Con su nueva novela, Animales difíciles, publicada por Seix Barral, la gran escritora española Rosa Montero pone fin a la serie de su personaje estrella: la detective Bruna Husky.

«Madrid, 22 de enero de 2111».

Así comienza la narración —pero no estamos en una novela de ciencia ficción—.

Desde el principio, la trama se construye en torno a un atentado en una gran empresa tecnológica donde cerebros humanos están conectados a ordenadores cuánticos —pero no estamos en una novela policíaca—.

Bruna Husky debe luchar en varios frentes: debe resolver este crimen, pero también, y sobre todo, debe dominar este nuevo cuerpo clonado al que no consigue acostumbrarse, con el que lucha constantemente —pero no estamos en una novela psicológica sobre la identidad—.

O más bien, estamos en todo eso a la vez.

Rosa Montero rechaza todas las etiquetas y categorizaciones: su novela trata sobre nuestro tiempo y la condición humana.

Nos reunimos con ella.

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El primer epígrafe de Animales difíciles es el famoso incipit de Dickens de Historia de dos ciudades: «Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.» ¿Podrías explicar por qué escoges esta cita?  

Porque estamos en el mejor de los tiempos y en el peor de los tiempos. 

Creo que se ajusta a la perfección al momento que vivimos. Por un lado, es tremendamente conflictivo, convulso, crepuscular en muchos sentidos. La gente tiene una sensación apocalíptica. Por otro lado, es interesantísimo y fascinante porque están pasando cosas que no habían pasado antes. 

Me he pasado toda la vida luchando contra ese sesgo cognitivo que te hace creer que lo que estás viviendo es lo más importante que ha pasado jamás. Como cuando te decían que nunca ha habido tanta violencia y tú contestabas que sí, en la época de los vikingos…

Pero es que estamos viviendo cosas que no se han vivido nunca. Estamos en una frontera, por ejemplo, tecnológica de una dimensión absolutamente incomparable con nada. El nivel de centuplicación de los datos y de la información de forma exponencial es inédito. Es decir, realmente se está viviendo un momento único muy interesante. 

Así que yo creo que el comienzo maravilloso de Dickens se ajusta totalmente.

La novela empieza anunciando que estamos en el año 2111. Pero leyendo el libro y escuchándote ahora, uno se puede preguntar si en realidad no se está hablando del presente. En la página 36 la narradora nos dice: «Eran malos tiempos para la sensatez y la democracia, desde luego»… 

En el mundo hispano hay un prejuicio por ignorancia por desconocimiento hacia la ciencia ficción —que viene, por desgracia, de un prejuicio hacia la ciencia—. 

La gente piensa que los libros futuristas hablan de cosas esotéricas, confusas, raras, frías, tecnológicas, que no tienen nada que ver con la realidad. Es todo lo contrario. La ciencia ficción te ofrece una herramienta metafórica poderosísima para hablar del aquí, del ahora y de la condición humana. 

La ciencia ficción sirve para profundizar en la realidad. Saliendo de la rutina, desviando nuestras miradas, podemos ver los problemas que tenemos de una manera mucho más clara. 

¿Dirías que las novelas de la serie de Bruna Husky son realistas? 

Mis cuatro novelas de Bruna son las más realistas y evidentemente hablan del hoy y del ahora —y de lo que es el ser humano—. 

La gente piensa que los libros futuristas hablan de cosas esotéricas, confusas, raras, frías, tecnológicas, que no tienen nada que ver con la realidad. Es todo lo contrario. 

Rosa Montero

En ellas hablo de lo que hablo en todas; es decir, de mis obsesiones. Porque todos los escritores terminan escribiendo siempre sobre los mismos temas —sus obsesiones—. 

El sentido de escribir ficción es la búsqueda del sentido de la existencia. Eso es lo que también hago en estas novelas.

¿Cómo se puede encontrar ese equilibrio entre la ciencia ficción y al mismo tiempo ese realismo que mencionas en la novela?

De la misma manera que haces todas las demás. 

Yo tengo una novela que se llama Historia del Rey Transparente que se publicó hace justamente 20 años y que sucede en el siglo XII. Pero no es una novela histórica; es más bien ucrónica porque porque reduce 150 años de la historia del mundo en 25 y tiene ingredientes fantásticos. 

