrategia de reducción del riesgo en las relaciones transatlánticas.

Stéphane Séjourné

La opinión pública europea expresa un deseo muy claro frente a Trump. El 80% de los encuestados en la última encuesta del Eurobarómetro se muestran a favor de medidas de represalia contra los aranceles estadounidenses. ¿Podría esto abrir la vía a una nueva fase, más intensa y menos fría, en el proceso de integración europea?

Europa no puede construirse únicamente en reacción a la relación transatlántica.

Es cierto que debemos llevar a buen término las discusiones en curso sobre los aranceles. Pero también debemos seguir adelante con la celebración de acuerdos comerciales con otros países.

Este es el rumbo que mantendremos durante todo el mandato.

La agenda que defendemos hoy consiste en proseguir una estrategia de soberanía y, por lo tanto, en cierto modo, de reducción del riesgo en la relación transatlántica. Esto implica lograr una diversificación tanto en cuestiones económicas como en materia de defensa, aunque este último aspecto sea más delicado.

También debemos reconocer que no estamos en una relación de equilibrio de poder con los Estados Unidos: Donald Trump busca soluciones «win-win». Para él, eso significa que los Estados Unidos deben ganar dos veces y nosotros debemos perder dos veces. Quiere demostrar que es capaz de obtener victorias contra el mundo y contra sus socios.

El modelo europeo es completamente diferente: en lugar de obtener victorias políticas —que, por otra parte, a menudo no son victorias económicas o comerciales—, buscamos cooperar y alcanzar consensos.

Tenemos un modelo cooperativo —no agresivo—.

¿De qué sirve la Unión si, como el Reino Unido, acepta sin réplica aranceles del 10%?

La paradoja es que criticamos los métodos de Estados Unidos, pero, por razones políticas y de rango simbólico entre los dos continentes, queremos hacer lo mismo.

Habrá represalias, pero estarán guiadas por el interés económico europeo. Debemos diferenciar entre la victoria política y el pragmatismo económico. 

Donald Trump busca soluciones «win-win». Para él, eso significa que Estados Unidos debe ganar dos veces y nosotros perder dos veces.

Stéphane Séjourné

Si no hubiera acuerdo, ¿la Unión respondería? 

Si tenemos que responder, lo haremos.

Pero debemos ser más inteligentes que los estadounidenses.

Por ejemplo, si nos fijamos en el sector aeronáutico, el producto final que es el avión Airbus no puede competir deslealmente con el Boeing en un 10% sólo porque decidamos no responder. En este contexto, hay un interés económico real en hacerlo.

Pero en otros ámbitos puede haber intereses en no hacerlo, especialmente en cadenas de valor complejas, donde una respuesta podría afectar al empleo o a la estructura de nuestras relaciones, incluso con otros países.

¿Estaría dispuesta la Unión a activar su instrumento contra la coacción?

Podría ser una posibilidad.

Por el momento, todavía estamos debatiendo el alcance de la negociación, más que reflexionando sobre los posibles niveles de aranceles.

Esta lógica ha sido impulsada por los estadounidenses. Teníamos dos opciones: rechazar el diálogo, aceptar los aranceles y responder; o entablar un diálogo constructivo.

El interés de los europeos se encuentra claramente en esta segunda vía, que puede preservar el valor económico para nuestras empresas.

¿Cómo encajan estas discusiones en la estrategia más global de la Comisión, incluida la relativa a China?

Nos encontramos en un momento crucial en el que el mundo se vuelve cada vez más proteccionista, en el que muchos países buscan diversificar sus cadenas de suministro, disponer de materias primas y consumir y producir localmente.

Este debate con los Estados Unidos acelera la transición hacia un nuevo equilibrio europeo: la necesaria apertura al mundo y a los acuerdos comerciales, por un lado; el refuerzo del mercado interior europeo, la supresión de las barreras intraeuropeas y la protección de las fronteras exteriores de la Unión, por otro.

Del mismo modo que nuestra estrategia económica no puede considerarse únicamente en función de la relación transatlántica, nuestra relación con China no puede depender de los Estados Unidos.

Si tenemos que responder, lo haremos.

