Ha fallecido Mario Vargas Llosa, quizá el último escritor latinoamericano que encarnó, en su momento, esa necesidad de mezclar la revolución estética con la acción concreta en la sociedad. “Las palabras son actos” declaró en más de una entrevista con lo cual subrayaba su convicción de que el escritor ponía en juego algo más que el lenguaje. También que la literatura, por el simple hecho de existir, por aspirar a la exigencia estética, cumplía un rol en la arena política

Al igual que Domingo F. Sarmiento y Rómulo Gallegos, Vargas Llosa se presentó como candidato para ser presidente, pero, a diferencia de ellos, no alcanzó a ganar las elecciones, en medio de un clima social que, con distancia, ahora me parece que prefiguró la actualidad peruana. Como fuera, con Mario Vargas Llosa también se va un autor que, a escala planetaria, supo aunar exigencia literaria con ventas, búsqueda estética con interés en lo popular, un escritor que nunca dejó de regresar a Perú, aunque con cada entrega lo hiciera reforzando su inserción en los ciclos mundiales: de las explotaciones caucheras al Londres de Marx, de la Arequipa de Flora Tristán al Tahití de Paul Gauguin, de la Lima de Ricardo Somocurcio al París de la niña mala. En cierto sentido, podemos decir que su literatura se adelantó a los recorridos globales de Nathan Hill, David Mitchell y, por supuesto, Roberto Bolaño.

El latinoamericano afrancesado

Con Mario Vargas Llosa se va el último de los latinoamericanos afrancesados. Si los escritores latinoamericanos siempre tuvieron un vínculo intenso con la literatura francesa, de José María de Heredia a Héctor Bianciotti, pasando por Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa no fue un caso aparte. En El pez en el agua, su libro de memorias, el autor contó lo que representó para él leer a los clásicos franceses en la Biblioteca Nacional o en la casa de su mentor Porras Barrenechea. Más adelante, ya en París, haría de Jean-Paul Sartre y Gustave Flaubert sus dos modelos éticos y literarios. 

Con Mario Vargas Llosa también se va un autor que, a escala planetaria, supo aunar exigencia literaria con ventas, búsqueda estética con interés en lo popular, un escritor que nunca dejó de regresar a Perú, aunque con cada entrega lo hiciera reforzando su inserción en los ciclos mundiales.

Félix Terrones

Por lo demás, fue en París que cimentó su vocación, en resumidas cuentas, descubrió el tipo de escritor que quería ser, uno que se oponía al Nouveau Roman, reivindicando la novela total decimonónica. En este sentido, si Flaubert fue un modelo, otro tanto se puede decir de Balzac y Hugo cuya lectura lo orientó hacia la voluntad de, como escritor, competir con la realidad misma, hacer de la ficción un territorio de representación donde la efervescencia del mundo resonara en toda su diversidad. Eso explica, por ejemplo, que el epígrafe de Conversación en la catedral sea una frase de Balzac. También que la totalidad de sus novelas permita una lectura que tome en cuenta al proyecto de la comedia humana, pero en clave peruana. Si el Perú desapareciera del mapa, sería posible reconstruirlo a partir de la materialidad verbal avanzada por el proyecto vargasllosiano.  

La influencia de la literatura francesa

No obstante, quizá Vargas Llosa sea uno de los que mejor se impregnó de la literatura francesa para reinterpretarla y, de esa forma, enriquecerla, llevarla a sus límites. Partiendo de la ética literaria de Flaubert, cristalizó novelas donde el estilo se encontraba en el centro, pero con una conciencia más clara del lenguaje. 

En otras palabras, privilegió las voces de los personajes, sus encuentros y desencuentros, dando ocasión a verdaderas arquitecturas verbales donde el narrador es un demiurgo presente, aunque invisibilizado, más preocupado por orquestar las voces que por mostrar su saber retórico. El resultado son novelas donde la acumulación de voces no genera la sensación de unidad sino más bien la de estar frente a un mosaico donde cada parte es específica, única, singular, pero integrada con el resto de manera natural, a la vez que converge en una mirada panorámica, la del lector. Otro tanto, se puede decir de su necesidad de renovar la figura del escritor que es a la vez lector. 