Lo que te quiero decir es que el viaje que haces en cada una de las novelas es exactamente igual si te vas al siglo XII, si te vas a 2111 o si te vas a otros personajes que viven en esta época actual. En cualquier caso, la novela es un viaje —un viaje a los otros—. 

Te tienes que dejar vivir dentro de tus personajes y tus personajes te cuentan la historia, te cuentan el mundo —al mismo tiempo que lo construyen—. Es completamente natural cuando haces ese viaje porque es como si fueras ellos. 

¿No hay diferencia en esa relación temporal si tu relato se proyecta hacia el pasado o hacia el futuro —incluso en la preparación o documentación en torno a la novela—? 

Para mí no hay una diferencia en el salto existencial que haces al escribir una novela. Fluye en cuanto te creas dentro de esos personajes. 

Claro, luego tienes que tener información del entorno. Por ejemplo, a mí me surgió esa idea de la novela que se desarrolla en el siglo XII porque me encanta la historia medieval. Pero hay que tener mucho cuidado con la investigación, porque un exceso de documentación te puede asfixiar la novela, te puede matar la creatividad.

Llevaba una temporada leyendo un montón de libros de historia medieval, sobre todo a los franceses que son maravillosos como Duby, Le Goff y también textos del siglo XII como de Chrétien de Troyes y los lais de María de Francia. Entonces ya estás en ese hábitat mental y te sale el libro porque tienes ese conocimiento. 

¿Y cuando se trata de ciencia ficción? 

A mí se me ocurre hacer ciencia ficción y me sale porque me gusta mucho la tecnología y la ciencia. 

Leo mucha divulgación científica y de hecho, he intentado en todas mis novelas que ese futuro relativamente próximo —dentro de 100 o 80 años— no sea sólo posible, sino incluso probable. 

He intentado hacer un desarrollo de ese futuro que desde el punto de vista político, social, tecnológico, científico, sea totalmente posible. Por ejemplo, en el primer capítulo de Animales difíciles, hay un terrorista que asalta un almacén tecnológico y se pone una capa de invisibilidad. Eso puede parecer de Harry Potter. Pero no: en el propio libro se dice que es una capa de Quantum Stealth. 

Si tú googleas Quantum Stealth, verás que es un material que ha desarrollado una empresa norteamericana hace seis años y que consigue la invisibilidad. Hasta ahora es semirrígido pero dentro de 80 años podrán hacer capas con ello. 

Entonces, todo lo que cuento está basado en lo real, en lo tecnológico y en lo científico. Más realista, en efecto, no puede ser.

Con la intriga en torno a ese atentado inicial, ¿dirías que también es una novela policíaca?

Claro, también tiene ingredientes policíacos. Tiene varios ingredientes: existenciales —sobre todo por el tema de la muerte—, políticos, sociales y psicológicos —por la cuestión de la identidad—. 

A estas alturas del siglo XXI yo no creo en los géneros. Utilizamos todos los recursos que podamos y queramos. Eso es lo bueno.

El otro epígrafe de la novela es tal vez menos literario pero no menos interesante. Es del experto en IA Nick Bostrom: «Crear algo más inteligente que tú es un error evolutivo básico.» Es interesante porque los temas de la inteligencia y de la creación también se aplican por supuesto a tu trabajo, el de la escritura en el campo novelesco. ¿Tú ya has creado personajes más inteligentes que tú?  

¡Seguro que sí! 

Bueno, no sólo eso. Creo que todos los escritores —los novelistas al menos— tenemos el profundo convencimiento de que nuestros libros son mejores que nosotros. 

Nuestros libros no sólo son lo mejor que somos, sino que incluso van un poco más allá. Cuando llega la supuesta inspiración —que no llega muy a menudo— escribes cosas que hacen que te preguntes de dónde ha salido esto. Te dices: «Yo esto no lo sabía». 

Entonces sí, tengo esa sensación de que nuestros libros son más inteligentes que nosotros. Y por consiguiente, seguro que hay personajes que son también más inteligentes. 

Y la cita de Nick Bostrom me parece de una evidencia cegadora. Verdaderamente, crear una inteligencia superior a la nuestra es un error evolutivo básico.

Creo que todos los escritores tenemos el profundo convencimiento de que nuestros libros son mejores que nosotros. 