Stéphane Séjourné

¿Puede la Unión construir una asociación verdaderamente beneficiosa para ambas partes con Pekín? 

En primer lugar, debemos reducir nuestra dependencia en cuestiones estratégicas, pero se trata de una estrategia de reducción del riesgo, no de desacoplamiento.

Actualmente estamos elaborando una lista de 17 materias primas críticas en las que consideramos arriesgado depender de Pekín en más de un 65% de aquí a 2030. Luego, revisaremos las políticas a partir de 2030 para acelerar este proceso.

Por otra parte, debemos proteger nuestro mercado, en particular frente a las normas de producción europeas, que difieren considerablemente de las aplicadas en China. El comercio electrónico es un buen ejemplo de ello: cada año, 6.000 millones de pequeños paquetes cruzan las aduanas europeas sin que se controlen realmente sus normas.

Por lo tanto, es urgente acelerar la reforma aduanera, la creación de un fichero común, el refuerzo de la protección de las fronteras y la armonización de los controles. Es inaceptable que dos puertos europeos apliquen niveles de vigilancia tan dispares: uno rechaza uno de cada 2.000 paquetes y el otro, uno de cada dos millones. Estas diferencias ponen de manifiesto importantes deficiencias en el sistema de control de las fronteras europeas, que debemos corregir urgentemente.

¿Cree que es posible alcanzar un acuerdo basado en el acceso al mercado y la creación de empleo en Europa?

Un segundo tema es el reequilibrio de nuestra relación comercial con China.

Debemos llevar a cabo una importante reorientación de nuestra política hacia Pekín. Si los actores chinos quieren tener acceso al mercado europeo, es decir, a 450 millones de consumidores, es necesario imponer una serie de transferencias de tecnología en ámbitos en los que Europa se ha quedado rezagada y en los que China está a la vanguardia, como el de las baterías.

También debemos ser conscientes de que el mercado europeo es un mercado prometedor para Pekín. Para acceder a él, deben cumplirse una serie de condiciones: la cadena de valor debe ser europea, al igual que los materiales y la producción. Una parte de la producción debe realizarse en Europa y no importarse únicamente de China.

Tomemos un ejemplo concreto, la industria automovilística: ¿no temen que, en lugar de asistir a una verdadera transferencia de tecnología beneficiosa para la actividad y el empleo en Europa, los países europeos se vean relegados a un simple papel de centros de montaje?

Desde el momento en que los coches chinos se comercializan en Europa —lo cual no es un problema en sí mismo—, también deben poder fabricarse en Europa, con componentes europeos, puestos de trabajo de calidad y una cadena de valor europea. 

Nuestro mercado no puede ser únicamente un mercado de importación o ensamblaje de componentes chinos.

Debemos ser conscientes de que el mercado europeo es un mercado prometedor para Pekín.

Stéphane Séjourné

Por lo tanto, nuestras futuras doctrinas deberán incluir criterios muy precisos sobre la producción europea. Esta dimensión ya está presente en el texto del diálogo estratégico sobre la industria automovilística. 

¿No hay aquí también un tema de dependencia? 

Yo diría más bien que se trata también de una cuestión de seguridad y protección.

Por un lado, es una cuestión de seguridad económica. Disponer de una producción europea es esencial, ya que dependemos de cadenas de valor integradas, que dependen en particular de la producción de materias primas como el acero. Por lo tanto, estimular la demanda en estos sectores es fundamental para preservar una cadena de valor estratégica.

Por otro lado, es una cuestión de seguridad pura y simple. Los coches eléctricos están, por naturaleza, conectados. Esto significa que pueden ser desactivados a distancia —desde Austin en el caso de un Tesla, desde Shenzhen en el caso de un BYD— por empresas que no están sujetas a la legislación europea. Una vez que estos componentes equipen masivamente los vehículos que circulan por nuestras carreteras, esto se convertirá en un verdadero problema.

Por eso debemos exigir que los vehículos utilicen componentes europeos y garantizar que su interfaz se controle desde Europa. Esto también supone un cambio de paradigma.

