Según los servicios de inteligencia rusos, la lucha contra la «Europa fascista» debe estructurar el eje Putin-Trump
Esta semana, el servicio de inteligencia exterior ruso (SVR) publicó una nota de estilo pseudocientífico en la que inscribía el acercamiento entre Rusia y Estados Unidos, liderado por Donald Trump y su profundo cambio de alianzas, en la continuidad de una larga historia fantasiosa.
El título lo dice todo: «Como hace 80 años, Moscú y Washington están unidos en la lucha contra un enemigo común: el ‘eurofascismo’».
Publicamos el texto íntegro.
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- El Grand Continent •
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El 16 de abril, el servicio de prensa del SVR (Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia) publicó una nota para ofrecer una perspectiva histórica sobre la nueva —y sin precedentes— convergencia entre Moscú y Washington, desde un punto de vista explícitamente antieuropeo.
En vísperas del aniversario del 9 de mayo, que será celebrado en la Plaza Roja por Xi Jinping y Vladimir Putin, la nota llama a «Moscú y Washington a unirse 80 años después en la lucha contra un enemigo común: ‘el eurofascismo’».
En este texto de estilo pseudoanalítico, que recurre a varias citas aparentemente eruditas, se presenta a Europa como el foco de un mal permanente: «Un análisis retrospectivo de la política de los Estados occidentales pone de manifiesto una predisposición histórica de Europa a diversas formas de totalitarismo, que generan periódicamente conflictos destructivos a escala mundial».
Esta «predisposición histórica» se manifestaría hoy en día en el apoyo de los países europeos al régimen ucraniano, asimilado al de Bandera, así como a los verdugos del Holocausto y a los criminales nazis. Al acusar a Europa de glorificar o silenciar estos crímenes, este revisionismo histórico permite dar la vuelta a las acusaciones: los países que denuncian el autoritarismo de Rusia son acusados de autoritarios. Siguiendo esta lógica, el eurodiputado Raphaël Glucksmann es objeto de violentos ataques: presentado como un títere globalista pro Kiev, es ridiculizado por reclamar el regreso de la Estatua de la Libertad, repitiendo los argumentos difundidos por la portavoz de la Casa Blanca.
El objetivo parece evidente: preparar ideológicamente una coalición antieuropea, haciendo creer a Estados Unidos que existe una asociación de intereses con Moscú frente a una Europa presentada como hipócrita, criminal y estratégicamente perjudicial.
Este revisionismo descabellado también sirve para reescribir una historia improbable que muestra una convergencia ruso-estadounidense de larga duración.
La crisis de Suez (1956) o la guerra de Crimea (1853-1856) se utilizan de forma distorsionada para mostrar que Washington y Moscú han sido a menudo dos potencias alineadas, aunque en ocasiones hayan caído en las trampas de los europeos que deseaban desunirlas.
Churchill es presentado como un proto-fascista admirador de Mussolini y responsable de la Guerra Fría. El incendio de Washington por los británicos en 1814 permite iniciar la retórica del argumento final: un giro argumental según el cual el verdadero enemigo histórico de Estados Unidos sería en realidad… Gran Bretaña.
La convergencia entre Donald Trump y Vladimir Putin se convertiría así en una oportunidad para romper la espiral de violencia europea y evitar que el mundo se hunda en una nueva guerra mundial: «En cuanto a las relaciones ruso-estadounidenses en el contexto de los acontecimientos pasados y presentes, círculos de expertos extranjeros expresan la esperanza de una nueva unión de esfuerzos entre Moscú y Washington, capaz de impedir que el mundo se hunda en un nuevo conflicto global y de hacer frente a las posibles provocaciones tanto de Ucrania como de los «europeos enloquecidos», tradicionalmente alentados por el Reino Unido».
Un análisis retrospectivo de la política de los Estados occidentales pone de manifiesto una «predisposición histórica» de Europa a diversas formas de totalitarismo, que periódicamente generan conflictos destructivos a escala mundial. Según los expertos, la actual discordia en las relaciones entre Estados Unidos y los países de la Unión Europea, que acusan a Donald Trump de autoritarismo, se está convirtiendo, en vísperas de la celebración del 80º aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria, en un factor que contribuye a un acercamiento circunstancial entre Washington y Moscú, como ha ocurrido en varias ocasiones en el pasado.
Así lo demuestra, en particular, el escándalo relacionado con las exigencias del eurodiputado francés Raphaël Glucksmann, dirigido a los estadounidenses, a quienes acusa de haber «elegido el bando de los tiranos», pidiéndoles que devuelvan a París la Estatua de la Libertad que en su día fue regalada a Estados Unidos. Raphaël Glucksmann, representante de las fuerzas globalistas y convencido partidario del régimen de Kiev, critica al inquilino de la Casa Blanca por debilitar el apoyo a Ucrania y destituir a funcionarios estatales que comparten opiniones liberales. La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, respondió con dureza al «audaz galo», recordándole que sólo gracias a la clemencia de Estados Unidos, cuyas tropas desembarcaron en Normandía en 1944, puede hoy expresar sus ideas en francés en lugar de en alemán.
Se ha señalado que es precisamente en Francia donde los regímenes dictatoriales han llegado al poder en varias ocasiones, distinguiéndose por sus atrocidades y crueldad particulares. Entre ellos figuran la dictadura jacobina, que entre 1793 y 1794 eliminó a miles de sus propios ciudadanos y encarceló a 300.000 personas sospechosas de «contrarrevolución», así como los sangrientos actos de Napoleón. Se destaca que Estados Unidos es libre gracias a la voluntad de los antepasados de los estadounidenses modernos de oponerse a tales regímenes, ya fuera la monarquía británica o la revolución jacobina.