Rosa Montero

Pero quizás en el campo novelesco es menos peligroso, ¿no? 

¡En el campo de la novela no es peligroso en absoluto! Y menos mal… 

A la protagonista de la novela le pasa exactamente lo mismo que acabas de decir sobre el hecho de que incluso tú misma no sabías cosas que salen de tu escritura. Después de su transformación, Bruna Husky dice: «sé cosas que ni siquiera sabía que sé.» Es en un fragmento gracioso en el que para ilustrar tal afirmación nos cuenta la historia del Batallón Sagrado Tebano y al final nos dice: «¿Y a qué viene ahora todo esto? Lo ignoro.»   

Claro, yo tenía que contar su nueva estructura de cuerpo. Fundamentalmente, es una novela sobre la identidad —o al menos es uno de los temas esenciales de este libro—. 

Tenía que contar ese nuevo cuerpo, esa nueva realidad, esa extrañeza que ella siente y cómo además no controla los supuestos poderes que podría tener: las implementaciones que tiene su cuerpo, su carcasa. 

Entonces te metes en el personaje y van apareciendo cosas. Si de partida admites que tiene una serie de información y que cuenta con unas implementaciones mentales, no físicas como las tenía antes, pues de repente la sorprenden —y me sorprenden a mí—. 

Les sorprenden a ambas porque Bruna Husky se parece mucho a tí, ¿no? 

Esa es la parte mucho más divertida —y que yo no me había dado cuenta mientras lo hacía—. Siempre he dicho que Bruna Husky era en el fondo el personaje de todos los que había escrito que más se parecía a mí. Es un poco mi alter ego, en ese sentido tan agónico del paso del tiempo, de la conciencia de estar viva —justamente por esa conciencia de la muerte—. 

Y ahora, cuando mis amigos han empezado a leer este libro, se han tronchado de risa y me han venido a decir que esta vez ya la había hecho verdaderamente como yo. Ya no es sólo en el fondo sino hasta en la forma. Me han dicho que la he hecho igual de bajita que yo. Y es verdad: en un momento determinado dice que mide 1,60 —es exactamente lo que mido yo—. 

Luego encima la he puesto a escribir —¡y escribe como yo!—. Dice sobre la escritura cosas que yo he dicho y que he escrito en textos. Es increíble. Y esto que acabas de decir es un poco un trasunto de mi cabeza. Mi cabeza se enciende con ideas todo el rato, que vienen de no se sabe dónde. 

De alguna manera me he comido a Bruna Husky y la he convertido en mí misma —o yo me he convertido en ella—.

Nuestros libros son más inteligentes que nosotros.

Rosa Montero

De hecho, quería plantearte una pregunta sobre eso. El capítulo 6 se abre con esta frase: «Consigno: no me gustan los puzles y, sin embargo, me gusta escribir.» ¿Es Bruna Husky o Rosa Montera la que habla —o ambas—?

Es una identificación total ahí. 

En la novela, Bruna antes tenía esta mente que le permitía —y le encantaba— hacer rompecabezas. Yo lo odio, soy incapaz de hacer rompecabezas. Pero luego me di cuenta con el tiempo que aunque no me gusta ese juego, sí lo hago de cierto modo con la estructura de mis novelas. 

¿Es decir? 

Yo me paso primero un año y medio tomando notas y desarrollando la historia en cuadernitos. Luego, al final de esa época, como la estructura es importante para mí, empiezo a hacer como organigramas de la novela en grandes cartulinas. Después empiezo a hacer combinaciones de capítulos. 

Cuando tengo la historia la pregunta es: ¿cómo contarla ahora? 

Pongo un capítulo ahí, este capítulo lo cambio, modifico el orden etc. y puedo hacer una decena de combinaciones. Ese es un maldito rompecabezas. En realidad, a mí no me gustan los rompecabezas porque no tengo paciencia. 

Esa frase que citas es mía total. 

¿Cuando escribes esos fragmentos vas siguiendo una intuición o una línea que tienes a priori?

No son fragmentos. En realidad sólo son ideas. A lo mejor en todo ese año y medio en el que lleno un montón de cuadernos, escribo tres párrafos —pero sólo de seis o siete líneas, no más—. En esa etapa escribo poquísimo. 