Si Flaubert fue un modelo, otro tanto se puede decir de Balzac y Hugo cuya lectura lo orientó hacia la voluntad de, como escritor, competir con la realidad misma, hacer de la ficción un territorio de representación donde la efervescencia del mundo resonara en toda su diversidad. 

Félix Terrones

Siguiendo el modelo de Sartre leyendo a Flaubert, Vargas Llosa llevó a su límite último la crítica literaria como otra forma de creación: a los ensayos que dedica a Flaubert y Hugo, debemos añadirles los que consagra a José María Arguedas, Gabriel García Márquez y Juan Carlos Onetti. No olvidemos, por otro lado, sus novelas eróticas con las cuales dialoga con la tradición libertina de textos que se leen con una sola mano, esa literatura que, mediante el énfasis en el cuerpo y los placeres, reivindica la constitución secular de una ciudadanía despojada de tabúes, sectarismos y dogmas. 

¿Qué le interesaba de Francia y su cultura? 

Antes que nada, creo que, inicialmente, la cultura francesa representaba para él una mezcla de libertad con una especificidad cultural. En plena Guerra Fría, cuando los Estados Unidos encarnaban el imperialismo, Francia fue un espacio de libertad de pensamiento y expresión donde era posible otra forma de quehacer cultural, en paralelo con el de la incipiente globalización anglófona. 

El joven Vargas Llosa en París

En el París de los sesenta, el joven Vargas Llosa se sintió en sintonía con las ideas del existencialismo, así como encontró una ciudad donde convergían legiones de artistas de todas las latitudes para renovar el pacto cosmopolita que tanto habría de seducirle. 

En muchas ocasiones, marcando el tópico del cosmopolita, Vargas Llosa manifestó que en ningún lugar del mundo se sintió extranjero. Desde luego, esa percepción de sí mismo como peruano y a la vez como ciudadano del mundo tiene su matriz en la proyección de su deseo en la ciudad de París. Esa capital francesa donde se hizo escritor y latinoamericano, gracias al encuentro con otros exiliados, le acercó a una forma omnívora de interés cultural, a la percepción del entorno en toda su complejidad que no se agota en lo estético, sino que también moviliza lo intelectual y lo político. Todo esto sin olvidar el debate ciudadano, la esgrima intelectual, la vocación por generar ideas en el calor de la polémica.

La totalidad de las novelas de Vargas Llosa permite una lectura que tome en cuenta al proyecto de la comedia humana de Balzac, pero en clave peruana. Si el Perú desapareciera del mapa, sería posible reconstruirlo a partir de la materialidad verbal avanzada por el proyecto vargasllosiano. 

Félix Terrones

Recuerdo los ensayos que Mario Vargas Llosa dedicó a Georges Bataille, en particular el titulado El verdadero Barba Azul, una de las mejores introducciones que he leído al pensamiento del francés. Son ensayos esclarecedores en los que expone las ideas de Bataille, sin olvidar acercarlas a las suyas o probarlas frente a la realidad latinoamericana. Vargas Llosa efectúa un verdadero ejercicio de metabolización intelectual que le permite acercar las ideas de Bataille a otras latitudes, no tanto para verificar el “universal” francés como para generar un espacio de convergencias e intersecciones. 

Ahora bien, si consideramos un libro como La llamada de la tribu, publicado décadas después, podemos perfilar del mejor modo su vínculo, y la evolución de este, con la cultura francesa. Porque en La llamada de la tribu aparece el Vargas Llosa neoliberal; en consecuencia, más relacionado con intelectuales anglófonos. Al leer dicho libro, eché de menos que en un francófilo como Vargas Llosa neglija el pensamiento de autores como Derrida, Foucault, Deleuze o el mismo Lyotard. En otras palabras, pensadores y filósofos que plantean una crítica de base a los grandes mitos y sistemas occidentales, una forma de perplejidad, cuando no escepticismo. 