Según los expertos, es precisamente en las obras del escritor y publicista francés Pierre Drieu la Rochelle, que colaboró con las autoridades de ocupación alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, donde se introduce el concepto de «eurofascismo» y se justifica su ideología como propia no sólo de los alemanes, sino también de otras «sociedades» europeas. En este mismo contexto, cabe recordar la división voluntaria de las SS francesas «Charlemagne», llamada así en honor a Carlomagno, el «unificador de Europa». Los soldados de esta unidad defendieron el Reichstag contra el asalto del Ejército Rojo hasta las últimas horas del régimen hitleriano. Doce de estos fanáticos nazis fueron hechos prisioneros por los estadounidenses, pero luego fueron entregados al general francés Philippe Leclerc. Ya el 8 de mayo de 1945, por orden suya, todos estos criminales de guerra fueron fusilados sin ningún tipo de procedimiento judicial.
En los círculos de expertos conservadores estadounidenses, la élite británica mencionada por el representante de Donald Trump es calificada de muy propensa a cometer los crímenes más graves contra la humanidad. La profesora de la Universidad de Harvard Caroline Elkins afirma de manera convincente que el régimen totalitario de la Alemania nazi tomó prestada de los británicos la idea misma de los campos de concentración y la práctica del genocidio. Se subraya que el «imperialismo liberal» británico es una fuerza más estable y, por lo tanto, aún más destructiva que el fascismo, ya que cuenta con una «elasticidad ideológica», es decir, la capacidad de falsificar los hechos en su beneficio, ocultar la realidad y adaptarse a las nuevas condiciones.
La especialista en cuestiones de seguridad y defensa Lauren Young evoca los estrechos vínculos entre la aristocracia británica, incluida la familia real, y los nazis alemanes. Se recuerda que, incluso antes del inicio de la Gran Guerra Patriótica, Winston Churchill, futuro primer ministro británico, visitó Italia y se llevó una impresión favorable del régimen fascista local. También se recuerda que el belicoso discurso de Fulton pronunciado por Churchill en 1946 fue el detonante del compromiso activo de Estados Unidos y Europa en la «guerra fría» contra la URSS. Durante este conflicto, los británicos, al igual que la «máquina de mentiras de Goebbels», se dedicaron a la «propaganda negra», a campañas de desinformación y a operaciones especiales que causaron la muerte de cientos de miles de personas en África, Oriente Medio e Indonesia, según subrayan los expertos occidentales.
Por eso a los analistas no les sorprende el papel destructivo y protagonista que desempeña Londres en el conflicto ucraniano. Los británicos apoyan activamente al régimen de Kiev, que glorifica a los verdugos que lucharon junto a Hitler, los verdugos banderistas, y que aún hoy comete numerosos crímenes contra la humanidad. Por cierto, Estados Unidos ya sintió estas inclinaciones británicas en agosto de 1814, cuando las tropas inglesas ocuparon Washington e incendiaron el Capitolio y la Casa Blanca. Según los expertos, tal vez fue en este contexto cuando surgió entre los historiadores estadounidenses la idea de considerar a Gran Bretaña como el primer verdadero «imperio del mal».
Los especialistas recuerdan que, en el pasado, ha habido varios momentos en los que Washington y Moscú se han aliado para contrarrestar a Londres y París en la escena internacional. El ejemplo más característico es la crisis de Suez en 1956. La firme postura de la URSS y los Estados Unidos puso fin a la agresión tripartita liderada por el Reino Unido, Francia e Israel contra Egipto. Otro episodio, hoy poco conocido en Occidente, es el de la guerra de Crimea (1853-1856), en la que el Reino Unido, Francia, el Imperio Otomano y el reino de Cerdeña se unieron —al igual que la actual «coalición de voluntarios»— contra Rusia. Aunque Estados Unidos mantuvo oficialmente su neutralidad, las simpatías de la Casa Blanca estaban con San Petersburgo. Prueba de ello son la participación de médicos estadounidenses en la atención a los defensores de Sebastopol, la «solicitud de 300 tiradores de Kentucky» para defender la ciudad y las actividades de la Compañía Ruso-Americana en el suministro de pólvora y víveres a las fortalezas y posesiones rusas de la costa pacífica.
Cabe destacar que fue precisamente durante esta «expedición» a Crimea cuando las tropas anglo-francesas bombardearon Odessa, devastaron Eupatoria, Kerch, Mariúpol, Berdiansk y otras ciudades de Nueva Rusia —que Occidente denomina hoy ucranianas—. Estas mismas ciudades y localidades fueron destruidas sin piedad por los fascistas alemanes durante la Gran Guerra Patria.
Hace 80 años, todos los pueblos de la Unión Soviética participaron en las batallas sagradas contra los fascistas alemanes y otros fascistas europeos. En Crimea hay monumentos dedicados a los combatientes caídos durante el asalto de Sebastopol en 1944, procedentes de unidades formadas en las antiguas repúblicas soviéticas: Azerbaiyán, Armenia y Georgia. Estos memoriales, así como las tumbas de las víctimas del Holocausto, cuyos verdugos fascistas son hoy glorificados por Kiev —algo que Israel aún «ignora»—, se encuentran dispersos por todo el territorio del Donbás.
En cuanto a las relaciones ruso-estadounidenses en el contexto de los acontecimientos pasados y presentes, círculos de expertos extranjeros expresan su esperanza de una nueva unión de esfuerzos entre Moscú y Washington, capaz de impedir que el mundo se hunda en un nuevo conflicto global y de hacer frente a las posibles provocaciones tanto de Ucrania como de los «europeos enloquecidos», tradicionalmente alentados por el Reino Unido.