Lo que hago es desarrollar lo que sucede, desarrollar los personajes. Tomo notas. 

Es únicamente después, cuando ya tengo toda la historia clarísima, que sé que va a haber 48 capítulos y lo que va a pasar en cada uno de ellos, que me siento al ordenador, empiezo por el primer capítulo y me pasó otro año y medio escribiendo. 

¿En ese momento respetas la suerte de estructura que estableciste anteriormente? 

Sí, pero puede haber sorpresas. En vez de los 48 capítulos iniciales puede terminar teniendo 56, por ejemplo. A lo mejor, aparece un personaje que no tenía nada que ver que se convierte en un bicho vivo hasta el final de la novela.

Isaiah Berlin decía que hay dos tipos de escritores: uno es el escritor erizo, que se enrosca sobre sí mismo y siempre escribe la misma obra; y el otro es el escritor zorro que va caminando por la estepa, buscando nuevos horizontes. 

Rosa Montero

Bruna dice en un momento: «Soy un experimento.» ¿Dirías que esta novela también ha sido un experimento literario?

Todas las novelas son un experimento literario —por lo menos las mías—. 

Para mí el fondo y la forma son ambos absolutamente importantes. No me gustan las novelas experimentales por la pura experimentación, pero tampoco me gustan las novelas convencionales. 

Escribir esos novelones que ya hemos visto tantas veces, a eso yo lo llamo escribir la literatura —no escribir la vida—: lo que hacen es escribir libros que ya están escritos. 

Para mí, dentro de los autores y autoras que me gustan, un valor muy importante es la originalidad, el intentar encontrar una manera nueva de explicarte el mundo y de explicarte tus obsesiones. Dentro de mi propia obra, en cada libro intento encontrar una nueva forma. 

Es tal vez la famosa diferencia entre los escritores que vuelven a escribir de cierto modo siempre el mismo libro —y pueden ser geniales— y los otros…

Isaiah Berlin decía que hay dos tipos de escritores: uno es el escritor erizo, que se enrosca sobre sí mismo y siempre escribe la misma obra; y el otro es el escritor zorro que va caminando por la estepa, buscando nuevos horizontes. 

La distinción no era peyorativa para los erizos, porque se supone que van profundizando sus temas. Un gran erizo sería, por ejemplo, Proust que escribió Jean Santeuil y luego En busca del tiempo perdido —que era lo mismo, aunque una profundización por supuesto—. Javier Marías era otro erizo clarísimo. 

Yo soy un zorro total. Voy buscando todo el rato una nueva manera de explicarme mis obsesiones. Creo que hay que buscar una forma que sea novedosa. Pero el fondo es absolutamente esencial —la forma por sí sola no me interesa—. 

Sobre esa suerte de convergencia entre el fondo y la forma, tus novelas también te han llevado a reflexionar sobre la lengua, sobre su evolución, introduciendo por ejemplo nuevas palabras.

Sí, muchas. No sólo en esta novela, efectivamente. En otras hay más: en Los tiempos del odio hay muchas más, porque Bruna se pone en contacto con gente muy joven y se crea otro lenguaje con un montón de palabras nuevas. 

Eso es un trabajo adicional para mis traductores. Ahora mi traductora al francés, Myriam Chirousse, que es también escritora y que está terminando la traducción de esta novela, me interroga sobre todas las nuevas palabras inventadas.   

La protagonista de la novela, Bruna Husky, es una «tecnohumana». ¿Qué significa? ¿Cómo la presentarías o definirías?

Es un clon, eso es lo primero. No es un androide, en el sentido de que no es una construcción artificial. 

Ella es un clon, o sea que es plenamente humana en cuanto al ADN. Y lo que pasa es que es manipulada y criada no en un vientre de mujer, sino en un tanque durante 14 meses. Alcanza en el tanque una edad física de 25 años, y ahí es cuando los crean como mano de obra esclava. Ese desarrollo tan rápido permite llegar a la etapa más eficiente como mano de obra. 

A partir de los 25 duran 10 años, no porque los ingenieros genéticos lo quisieran así, sino porque ese desarrollo tan rápido tiene unos costes celulares, y a los 10 años se declara el TTT —el «Tumor Total Tecno»— que es un fracaso multiorgánico agudo —y se mueren en una semana—. Por eso saben cuándo van a morir. 

