La ciudad y los perros (1963)

La primera novela de Vargas Llosa es quizás una de las más conocidas —y sin duda una de las mejores—. Es una entrada in medias res en el estilo crudo del joven peruano, que sólo tenía 26 años en el momento de la publicación. 

El manuscrito ganó el Premio Biblioteca Breve en 1962, que ofrecía, entre otras cosas, una publicación en Seix Barral —que publicó la novela unos meses después, en 1963—. 

Seguimos las aventuras de un grupo de cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado, en Lima, donde Vargas Llosa estudió durante dos años. Allí están sujetos a reglas estrictas, a menudo humillantes, frente a las cuales deben aprender a sobrevivir. Esta especie de novela de aprendizaje teje finas reflexiones sobre las normas de la sociedad peruana entre virilidad, violencia y sexualidad. 

Esta novela es un punto de inflexión. Es una apertura: la literatura latinoamericana entra en la modernidad y abre el camino al Boom. Este libro —y su éxito— que permitirá entre otras cosas que Cien años de soledad (1967) de García Márquez se convierta en uno de los libros más leídos en español. 

La estructura de la historia, como suele ocurrir en Vargas Llosa, es compleja. En su obra, cuando se cuenta una historia, para llegar al punto de llegada hay que atravesar laberintos estilísticos y resolver enigmas narrativos —para encontrar a veces incluso el mismo punto de partida—. El lector de Vargas Llosa debe aceptar —y de alguna manera, apreciar— ser atrapado por el narrador, por los narradores, no entenderlo todo, al menos no de inmediato, aceptar las diferentes capas de lectura, releer, volver. 

Una pregunta persiste entre los lectores y especialistas de Vargas Llosa: ¿cuántos narradores hay en La ciudad y los perros —cuatro, cinco, seis??

La casa verde (1966)

La casa verde es la segunda novela de Vargas Llosa, publicada en 1966 y ganadora del Premio Rómulo Gallegos en 1967. 

Con esta publicación, tal vez afronta el gran escritor la mayor de las dificultades, tras haber publicado una excelente primera novela: confirmarse publicando una segunda aún mejor. Al menos esa es la opinión de los puristas que ven en esta novela el estado más logrado del estilo y la arquitectura narrativa buscada por Vargas Llosa. 

El lector sigue a diferentes protagonistas y sus respectivas historias que se cruzan y entrelazan, principalmente las de Don Anselmo, el sargento Lituma, Fuscia y la Chunga. La casa verde es un prostíbulo de Piura, en el extremo norte de Perú, fundado originalmente por Don Anselmo y reconstruido más tarde por su hija, la Chunga, tras un incendio. 

Esta casa, construida en varias plantas, simboliza la estructura del libro, con todas las infinitas historias que alberga. 

Es sin duda el libro más complejo de la obra de Vargas Llosa. 

Conversación en La Catedral (1969) 

El ascenso —cronológico pero también cualitativo— en la obra del Nobel peruano continúa y culmina en esta obra maestra de la literatura. 

Se trata, a priori, de un libro a puerta cerrada. Se desarrolla en un solo lugar: el bar La Catedral. Dos personas discuten sentadas en la misma mesa, Santiago Zavala —o Zavalita— y el antiguo chofer de su padre, Ambrosio. En una discusión de unas ochocientas páginas, Zavalita descubre la vida oculta de su padre, un hombre de negocios corrupto que escondía su homosexualidad. 

Es un retrato del Perú bajo la dictadura del general Odría que se desarrolla con este famoso incipit: «¿En qué momento se había jodido el Perú?». 

Vargas Llosa siempre ha dicho que fue el libro que más trabajo le costó. También solía repetir, y esto sin duda está relacionado, que sería el que salvaría si solo pudiera quedarse con uno. 

