Ha muerto el último intelectual latinoamericano del siglo XX. El novelista político por excelencia. La voz de un Continente. Ha muerto Mario Vargas Llosa. Al peruano lo sostienen su obra y la determinación de quienes acostumbran a llevar la contraria. Lo hizo cuando el régimen castrista encarceló a Heberto Padilla, en 1971, también cuando Daniel Ortega abrió la persecución política contra Sergio Ramírez. A sus ochenta y nueve años, el Premio Nobel de Literatura y hasta ayer único representante vivo del Boom Latinoamericano, se ha marchado. Él es el último de la tribu —y como tal conviene despedirlo—.
El peruano encarna al intelectual moderno, que igual opta a crear una cosmovisión como a presidir un país. Vargas Llosa lo intentó en 1991 en unas elecciones contra Fujimori que le valieron el exilio. La literatura fue para él una insurrección: contra su padre, que tanto despreciaba a los bohemios y escritores; contra Odría, dictador del Perú en sus años de infancia; contra la ignorancia y la vulgaridad; contra la simpleza y la desmemoria. Lector de Víctor Hugo, Homero y Faulkner, también devorador de Flaubert, fue forjando una vocación y una voz literaria en sus años en el Leoncio Prado y luego en la Universidad de San Marcos.
Mario Vargas Llosa era el novelista político por excelencia. La voz de un continente.
Karina Sainz Borgo
Tras La ciudad y los perros, novela con la que Carlos Barral lo colocó en el epicentro del Boom, así como por su paso por Madrid, Vargas Llosa escribió en París la que puede considerarse una de sus novelas clave: La Casa Verde. Sin embargo, y como él mismo asegura, Barcelona lo hizo escritor. Y no es de extrañar. Vivió allí desde el verano de 1970 hasta mediados de 1974, arropado por su editor, Carlos Barral, y una joven Carmen Balcells, quien se presentó en su casa londinense unos años antes y le dijo: “Renuncia a tus clases en la Universidad de inmediato. Tienes que dedicarte solo a escribir”.
Su participación en el cisma del caso Padilla dividió a la izquierda del Boom y coincidió con algunos desencuentros, entre ellos un puñetazo al Gabo. Él nunca dio demasiado detalles al respecto, y aunque siempre se ha atribuido a un malentendido sentimental, el trasfondo fue una cuestión ideológica.
Hay una larga tradición de intelectuales que se encontraron ante las cáscaras rotas de las ideas en las que alguna vez creyeron. Mario Vargas Llosa es, si se quiere, uno de los últimos integrantes de aquella modernidad en tomar el testigo del escarmiento. Es el eslabón más reciente de lo que podría llamarse esta genealogía de la decepción.
A sus ochenta y nueve años, el Premio Nobel de Literatura y hasta ayer único representante vivo del Boom Latinoamericano, se ha marchado. Él es el último de la tribu —y como tal conviene despedirlo—.
Karina Sainz Borgo
Vargas Llosa es el último creador que entiende la acción política como parte de un discurso moral. La revisión de una cosa implica directamente a la otra. En aquellas memorias tituladas El pez en el agua (1993), Vargas Llosa ejecutó un minucioso detalle de aquellos años en los que intentó derrotar el populismo de Fujimori y explicó las razones por las cuales no retomaría la carrera política.
El peruano fue el creador y guardián de una obra de arquitectura aventajada y ascenso progresivo, que se detuvo como un vértigo en La fiesta del chivo, cuyo espíritu no encontró eco en las novelas que van desde Travesuras de la niña mala hasta El héroe discreto y que reapareció en Tiempos recios, publicada, como toda su obra, por Alfaguara, en octubre de 2019. Allí los lectores se reencontraron con el Vargas Llosa en esencia.
Tiempos recios tiene los diálogos cruzados de Conversación en la catedral, los planos y saltos temporales de sus mejores novelas, la amargura de Historia de Mayta y la maestría de La fiesta del chivo.
Después de sus intentos por narrar el Perú moderno, Vargas Llosa se mantiene como el creador de un árbol genealógico y el Virgilio de la tragedia latinoamericana representada en el Boom. Su voz es indeleble. Su escritura, la raíz.
Karina Sainz Borgo
Ambientada en la Guatemala de 1954, esta novela el golpe militar perpetrado por Carlos Castillo Armas y auspiciado por Estados Unidos a través de la CIA para derrocar al Gobierno de Jacobo Árbenz, un personaje trágico y fugaz que intentó poner en marcha la democracia liberal en Guatemala y que justo por eso terminó acusado de comunista por la administración de Eisenhower. Sus páginas resumen al Nobel destilado.
Todo es atávico al mismo tiempo que concluyente. Tan antiguo como definitivo, porque supone una visión de conjunto tanto de la historia de América Latina como de la obra del académico de la lengua y Premio Nobel de Literatura 2010. Académico de la Lengua y articulista de prensa, liberal y libérrimo, ha muerto el último de la tribu. Ha muerto el maestro tras 89 años de una vida larga y prolífica.
Después de sus intentos por narrar el Perú moderno, Vargas Llosa se mantiene como el creador de un árbol genealógico y el Virgilio de la tragedia latinoamericana representada en el Boom. Su voz es indeleble. Su escritura, la raíz.