Pero, más concretamente, ¿qué estrategia debería adoptarse con respecto a los aranceles sobre los vehículos eléctricos chinos que la Unión Europea impuso en 2024 y la propuesta de compromisos de precios presentada por Pekín?

Por el momento, estos aranceles están en vigor para restablecer la igualdad de condiciones. Podría ser necesario un acuerdo global.

No se trata de estudiar cada sector por separado, como se ha hecho con demasiada frecuencia. Ahora debemos adoptar una visión holística del mercado europeo. En las negociaciones comerciales, debemos tener en cuenta el equilibrio económico en su conjunto, y no sólo los sectores por separado.

Deberemos exigir componentes europeos en los vehículos eléctricos chinos y garantizar que su interfaz sea controlada desde Europa.

Stéphane Séjourné

¿Qué objetivos estratégicos debe perseguir Europa en la próxima cumbre entre la Unión y China? ¿Ve alguna posibilidad de que se alcancen compromisos climáticos comunes que puedan influir en la preparación de la COP 30?

China es hoy líder en la electrificación de sus usos. Pronto podría alcanzar una tasa de descarbonización de su mix energético comparable a la de Europa.

Este avance no está motivado por consideraciones ideológicas o dogmáticas, sino por cuestiones económicas. Esto demuestra que la descarbonización de nuestra economía, así como las normas que establecimos durante el último mandato de la Comisión —que nos esforzamos por mantener a pesar de las fuertes presiones políticas en el Parlamento Europeo— también responden a objetivos económicos y estratégicos.

En el diálogo con China, hay que encontrar un terreno de entendimiento en torno a la electrificación y la transformación de la combinación energética.

Por otra parte, se aprecia la influencia del modelo europeo: la aceleración de la descarbonización en otras economías ha estado motivada a menudo por el acceso al mercado europeo. Esto demuestra la fuerza de la Unión.

En este contexto, las presiones estadounidenses para romper con China no corresponden ni al interés ni a la estrategia actual de la Unión.

Un elemento clave de la estrategia europea de descarbonización, pero también de protección de la industria, es el mecanismo de ajuste del carbono en las fronteras, que entrará en vigor en 2026. ¿Cómo se articulará con la aceleración de la descarbonización en China?

Efectivamente, para Europa, esto plantea la cuestión de redefinir lo que se entiende por producción europea, ya no sólo en función de criterios de sostenibilidad o descarbonización en el comercio, ya que las combinaciones energéticas descarbonizadas tienden a converger.

Por lo tanto, la protección del mercado europeo ya no puede basarse únicamente en el hecho de que nuestra combinación energética sea más virtuosa que la de China: la preferencia europea debe convertirse en un criterio por derecho propio.

En el diálogo con China, hay que encontrar un terreno común en torno a la electrificación y la transformación de la combinación energética.

Stéphane Séjourné

Lo mismo ocurre con la taxonomía, que tenía un doble objetivo: apoyar nuestra soberanía tecnológica y financiar la transición. Por lo tanto, hay que ir más allá, en particular añadiendo una dimensión «Made in Europe» a la financiación verde.

¿Cuáles son las expectativas prioritarias de la Unión para la cumbre de la OTAN que se inaugura hoy en La Haya?

Estoy convencido de que sólo lograremos avanzar en materia de defensa si algún día conseguimos celebrar un tratado de defensa y seguridad —que podría eventualmente incluir al Reino Unido—.

Las medidas puntuales en el ámbito de la defensa ya están teniendo dificultades para alcanzar un consenso: ¿en qué medida un nuevo tratado respondería mejor a las necesidades actuales?

Estoy convencido de que, más allá de nuestras instituciones y de la Comisión, será necesario un nuevo acuerdo colectivo, impulsado por una voluntad política compartida entre los Estados que desean reforzar las garantías de seguridad europeas.

Los primeros indicios ya son perceptibles. La primavera pasada, durante las primeras reuniones celebradas en París y Londres, los participantes —británicos, pero también finlandeses, franceses, alemanes e italianos— expresaron su voluntad común de construir algo diferente.