Pantaleón y las visitadoras (1973) 

En la Amazonia peruana, Pantaleón Pantoja, capitán del ejército peruano, debe organizar, por orden de sus superiores, una operación para satisfacer las necesidades sexuales de un grupo de soldados. Si Pantoja —«Panta»— es, para su pesar, el elegido para llevar a cabo esta misión, la razón es simple: es un militar modelo, sin vicios ni hijos (aunque está casado con Francisca, «Pochita»). 

Para llevar a cabo su misión totalmente secreta, Pantoja crea el Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines (SVGPFA). El principio: llevar prostitutas («visitadoras») a los cuarteles. Este servicio de prostitución se convierte rápidamente en la unidad más eficaz de la institución militar.

Hacer reír a un lector es una tarea difícil; en esta novela, Vargas Llosa muestra todo su dominio técnico al explorar casi todas las formas de lo cómico y ofrece así el libro más divertido de toda su obra. 

La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1975)

Aquí nos encontramos con el ensayista Vargas Llosa. Pero se inscribe en la tradición latinoamericana del ensayo que podríamos calificar de libre; donde el «yo» y la narración nunca están muy lejos —y donde, por lo tanto, se aprende más sobre el autor que sobre el objeto inicial del ensayo—.

Vargas Llosa cuenta con gran libertad su relación con Flaubert y Madame Bovary, —uno de los primeros libros que leyó al leer en París—. El peruano busca explicar por qué se trata de la primera novela moderna. 

Vargas Llosa tenía una relación muy personal con Flaubert: veía en él un ejemplo de disciplina. Así es como quizás habría que entender primero la influencia que la lectura de Flaubert tuvo en el joven Vargas Llosa. Flaubert es, ante todo, trabajo. Una disciplina de trabajo. 

Al comparar los primeros escritos juveniles de Flaubert y sus famosas novelas, se observa una evolución, los efectos de un trabajo arduo. Vargas Llosa se inspira en ello y trabaja, convirtiéndose en un escritor muy disciplinado. Escribía por la mañana, todas las mañanas. Para crear, hay que respetar una rutina: 

Yo sin rutina no soy nada y no encuentro inspiración alguna. Sin rutina se me descalabra lo que estoy haciendo. La rutina me enriquece y me concede el estado de ánimo necesario para la literatura. Yo trabajo todos los días un mínimo de seis horas; por las mañanas escribo en casa y por las tardes leo, corrijo y rehago en una biblioteca o un café.

La guerra del fin del mundo (1981)

El autor parece entrar aquí en otra fase al embarcarse en una novela totalmente histórica. 

Vargas Llosa era ante todo un escritor de campo. Se documentaba con antelación, le gustaba visitar los lugares de sus proyectos, localizar, tomar notas, informarse, leer. Este libro en particular requirió una gran investigación historiográfica para recrear esta «guerra del fin del mundo»: la guerra de Canudos, que enfrentó en el estado de Bahía, en el noreste de Brasil, al ejército brasileño con unos 30 000 hombres dirigidos por Antônio Conselheiro entre noviembre de 1896 y octubre de 1897. 

La novela se estructura en cuatro grandes partes, retomando la propia estructura de los combates, que se habían dividido en cuatro grandes campañas para narrar los enfrentamientos.

Pero lo que interesaba sobre todo a Vargas Llosa era esta extraña figura, este hombre carismático llamado Antônio Conselheiro, líder religioso y antirrepublicano que consigue constituir a su alrededor una comunidad de individuos dispuestos a luchar para defenderla en una guerra apocalíptica perdida de antemano. 

Con esta novela histórica, Vargas Llosa confirmó su gusto —y su talento— por tratar de comprender y descifrar el funcionamiento de los hombres de poder, su psicología, sus fortalezas y sus debilidades, pero también su eficaz perversidad. 

Lituma en los Andes (1993)

Lituma en los Andes es una novela menos conocida entre las cumbres de la obra de Vargas Llosa. Aquí encontramos como protagonista a un personaje, Lituma, al que habíamos dejado en La casa verde y que está presente en otros libros como El héroe discreto o ¿Quién mató a Palomino Molero?.