¿Es esa una de tus obsesiones, la muerte y cuándo surgirá? 

Sí, y la pobre Bruna también tiene esa obsesión con el paso del tiempo y con la muerte —al contrario de la mayoría de los humanos que viven como si fueran eternos—. 

Como decía Cicerón, yo siempre he sabido que soy mortal.

Sólo hay un puñado de neuróticos como Woody Allen y yo —y alguno más—. Por cierto, Cicerón debía ser también otro neurótico para decir esa frase. Seguro que también era del grupo.

Lo que hay que perder es el miedo a lo finito de la vida, es decir, a esa idea impensable desde la vida que es no existir.

Rosa Montero

Un leitmotiv se introduce efectivamente cuando llega la protagonista —y de cierto modo la caracteriza—: la cuenta atrás de lo que le queda por vivir. Eso la angustia, al menos al principio. Al final de la novela Bruna acepta su finitud: «Llevo días sin hacer la cuenta inversa de lo que me resta de vida. Es posible que haya perdido el miedo a morir.» ¿Se podría decir en ese sentido que es una suerte de novela de aprendizaje? 

Las novelas de Bruna se pueden leer totalmente solas. Esta última se puede leer sin haber leído las demás. 

Pero si lees todas seguidas y en su orden, hay un plus. Ella verdaderamente ha estado todo el rato muy obsesionada. Por eso es la última novela: llegue a pensar que tenía que dejar de contar esa especie de acuerdo con la vida finita porque a lo que tienes que llegar no es a un acuerdo con la muerte o a perderle el miedo a la muerte. 

Lo que hay que perder es el miedo a lo finito de la vida, es decir, a esa idea impensable desde la vida que es no existir. Porque la vida se regocija en vivir y se empeña en seguir viviendo pese a todo. Y por eso se nos hace tan difícil aceptar que se acaba.

Bruna es tecnohumana pero necesita ir donde la psicoguía. ¿Querías mostrar que en ese futuro no todo es perfecto —por decirlo con un eufemismo— para esos nuevos seres?

En realidad, Bruna es un personaje muy humano. Una de las cosas que quería contar es ese tipo de individuos —sobre todo hombres, pero también algunas mujeres— que tienen miedo de sus propias emociones porque creen que los sentimientos los debilitan. Entonces lo que hacen es encerrarse en un castillo. Son misántropos tremendos. 

No quieren tener complicaciones emocionales, entonces no piden nunca nada por miedo a que les pidan algo. Viven en una soledad horrible. 

Bruna era así al principio del primer libro y a lo largo de los tres primeros libros fue evolucionando para ir aceptando cada vez más el terror de querer y de que te quieran. 

Pero como en este libro se ha cambiado de cuerpo, como en el juego de la oca, vuelve al principio de eso y tiene que hacer esa evolución de una manera mucho más grande. 

Como en todas las novelas, lo que quería era hablar del sentido de la existencia de los seres humanos. Para mí es un personaje plenamente humano. Eso es lo que hace que los lectores les gusten las Brunas; se identifican justamente con ella y con todas esas angustias. 

¿Angustia frente a la vulnerabilidad? 

Sí, querer a alguien te hace vulnerable, no cabe la menor duda. Ya no te digo amar apasionadamente…

Y ser vulnerable es muy desagradable, evidentemente. Pero no hay una opción: somos animales sociales, tenemos que vivir la vida con los demás, es la única manera de vivir una vida que merezca la pena. Entonces no hay más remedio que aceptar el escozor y el miedo de la vulnerabilidad. Es lo que hace Bruna.

Hay justamente una tensión muy fuerte entre la mente de Bruna, su potencia de cálculo, y ese nuevo cuerpo en el que se encuentra que busca amaestrar, como si quisiera justamente restablecer su vínculo con lo sensible. 

Busca dominar ese nuevo cuerpo —y lo irá dominando—. Por lo menos eso espero.  

Vemos al principio que hay, en efecto, una tensión: ella lo primero que hace es irse a hacer músculos para intentar recuperar su primer cuerpo. Eso es disparatado e inútil: nunca va a poder recuperar ese cuerpo. 