Para que surja una industria europea creíble y dotarse de un presupuesto real, es necesaria una nueva base política. Esta deberá apoyarse en acuerdos sin precedentes en materia de garantías de seguridad, que incluyan necesariamente la cuestión de la disuasión nuclear —ya sea del Reino Unido o de Francia— con el fin de determinar cómo esta podría convertirse en una palanca de protección adicional.

Con demasiada frecuencia, nuestra reflexión sobre la defensa se ha centrado en los instrumentos. Hoy en día nos encontramos ante una especie de callejón sin salida: argumentos presupuestarios recurrentes, arbitrios financieros, dificultades para coordinar los programas comunes, ausencia de un mercado europeo estructurado, incertidumbre persistente en torno a los criterios de adquisición y la preferencia europea en materia de defensa.

Sólo conseguiremos avanzar en materia de defensa si algún día logramos celebrar un tratado de defensa y seguridad —que podría eventualmente incluir al Reino Unido—.

Stéphane Séjourné

¿Podría este nuevo tratado ver la luz con los 27 o se barajan otros formatos?

Para algunos Estados, estos debates deben considerarse complementarios a la OTAN, como un segundo seguro de vida.

Quienes están interesados quieren comprender primero qué les aporta concretamente en materia de seguridad. Sin embargo, las herramientas en sí mismas no garantizan nada: ni el presupuesto ni las capacidades son suficientes para ser creíbles.

Lo que buscan los europeos son nuevas garantías de seguridad colectiva. Se trata de una elección política. Hay que inventar una nueva forma de ayuda mutua, basada en capacidades renovadas, sinergias por crear e instrumentos diplomáticos inéditos.

Debemos movilizar nuestro capital político para sentar las bases de un nuevo acuerdo. ¿Qué queremos hacer con nuestros ejércitos? ¿Cómo los vamos a utilizar conjuntamente? ¿Qué papel pueden desempeñar la disuasión nuclear francesa y británica a escala europea? ¿Cómo garantizar de forma duradera la protección de las fronteras orientales, que son ante todo las de Europa? ¿Podemos considerarlas un interés general compartido? ¿Y qué presupuesto estamos dispuestos a dedicarles?

Si nos centramos únicamente en los instrumentos, los contraargumentos siempre prevalecerán. Este es, por cierto, el principal escollo de algunos defensores de la Europa de la defensa: se centran en los medios, los dispositivos, las estructuras… sin asegurarse primero de que existe un acuerdo político —un objetivo, un rumbo—.

Pero sin esta base común, no puede haber consenso.

¿Qué significaría esto en términos de repercusiones concretas?

En materia de defensa, la prioridad es aplicar medidas concretas en beneficio de los países que esperan nuevas garantías de seguridad y que las necesitan.

Pero también hay que tener en cuenta a aquellos que ya disponen de medios significativos y se sienten menos expuestos, como Francia y el Reino Unido. Se trata, por tanto, de garantizar su soberanía.

Es imperativo que los países que no sean signatarios de un posible acuerdo no puedan obstaculizar las capacidades, las tecnologías o el despliegue de las industrias de defensa.

Este es el principal escollo de algunos defensores de la Europa de la defensa: se centran en los medios, los dispositivos, las estructuras… sin asegurarse primero de que existe un acuerdo político —un objetivo, un rumbo—.

Stéphane Séjourné

Si no damos a sus industrias de defensa la garantía de que se respetará plenamente esta soberanía —garantizando el acceso a las materias primas, la estabilidad de los mercados europeos y la protección contra cualquier injerencia extranjera que pueda frenar el desarrollo tecnológico o la cooperación internacional— se debilitará todo el edificio.

Necesitamos un acuerdo global.

¿Incluye en «países no signatarios» a los miembros de la Unión?

No, sólo a terceros países.

En cuanto a la gobernanza de la Unión en sentido amplio, ¿qué medidas concretas prevé para simplificar y hacer más comprensibles y rápidas las decisiones?

Más rápidas, para empezar.

La flexibilidad y la adaptabilidad nunca han formado parte del ADN de la Unión. Y eso es también lo que la hace fuerte: la estabilidad de sus reglas y la previsibilidad de sus normas pueden hacerla mucho más competitiva hoy en día.

Pero necesitamos más flexibilidad, tanto en el plano práctico como en el estructural.