Quizás sea la novela más peruana de Vargas Llosa. El cabo Lituma abandona la región costera de Piura para dirigirse a las altas montañas, donde se producen desapariciones bajo la amenazante sombra de Sendero Luminoso. 

Vargas Llosa se somete aquí de manera más explícita a los grandes tópicos de la literatura latinoamericana al explorar todas las dimensiones de la violencia, o de las violencias —la política, el terrorismo, la naturaleza hostil de las montañas andinas y sus espíritus—, y abre así su obra al realismo mágico. 

La fiesta del Chivo (2000)

También se puede ver en esta fabulosa novela una especie de culminación —y de punto de inflexión— en la obra de Vargas Llosa. 

Aquí confluyen la inclinación por las tramas históricas, por un lado, y la puesta en escena de la psicología del dictador omnipotente, por otro. 

Estamos en la República Dominicana, en los años cincuenta, en plena dictadura de Rafael Trujillo. El nudo narrativo se concentra en torno al complot para asesinar al caudillo, el Chivo, narrado entre otros por los asesinos.

Mediante saltos espacio-temporales que solo sabe hacer el narrador vargasllosiano, una misma frase puede narrar de repente y al mismo tiempo dos escenas diferentes que ocurren con veinte años de diferencia en lugares distintos.

Si bien esta novela se inscribe en la línea de las llamadas «novelas del dictador» características de la literatura latinoamericana, Vargas Llosa expone en ella con todo su esplendor la sutileza con la que logra captar los vínculos que estructuran el entorno perverso y peligroso de un dictador. El jefe supremo amenaza y halaga a sus cortesanos por turnos; el equilibrio se sostiene en un equilibrio frágil: sabe que tarde o temprano será a causa de ellos que caerá.

La llamada de la tribu (2018)

Además de su imponente obra novelística, Mario Vargas Llosa nos deja numerosos ensayos, publicados en forma de artículos (la edición de su Obra periodística completa, que hasta la fecha cuenta con cuatro volúmenes, está en curso en la editorial Alfaguara) y de libros. 

Entre ellos, La llamada de la tribu destaca por permitir comprender mejor el singular itinerario político e intelectual que siguió Vargas Llosa, desde el comunismo de su juventud hasta el liberalismo de su madurez. En él, traza retratos tan pedagógicos como originales de algunas de las figuras tutelares de su panteón filosófico personal. Al trazar las vidas y presentar las obras de Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich August von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron o Isaiah Berlin, el insaciable lector que fue Vargas Llosa nos entrega una especie de autorretrato intelectual.

Tiempos recios (2019) 

Para sus lectores más fieles, este libro fue una grata sorpresa. Aunque es uno de sus  últimos, en él encontramos al primer Vargas Llosa, el de las grandes novelas históricas sobre dictadores. Es cierto que no tiene la gran construcción narrativa ni el ímpetu de La fiesta del Chivo, pero el gesto está ahí. 

Era la gira de despedida. 

Esta vez estamos en Guatemala. El narrador nos lleva con su habitual sutileza entre bastidores del golpe de Estado militar que, en 1954, puso fin al gobierno de Jacobo Árbenz —porque se le acusaba de ser comunista—. Con el apoyo, poco sorprendente, de la CIA, Carlos Castillo Armas toma el poder. Entonces comienza un juego entre personajes ficticios y reales para tratar de entender en qué momento Guatemala, esta vez, pero con ella las otras democracias latinoamericanas, se había jodido. 

Cuando se publicó el libro, Vargas Llosa viajó naturalmente a Guatemala para promocionarlo. Pero las élites guatemaltecas recibieron mal la novela, acusando a su autor de ser un izquierdista —un colmo para Vargas Llosa—. Se había previsto un acto en la Universidad Privada Francisco Marroquín, que se canceló en el último momento debido a las presiones contra el peruano.

En la prensa chilena de los años setenta, un periodista ya decía de Vargas Llosa que era un hombre de derechas… y un novelista de izquierdas.