Al final, sin embargo, en un momento determinado, Bruna pasa al lado de unos tecnos de combate, muy torpes y desagradables; ella ya se va acostumbrando a ella misma. 

Los seres humanos somos los animales más difíciles sin comparación.

Rosa Montero

Hubiera podido parecer paradójico llamar a esos personajes del futuro «animales». ¿Por qué escoges ese término?  

No lo escojo: somos animales. 

Los seres humanos somos animales difíciles. 

Somos los animales más difíciles sin comparación. Evidentemente somos animales conflictivos, trágicos, contradictorios, disociados entre la parte animal y la parte cultural. 

Más allá de los individuos, la sociedad en su conjunto del año 2111 que se describe contiene muchos problemas como el crimen, las desigualdades, etc. ¿Dirías que es una novela de una anti o contra-evolución? 

Lo primero que tengo que decir es que mi novela no es una distopía. Ahora, en cuanto haces una novela de ciencia ficción te cascan el adjetivo distópico. 

No es un mundo peor que el nuestro; es un mundo equivalente al nuestro —y yo te diría incluso que el nuestro es peor—. En el mundo de Bruna, se ha creado, por ejemplo, esos «Estados Unidos de la Tierra», que es una nación muy joven con muchos problemas. Pero es un paso hacia adelante: el sexismo ha desaparecido, hay una concienciación de los otros animales mucho más aguda, etc. Hay cosas que han evolucionado. 

Luego, claro, hay unas fuerzas reaccionarias intentando acabar con ello, intentando revertir ese proceso. 

Lo que pasa es que a lo mejor emocionalmente tampoco hemos evolucionado tanto desde la prehistoria. Ese es el problema. 

Hay una disociación muy grande entre los logros tecnológicos y la capacidad para manejarlos. No somos maduros para manejarlos. Los humanos son como niños jugando con bombas que han encontrado enterradas en la arena. No hemos hecho una maduración emocional comparable ni por asomo al desarrollo científico tecnológico.

Has hablado de la relación del personaje con lo finito. ¿Te ha costado ponerle un fin a esta novela?

No, nada. Bueno, en realidad me ha costado pero en el sentido en que me ha dado pena.

En un primer momento no sabía ni siquiera que iba a ser la última. Pero cuando empecé a desarrollarla me di cuenta. Esta novela es muy intensa y muy épica porque tiene un doble frente de pelea: por un lado, resolver un caso además especialmente oscuro porque nos afecta en la vida real y por otro, tener que hacerse al nuevo cuerpo. 

Entonces me di cuenta de que no iba a ser capaz de escribir otra novela de Bruna que fuera más ambiciosa y decidí que esta era el final. 

Los humanos son como niños jugando con bombas que han encontrado enterradas en la arena.

Rosa Montero

¿De verdad es el final? 

Un amigo me dijo que podría escribir un libro de cuentos del mundo de Bruna. Eso me animó mucho. 

Cuando empiezas a escribir la novela, ¿sabes necesariamente desde el principio cómo va a terminar?

Sí, una de las cosas que casi mágicamente se me ocurre al principio es el final —o más o menos el final—. 

Eso no implica que sepa necesariamente adónde va y la envergadura que adquiere. No te das cuenta de ello hasta que te metes en la novela.

¿Tienes ya ideas para el próximo libro?

Normalmente cuando termino una novela espero a que se asiente todo. Te quedas con un gran vacío. 

Pero en esta ocasión, terminé tan revolucionada en julio del año pasado, con la cabeza tan creativa y con la pena de haberla dejado, que me puse a trabajar sobre una nueva idea. 

Se me ocurrió de repente toda una saga. Esta sí que es una saga en el sentido de que son tres novelas, se continúan y tendría que escribirlas todas antes de empezar a publicarlas. Si se continúan tienes que publicarlas cada año y no voy a empezar a publicar una sin saber si la siguiente va a estar bien o no me va a dar tiempo. 

Sé absolutamente todo lo que pasa en cada novela. Y tengo siete capítulos, pero está súper parada porque estoy con la promoción de este libro. Eso es lo malo y por eso siempre hago primero la promoción y luego ya me pongo a escribir. 

Por primera vez en mi vida lo he hecho al revés. 

Quizás se me muere por parar. 

A lo mejor la he jodido… 

Vamos a ver.