Es posible avanzar. Las «leyes omnibus» de simplificación, por ejemplo, nos devuelven el margen de maniobra frente a la rápida evolución del contexto geopolítico, en particular el económico. Enviar un texto al Parlamento cada mes permite adoptar medidas en tres meses.

Es lo que hemos hecho recientemente con las multas a los automóviles. Le seguirán otras, sobre las empresas medianas, la defensa, la agricultura, la tecnología… Este método mejora nuestra capacidad de reacción sin sacrificar la exigencia democrática.

Queda la cuestión estructural: ¿cómo conciliar la deliberación democrática y la eficacia? Los procedimientos de codecisión son más lentos, pero ese tiempo forma parte de nuestro equilibrio. Hay que asumirlo, al tiempo que se moderniza.

Estoy a favor de una reforma de las estructuras europeas. Hoy en día, la organización muy compartimentada de la Comisión limita la visión de conjunto. Los comisarios deben tener una ambición global. Pero se les asignan carteras muy limitadas. Hay que salir de esta lógica segmentada y devolver la plena responsabilidad política a cada uno. 

La propuesta de la Comisión sobre el nuevo Marco Financiero Plurianual está prevista para julio. ¿Cómo ve los dos años de negociaciones que se avecinan? Sin recursos propios ni nuevos préstamos, habrá que destinar alrededor de 20.000 millones de euros adicionales al año al reembolso del plan de recuperación NGEU. 

La paradoja es que todo el mundo se centra en su dotación o en sus líneas presupuestarias, pero muy pocos mencionan el importe global del futuro presupuesto europeo. En mi opinión, ahí radica la cuestión principal: hay que avanzar hacia un dispositivo sostenible desde el punto de vista político y financiero, que estabilice un presupuesto más cercano al 2% que al 1% del PIB europeo.

Nos enfrentamos a múltiples retos y es imperativo estabilizar un presupuesto a la altura de estas nuevas exigencias. De lo contrario, habrá que tomar decisiones difíciles, con el riesgo de tener que abandonar algunas prioridades, lo que, a la larga, podría alimentar el rechazo a la Unión.

Estoy a favor de una reforma de las estructuras europeas. Hoy en día, la organización muy compartimentada de la Comisión limita la visión de conjunto.

Stéphane Séjourné

Por lo tanto, es necesario abrir un debate claro en dos frentes: por un lado, sobre los recursos propios; por otro, sobre el reembolso de la deuda. ¿Se utilizarán estos nuevos recursos para el reembolso? ¿Hay que reembolsar la deuda o simplemente mantenerla? Estas preguntas siguen abiertas.

A principios de julio se presentará una primera propuesta de arquitectura presupuestaria. El importe global aún no se ha fijado, pero debemos avanzar en materia de recursos propios con un enfoque pragmático, que maximice los ingresos sin aumentar la presión sobre los Estados miembros.

¿Cómo? 

He propuesto la creación de un ESTA europeo. Los 20 o 25 euros que paga un turista estadounidense para venir a Madrid, París o Berlín no suponen un obstáculo para la movilidad y podrían alimentar directamente el presupuesto de la Unión. Se trataría de un recurso indoloro, sin impacto fiscal para los hogares y las empresas europeas.

En términos más generales, debemos identificar nuevas fuentes de financiación independientes de las contribuciones nacionales, sobre todo teniendo en cuenta que los acuerdos comerciales que firmamos conllevan una reducción progresiva de los ingresos aduaneros.

La parte del presupuesto aportada por los Estados miembros no puede ser la única que aumente. En Francia ya están surgiendo protestas sobre el importe de la contribución nacional. Por lo tanto, es imperativo diseñar un mecanismo que permita aumentar el presupuesto de otra manera. 

Esa es realmente la cuestión clave.

En este ámbito también se plantea una cuestión de flexibilidad. En la actualidad, los presupuestos se definen para siete años y se preparan con tres años de antelación, lo que significa que el presupuesto que se está debatiendo ahora tendrá repercusiones hasta 2035. 

Sin una mayor flexibilidad en la elaboración y ejecución del presupuesto, la Unión no estará preparada para responder a las crisis futuras.