Sé que Vargas Llosa nunca ha sido muy entusiasta con los denominados postestructuralistas, lo cual explica su desplazamiento progresivo hacia las ideas de Isaiah Berlin, por ejemplo. Por supuesto, no se trata de señalar derroteros, sino de acotar los alcances del interés de Vargas Llosa por la cultura francesa que, si bien nunca se detuvo, con los años, y sus nuevas ideas políticas, fue asumiendo otras líneas, quizá más modernas, si por moderno entendemos nada menos que estar en sintonía con el mundo.

De lo francés a lo anglo, de la revolución a la globalización en clave neoliberal, Mario Vargas Llosa fue un actor y testigo único del siglo XX y lo que va del XXI. 

Félix Terrones

El escritor total

De lo francés a lo anglo, de la revolución a la globalización en clave neoliberal, Mario Vargas Llosa fue un actor y testigo único del siglo XX y lo que va del XXI. Su evolución intelectual y artística dice mucho de los reacomodos en las circulaciones de ideas, los ciclos estéticos y los asentamientos de modelos cada vez más hegemónicos. 

No se me ocurre ningún otro autor que haya apuntado por descifrar y formular en ficciones y ensayos el progresivo desencantamiento del mundo en la selva de significantes donde vivimos actualmente. Si con Sartre Vargas Llosa aprendió a asumir la voz de un intelectual, por más incómodo que este fuera, al final de sus años pareció cada vez más convencido —y en él las convicciones rozaban lo ortodoxo— con la última utopía: la de que solamente un mundo sin fronteras podía asegurar la libertad. 

Queda por discutir si en este aspecto también se mostró como un lector clarividente, acerca de lo cual me quedan más que dudas. Aquí no busco refrendar el ascendiente de quien posee una mirada menos sometida a los poderes establecidos, o más consciente de lo perverso de nuestra época, lo cual acaso sería demasiado fácil. En este momento, tras el fallecimiento del autor, toca ser conscientes de la manera en que siempre buscó hacer de su literatura el diapasón de una realidad frente a la cual, poco a poco, dejó de articular una literatura con un trasfondo sistemático para avanzar una escritura más centrada en personajes. De ahí que novelas como La ciudad y los perros, La casa verde (mi favorita) o Conversación en la Catedral quedarán como insobornables expresiones de su acercamiento progresivo, sin concesiones, totalizador y sutil al arte de la escritura

Ser universal en clave latinoamericana

Escribo estas líneas sentado en una terraza bernesa, levanto la mirada, veo a los transeúntes pasar. En la pantalla, leo homenajes de otros autores, colectivos, numerosos personajes públicos. 

A diferencia de Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, Vargas Llosa fue el único en saludar el talento de Roberto Bolaño. 

Félix Terrones

Pese a la primavera, el clima es gris y lluvioso, similar al de Lima, la ciudad que dejé hace varios años y donde leí las principales obras de Mario Vargas Llosa. La sensación de un mundo posterior a Mario Vargas Llosa, que antes me hubiera parecido imposible, va tomando forma. Con su partida se fue un paradigma de autor que a la vez tuvo la sensibilidad suficiente para advertir los nuevos senderos de la literatura. Pienso, por ejemplo, en que, a diferencia de Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, fue el único en saludar el talento de Roberto Bolaño. 

¿Qué quedará tras su partida?

El sentido común obliga a pensar en sus libros, varios de ellos son hitos del siglo XX, pero ahora mismo se me ocurre que también cierta forma de ser “universal” en clave latinoamericana. Es decir, ser un autor, un artista, que recorre diversas latitudes para enriquecer su mirada sin necesariamente integrarse en los paisajes, borrando su especificidad, sino más bien enrareciéndola, complejizándola, haciéndola cada vez más inquisitiva. El resultado es una obra literaria coherente y genuina que —interrogando el Perú, América Latina, el mundo—  cristaliza un vibrante alegato por el inconformismo y la rebeldía.